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domingo, 28 de julio de 2013

EL PLACER DE VIAJAR




—¡Hola! ¡Buenas tardes!
—Buenas tardes. “Usté” dirá—, respondió un muchacho con un mono azul, sin mangas.
—Por favor. Necesito que me llene el depósito de gasolina.
—Señora, es autoservicio… Pero es igual, se lo llenaré yo. Me ha ”caío” usté bien.
—Gracias. Muy amable.
—No es “amabilidá”, señora, Es que ahora no tengo mucho jaleo. Si hubiera más coches no podría servirle yo la gasolina, tendría que haberse “servio” usté.
—De todas formas, muchas gracias. Aunque por aquí no parece que pasen muchos coches…
—No crea. Según la hora. En las horas que van y vienen del trabajo si hay más movimiento.
—Se lo decía porque tiene usted dos surtidores y parecen bastante viejos.
—Lo son, lo son. Del año 67. Yo no había nacio “niaún”. Y a lo mejor usté tampoco.
—Ya quisiera yo. Yo nací dos años antes.
—Entonces ¿cuántos años tiene usté?
—Pues si estamos en el 2005, calcule usted.
—Yo es que de cabeza, me cuesta un poco. Bueno, no sé. Tendría que coger un “boli” y aquí no tengo.
—Tengo cuarenta años.
—Está usté nerviosa. Pare de moverse un poco. Le va a dar algo.
—Es que tengo prisa, no estoy nerviosa—, le dijo al muchacho mientras movía la cabeza con gesto de resignación.
—Va un poco lento, pero es muy exacto, ¿sabe usté? Y, ¿A dónde va usté por estos parajes? Porque usté no ha “venio” por aquí nunca.
—No. Es la primera vez que vengo. Me han dicho que por esta carretera llego a Carrerizo de la Sierra. ¿Sabe usted dónde está?
—Donde Cristo perdió la boina, señora. ¿A qué puede ir una mujer como usté a un pueblucho como ése? Señora no me hable de usté, que me hace un viejo.
—Está bien. ¿Le queda mucho al surtidor? Llevas una mancha negra en la barbilla, donde el hoyuelo.
—¡Toma! Si estuviera haciendo pasteles me mancharía de merengue. Son “ganjes” del oficio, señora.
—Eres muy simpático. ¿Cómo te llamas?
—Pedro. ¿Y usté?
—Edurne.
—Edurne. ¿Qué nombre es ese?
—Significa, nieve, pureza, blancura. Me puedes decir por dónde debo ir para llegar a Carrerizo.
—¿A Carrerizo del Río o de la Sierra?
—¡Carai! ¿Es que hay dos Carrerizos?
—Claro, señora Edurne. Carrerizo del Río y Carrerizo de la Sierra.
—Carrerizo de la Sierra.
—Pues es muy fácil, señora…
—Por favor, tutéame. No me digas más veces señora.
—¡Vale! ¡Vale! Ve como sí que está nerviosa, bueno, estás nerviosa—, enfatizó. —Mi jefe dice que no hable mucho con los clientes. Pero es como yo le digo: es que los gatos no me contestan—, le dijo mientras la máquina hizo un ronroneo.
—¿Se ha estropeado el surtidor?
—No. Qué va. Eso es el freno de la máquina. Lo hace cuando se para—, comentó, al tiempo que colgaba la manguera al costado del surtidor.
—Qué te debo, Pedro.
—Pues, veinticinco euros.
—Toma.
—Aquí no tengo cambio de cincuenta. Vamos a la oficina. ¿No quieres nada de la tienda?— Le sugirió, al tiempo que se encaminaban hacia ella. —Pasa Edurne.
—Gracias—. Se detuvo al darse de bruces con la puerta de cristal que no se abrió.
—Espera. Es que esta puerta hay que empentarla no se abre ella sola—, le dijo al tiempo que empujaba la hoja de la puerta y entraba él delante.
—Venga. Dame una botella de agua—, le pidió complaciente.
—No quieres una cervecita, Edurne, te convido yo. Es que me has “caío” bien, sabes. Hasta dentro de una hora larga, no viene por aquí ni Dios, y ya lo he “limpiao” todo.
—Vamos a tomar una cervecita.
—¿Cuala quieres. Mahou, San Miguel, Amstel?
—¿Qué más dará? Una. La que tú quieras.
—Pues la Cruz Campo, que me gusta a mí.
—Me vas a decir por donde he de ir a Carrerizo de la Sierra.
—Pues claro. Pero que prisas tienes. Edurne tómate la cerveza y después te lo digo, mujer. Si es muy fácil. Y, ¿tú de que trabajas?
—De profesora en la Universidad.
—¡Anda, mi madre! Ya decía yo que te veía muy “refiná”. Yo soy un poco burro, sabes. Pero no engaño a nadie. Hace calor, eh—, dijo el muchacho pasándose un  pañuelo lleno de grasa que sacó del bolsillo.
—Sí. Hace mucho calor, ya es medio día—, admitió, moviéndose la blusa de atrás a delante, lo que provocó que se le desabrochara el botón y quedara el pecho casi al descubierto.
—¡Vaya! Edurne qué tetas.
—Disculpa Pedro. Se me ha desabrochado el botón de la blusa…
—No, no. Si tú estás “disculpá”. Pero que no hace falta que te lo abroches, si tienes calor, a mí no me importa. Mira yo también me desabrocho—, se bajó la cremallera del mono y quedo parte del pecho al aire.
—Apenas tienes pelo en el pecho.
—Pues tú aún tienes menos que yo.
Edurne se abrió la blusa como en un acto reflejo y se miró el canalillo, comprobando que efectivamente no tenía pelo, como si no conociera su cuerpo.
—Ves como no tienes pelos—, al tiempo que le pasó la palma de la mano por el centro del pecho.
—¡Pedro!
—No hagas caso Edurne, si eso no es “na”. Mira toca tú—, y se abrió el mono todo lo que pudo.
—Estás sudoroso, Pedro—, le dijo pasándole la mano por el pecho, de un lado a otro.
—Y más que voy a sudar.
—¡Anda!, tonto.
—Que si Edurne. Que me estoy poniendo burrucho. Es que a mí nunca me ha “tocao” una mujer tan guapa como tú.
—No me lo creo. Eres un chico muy apuesto y muy simpático—, Edurne notó, para su sorpresa, que se sentía excitada.
—Con la Jero, sólo, pero na. Ven—, le dijo abriendo la puerta del almacén.
—Oye, igual viene alguien.
—Aquí. Ni Dios, no te lo digo yo—, al mismo tiempo que le cogía el pecho con la mano.
—Espera un momento—, se desabrochó la blusa completamente y se sacó el faldón de entre la falda estrecha que le marcaba las caderas.
—Vaya un cuerpo tienes—, le decía Pedro, mientras besaba sus pechos.
—Pedro, lo que tienes ahí—, le echó la mano a la bragueta.
—Todo pa ti—, al tiempo que intentaba subirle la falda, pero le fue imposible.
—Espera—, se desabrochó la falda por atrás y la dejó caer al suelo con movimientos ligeros de las piernas. Ya iba a quitarse la braguita minúscula que llevaba.
—Déjame a mí—, apenas descubierto su pubis se lanzó ávido, como águila en pos de su presa y le introdujo la lengua. —Espera, espera, yo te la quito—, Edurne se inclinaba para bajar más la braguita con algo de precipitación.
—Déjame ahora a mí, Pedro—, le dijo Edurne jadeante, que se atracó de Pedro en la boca.
—¡Joer! ¡Joer!— Pedro no acertaba a decir nada más.
—Échate sobre la mesa—, la había cubierto con el papel de una bobina.
Edurne jadeaba mientras el muchacho ponía todo su empeño en las acometidas. Pedro no cesaba de mirar el cuerpo desnudo de Edurne. Y le asombraba los jadeos de ella, que casi llegaban a alaridos. Así estuvieron forcejeando durante más de diez minutos.
Sus cuerpos empapados quedaron inmóviles, y la respiración agitada. Cruzaron miradas cómplices…
—Ves como iba a sudar mucho más—, le dijo Pedro, al poco de reponerse.       —Ahora ponte a trabajar. De buena gana echaba un sueño.
—A mí también me gustaría echar un sueño, Pedro. ¿Hay toalla en el baño?
—Sí.
En ese momento en la cara de Pedro se reflejó una gran decepción: sobre la mesa en la que se echó Edurne, sobresalía, entre el papel roto, una llave inglesa. Pedro se miró su miembro incrédulo, para cruzar una mirada después con ella.
—Voy a lavarme y quitarme el sudor—, comentó Edurne con una amplía sonrisa pícara y le pasó la mano por la mejilla. —No te preocupes.
—Edurne, me tiemblan las piernas, pero lo haría otra vez.
—¡Otra vez! No puede ser… ¿Me vas a decir ahora por dónde ir a Carrerizo de la Sierra?
—Claro. Sigue esta carretera y te meterás dentro del pueblo, pero estate atenta porque si no, te saldrás.
—He de seguir esta carretera…, y ¿ya está?
—Pues claro. Ya te había dicho que era muy fácil, Edurne.
—Gracias, Pedro—, y le dio un beso.
—Cuando vuelvas, te convido a otra cerveza—, le dijo socarrón.
—No sé, Pedro, si volveré por aquí.
—Sí. Sí. Volverás por aquí.
—¿Es que no hay otra carretera?
—Para volver a la Universidá no.
—Bueno, si no hay gente igual te veo cuando vuelva.

Apenas había pasado la hora de la siesta, cuando llegó Edurne de regreso a la gasolinera.
—Hola Pedro. Qué calor hace. Tú estás bien, ahí sentado.
—Ahora no se puede andar por afuera. ¿Quieres una cerveza, o un refresco?
—No. Después—, le contestó Edurne abriendo la puerta del almacén.

viernes, 19 de julio de 2013

¡BASTA YA!




         ¡Qué triste espectáculo! Nuestros políticos enzarzados en sacarse los colores unos a otros, claro qué, de los únicos colores que se pueden desprender son los políticos, porque de los otros dan la sensación de ser daltónicos. No hace mucho tiempo, decíamos que nos salpicaba éste o aquel “asuntillo”, que por otra parte nos esforzábamos por justificar por aquello de la picaresca. Tan arraigada, por otra parte, a nuestras vidas desde antaño. Pero lo de ahora…, lo de ahora ya se pasa de castaño oscuro. 
           
            La corrupción no deja de ser sinónimo de política, por mucho que se esfuercen algunos procuradores, senadores y ediles honestos en desligar la política de la corrupción. El esperpento mediático que, a diario, se está viviendo en nuestro País por parte de quien gobierna, y es igual que sea a nivel de Estado, Comunidad Autónoma o Pueblo, ha llegado a provocar la indignación de todos los que no gobernamos. Quedamos estupefactos de como a lo largo y ancho de nuestra geografía aparecen casos de “robos espectaculares”, sin inmutarse los ladrones lo más mínimo: se pierden 48.000.000,00 € por la capital de España, o los 1.400.000.000,00  € por la zona del Sur, si es que he sabido leerlo, sobrecogido por tal cantidad de ceros; las cantidades del resto de latitudes parecen “pecata minuta”, sin dejar por ello, de ser importantes. Y, los de alrededor de estos personajes ni se han dado cuenta, no se han enterado. Todos conocemos que los políticos tienen los bolsillos grandes, pero hombre… Cuando menos resulta sorprendente.

            Unos y otros siempre se escudan en las mayorías parlamentarias que les arropan, sin importarles la indignación del pueblo que representan. Como dice D. Luís García Montero, en Público, en su artículo La Realidad y el Deseo. Unas Cortes Constituyentes: “estamos a milímetros de convertirnos en una monarquía bananera, sin crédito nacional o internacional”. Lo lamentable, a parte de todos los casos puntuales, es la impresión que se extiende a todo el mundo: “hay un olor a mar de fondo, a fin de ciclo, a crisis del sistema”, como también menciona D. Luís en el mismo artículo. Por tanto, no creo que se solucione el problema con unas pocas dimisiones, y algunas menos detenciones. Mientras unos piden la dimisión del Presidente del Gobierno, cuando al mismo tiempo deberían anunciar, por dignidad, su marcha de la política; claro que de haber tenido dignidad no hubieran existido estos casos de corrupción. Pero cuando digo marchar de la política, digo marchar todos de la política, todos aquellos que ocupan cargos de relevancia tanto en el Gobierno, como en los distintos partidos políticos, porque si han sido incapaces de detectar semejantes expolios, a ¿qué se han dedicado? ¿Qué han hecho sus acólitos en las distintas confederaciones? Que entre gente nueva con verdaderas miras de estado y de servicio al pueblo de España, independientemente del color político en el que se amparen.

            He de reconocer a D Luís García Montero, en estas líneas, que no comparto ideales políticos con usted; pero sí el sentimiento y el fondo de su erudita denuncia, y si me lo permite, hago mía su reflexión. Yo, también creo que necesitamos unas elecciones generales, de listas abiertas, porque, de que nos serviría cambiar únicamente el nombre de nuestros representantes, si su espíritu de servicio al pueblo no cambia.   

miércoles, 10 de julio de 2013

ASPIRANTE A ESCRITOR





            Un aspirante a escritor se devanaba los sesos tratando de conciliar el estilo, el ritmo, el tiempo y la acción en las escenas en las que se desenvolvían los personajes. Su torpeza le hacía rectificar y en el peor de los casos rehacer sus historias. Ardua tarea que generalmente no conseguía, pero su insistencia empezaba a resultar insultante.
            Muchas veces le decían:
            —¡Ay! Si para todo hubieras sido igual de perseverante.
           
            Ante esos comentarios se encogía de hombros y seguía adelante, ni con más ni con menos tenacidad, si no con la misma. Sus escenas, las que recreaba, no se las creía él mismo. ¡Ah! Pero un buen día escribía casi inconscientemente, cuando leyó el texto, se dijo: «¡Ahora sí! Esto puede ser el principio de una gran historia». Su cabeza lisa como una sandía con algo de pelo en los costados brillaba, o creía él que brillaba, por fuera, claro; y sus ojos saltones, a pesar de que no se veía, parecían iluminar los folios, en este caso la pantalla del ordenador, que iba acumulando líneas y líneas de cosas coherentes. Pasaba tantas horas delante del ordenador que en muchos momentos le insinuaban:
            —¡Estás loco!  ¡Vas a salir maestro!
           
            Él esquivaba el sentido peyorativo de algunos comentarios mal intencionados, y se infundía ánimo, que para eso no necesitaba a nadie: besaba tres veces la estampa de Santa Rita que siempre le acompañaba y continuaba a lo suyo. En alguna ocasión se miraba al espejo y trataba de adivinar en su mirada qué propósitos tenía, cuál era su objetivo, a qué aspiraba… Algunas mañanas sólo pretendía escribir y matar así una ansiedad, otras aparecía un aire de grandeza que, obviamente, se desvanecía en el mismo instante en el que aparecía. Otras mañanas, las más, su mirada se expresaba dubitativa, inexpresiva, no decía nada. Pero cuando esto sucedía, se lavaba la cara y no volvía a mirarse en el espejo.

Una vez acabada su obra, al cabo de mucho tiempo, le animaron los amigos y la envió a uno de los tantos concursos literarios, lo que puso en conocimiento de unos cuantos. Él trataba de convencer a los demás de que no había posibilidades, pero en su interior le oprimía un atisbo de esperanza, quizá más bien de ensueño. Pasaba el tiempo y su pensamiento no se apartaba de su obra, del concurso, de los amigos. A medida que se acercaba la fecha de emitir el fallo del jurado, él, estaba más nervioso. Abría su correo electrónico repetidas veces, hasta dejarlo abierto todo el día. Dormía mal, se despertaba varias veces en la noche, lo que le tenía durante el día más irascible. Apenas si se comunicaba con los amigos, y con la familia casi no intercambiaba comentarios más que en las comidas, que hacía de forma frugal, y pronto se volvía a aislar en su mundo. Se habían acabado sus paseos matutinos, apenas si salía a la calle. Pasaba todo el tiempo encerrado en su despacho con la única compañía de su ordenador. Se sentía en la más absoluta soledad, ni si quiera sus personajes le acompañaban, se sentía incapaz de escribir una sola línea. Pasaba horas y horas contemplando la pantalla de aquel ordenador que parecía hartarse de estar inactivo y se engullía la luz quedándose la pantalla en negro. Cuando conseguía escribir alguna cosa, la borraba inmediatamente, le producía aversión. Su ánimo se había resquebrajado, y su cara pálida tomó un color entre blanquecino y azulado. La mirada perdida, sus ojos hundidos y empequeñecidos, y en sus manos enjutas las venas habían adoptado el tamaño de lombrices azules. Trataba de refugiarse en la lectura de alguno de los libros que aún tenía por leer, pero se desesperaba igualmente, era incapaz de seguir el hilo de la trama, no recordaba los nombres de los personajes, ni dónde se desarrollaba la acción. Se sentía incapaz de concentrarse, si quiera en la lectura, que había sido su pasión, su forma de vida; no tenía más pensamiento que para su obra. Su familia sobrecogida, veía con preocupación el deterioro físico que estaba padeciendo; pero sobre todo les angustiaba mucho más su estado emocional, —le oyeron sollozar en varias ocasiones en su soledad, en el despacho—, hasta el punto de proponerse que le viera su médico.
Un buen día abrió su correo electrónico y vio un mensaje extraño para él, al leerlo sus ojos se abrieron como platos, su rictus malsano se tornó en jovial y volvió el color a su rostro, aquel bendito mensaje que ansiaba decía:
Estimado señor:
         Su obra ha sido seleccionada como finalista en el XVII concurso de narrativa del Valle Perdido. Es por ello que se le invita a asistir a la divulgación del fallo del jurado y posterior entrega de premios de dicho concurso el día 28 de diciembre próximo. Para lo cual le ha sido reservada una habitación doble en el hotel Ris, de dicha población.
Unos días antes la organización del XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido, se pondrá en contacto con usted para concretar lo relativo a su traslado y posterior alojamiento.
¡Enhora buena! Y reciba un afectuoso saludo.

Salió del despacho como alma que lleva el diablo, apenas si podía hablar, un extraño sonido gutural sobresaltó a su familia que veía su programa favorito en la televisión. Les conminó a ver aquel mensaje que acababa de abrir y se dirigieron todos al despacho, donde su hija dio lectura en voz alta al texto. Sirvió de regocijo y celebraron más el cambio tan repentino experimentado por aquel demacrado aspirante a escritor que por la noticia en sí.

En los días sucesivos comenzó a organizar el viaje. Propuso a su mujer ir a visitar la zona, las poblaciones importantes que les cogieran de camino, para ello deberían hacer el viaje en su coche. La mujer le recriminaba que hiciera planes tan pronto, sin saber si quiera si la organización del concurso le propondría algún medio de transporte alternativo, a lo que él refunfuñaba como un niño. Volvieron las ideas y de nuevo llenaba páginas y páginas en el ordenador, aquel demacrado aspecto había pasado a la historia. Pasaban los días y no recibía ni mensajes ni llamada alguna como le anunció la organización del concurso literario. A falta de siete días de la fecha de la entrega de premios, no sabía aún que debía hacer. «Se habrán olvidado», se consolaba así mismo.

Viendo los amigos que volvía otra vez a obsesionarse, decidieron pasarle un nuevo mensaje para acabar con la ilusión de aquel pobre escritor.

Estimado señor:
Con relación a nuestro anterior correo electrónico emitido, ponemos en su conocimiento que, el Jurado ha decidido declarar desierto el XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido. Por tanto, y debido al excesivo coste del acto de fallo del jurado y proclamación de ganador, éste, ha quedado desconvocado. Si bien, en breves fechas recibirá, por este mismo medio, certificado de haber sido su obra una de las finalistas del mencionado Concurso, para lo que usted tenga menester.

Con nuestra más incondicional gratitud, le expresamos nuestra consideración más personal.

No salía de su asombro ante la lectura del mensaje, que parecía volvería a helar la sangre en sus venas. Cuando lo leyó a su mujer, ésta quiso animarle:

—Bueno, no pasa nada. En otra ocasión será.
—No habrá otra ocasión. No voy a escribir más.
—A sí me gusta. Que acabes de un plumazo por lo que has estado luchando toda tu vida.
—Pero, ¿no lo entiendes? Eso es que han desestimado invitarnos porque el ganador es otro u otra.
—Bien. Y qué. Si fuera como tú dices te lo habrían dicho con claridad. Cómo van a decirte que el acto no se celebra y después aparecer en los medios de comunicación que se ha otorgado el premio a fulanito de tal.
—Qué sabrás tú.
—Además. Míralo por el lado positivo. Te van a enviar un certificado reconociendo que tu obra ha sido finalista. Certificado que podrás presentar donde tú quieras.
—Sí, en eso tienes razón.
—Y tú, sigue escribiendo. Qué ibas a hacer si no. ¿Fastidiarme los programas que me gustan por ver tú el deporte?  Tú dices cosas muy bonitas en lo que escribes que a mucha gente le gustan. Escribe, escribe.
 —Sí. Creo que tienes razón. No por esto voy a dejar de escribir. Que por otra parte necesito.
—Pues claro.

Continuó escribiendo, pero no con la ansiedad de antes. Ahora alternaba la escritura y la lectura con grandes paseos, en los que meditaba a conciencia, y los encuentros con los amigos en una cafetería próxima a su casa.

—¿Cómo pudiste tragarte lo del mensaje del XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido?
—¿Qué quieres decir? ¡Malditos hijos de puta! No me jodas que todo ha sido cosa vuestra.
—Estabas hecho una mierda, ¡tío! Teníamos que hacer algo para sacarte del pozo en el que te habías metido…
—¡Pedazo de cabrones! Claro, ahora comprendo el que hubieran cancelado el acto de proclamación de ganador, porque hubieran declarado el concurso desierto. ¡Qué tonto soy!
—No, muy listo no eres. Aunque escribas aceptablemente—, le dijo otro de los amigos.
—Sabrás tú mucho si escribo bien o no, si no has leído una sola página de lo que he escrito.
—Bueno, pero me lo cuentan.
—Nunca creí que iba a estar tan agradecido a una pandilla de hijos de puta. Esta ronda la pago yo.
—Y las otras, no te jode.
—A cuenta del éxito obtenido—, propuso otro de ellos.
Y todos rieron con ganas.




                        — o —

sábado, 6 de julio de 2013

DIÁSPORA SUBSAHARIANA - III



                                         III


Hombres desquiciados, sin esperanza,                                 
su anhelo de vida digna frustrado;                          
cambian su tierra de lúgubre danza              
          por un largo exilio en país despiadado.                                

          Su trasiego penoso por caminos                                          
          indómitos; por techo las estrellas,                                
          por cama la maleza y sus espinos,                            
          sin comida y sin dejar ninguna huella.                                 

                                    Sin más compañía que vivos recuerdos                                                                                                        que tantas veces en el tiempo se ahogan,            
          otras, infunden ánimo en sus cuerpos                                  
          lacerados y que extraños condenan.                         

          Emigrar macabro de subsaharianos                          
sin peculio para cohechar fronteras,                         
          errando por mil caminos baquianos                          
          se forman esquivando infames guerras.                               
         
Sol implacable que su cuerpo quema.                      
          Parajes tórridos que no crece hierba,                        
          no son obstáculos para su flema                                           
          y aguardan serenos su suerte acerba.                        
                    
Agua de lluvia que escasa te muestras         
haces más duro el viaje si a raudales                        
          te entregas, ahogando ilusiones ciertas,                               
          robando su fe en ajenos misales.

Sin una estrella de oriente que les guíe,
tenaces serpentean en los caminos
que no siendo de esperanza desconfíen
de vacuas promesas en su destino.
                       
                                               *                      *                      *