COMPRAR EL LIBRO

miércoles, 28 de mayo de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.



                                                                      CAPÍTULO IX

El Sumare zarpó muy temprano, apenas si había despuntado el Sol. El alba en el Níger difuminaba un rosicler que por sí solo ya era un espectáculo. «Un bello espectáculo», convinieron ambos, que atrapaba a quien lo contemplara. Convirtió al río en un manto de hilos de plata que se contoneaban al paso del barco, al ritmo de las olas que proyectaba hacia las orillas. Recordaron el ocaso del día anterior con las nubes enrojecidas, reflejándose los arreboles sobre las aguas del Níger. Maharafa hizo similitud con una de las siete plagas de Egipto, cuando “Aarón golpea con la vara las aguas del río Nilo y toda ella se convierte en sangre. Sissé se extrañó con ese comentario, y le explicó Maharafa que aquel pasaje formaba parte de la religión católica.
«En el Níger se recrea el paso del tiempo. Malí ha cambiado poco», se dijo Maharafa. Las mosquiteras que cubrían la entrada al interior del buque se movían por un liviano hálito, parecían levitar sus velos blancos, azules y verdes al encuentro con el sol y la libertad de la multitud de pájaros que les acompañaban, como queriendo imitarles. Esa sensación de libertad se respiraba por todas partes a lo largo del curso del río. El calor comenzaba a dejarse sentir con fuerza. Sirvieron un desayuno a base de arroz, leche y frutas, que Maharafa y Sissé engulleron con avidez y salieron raudos a la cubierta de proa. Muchos de los viajeros se acercaron a las pasarelas de estribor para saludar a los de otro barco, más pequeño, también de pasajeros, con el que se cruzaron. Hicieron silbar sus sirenas estridentes los capitanes de ambas embarcaciones. Las personas se deseaban feliz viaje mutuamente de un barco a otro, entre un griterío enorme, casi histérico, intercalándose con fuertes risotadas de los pasajeros de ambos buques. Maharafa y Sissé permanecieron impasibles en sus hamacas.
Sissé había estado un tanto lacónico durante todo el día, a pesar de los comentarios distendidos de Maharafa, que habían obtenido casi siempre respuestas breves. Tras un navegar tedioso, antes de caer la tarde, el capitán del Sumare fue en busca de Maharafa, hallándola junto a Sissé, sentados en el banco de Proa. El capitán llevaba la camisa sudada y una prominente barba blanquecina escondía gran parte de su cara. Maharafa le presentó a Sissé al que saludó con agrado. El capitán les invitó al puente, hacía un calor sofocante a pesar de llevar todas las ventanillas abiertas y les ofreció un té. Charlaron de cosas banales y recordaron viejos tiempos durante un buen rato. Después, tras agradecer al capitán la deferencia, volvieron a la proa del barco.
Habían transcurrido un par de horas más de navegación parsimoniosa, únicamente alterada por la vista de algunas pequeñas aldeas cuando se divisó un poblado peul: –Kouakouro– le anunció Maharafa. Un pequeño rebaño de cebúes bebía diseminado por la orilla del río. Otros tantos pastaban algo más retirados, sus pastores saludaban con una amplia sonrisa el paso del Sumare que había reducido la marcha ostensiblemente. Se detuvo en un pantalán donde amarraron los cabos, y apenas fijados, las nativas se lanzaron al agua para presentar sus productos a los viajeros, saliendo del río al tiempo que desembarcaban sus posibles clientes a quienes se los ofertaban. Unas niñas con Pay-pays de colores y mujeres con calabazas llenas de leche de cebú, intentaban vender a los recién llegados sus productos. Mientras tanto se iniciaba el proceso de la tarde anterior, para montar el campamento, de nuevo; pasarían la noche en Kouakouro.
Comenzaba el trasiego de personal del barco para montar de nuevo el campamento. Se agruparon las mismas personas que la noche de antes, instintivamente se volvían a reunir a la luz tenue de las lámparas de carburo; sólo la familia de la hechicera había cambiado de grupo, buscando aumentar su negocio. Esa noche sufrían una invasión de mosquitos que, revoloteaban inquisidores por todas partes. Un zumbido continuo, interrumpido por otros tantos cachetes en brazos, piernas y cuello sobre todo, acompañaba las labores de montaje del campamento. La brisa de un aire poco más fresco que el de la pasada noche soplaba de noreste y hacía más agradable la estancia, pero acercaba un olor intenso a estiércol de los rediles más próximos.
Después de desayunar –aquella mañana les sirvieron el desayuno en el campamento– partió de nuevo el Sumare rumbo a Mopti, donde llegaron alrededor de las cinco de la tarde tras una etapa, como el resto del viaje, monótona y lenta. Sólo fue amenizada por los diversos paisajes y entornos que cautivaban a todo aquel que los veía por primera vez, así como algún grupo de casas peculiares de bozos y peuls. Accedieron al puerto por una gran bocana en el río Bani, que habían remontado desde hacía poco tiempo.
Maharafa invitó a Sissé a pasar unos días en su casa, a lo que se negó galantemente, aduciendo que tenía pasaje hasta Gao. Aceptó, no obstante, pasar esa noche ante la insistencia de Maharafa, el buque no zarpaba hasta la tarde del día siguiente. Iban descendiendo del barco y Sissé observaba todo aquello que tenía ante sus ojos. Lo primero que se avistaba después de descender del barco, era un parque junto al río, cuya entrada se encontraba presidida por un monolito en forma piramidal, sobre un plinto de barro de un color verdoso-amarillento, asentado sobre un gran pedestal circular. Justo a su lado, la Puerta de la Ciudad, un gran Arco, simulando al del Triunfo, de barro igualmente, coronado por formas cónicas propias de la arquitectura Peúl. A medida que avanzaban por el paseo del parque, Maharafa, le iba explicando a Sissé cómo se fundó la ciudad de Mopti.
Fue un campamento de la etnia Bozo, pueblo de pescadores, como creo que te he dicho en algún momento. Se formó en la confluencia de los ríos Bani y Níger. Moptí significa “Reunión de etnias: Bamana, Peul, Bozo, Dogón y Tuaregs”. Fue el puerto fluvial más importante, desde el que los franceses exportaban las plumas de avestruz y del “herón” a finales del siglo XIX y principios del XX. Está construida sobre tres islotes unidos por diques que separan ambos ríos. En las riberas del puerto, como has visto, hay diferentes almacenes en los que cargan los barcos, en unos las tablas de sal que llegan desde Tombouctou o Gao; en otros el mijo que viene desde Ségou; hay otros en los que se encuentra apilado el pescado seco y ahumado en montones de más de un metro de altura. Desde aquí se exporta el pescado y la sal a diferentes países de nuestro entorno, tanto en pinazas como en camiones frigoríficos. Más abajo están los astilleros donde se construyen las pinazas con métodos artesanales– concluyó.
Alcanzaron la Avenue de L’Independance, la avenida principal de Moptí, que caminaron durante un buen trecho hasta alcanzar Le Marche Ottawa. Llegaron poco después al Boulevard de le Fleuve, una gran avenida de tierra rojiza, paralela al curso del río Bani, bordeada a ambos lados por grandes acacias que le proporcionaban una sombra continua, que mitigaba ese sol implacable que caía aún a esas horas sobre Mopti. Maharafa anunció a Sissé, que ya estaban próximos a su casa. Pronto se detuvieron ante una gran vivienda. Tenía una cancela con una puerta de dos hojas de madera, por la que se accedía a un jardín delantero, repleto de vegetación. Una vegetación exuberante de plantas autóctonas y otras foráneas. Ordenadas por unos pasillos perfectamente formados, delimitando aquel admirable arriate muy bien cuidado; a su vez, cercado por un muro de casi un metro de altura, coronado con una balaustrada, todo ello de barro. Era una suntuosa casa de estilo colonial. Una amplia entrada a la vivienda, estaba precedida de tres peldaños. Maharafa explicó a Sissé que era propiedad de los antepasados de su esposo, y había pasado de su padre a él y consecuentemente después a ella. Sissé contemplaba con admiración la vivienda.
Maharafa preparó el baño al que invitó a Sissé, que lo tomó con verdadero placer, para a continuación bañarse ella misma. Preparó la cena, a base de pollo, pez capitán y unas frutas, que habían comprado en el mercado Ottawa, a su paso. Mientras comían hablaban, distendidos, sobre cosas banales e intrascendentes. Una vez finalizada la cena sacó Maharafa un “samovar” de bronce que portaba un grifo por donde verter el té y dos vasos, en los que lo sirvió.
¿Qué es esto?— Consultó Sissé extrañado del artilugio.
Es un “samovar ruso”, es una tetera un tanto especial que trajo mi marido en uno de sus viajes.
Es muy bonita la tetera– comentó Sissé.
Sí, sí lo es, pero no es una tetera propiamente..., la trajo mi marido de Mauritania en uno de sus viajes. Está hecha de forma artesanal, es de bronce y está labrada a mano y su mecanismo es diferente, aunque el resultado sea el mismo– le aclaró ella. –Muchos de los objetos los conseguía mi marido en sus viajes. El que más me gusta es una “gumía” egipcia con la funda y la empuñadura de oro con piedras preciosas incrustadas, se incorporó para acercársela a Sissé, es una verdadera joya. Otros objetos que me gustan mucho son ese juego de cajas octogonales de taracea, comprados en el zoco de Damasco— le señaló con el dedo índice. –Has estado muy callado durante todo el día. ¿Te pasa algo?
No. Sólo que esta noche me ha costado dormirme. He estado pensando en la conversación que tuvimos ayer sobre la ablación.
¿Y has llegado a alguna conclusión diferente a tus pensamientos de ayer?– Le preguntó Maharafa con algo de ironía, ante la mirada de Sissé.
Sigo teniendo muchas dudas Maharafa. Antes de hablar contigo de la ablación, yo, tenía las cosas claras, pero a raíz de nuestra conversación ya no tengo seguridad en nada. Me siento confuso. Por una parte, veo a mis hermanas y, hoy daría cualquier cosa porque no hubieran vivido aquel martirio. ¿Sabes? Hasta ayer yo no percibía el dolor que habrían sufrido. Jamás me había parado a pensarlo. Por otra parte es una costumbre tan arraigada en nuestras vidas que parece imposible que pueda ser maliciosa...
Es lógico que tengas dudas. Eres joven y no has vivido en tu familia ninguna desgracia como consecuencia de ese problema. Pero tú, sólo debes acordarte de cuando te circuncidaron, ¿sentiste dolor?... Pues eso multiplícalo varias veces y es lo que sentimos nosotras. No tienes más que ver la cantidad de mujeres que sujetan a una niña para practicarles la ablación.
A nosotros también nos sujetan...
Pero la ablación nuestra es mucho más agresiva, Sissé.
No entiendo el por qué de esa práctica si se les hace daño a las niñas ni para qué.
Sólo para mantener la hegemonía del hombre sobre la mujer. Sólo para eso.
Me he sentido mal desde anoche que he pensado en esto, y no encontraba una justificación a mi convencimiento de qué era lo justo...
Bien, Sissé. Lo importante es que has recapacitado sobre el tema y parece que estás convencido de que no es justo que se mantenga esta costumbre en nuestras vidas.
Maharafa..., sigo teniendo muchas dudas, no soy capaz de determinar que esto tenga que desaparecer de nuestras costumbres...
Sissé. Esta costumbre nuestra, por atávica, no deja de ser una crueldad y debemos convencernos todos de que es así y, que se debe abolir inmediatamente, tanto por humanidad, como por salud, como por respeto a la vida.
Seguramente tendrás razón. Pero yo no dejo de tener un mar de dudas.
Maharafa le paso la mano por su cabello con gesto complaciente y le incitó a hablar de su viaje para cambiar de tema, a lo que Sissé accedió por deferencia a su anfitriona más que por lo que le apetecía hablar de ello.
¿Has pensado qué harás una vez instalado en Francia? Porque, por cierto, ¿en qué zona te has propuesto vivir?— Preguntó Maharafa.
Mi objetivo es Lyon. Porque hay allí unos familiares de Conrad, primo del faama de nuestro clan. Por ello he de llegar a Tessalit para que me oriente. Por indicación de su primo, me dirá cómo llegar a Francia; y una vez allí ponerme en contacto con sus familiares para que me ayuden a instalarme.
¿Y como piensas hacer el viaje?
Una vez en Tessalit, veré de acogerme a algún convoy que cruce el Tanezrouf. Me han aconsejado que no lo intente cruzar sólo, después pasar Argelia y desde allí llegar a Trípoli. Una vez en Trípoli embarcar hasta Italia y después a Francia— le refirió con convencimiento.
Si vas a Trípoli, ¿por qué no sales desde Agadez, por el Teneré? No es que sea menos peligroso que el Tanezrouf, pero es más directo.
A fuerza de ser sincero, no sé qué es lo que haré. No tengo claro donde dirigirme. Una vez en Tessalit y después de hablar con Conrad ya tomaré la decisión más conveniente. Pero ahora mismo...
Ese viaje te llevará tiempo y te costará dinero. ¿Has pensado en cómo conseguirlo? Por qué no pensarás robar, ¿verdad?— se interesó, mientras servía otra taza de té.
No, no. El robo no está en mis planes– se apresuró a responder. –No lo he hecho nunca y no lo voy a hacer ahora. A medida que me vaya quedando sin francos trabajaré donde pueda, continuaré viaje y así sucesivamente hasta llegar a mi destino.
¿Sabes que hay infinidad de peligros acechando a los inmigrantes? Debes huir de las mafias que te lo ponen todo muy fácil.
Sí. De esas mafias he oído hablar y desde luego que no me dejaré embaucar por nadie. Trataré de valerme por mí mismo mientras pueda.
¿No has valorado la posibilidad de pasar por Marruecos a España? Desde allí está más próximo y parece más fácil. La policía española es más permisiva que la italiana, a pesar de que están anunciando la impermeabilización de sus fronteras.
En un principio sí había visto la posibilidad de hacer la travesía como tú me estás diciendo, pero sin llegar a considerarla, porque tenía en mente la ruta que te he comentado. Fue la que me dijo Alaine, el camionero que me llevó hasta Kinyan. Pero no obstante, también quería comentarlo con el tal Conrad a ver qué opina él— respondió al tiempo que sorbía un poco de té.
Ya me dijiste la promesa que hiciste a tu familia, pero… ¿por qué no sospesas la posibilidad de quedarte en nuestra tierra?, parece que tienes grandes conocimientos agrícolas y tú podrías contribuir a cambiar la situación económica y social en nuestro País; y al mismo tiempo estarías con quien quieres.
Imaginaba que llegarías ahí. ¿De qué me estas hablando, Maharafa? Sabes que en Malí la situación política, social y sobre todo económica, son un caos. ¿Qué perspectivas de futuro tenemos, sobre todo los más jóvenes? Cada vez la posibilidad de sobrevivir es más incierta. ¿Qué futuro les podría facilitar yo a mis hijos si formara aquí una familia?, cuando la mortandad infantil es escalofriante, el trabajo brilla por su ausencia, la educación de los niños es casi utópica en el medio rural y no hablemos ya de la salud… Y por si eso no bastara, ¿le unimos las sequías?— interrogó con sarcasmo, –o quizá ¿las plagas de langosta? Y, por si todavía no es suficiente ¿unas lluvias torrenciales?, que provoquen inundaciones históricas. Qué digo históricas, dramáticas… No, Maharafa, no. Las posibilidades de vida en nuestra tierra, como tú dices, no merecen la pena cuando en Europa se vive con sueldos cien veces superiores, tienes derecho a asistencia sanitaria para ti y los tuyos, tus hijos tienen derecho a la educación en escuelas perfectamente organizadas. No se puede comparar, Maharafa. No hay comparación posible.
Maharafa quedó un tanto contrariada. Sabía que Sissé tenía mucha razón en sus palabras. Pero no se iba a rendir tan pronto. Era una mujer convencida de que había que luchar entre todos por mejorar la vida en Malí, sobre todo los más jóvenes.
Eres muy objetivo en tus apreciaciones. Tienes razón en las consideraciones que haces, pero necesitamos jóvenes como tú, como Aicha. Muchos como vosotros que estén dispuestos a luchar por mejorar nuestro País. No será fácil, pero debemos luchar todos juntos para cambiar nuestra sociedad y modo de vida, o es que piensas que en Europa no hay catástrofes naturales.
Sabes, Maharafa. No sólo se puede sacar a nuestro País de la miseria luchando desde dentro, también desde fuera se puede hacer una gran labor. Los que están fuera envían dinero a sus familiares, y eso también es generar riqueza. Quizá seamos pocos, todavía, los que pensamos en emigrar. Imagina si se multiplicaran por unos cuantos miles los emigrantes y enviaran todos parte de sus recursos aquí. ¿Cuánto no se generaría?, y ahí sería cuando tú y tanta gente como tú podría realizar una gestión importante para cambiar nuestro pueblo. Para que Malí se convirtiera en el país que todos deseamos, en el que hubiera trabajo suficiente para todos y en donde poder cobijarnos una vez acabada nuestra vida laboral fuera.
No pienses que tú eres de los primeros en emigrar, hay un gran flujo de personas, de compatriotas nuestros que han salido de Malí con ese propósito. Pero son muchos de los que no se tienen noticias de que lo hayan conseguido.
Maharafa dio por concluida la conversación viendo que Sissé tenía las ideas muy claras al respecto, que había reflexionado suficientemente antes de decidir su marcha y que no conseguiría cambiar su opinión.
Sissé, acabemos el té y vayamos a descansar, se está haciendo tarde y estoy cansada— le propuso.
Se levantó éste de un salto y cogió los dos vasos de té en una mano y el samovar en la otra.
¿Dónde van?
¿Cómo es que haces labores exclusivas de las mujeres?— Preguntó extrañada.
Ves. Ya estoy luchando por cambiar, al menos, la sociedad.
Rieron ambos la ocurrencia de Sissé. Se dirigieron a continuación a una de las habitaciones en las que había una gran cama con dosel labrado y unas mosquiteras de tul liso de seda blanco que la rodeaban. Sissé no disimuló su asombro a la vista de la cama sentándose en ella y comprobando el estado del colchón. Era una habitación decorada estilo Luis XV, en consonancia con el resto de la casa, con un gran armario torneado de madera de roble de seis puertas, una cómoda delicadamente tallada y torneada de la misma madera y dos mesitas a juego en los flancos de la cama. Dos sillones, uno a cada lado del tálamo. Las paredes recubiertas de papel pintado y unos apliques de luz a juego. Se apreciaba que aquellos muebles tenían muchos años, pero su estado de conservación era perfecto. Se introdujeron en la cama y Sissé la rodeó con sus brazos, con una de sus manos le cogió suavemente un pecho, Maharafa se la retiró inmediatamente y la bajó al estómago.
Aquí no, Sissé—. Le dijo casi en un susurro, al tiempo que con su mano sujetaba con cierta presión la de él.
Lo siento. Discúlpame— se excusó Sissé.
Le presionó de nuevo ambas manos en señal de aceptación. Maharafa sintió la erección de Sissé que no pudo controlar y se pegó a él con más fuerza. Una de sus manos que sujetaba la de él la llevó de nuevo al pecho que antes le reprimiera, iniciando, Sissé, un masaje suave para intensificarlo poco a poco, que hizo que aumentara la excitación de ambos. Sissé posó su mano sobre la cadera de Maharafa y le acariciaba con sutileza la pierna, de nuevo volvió a sujetarle la mano con fuerza, cediendo ante el empeño de Sissé de llegar hasta donde se unían los muslos.
Espera Sissé– le rogó casi en un suplicio, apartándole la mano. –Ven.
Se dirigieron a una habitación contigua, bastante más discreta en su decoración pero confortable igualmente, con una cama menos pomposa en la que se acostaron.
Aquella es la habitación conyugal y me da reparo estar con alguien que no fuera mi marido– se excusó Maharafa.
Maharafa no te preocupes, lo entiendo perfectamente. Si quieres que no hagamos nada, lo entenderé también. Quizá me he tomado una libertad que no debía.
No. No es eso. No es que no quiera estar contigo, sólo que en aquella habitación me abruman demasiados recuerdos y he sentido una congoja...
De nuevo entrelazaron sus cuerpos, Maharafa no se reprimió y permitió a Sissé llegar hasta lo más íntimo de su cuerpo, sintió especial sensación ante los últimos tocamientos de Sissé y cada vez estaba más excitada por los besos en el cuello y en los lóbulos de las orejas y el roce frenético de sus carnes. Con suma parsimonia se recrearon en las caricias previas, sus cuerpos eran recorridos con sus manos, con sus bocas, sus lenguas que llegaban a provocar el deseo más salvaje del ser humano. Maharafa se le subió encima besándolo frenéticamente. Un buen rato de caricias hizo que subiera la tensión de forma desmesurada. Con suma precaución y ayudado por ella, Sissé la había penetrado. Sus cuerpos sudorosos jadeaban, con la respiración entrecortada y gemidos espontáneos ante los movimientos cadenciosos y violentos de Maharafa, mientras, él le sujetaba con sus manos los pechos que de cuando en cuando apretaba. Maharafa iba perdiendo lentamente la excitación de hacía sólo un momento. Sissé por el contrario aumentaba su estado febril. Con un movimiento de Sissé se invirtió la posición y ahora era él quien con movimientos enérgicos de cadera la penetraba.





No hay comentarios:

Publicar un comentario