CAPÍTULO IX
El Sumare zarpó muy
temprano, apenas si había despuntado el Sol. El alba en el Níger
difuminaba un rosicler que por sí solo ya era un espectáculo. «Un
bello espectáculo», convinieron ambos, que atrapaba a quien lo
contemplara. Convirtió al río en un manto de hilos de plata que se
contoneaban al paso del barco, al ritmo de las olas que proyectaba
hacia las orillas. Recordaron el ocaso del día anterior con las
nubes enrojecidas, reflejándose los arreboles sobre las aguas del
Níger. Maharafa hizo similitud con una de las siete plagas de
Egipto, cuando “Aarón golpea con la vara las
aguas del río Nilo y toda ella se convierte en sangre”.
Sissé se extrañó con ese comentario, y le explicó Maharafa
que aquel pasaje formaba parte de la religión católica.
«En el Níger se
recrea el paso del tiempo. Malí ha cambiado poco», se dijo
Maharafa. Las mosquiteras que cubrían la entrada al interior del
buque se movían por un liviano hálito, parecían levitar sus velos
blancos, azules y verdes al encuentro con el sol y la libertad de la
multitud de pájaros que les acompañaban, como queriendo imitarles.
Esa sensación de libertad se respiraba por todas partes a lo largo
del curso del río. El calor comenzaba a dejarse sentir con fuerza.
Sirvieron un desayuno a base de arroz, leche y frutas, que Maharafa y
Sissé engulleron con avidez y salieron raudos a la cubierta de proa.
Muchos de los viajeros se acercaron a las pasarelas de estribor para
saludar a los de otro barco, más pequeño, también de pasajeros,
con el que se cruzaron. Hicieron silbar sus sirenas estridentes los
capitanes de ambas embarcaciones. Las personas se deseaban feliz
viaje mutuamente de un barco a otro, entre un griterío enorme, casi
histérico, intercalándose con fuertes risotadas de los pasajeros de
ambos buques. Maharafa y Sissé permanecieron impasibles en sus
hamacas.
Sissé había estado
un tanto lacónico durante todo el día, a pesar de los comentarios
distendidos de Maharafa, que habían obtenido casi siempre respuestas
breves. Tras un navegar tedioso, antes de caer la tarde, el capitán
del Sumare fue en busca de Maharafa, hallándola junto a Sissé,
sentados en el banco de Proa. El capitán llevaba la camisa sudada y
una prominente barba blanquecina escondía gran parte de su cara.
Maharafa le presentó a Sissé al que saludó con agrado. El capitán
les invitó al puente, hacía un calor sofocante a pesar de llevar
todas las ventanillas abiertas y les ofreció un té. Charlaron de
cosas banales y recordaron viejos tiempos durante un buen rato.
Después, tras agradecer al capitán la deferencia, volvieron a la
proa del barco.
Habían transcurrido
un par de horas más de navegación parsimoniosa, únicamente
alterada por la vista de algunas pequeñas aldeas cuando se divisó
un poblado peul: –Kouakouro– le anunció Maharafa. Un
pequeño rebaño de cebúes bebía diseminado por la orilla del río.
Otros tantos pastaban algo más retirados, sus pastores saludaban con
una amplia sonrisa el paso del Sumare que había reducido la marcha
ostensiblemente. Se detuvo en un pantalán donde amarraron los cabos,
y apenas fijados, las nativas se lanzaron al agua para presentar sus
productos a los viajeros, saliendo del río al tiempo que
desembarcaban sus posibles clientes a quienes se los ofertaban. Unas
niñas con Pay-pays de colores y mujeres con calabazas llenas de
leche de cebú, intentaban vender a los recién llegados sus
productos. Mientras tanto se iniciaba el proceso de la tarde
anterior, para montar el campamento, de nuevo; pasarían la noche en
Kouakouro.
Comenzaba el
trasiego de personal del barco para montar de nuevo el campamento. Se
agruparon las mismas personas que la noche de antes, instintivamente
se volvían a reunir a la luz tenue de las lámparas de carburo; sólo
la familia de la hechicera había cambiado de grupo, buscando
aumentar su negocio. Esa noche sufrían una invasión de mosquitos
que, revoloteaban inquisidores por todas partes. Un zumbido continuo,
interrumpido por otros tantos cachetes en brazos, piernas y cuello
sobre todo, acompañaba las labores de montaje del campamento. La
brisa de un aire poco más fresco que el de la pasada noche soplaba
de noreste y hacía más agradable la estancia, pero acercaba un olor
intenso a estiércol de los rediles más próximos.
Después de
desayunar –aquella mañana les sirvieron el desayuno en el
campamento– partió de nuevo el Sumare rumbo a Mopti, donde
llegaron alrededor de las cinco de la tarde tras una etapa, como el
resto del viaje, monótona y lenta. Sólo fue amenizada por los
diversos paisajes y entornos que cautivaban a todo aquel que los veía
por primera vez, así como algún grupo de casas peculiares de bozos
y peuls. Accedieron al puerto por una gran bocana en el
río Bani, que habían remontado desde hacía poco tiempo.
Maharafa invitó a
Sissé a pasar unos días en su casa, a lo que se negó galantemente,
aduciendo que tenía pasaje hasta Gao. Aceptó, no obstante, pasar
esa noche ante la insistencia de Maharafa, el buque no zarpaba hasta
la tarde del día siguiente. Iban descendiendo del barco y Sissé
observaba todo aquello que tenía ante sus ojos. Lo primero que se
avistaba después de descender del barco, era un parque junto al río,
cuya entrada se encontraba presidida por un monolito en forma
piramidal, sobre un plinto de barro de un color verdoso-amarillento,
asentado sobre un gran pedestal circular. Justo a su lado, la Puerta
de la Ciudad, un gran Arco, simulando al del Triunfo, de barro
igualmente, coronado por formas cónicas propias de la arquitectura
Peúl. A medida que avanzaban por el paseo del parque, Maharafa, le
iba explicando a Sissé cómo se fundó la ciudad de Mopti.
–Fue un campamento
de la etnia Bozo, pueblo de pescadores, como creo que te he dicho en
algún momento. Se formó en la confluencia de los ríos Bani y
Níger. Moptí significa “Reunión de etnias: Bamana, Peul, Bozo,
Dogón y Tuaregs”. Fue el puerto fluvial más importante, desde el
que los franceses exportaban las plumas de avestruz y del “herón”
a finales del siglo XIX y principios del XX. Está construida sobre
tres islotes unidos por diques que separan ambos ríos. En las
riberas del puerto, como has visto, hay diferentes almacenes en los
que cargan los barcos, en unos las tablas de sal que llegan desde
Tombouctou o Gao; en otros el mijo que viene desde Ségou; hay otros
en los que se encuentra apilado el pescado seco y ahumado en montones
de más de un metro de altura. Desde aquí se exporta el pescado y la
sal a diferentes países de nuestro entorno, tanto en pinazas como en
camiones frigoríficos. Más abajo están los astilleros donde se
construyen las pinazas con métodos artesanales– concluyó.
Alcanzaron la Avenue
de L’Independance, la avenida principal de Moptí, que caminaron
durante un buen trecho hasta alcanzar Le Marche Ottawa. Llegaron poco
después al Boulevard de le Fleuve, una gran avenida de tierra
rojiza, paralela al curso del río Bani, bordeada a ambos lados por
grandes acacias que le proporcionaban una sombra continua, que
mitigaba ese sol implacable que caía aún a esas horas sobre Mopti.
Maharafa anunció a Sissé, que ya estaban próximos a su casa.
Pronto se detuvieron ante una gran vivienda. Tenía una cancela con
una puerta de dos hojas de madera, por la que se accedía a un jardín
delantero, repleto de vegetación. Una vegetación exuberante de
plantas autóctonas y otras foráneas. Ordenadas por unos pasillos
perfectamente formados, delimitando aquel admirable arriate muy bien
cuidado; a su vez, cercado por un muro de casi un metro de altura,
coronado con una balaustrada, todo ello de barro. Era una suntuosa
casa de estilo colonial. Una amplia entrada a la vivienda, estaba
precedida de tres peldaños. Maharafa explicó a Sissé que era
propiedad de los antepasados de su esposo, y había pasado de su
padre a él y consecuentemente después a ella. Sissé contemplaba
con admiración la vivienda.
Maharafa preparó el
baño al que invitó a Sissé, que lo tomó con verdadero placer,
para a continuación bañarse ella misma. Preparó la cena, a base de
pollo, pez capitán y unas frutas, que habían comprado en el mercado
Ottawa, a su paso. Mientras comían hablaban, distendidos, sobre
cosas banales e intrascendentes. Una vez finalizada la cena sacó
Maharafa un “samovar” de bronce que portaba un grifo por
donde verter el té y dos vasos, en los que lo sirvió.
–¿Qué es esto?—
Consultó Sissé extrañado del artilugio.
–Es un “samovar
ruso”, es una tetera un tanto especial que trajo mi marido en
uno de sus viajes.
–Es muy bonita la
tetera– comentó Sissé.
–Sí, sí lo es,
pero no es una tetera propiamente..., la trajo mi marido de
Mauritania en uno de sus viajes. Está hecha de forma artesanal, es
de bronce y está labrada a mano y su mecanismo es diferente, aunque
el resultado sea el mismo– le aclaró ella. –Muchos de los
objetos los conseguía mi marido en sus viajes. El que más me gusta
es una “gumía” egipcia con la funda y la empuñadura de
oro con piedras preciosas incrustadas, se incorporó para acercársela
a Sissé, es una verdadera joya. Otros objetos que me gustan mucho
son ese juego de cajas octogonales de taracea, comprados en el zoco
de Damasco— le señaló con el dedo índice. –Has estado muy
callado durante todo el día. ¿Te pasa algo?
–No. Sólo que
esta noche me ha costado dormirme. He estado pensando en la
conversación que tuvimos ayer sobre la ablación.
–¿Y has llegado a
alguna conclusión diferente a tus pensamientos de ayer?– Le
preguntó Maharafa con algo de ironía, ante la mirada de Sissé.
–Sigo teniendo
muchas dudas Maharafa. Antes de hablar contigo de la ablación, yo,
tenía las cosas claras, pero a raíz de nuestra conversación ya no
tengo seguridad en nada. Me siento confuso. Por una parte, veo a mis
hermanas y, hoy daría cualquier cosa porque no hubieran vivido aquel
martirio. ¿Sabes? Hasta ayer yo no percibía el dolor que habrían
sufrido. Jamás me había parado a pensarlo. Por otra parte es una
costumbre tan arraigada en nuestras vidas que parece imposible que
pueda ser maliciosa...
–Es lógico que
tengas dudas. Eres joven y no has vivido en tu familia ninguna
desgracia como consecuencia de ese problema. Pero tú, sólo debes
acordarte de cuando te circuncidaron, ¿sentiste dolor?... Pues eso
multiplícalo varias veces y es lo que sentimos nosotras. No tienes
más que ver la cantidad de mujeres que sujetan a una niña para
practicarles la ablación.
–A nosotros
también nos sujetan...
–Pero la ablación
nuestra es mucho más agresiva, Sissé.
–No entiendo el
por qué de esa práctica si se les hace daño a las niñas ni para
qué.
–Sólo para
mantener la hegemonía del hombre sobre la mujer. Sólo para eso.
–Me he sentido mal
desde anoche que he pensado en esto, y no encontraba una
justificación a mi convencimiento de qué era lo justo...
–Bien, Sissé. Lo
importante es que has recapacitado sobre el tema y parece que estás
convencido de que no es justo que se mantenga esta costumbre en
nuestras vidas.
–Maharafa..., sigo
teniendo muchas dudas, no soy capaz de determinar que esto tenga que
desaparecer de nuestras costumbres...
–Sissé. Esta
costumbre nuestra, por atávica, no deja de ser una crueldad y
debemos convencernos todos de que es así y, que se debe abolir
inmediatamente, tanto por humanidad, como por salud, como por respeto
a la vida.
–Seguramente
tendrás razón. Pero yo no dejo de tener un mar de dudas.
Maharafa le paso la
mano por su cabello con gesto complaciente y le incitó a hablar de
su viaje para cambiar de tema, a lo que Sissé accedió por
deferencia a su anfitriona más que por lo que le apetecía hablar de
ello.
–¿Has pensado qué
harás una vez instalado en Francia? Porque, por cierto, ¿en qué
zona te has propuesto vivir?— Preguntó Maharafa.
–Mi objetivo es
Lyon. Porque hay allí unos familiares de Conrad, primo del faama
de nuestro clan. Por ello he de llegar a Tessalit para que me
oriente. Por indicación de su primo, me dirá cómo llegar a
Francia; y una vez allí ponerme en contacto con sus familiares para
que me ayuden a instalarme.
–¿Y como piensas
hacer el viaje?
–Una vez en
Tessalit, veré de acogerme a algún convoy que cruce el Tanezrouf.
Me han aconsejado que no lo intente cruzar sólo, después pasar
Argelia y desde allí llegar a Trípoli. Una vez en Trípoli embarcar
hasta Italia y después a Francia— le refirió con convencimiento.
–Si vas a Trípoli,
¿por qué no sales desde Agadez, por el Teneré? No es que sea menos
peligroso que el Tanezrouf, pero es más directo.
–A fuerza de ser
sincero, no sé qué es lo que haré. No tengo claro donde dirigirme.
Una vez en Tessalit y después de hablar con Conrad ya tomaré la
decisión más conveniente. Pero ahora mismo...
–Ese viaje te
llevará tiempo y te costará dinero. ¿Has pensado en cómo
conseguirlo? Por qué no pensarás robar, ¿verdad?— se interesó,
mientras servía otra taza de té.
–No, no. El robo
no está en mis planes– se apresuró a responder. –No lo he hecho
nunca y no lo voy a hacer ahora. A medida que me vaya quedando sin
francos trabajaré donde pueda, continuaré viaje y así
sucesivamente hasta llegar a mi destino.
–¿Sabes que hay
infinidad de peligros acechando a los inmigrantes? Debes huir de las
mafias que te lo ponen todo muy fácil.
–Sí. De esas
mafias he oído hablar y desde luego que no me dejaré embaucar por
nadie. Trataré de valerme por mí mismo mientras pueda.
–¿No has valorado
la posibilidad de pasar por Marruecos a España? Desde allí está
más próximo y parece más fácil. La policía española es más
permisiva que la italiana, a pesar de que están anunciando la
impermeabilización de sus fronteras.
–En un principio
sí había visto la posibilidad de hacer la travesía como tú me
estás diciendo, pero sin llegar a considerarla, porque tenía en
mente la ruta que te he comentado. Fue la que me dijo Alaine, el
camionero que me llevó hasta Kinyan. Pero no obstante, también
quería comentarlo con el tal Conrad a ver qué opina él—
respondió al tiempo que sorbía un poco de té.
–Ya me dijiste la
promesa que hiciste a tu familia, pero… ¿por qué no sospesas la
posibilidad de quedarte en nuestra tierra?, parece que tienes grandes
conocimientos agrícolas y tú podrías contribuir a cambiar la
situación económica y social en nuestro País; y al mismo tiempo
estarías con quien quieres.
–Imaginaba que
llegarías ahí. ¿De qué me estas hablando, Maharafa? Sabes que en
Malí la situación política, social y sobre todo económica, son un
caos. ¿Qué perspectivas de futuro tenemos, sobre todo los más
jóvenes? Cada vez la posibilidad de sobrevivir es más incierta.
¿Qué futuro les podría facilitar yo a mis hijos si formara aquí
una familia?, cuando la mortandad infantil es escalofriante, el
trabajo brilla por su ausencia, la educación de los niños es casi
utópica en el medio rural y no hablemos ya de la salud… Y por si
eso no bastara, ¿le unimos las sequías?— interrogó con sarcasmo,
–o quizá ¿las plagas de langosta? Y, por si todavía no es
suficiente ¿unas lluvias torrenciales?, que provoquen inundaciones
históricas. Qué digo históricas, dramáticas… No, Maharafa, no.
Las posibilidades de vida en nuestra tierra, como tú dices, no
merecen la pena cuando en Europa se vive con sueldos cien veces
superiores, tienes derecho a asistencia sanitaria para ti y los
tuyos, tus hijos tienen derecho a la educación en escuelas
perfectamente organizadas. No se puede comparar, Maharafa. No hay
comparación posible.
Maharafa quedó un
tanto contrariada. Sabía que Sissé tenía mucha razón en sus
palabras. Pero no se iba a rendir tan pronto. Era una mujer
convencida de que había que luchar entre todos por mejorar la vida
en Malí, sobre todo los más jóvenes.
–Eres muy objetivo
en tus apreciaciones. Tienes razón en las consideraciones que haces,
pero necesitamos jóvenes como tú, como Aicha. Muchos como vosotros
que estén dispuestos a luchar por mejorar nuestro País. No será
fácil, pero debemos luchar todos juntos para cambiar nuestra
sociedad y modo de vida, o es que piensas que en Europa no hay
catástrofes naturales.
–Sabes, Maharafa.
No sólo se puede sacar a nuestro País de la miseria luchando desde
dentro, también desde fuera se puede hacer una gran labor. Los que
están fuera envían dinero a sus familiares, y eso también es
generar riqueza. Quizá seamos pocos, todavía, los que pensamos en
emigrar. Imagina si se multiplicaran por unos cuantos miles los
emigrantes y enviaran todos parte de sus recursos aquí. ¿Cuánto no
se generaría?, y ahí sería cuando tú y tanta gente como tú
podría realizar una gestión importante para cambiar nuestro pueblo.
Para que Malí se convirtiera en el país que todos deseamos, en el
que hubiera trabajo suficiente para todos y en donde poder cobijarnos
una vez acabada nuestra vida laboral fuera.
–No pienses que tú
eres de los primeros en emigrar, hay un gran flujo de personas, de
compatriotas nuestros que han salido de Malí con ese propósito.
Pero son muchos de los que no se tienen noticias de que lo hayan
conseguido.
Maharafa dio por
concluida la conversación viendo que Sissé tenía las ideas muy
claras al respecto, que había reflexionado suficientemente antes de
decidir su marcha y que no conseguiría cambiar su opinión.
–Sissé, acabemos
el té y vayamos a descansar, se está haciendo tarde y estoy
cansada— le propuso.
Se levantó éste de
un salto y cogió los dos vasos de té en una mano y el samovar en la
otra.
–¿Dónde van?
–¿Cómo es que
haces labores exclusivas de las mujeres?— Preguntó extrañada.
–Ves. Ya estoy
luchando por cambiar, al menos, la sociedad.
Rieron ambos la
ocurrencia de Sissé. Se dirigieron a continuación a una de las
habitaciones en las que había una gran cama con dosel labrado y unas
mosquiteras de tul liso de seda blanco que la rodeaban. Sissé no
disimuló su asombro a la vista de la cama sentándose en ella y
comprobando el estado del colchón. Era una habitación decorada
estilo Luis XV, en consonancia con el resto de la casa, con un gran
armario torneado de madera de roble de seis puertas, una cómoda
delicadamente tallada y torneada de la misma madera y dos mesitas a
juego en los flancos de la cama. Dos sillones, uno a cada lado del
tálamo. Las paredes recubiertas de papel pintado y unos apliques de
luz a juego. Se apreciaba que aquellos muebles tenían muchos años,
pero su estado de conservación era perfecto. Se introdujeron en la
cama y Sissé la rodeó con sus brazos, con una de sus manos le cogió
suavemente un pecho, Maharafa se la retiró inmediatamente y la bajó
al estómago.
–Aquí no, Sissé—.
Le dijo casi en un susurro, al tiempo que con su mano sujetaba con
cierta presión la de él.
–Lo siento.
Discúlpame— se excusó Sissé.
Le presionó de
nuevo ambas manos en señal de aceptación. Maharafa sintió la
erección de Sissé que no pudo controlar y se pegó a él con más
fuerza. Una de sus manos que sujetaba la de él la llevó de nuevo al
pecho que antes le reprimiera, iniciando, Sissé, un masaje suave
para intensificarlo poco a poco, que hizo que aumentara la excitación
de ambos. Sissé posó su mano sobre la cadera de Maharafa y le
acariciaba con sutileza la pierna, de nuevo volvió a sujetarle la
mano con fuerza, cediendo ante el empeño de Sissé de llegar hasta
donde se unían los muslos.
–Espera Sissé–
le rogó casi en un suplicio, apartándole la mano. –Ven.
Se dirigieron a una
habitación contigua, bastante más discreta en su decoración pero
confortable igualmente, con una cama menos pomposa en la que se
acostaron.
–Aquella es la
habitación conyugal y me da reparo estar con alguien que no fuera mi
marido– se excusó Maharafa.
–Maharafa no te
preocupes, lo entiendo perfectamente. Si quieres que no hagamos nada,
lo entenderé también. Quizá me he tomado una libertad que no
debía.
–No. No es eso. No
es que no quiera estar contigo, sólo que en aquella habitación me
abruman demasiados recuerdos y he sentido una congoja...
De nuevo
entrelazaron sus cuerpos, Maharafa no se reprimió y permitió a
Sissé llegar hasta lo más íntimo de su cuerpo, sintió especial
sensación ante los últimos tocamientos de Sissé y cada vez estaba más excitada por los besos en el cuello y en los lóbulos de
las orejas y el roce frenético de sus carnes. Con suma parsimonia se
recrearon en las caricias previas, sus cuerpos eran recorridos con
sus manos, con sus bocas, sus lenguas que llegaban a provocar el
deseo más salvaje del ser humano. Maharafa se le subió encima
besándolo frenéticamente. Un buen rato de caricias hizo que subiera
la tensión de forma desmesurada. Con suma precaución y ayudado por
ella, Sissé la había penetrado. Sus cuerpos sudorosos jadeaban, con
la respiración entrecortada y gemidos espontáneos ante los
movimientos cadenciosos y violentos de Maharafa, mientras, él le
sujetaba con sus manos los pechos que de cuando en cuando apretaba.
Maharafa iba perdiendo lentamente la excitación de hacía sólo un
momento. Sissé por el contrario aumentaba su estado febril. Con un
movimiento de Sissé se invirtió la posición y ahora era él quien
con movimientos enérgicos de cadera la penetraba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario