COMPRAR EL LIBRO

miércoles, 21 de diciembre de 2016

POEMA JB DE DICIEMBRE


YA NO QUEDA NADA

En mi alma recuerdos aún perduran    
que provocan mi sosiego y torturan     

sentimientos ocultos que confluyen   
con ideas esquivas, también huyen  
de palabras sublimes que atribuyen   
falsos amores, y además destruyen   

hábitos en mi memoria cansada            
y en mi piel árida tu huella marcada.          

Se acabaron diatribas que aseguran      
momentos de mordacidad, que intuyen 
que entre tú y yo ya no queda nada. 

Constantino Yáñez Villaescusa   Diciembre 2016   


domingo, 11 de diciembre de 2016

LEE MIS LIBROS

Te invito a que leas mis dos libros en ebook, en Amazon:
Subsahariano a 2,50€. Novela que narra la migración hacia Europa. Y, Tardes de Verano a 0,99 €. Colección de cuentos para adultos, cuyas historias aparte de entretenerte te encogerán un poco el corazón.




miércoles, 9 de noviembre de 2016

ANSÍO TU CUERPO


         ANSÍO TU CUERPO

Tengo ganas de tenerte entre mis brazos
y que tu piel se funda con mi piel,
que tu cuerpo rezume primavera
y el arroyo de mi cuerpo bañe
el mar cálido entre tus piernas.

Echo de menos el calor de tus manos
y el salvaje beso de tus labios,
que desgarra sumisas mis fuerzas
y deja al descubierto mis males
mientras veo cimbrar tus caderas.

Sueño con libar sublime tus pechos
y volar juntos sumidos en el tiempo,
perdernos en intrépidas aventuras
huyendo de torpes normas morales
y sucumbir ante tanta ternura.


Constantino Yañez V.     Noviembre 2016


martes, 8 de noviembre de 2016

POEMA JB DE NOVIEMBRE



                                  TU PERFUME EN MI RECUERDO


                               Y no cuento con tu querido amor,
                               tu silencio es causa de mi dolor.

                               Esta distancia que hoy nos separa
                               sembrada de recuerdos, no repara
                               ese mar bravío de quien te amara
                               que suspira una sonrisa en tu cara.

                               ¿Cuándo mi alma de ti quedará libre?,
                               y de esas sombras mi alma se equilibre.                

                               No puedo olvidar tu envolvente olor
                               que a regañadientes mi mente ampara,
                               aunque mi interior se desequilibre.

                    Constantino Yáñez Villaescusa   Noviembre 2016

miércoles, 2 de noviembre de 2016

TU PERFUME EN MI PIEL





En un momento de mi soledad
en la almohada noto tu bondad.

Te vas, en el tálamo tu huella queda,         
huele a ti envuelta en sábana de seda,
¡que tu perfume en mi piel no se exceda!
¡Por Dios! Mi locura jamás suceda.     

No puedo apartar de mi pensamiento   
tus besos, caricias que aún las siento.

De tu cinismo huyo, tu falsedad
me ahoga y sólo mi morir proceda
porque con tu querido amor no cuento.


Constantino Yáñez V.        Octubre 2016


Con este poema de rima JB, he realizado mi ingreso como "Maestre" en la Orden Poético-Literaria Juan Benito

miércoles, 26 de octubre de 2016

EN AMAZON


MI NOVELA "SUBSAHARIANO A LAS PUERTAS DEL PARAÍSO"

EN LA 2ª EDICIÓN, LA PUEDES ENCONTRAR EN EBOOK, EN AMAZON, SECCIÓN

DE LIBROS.

                           TE INVITO A QUE LO VISITES.

martes, 25 de octubre de 2016

TARDES DE VERANO



                         MI SEGUNDO LIBRO, ÉSTE DE CUENTOS.
                         COLECCIÓN DE 19 CUENTOS Y 6 RELATOS
                         CORTOS. DE TEMÁTICA DIVERSA Y AMENA.

miércoles, 22 de junio de 2016

HACE UN AÑO




Hace un año viví una experiencia inolvidable, se presentó en El Centro Cultuiral de Petrer, mi primera novela "Subsahariano a las puertas del Paraíso". Mi familia se encargó de inmortalizar el evento enmarcando la portada de la novela y entregándomelo en una comida muy entrañable. GRACIAS FAMILIA.

martes, 26 de abril de 2016

¿A QUÉ HUELEN LAS NUBES?



¿A QUÉ HUELEN LAS NUBES?


Pienso un momento en la pregunta y me doy cuenta que jamás me había detenido a pensar en esto. ¿A qué puede oler una nube?... Me siento el más ignorante de los humanos, no soy capaz de encontrar una respuesta coherente, convencido de que responda lo que responda me aproximaré bastante a la barbaridad, eso siempre que no la exceda.
Si las nubes están formadas por partículas diminutas de agua o hielo según la altura, no pueden oler a nada: el agua es inodora.
Los seres humanos somos los seres más irracionales que hay sobre la tierra, somos los únicos capaces de destruir el lugar donde vivimos y estar orgullosos de ello: construimos indiscriminadamente, echamos una cantidad ingente de humos a la atmósfera entre las fábricas y los vehículos, quemamos montes… Todas estas indignidades que a priori producen beneficios económicos, ¿tendrán algo que ver con el olor de las nubes? Yo, no lo sé. Pero parece evidente que las sequías se prolongan más de lo habitual, las lluvias se han reducido considerablemente con relación a unos cuantos años atrás y la temperatura asciende de forma preocupante.
Seguramente, lo trascendental no será ¿a qué huelen las nubes? Sino ¿a qué olemos la humanidad?

sábado, 9 de abril de 2016

UN DÍA DE RESACA



                                          UN DÍA DE RESACA

            Gilberto, los jueves de cada semana, salía de copas con sus amigos. Virtu su mujer no se oponía porque él era un hombre que controlaba muy bien las situaciones. Sólo la vecina de al lado, doña Amante, reprendía tanto a Virtu como a Gilberto por las salidas semanales de éste último.
            Aquella noche Gilberto se encontraba más eufórico que de costumbre y tanto él como sus amigos alargaron la velada. Fueron de pub en pub; los amigos ya de madrugada salieron cogidos por los hombros y cantando cada uno lo que recordaba, sirviéndoles de risa. Entre traspiés llegó a la puerta de su casa, la empujó levemente, estaba por medio pasillo cuando tropezó con algo que casi le hizo caer. Apareció Jeckill, su perro, que pronto agachó la cabeza y volvió por donde había venido, mientras Gilberto, tambaleante, le señalaba silencio con un dedo en los labios. Volvió sobre sus pasos y se alumbró con el móvil: ¡Joder! El gato de doña Amante, dijo, tapándose la boca con la mano. Se agachó a tocarlo porque no se movió el animalito y comenzó a acariciarlo. Gilberto no estaba para muchas cavilaciones y cogió entre sus brazos al desdichado animal y lo llevó a casa de la vecina, empujó la puerta y colocó al gato en su canasto.
            A la mañana siguiente, Gilberto, salió temprano para ir al trabajo, los viernes entraban una hora antes y acababan a medio día. Al regresar a su casa vio un movimiento fuera de lo común en casa de doña Amante, pero lo que le alarmó realmente fue la presencia de una ambulancia. Virtu salió a recibirle a la puerta de su casa con un pañuelo en la mano y los ojos enrojecidos de haber llorado. Gilberto preguntó por lo que había sucedido y su mujer le explicó que a doña Amante le había dado un infarto. Al gato lo había enterrado la tarde anterior y por la mañana apareció en su canasto, le explicó. Gilberto tragó saliva.

viernes, 8 de abril de 2016

PERSECUCIÓN IMPLACABLE




                                    PERSECUCIÓN IMPLACABLE

            Andrews se encontraba en paro desde hacía seis meses. Desde que llegó a España había estado trabajando en casa de un alto ejecutivo bancario, lo que le había permitido vivir holgadamente con su familia. Fueron tres años en los que no se habían privado de nada. Vivían en la misma casa del ejecutivo y tenían un buen sueldo tanto él como su esposa que se encargaba de la limpieza de la casa. Andrews hacía de mayordomo, de chofer, o de sirviente, según se le antojaba a doña Soledad, la señora de la casa, de mediana edad, bien parecida y muy dominante. En muchas ocasiones su esposo tuvo que prescindir del chofer porque ella le exigía que Andrews se quedara en casa para hacer cualquier trabajo doméstico.
Doña Soledad se pasaba las horas observando a Andrews y suspirando por tenerlo en su cama. Un buen día le exigió que entrara al baño con ella para enjabonarle la espalda. Andrews se excusó con que el señor le había ordenado que llevara al banco donde trabajaba una documentación que había olvidado. Doña Soledad se quedó mirándolo de hito en hito y le hecho la mano a la entrepierna, Andrews reculó disculpándose con la señora, ante la irritación de ésta.
Andrews y su familia fueron despedidos, acusado de propasarse con la señora. Antes de marcharse, doña Soledad, le aseguró que volvería a ella de rodillas, que la llamaría implorándole.
Andrews y su mujer no encontraban trabajo desde que salieron de la casa. Algunas horas trabajó portando publicidad por las calles centrales de Madrid, o limpiando escaparates y sin razón alguna era despedido. Su esposa no tenía mejor suerte, sólo con una vecina mayor a la que cuidaba unas horas conseguía apenas para la comida. Sus hijos tuvieron que cambiar de colegio. La situación comenzaba a ser desesperada. Aquella mañana Andrews le dijo a su esposa que tenía trabajo y no sabía cuándo volvería. Llevó a los niños al colegio como todas las mañanas y se fue a una cabina de teléfonos. Antes de media hora un coche negro se detuvo ante él, abrieron la puerta y Andrews se subió al vehículo, que reprendió la marcha inmediatamente.
Estaba anocheciendo cuando Andrews entró en su casa, llevaba unas bolsas atestadas de comida y unas cajitas con chucherías que dio a sus hijos. Andrews se quedó parado ante su esposa, que permanecía inmóvil y vio que unas lágrimas furtivas surcaban su rostro de ébano.

jueves, 7 de abril de 2016

VIDA EN LA ESPESURA



VIDA EN LA ESPESURA


Camilo y Vanesa de diez y cuatro años respectivamente vivían con su madre en un piso del centro de la ciudad. Hasta que se marchó su padre vivieron holgadamente, les abandonó cuando Vanesa contaba con tan solo dos años sin haberse interesado desde entonces por su familia. Desde que se marchara el padre, Marta, la madre, tuvo muchos problemas con el alcohol y posteriormente con las drogas.
Los chicos sufrieron inanición por falta de alimentos, Marta no hacía la compra, salvo botellas de vino. De cuando en cuando les daba alguna moneda para que se compraran algo de bollería. Eran las vecinas las que se preocupaban de la alimentación de los pequeños.
Camilo cuando alcanzó los dieciséis años se fue a vivir su vida, harto de ver a su madre borracha diariamente, ya nunca se supo más de él. Vanesa a sus trece años se conocía todos los centros de salud de la población y los centros de ayuda a las personas con adicciones. Era compadecida por los distintos profesionales que veían en ella a una niña muy dulce que no merecía la vida que estaba viviendo. Todos resaltaban la entereza y la madurez ante una situación tan lamentable para una niña. Vanesa tiraba de su madre hasta que la hacía entrar en casa y no la dejaba un momento a solas, a pesar de los improperios y barbaridades que le decía.
Pasaron los años, Vanesa se hizo novio y entró en el mundo de las drogas. Pensó muchas veces en dejar a su madre sola y vivir con su chico, pero jamás tuvo la decisión suficiente para hacerlo, lo que le acarreó problemas con su novio, hasta el punto de dejar la relación. Vanesa veía el deterioro físico galopante de su madre y trataba de convencerla para internarla en un centro de rehabilitación, respondiendo Marta con insultos. Por otra parte, Vanesa, cada día, estaba más enganchada, hasta que un fin de semana fue a parar al centro hospitalario. Después de tres días volvió a su casa y encontró a su madre tendida en el suelo, tras llamar a una ambulancia la llevó al hospital, estuvo ingresada quince días, sin que Vanesa se moviera de su lado.
Vanesa consiguió montar un salón de peluquería que atendía de mala manera, porque el cuidado de su madre se iba haciendo cada vez más imprescindible. Vanesa había cumplido los treinta y después de muchos años consiguió dejar aquel mundo de espesura. El trabajo le absorbía, una clientela selecta y fiel cada vez más exigente le requería una dedicación absoluta, lo que conllevó dejar más tiempo a solas a su madre. Una noche, después de acabar de trabajar, Vanesa salió de copas con unas amigas, cuando llegó de madrugada a su casa, su madre, yacía tendida en el pasillo casi a la altura de la puerta de la escalera. En el salón había una botella de brandy con más de la mitad de licor y una caja de Valium, dos de las tabletas vacías de pastillas.

miércoles, 6 de abril de 2016

RAÍCES



                                                    RAÍCES

Almudena acababa de llegar al aeropuerto de Barajas, en Madrid. Una maleta y mucha ilusión era todo su equipaje. Se detuvo un momento observando como muchos familiares se abrazaban con recién llegados, mostrando efusivas muestras de cariño; algunas lágrimas se adivinaban en muchos  de los rostros observados.
Tomó un taxi y le pidió le llevara a una pensión del centro de la capital. Durante el trayecto de su billetero extrajo una fotografía de una pareja de niños que observó durante gran tramo del recorrido. El taxista la contemplaba por el espejo retrovisor del interior del vehículo. Almudena era una mujer mulata, de un moreno no muy intenso, tenía buena altura, ojos de color verde claro, delgada y una melena que le quedaba sobre los hombros. Vestía elegantemente, sin llegar a ser llamativa y con su fuerte personalidad llamaba la atención.
Su vida en Nicaragua fue treméndamente dura. Muerta su madre cuando aún era una niña, su padre cogió a su hermano Fernando y se volvió hacia España, dejándola abandonada a su suerte. Trabajó desde niña en un estercolero, más tarde de niñera con una familia de terratenientes y por último como prostituta para poder viajar a España.
A la mañana siguiente se  fue a la comisaría de policía más próxima y preguntó por el paradero de su padre y su hermano. El policía que le atendió le dijo que apenas supiera alguna cosa él mismo iría a la pensión a comunicárselo. Después de una semana que dedicó a conocer Madrid y tratar de averiguar algo por su cuenta, sin conseguir nada, el policía que la atendiera se personó en recepción y le dio una nota con la dirección del que pudiera haber sido su padre, que faltaba hacía muchos años. Le advirtió que era una barriada del extrarradio de Madrid, bastante conflictiva, aconsejándole que no fuera sola, si esperaba a la tarde él mismo la acompañaría. Almudena después de tomar un café con el policía y agradecerle su interés se despidió y fue en busca de la dirección que acababa de proporcionarle. 
Después de media hora llegó a la dirección indicada. El taxi se detuvo en una plazoleta casi desierta, el taxista le advirtió que llevara cuidado que no era un buen lugar para una señorita como ella. Solo unos cuantos jóvenes desarrapados estaban sentados en el suelo vociferando hasta que vieron descender a Almudena y dirigirse hacia ellos. Almudena llevaba la fotografía de los niños en la mano, cuando llegó a la altura de los jóvenes, éstos, estaban de pie. Le tendió la fotografía al que se encontraba más adelantado del grupo, después de observarla le preguntó quién era y que buscaba por allí. Almudena respondió que buscaba a su hermano Raúl. El joven observando la fotografía de nuevo le dijo que quizá podrían ayudarle, le animó a que les acompañara. Almudena camino tras del grupo recelosa, no confiaba demasiado en aquel muchacho. Se introdujo el grupo en una nave abandonada y se echaron sobre la muchacha a la que fueron a desnudar y ella les pidió que no le hicieran daño, que no se iba a oponer a sus deseos. Una vez acabó el primero le tendió la fotografía al segundo que ya se encontraba desnudo, éste dio un respingo y se cubrió, para al momento lanzarse contra el muchacho que ya había copulado tirándole al suelo y golpeándole repetidamente. El resto de chicos le cogieron y le apartaron  del agredido. Almudena se había vestido a medias y se fue decidida hacia el muchacho ¡Raúl! ¡Raúl! Abrazándose ambos entre lágrimas.       

martes, 5 de abril de 2016

HUYENDO DE LA RUTINA





HUYENDO DE LA RUTINA

Camelia era directora de banco, contaba con cuarenta y cinco años. Un porte altivo y su vestimenta elegante le dotaban de una gran personalidad;  y dos hijas gemelas que estudiaban en Londres. Su esposo, industrial del calzado, viajaba constantemente por el mundo vendiendo sus zapatos. Sus vidas se habían tornado anodinas. Pocas cosas hacían juntos; cuando él se encontraba en casa no había quién le sacara de ella. Camelia agobiada del trabajo diario, estresante donde los hubiera, de vez en cuando hacía alguna escapada para evadirse.
Aquella mañana de viernes estaba resultando fastidiosa, no más que cualquier otro viernes,  pero quizá ella estaba más susceptible. El fin de semana estaría sola en casa y no le apetecía en absoluto. Abrió una página de viajes en internet y compró un billete de ida y vuelta a París, con hotel incluido.
En la capital francesa se hospedó en el hotel Eiffel Seine. Era media tarde y  dejó el equipaje en la habitación, echó una mirada al baño y aunque era todo algo reducido, la habitación le resultó agradable. Inmediatamente bajó al bar. Se sentó en uno de los sofás del salón, era mullido y confortable, tenía dos almohadones grandes de color rojo a cada uno de los lados; pegado a una de los ventanales que daban a la calle. Comenzaba a anochecer y el ocaso se mezclaba con la iluminación tenue de la calle dando una imagen seductora, como ella había soñado alguna vez y que no había experimentado en los viajes anteriores con su esposo. Una sensación de embriaguez le sacudió su interior, se apretaba inconscientemente el almohadón contra su pecho mientras su imaginación volaba incontrolada. La melodía de un acordeón se dejaba oír lejano. Un joven camarero rompió aquel embrujo que envolvía a Camelia, haciendo que regresara a la tierra y dejara apoyado el cojín en el asiento del sofá. Pidió un Martini.
Pasó al comedor para cenar en el mismo hotel, tomó asiento en una mesa redonda con un quinqué en el centro, en el que una mecha encendida titilaba una luz pobre. Acababan de servirle una botella de vino: Vosne Romanée, de Borgoña, se acercó la copa a la boca y no se resistió a olerlo ligeramente, daba un primer sorbo cuando se acercó un hombre maduro, de cabello cano, excelentemente vestido y refinado en sus gestos. Camelia le miró con tanto descaro como aquel caballero se había colocado ante ella. Ha elegido un buen vino―, fue el comentario que hizo de presentación en un perfecto francés. A lo que ella correspondió con un no menos preciso: ―Merci,  monsieur―.

La cena fue amena y ambos salieron a pasear por la orilla del Sena. A su derecha se podía ver majestuosa la Torre Eiffel, unas barcazas bajaban el río entre dulces melodías, cargadas de gentes que a Camelia le parecieron enamorados. Tras un largo paseo culminaron la noche entregándose sin reservas y sin dar muestras del más cínico amor.      

lunes, 4 de abril de 2016

UN DÍA EN ELPUEBLO



UN DÍA EN EL PUEBLO

Jairo junto a su familia, todos los años, pasaba las vacaciones de verano en el pueblo de su madre: Villarejo de Arriba. Era un pequeño pueblo enclavado en la falda de una colina, desde donde se divisaba un esplendoroso valle. Sus alrededores eran de un frondoso bosque  de cedros, encinas y pinos que derramaban sus aromas para regocijo de sus vecinos. Unos kilómetros antes de llegar estaba Villarejo de Abajo, que gozaba de todos los servicios de los que carecía Villarejo de Arriba. Las malas lenguas de los pueblos comentaban que los servicios no llegaron a “Arriba” porque los políticos se cansaron de tanto subir.
Jairo vivía en casa de sus abuelos, era un mocetón de veinte años, con menos luces que el pueblo en la procesión del Silencio.  Don Crisantemo, el cura de Villarejo de Arriba, siempre iba buscando a Jairo para que le hiciera las labores más penosas. Aquella mañana tórrida, con un sol plomizo que derretía los pensamientos, Don Crisantemo pidió a Jairo que le acompañara hasta el huerto que le había cedido don Agustín para que, al menos, el cura pudiera comer; a la Iglesia no entraban ni las mujeres en domingo. Ante la reticencia del joven, el cura le prometió que sería nombrado monaguillo de honor de la Iglesia, a lo que Jairo, muy ufano, accedió encantado.
Jairo cargó con el capazo y caminaba tras don Crisantemo que se pasaba un pañuelo algo mugriento por la cara y el cuello secándose el sudor. Llegados al huerto, era un pequeño trozo de tierra en medio de una gran pendiente, don Crisantemo se echó a los pies de un gran pino, mientras tanto Jairo colocó en el capazo una calabaza, a continuación unos pimientos, cuando el cura se tiró un sonoro pedo. Jairo le dijo a don Crisantemo que no se tirara los pedos tan gordos que iba a agujerear el ozono, excusándose el reverendo con que aquella noche había cenado unas judías que le sobraron de mediodía. Jairo continuó diciendo que los pedos agujereaban la capa de ozono, replicándole don Crisantemo que quién le había dicho semejante barbaridad. Respondió Jairo un tanto airado que, su padre decía que los pedos de las vacas habían roto el ozono, que su padre leía mucho. Don Crisantemo alzando la voz le replicó que su padre no había leído nunca.
Jairo, con mal humor, dejó caer sobre el capazo un melón que acababa de recolectar, con tan mala fortuna que el capazo volteó rodando la calabaza, el melón, los pimientos y los tomates ladera abajo. Don Crisantemo se incorporó como un resorte, se arremangó las sotanas y corrió en pos de calabaza, melón, pimientos y tomates ante el regocijo de Jairo con los brazos en jarras.

viernes, 1 de abril de 2016

¿A QUÉ HUELEN LAS NUBES?



¿A QUÉ HUELEN LAS NUBES?

Pienso un momento en la pregunta y me doy cuenta que jamás me había detenido a pensar en esto. ¿A qué puede oler una nube?... Me siento el más ignorante de los humanos, no soy capaz de encontrar una respuesta coherente, convencido de que responda lo que responda me aproximaré bastante a la barbaridad, eso siempre que no la exceda.
Si las nubes están formadas por partículas diminutas de agua o hielo según la altura, no pueden oler a nada: el agua es inodora.
Los seres humanos somos los seres más irracionales que hay sobre la tierra, somos los únicos capaces de destruir el lugar donde vivimos y estar orgullosos de ello: construimos indiscriminadamente, echamos una cantidad ingente de humos a la atmósfera entre las fábricas y los vehículos, quemamos montes… Todas estas indignidades que a priori producen beneficios económicos, ¿tendrán algo que ver con el olor de las nubes? Yo, no lo sé. Pero parece evidente que las sequías se prolongan más de lo habitual, las lluvias se han reducido considerablemente con relación a unos cuantos años atrás y la temperatura asciende de forma preocupante.
Seguramente, lo trascendental no será ¿a qué huelen las nubes? Sino ¿a qué olemos la humanidad?


jueves, 7 de enero de 2016

EL CAMINO MÁS LARGO



    UN NUEVO RELATO PARA UN NUEVO AÑO

                          EL CAMINO MÁS LARGO





               Había amanecido una mañana fría y Javi se sumergía entre las sábanas ante las insistentes llamadas de Penélope, su madre, que andaba de un lado para otro. Alba, hermana de Javi, se desperezaba al tiempo que salía de su habitación para entrar en la de su hermano. Alba siempre le hacía levantarse retirándole la ropa de la cama. Javi se dirigió hacia la ventana que tenía los cristales empañados y con la mano limpió un hueco por donde pudo observar el exterior; Alba que le había seguido le imitó y también observó a través del cristal.
Javi era un niño de ocho años, moreno y llevaba el pelo algo largo. Alba, contaba cinco años, de melena clara y siempre andaba pegada a su hermano. Vivían a las afueras de la pequeña población, en una urbanización de adosados, a los pies de una gran montaña y rodeados de una espesa arboleda.
Javier, el padre de Javi, tenía un pequeño negocio de electricidad que les permitía vivir holgadamente. Penélope ayudaba a su esposo en el negocio desde que Alba entró al colegio. Tenía un pequeño tic que le hacía cerrar ambos ojos intermitentemente, lo que se agudizaba si estaba nerviosa.   
          Ambos hermanos vestían muy bien. Lo que más le gustaba a Javi eran los pantalones vaqueros y las camisas que llevaba con los faldones por fuera. Alba era presumida y su madre siempre la llevaba con las prendas haciendo juego.
Aquella mañana, Javier y Penélope llevaron al colegio a sus dos hijos como de costumbre. Estaba lloviznando. Javi tomó a su hermana de la mano y entraron al colegio sin detenerse a decir adiós a sus padres desde el patio, como siempre hacían. Sus padres, tras observar a sus hijos que entraban al colegio, se fueron para el trabajo que estaba a la otra parte del pueblo. Poco antes de llegar al taller, un camión pati a la entrada de una curva y fue a estrellarse con el coche de Javier que cayó por un puente hasta el río que iba paralelo a la carretera. Los bomberos sacaron el coche del agua que había quedado boca abajo, en el que se encontraba el cadáver de Javier. El cuerpo de Penélope no estaba en el interior del vehículo.
Esa tarde fue su tía Cande a recogerlos al colegio, hermana de su mamá, a la que los pequeños estaban muy unidos. Se sorprendieron al ver a su tía a la puerta del colegio, aunque en ocasiones acudía ella a recogerlos si Penélope tenía algo por hacer. Alba que corrió para echarse a los brazos de su tía, le preguntó por qué estaba ella esperándoles, a lo que Cande se excusó con que su mamá todavía tenía cosas que hacer. Cuando Javi llegó a la altura de su tía, tras saludarla con un beso, también se interesó por su madre. Fue Alba la que contestó a su hermano con idéntica respuesta que le había dado a ella su tía. Javi  quedó  un  momento  observando  a  su  a  fijamente.  Cande  trató  de  restar importancia al asunto y con una amplia sonrisa intentó borrar la inquietud del rostro de Javi. Se interesó por cómo les había ido el día en el cole a ambos, respondiendo los dos hermanos con la misma palabra.
Cande se esforzaba por dar una imagen que tranquilizara a Javi, que no había dejado de observar a su tía. Ésta les dijo de llevarlos a su casa y esperar allí a su madre, a lo que aceptó Alba inmediatamente. Javi también accedió. Tía Cande les propuso una merienda en el centro comercial, o bien en el Burguer o si preferían un bocata, dirigiendo su mirada a la pequeña Alba, a Javi trataba de evitarlo. Alba fue la primera en contestar que quería en el Burguer y Javi, que también aceptó, sugirió a Cande comprar la merienda y comerla en casa.
          Se dirigían a casa de a Cande y pasaron por el punto en donde cayó al río el coche de los padres de los niños. Vieron el quitamiedos hecho de troncos de madera parcialmente roto y los tres se quedaron mirando casi embobados. Un sonido de claxon hizo reaccionar a Cande que se iba desviando hacia el carril de la izquierda, sin percatarse de ello. Después de un suspiro y rectificar la marcha se discul con un gesto de la mano con el conductor que le había avisado y con el que se cruzaba en aquel mismo instante.
A medida que avanzaban con el coche se veía el curso del río que serpenteaba paralelo a la carretera. A ambos lados se elevaban majestuosas laderas de la montaña repletas de exuberante vegetación y un frondoso bosque de abetos, encinas, abedules, carrascas..., que dejaban sentir sus aromas a lo largo del trayecto. A veces se podía ver a algún zorro, jabalíes, o ciervos que bajaban al río para beber. No tardaron en llegar al valle repleto de arboleda, tachonado por gran cantidad de casas unifamiliares con sus jardines de un llamativo verdor que contrastaban, la mayoría de ellos, con el multicolor de todo tipo de flores. El río corría  más recto que un poco más arriba. A lo lejos se podía distinguir un movimiento inusual de vehículos con luces amarillas y azules a ambas riveras del río, que llamó la atención de los niños. Ante las preguntas insistentes de los dos hermanos —Javi comentó que parecía que estaban buscando algo— su tía respondió que quizá estaban limpiando el cauce del río de maleza.
No tardaron en detenerse a comprar las hamburguesas, que se las sirvieron en una bolsa de papel junto a varios sobres de salsas y unas bolsitas con patatas fritas. Aquello alivió el desasosiego que angustiaba a Cande, que se preguntaba hasta cuándo podría aguantar sin derrumbarse. Se sentía incapaz de soportar mucho más tiempo tratando de dar una imagen de tranquilidad, sobre todo ante la observación inquisidora, casi continua, de Javi. A Cande le parecía que su sobrino le estaba reclamando una aclaración de lo que estaba sucediendo, ahogándola todavía más. Reanudaron la marcha y al poco se volvió a detener el vehículo ante un portón de doble hoja de hierro forjado. Cande descendió y abrió las puertas, se montó de nuevo al coche y entraron por una calle de adoquines negros, demarcada a ambos lados por setos de más de medio metro de altura, de plantas de hojas perennes, que llegaba hasta el porche de la casa. El jardín se veía exuberante, el césped servía de manto a las flores, que estaban en pleno esplendor y su aroma invadía el ambiente. Ya hacía unas semanas que la primavera había llegado. Los dos hermanos estaban entusiasmados con la piscina, el clima benigno de la zona desde la primavera hasta bien entrado el otoño hacía que le dieran un largo uso, aunque esa mañana había hecho frío. Alba apenas descendió del coche corrió hasta unos columpios que estaban justo al lado de la piscina.
Cande y Javi ascendieron los tres escalones que había de desnivel hasta la marquesina, que cruzaron antes de llegar a la puerta de entrada, Cande abrió al tiempo que llamaba a Alba; la pequeña llegó rápidamente a la altura de ellos. La casa constaba de un gran salón, con enormes ventanales y cómodos sofás. El suelo de parqué le daba un tono lido al ambiente, que era caldeado por una gran chimenea en la que ardía lentamente un tronco. Javi y Alba se quitaron los chubasqueros y fueron directos a sentarse en el sofá que estaba más próximo a la chimenea.
Tía Cande les invitó a lavarse las manos antes de merendar. Javi fue el primero en levantarse y se dirigió al cuarto de baño. Al poco de salir, Alba, hizo lo mismo y corrió hasta el lavabo. Desde la puerta le pidió a su tía que no le diera la “burguer” a Javi que siempre le ganaba. Cande respondió que Javi había ido a lavarse antes que ella, por lo tanto era justo que empezara a merendar antes. Alba corrió hasta el sofá sin haberse secado las manos, que las pasaba por encima del vestido, lo que hizo que la reprendiera su tía cariñosamente.
La niña apenas acabó la merienda salió de la casa para dirigirse a los columpios. Javi estuvo jugando en una canasta de baloncesto.
A las nueve de la noche, Alba, se había quedado dormida en el sofá, su a le había echado una manta por encima. Javi comenzaba a inquietarse por la tardanza de sus padres. A pesar del esfuerzo que había hecho a Cande por hablar con el chico desde que les había recogido del colegio, no había tenido el valor suficiente para hacerlo y, un silencio incómodo se había establecido en la casa. Javi miraba de cuando en cuando a su tía que en algún momento se dejaba ir por la desesperación de lo ocurrido y la incertidumbre de no saber nada de su  hermana. Una mirada hacía su sobrino, que la observaba detenidamente, la hizo reaccionar.
Tía Cande pidió solícita a Javi que le ayudara a subir a Alba a la habitación y acostarla en la cama. Javi, que accedió, preguntó a su tía si iban a dormir en su casa.  A lo que ella con gran congoja y tras un ligero carraspeo le contestó con una evasiva, diciendo que no lo sabía, pero como Alba se había dormido era mejor acostarla en la cama. Javi subió las escaleras corriendo y ent en una habitación que se encontraba a mitad del pasillo. Las habitaciones daban todas al exterior y en su parte interior daban al mismo salón que estaba en el piso de abajo; una baranda de madera delimitaba el pasillo que corría volado a lo largo del salón. Javi retiró la ropa de la cama a requerimiento de su tía que llevaba a la niña en brazos. Tía Cande conminó a Javi a volver al salón, pasándole el brazo por encima de los hombros, lo atrajo para sí, el chico la correspondió pasándole el brazo por la cintura. Volvieron a sentarse en el sofá después de que Javi azuzara el fuego de la chimenea moviendo el tronco con la pala. El crepitar del fuego era el único sonido de aquel instante en el salón de la casa. Javi se acurrucó en su a que le volvió a echar el brazo por encima de los hombros. Tía Cande dijo a su sobrino que debía decirle algo y a continuación se echó a llorar, aumentando la inquietud del niño, que preguntó que le pasaba, al tiempo de abrazarse a ella.
Un nudo en la garganta impedía continuar a su a que lloraba desconsoladamente. Javi se incorporó en el sofá e insistió por lo que sucedía a su tía. Cande volvió a coger a su sobrino por los hombros, le relató entre sollozos cómo había sucedido aquel terrible accidente.  Le contó que aquella misma mañana, después de dejarlos en el colegio y cuando sus padres se dirigían al trabajo, un camión patinó en una curva y colisionó frontalmente con ellos, produciendo que el coche de sus padres se precipitara hasta el río, después de romper los quitamiedos del puente. El rostro de Javi se había desencajado, mientras su tía lloraba e intentaba recuperar la calma. Le explicó cómo los bomberos recuperaron el coche del río, que se encontraba boca abajo, con el cuerpo de su padre en su interior, pero el de su madre había desaparecido. Javi preguntó insistentemente por su madre, entre sollozos, a lo que su tía se limitaba a contestarle que no lo sabía, mientras lo abrazaba con fuerza. <<Esos coches de policía y bomberos, que vimos cuando veníamos, estaban buscándola por el río, piensan que haya sido arrastrada por la corriente, río abajo>>, le dijo. <<Pero si ha sido arrastrada por el agua, mi mamá también está muerta>>, insistía Javi. Cande no quería reconocer, ni siquiera pensar en la posibilidad de que su hermana hubiera muerto, se aferraba a la posibilidad más nimia para mantener la esperanza de que Penélope seguía viva. Trataba de justificarle, con voz trémula, que el que no se supiera nada de ella no significaba que hubiera muerto, argumentándole que su mamá era muy buena nadadora y posiblemente habría logrado salir del río y se encontrara en alguna parte.
 En aquel mismo instante, una llamada de teléfono le dio a Cande la tregua que necesitaba ante la imposibilidad de poder seguir hablando sin desanimar más a su sobrino, que continuaba con el gesto sombrío. Cande, tapando con la mano el micrófono, aclaró a Javi quién era el que llamaba: su marido, el tío Fernando.  
El chico intentaba comprender el contenido de la conversación a partir de los comentarios de su tía, sin conseguirlo del todo. Finalmente fue Cande quien le desveló lo hablado con su esposo. Tía Cande le relataba a su sobrino lo que su esposo le había dicho, que no habían encontrado aún a su mamá, pero mantenían la esperanza porque podría ser una buena señal el que no hubiese aparecido nada de las pertenencias de ella. Podría significar que hubiese conseguido salir del río por su propio pie, o que alguien la hubiese ayudado a salir. El tío me ha dicho que le parecía bien que te haya informado de lo sucedido, añadió.
Javi siguió insistiendo a su tía en cómo iban a vivir él y su hermana a partir de ahora, a lo que Cande miró con decisión al chico y se apresuró a tranquilizarlo asegurándole que vivirían con ella y tío Fernando, hasta que su madre apareciera y luego volverían a ser las cosas como antes. <<Sin papá>> dijo Javi. Tía Cande, entre titubeos, no pudo más que añadir <<bueno…Sí. Perdóname>> balbuciendo las palabras.  
Cande, apenas hubo logrado recomponerse un poco, dijo a Javi que podía irse a la cama cuando quisiera. El muchacho quedó en silencio un momento y a continuación preguntó a su tía cuándo se lo dirían a su hermana. Respondiendo Cande que a la mañana siguiente.

Pasaron los años y el cuerpo de Penélope no había aparecido. Las autoridades dijeron que su cuerpo seguramente arrastrado por las aguas hubiera podido llegar al mar, que no distaba mucho. Javi y Alba habían vivido con tía Cande y o Fernando que les habían adoptado como hijos propios. Después de doce años Javi era un hombretón, alto, medía uno noventa, y una espalda que parecía un armario. Estudiaba Biología Marina en la universidad y practicaba natación, compitiendo en los campeonatos nacionales. Alba con diecisiete años, era una belleza, alta, también de cabellos oscuros, de media melena y pelo lacio. Era su último año de instituto y preparaba la selectividad, ella quería estudiar medicina; todos decían que tenía excelentes cualidades y capacidad para ello.
El verano estaba al llegar y Javi tenía una semana de descanso en el equipo de natación, antes de concentrarse. Se encontraba en casa de sus os, al igual que Alba, que a pesar de tener su casa habilitada no se hacía el ánimo de vivir sola. Javi se estaba acicalando para salir en busca de los amigos. Alba le reprendía que saliera tan pronto de casa y no pasara más tiempo con ellas, a lo que Javi correspondía con carantoñas y pellizcos en las mejillas.
De pronto un ir y venir de ambulancias y coches de policías alteró la paz de la casa de a Cande. Por un momento a Javi le vino el recuerdo de aquel fadico día del accidente de sus padres. Salieron hasta la marquesina y todavía vieron a dos coches patrulla y una ambulancia que pasaron como una exhalación. A lo lejos vieron que se habían detenido en una casa que decían que estaba maldita. Allí vivía un anacoreta.
Javi fue sarcástico con aquella situación: <<seguro que ha salido ya el espíritu>> al tiempo que volvía para el interior de la casa. Tía Cande le reprochó que hablara con tanta frivolidad, a ella no le gustaba hablar de temas esotéricos. <<Pues a mí me da miedo>> dijo Alba, que sintió un escalofrío.
Cande y Alba entraban en la casa cogidas por la cintura poco después de Javi que se perfumaba para salir de inmediato, cuando sonó el teléfono.
<<Diga>>, fue lo único que pudo pronunciar Cande tras contestar la llamada. Sólo un grito que resonó por toda la casa siguió a aquella respuesta. Alba se estremeció azorada de ver el aspaviento de su a a la que parecía que le faltaba la respiración y se ahogaría en cualquier momento. Su cara se tornó roja como las rosas del jardín. Javi bajó la escalera de dos en dos peldaños y se quedó petrificado al ver a su hermana pálida y su tía que seguía sin poder hablar y con un ataque de ansiedad. Cande colgó el teléfono como pudo y Javi se abalanzó sobre ella.
—¡a! ¡a! ¿Qué te pasa?
Tu..., madre— apenas pudo pronunciar entre espasmos.
Javi insistió a su tía que la tenía sujeta por los hombros mientras Alba se cubría con las manos la boca, entre sollozos. Tía Cande acertó a decirles que su madre había sido encontrada en la casa maldita.
Alba, que lloraba sin consuelo, repetía insistentemente: ¡Mamá!, ¡mamá!
Javi, con evidente nerviosismo, trataba de que tía Cande le confirmara lo que acababa de decir, que podía resultar una broma muy pesada.
Cande cogió las manos de Alba, al tiempo que insistía: <<No. No, lo es. Quien ha llamado era el tío Fernando que había sido requerido por la policía para reconocerla y se le ha abrazado al cuello. ¡Es ella! ¡Es ella!, repetía con voz casi ininteligible.
Javi se fue directamente al coche de su a y cuando ellas salían de la casa él ya lo tenía en marcha. Tomó dirección izquierda hacía la casa maldita. Tía Cande le dijo a Javi que fueran al hospital, en la casa maldita la habían encontrado, pero que fue llevada al hospital donde reconoció al tío Fernando. Javi gi bruscamente en un ensanche que tenía a su derecha e invirtió el sentido. El corto trayecto hasta el hospital se hizo eterno, ninguno de los tres fue capaz de esgrimir una palabra. A la puerta del hospital esperaba el o Fernando. Se abrazaron los cuatro entre sollozos. Fernando, al tiempo que entraban en el hospital, les anunció al cabo de unos momentos que Penélope estaba algo delgada, pero estaba bien y que la tenían en una sala de urgencias donde la estaban explorando. Le había reconocido enseguida y se le abrazó con fuerza, añadió.
En aquel  instante  apareció  un  médico  acompañado  de  dos  doctoras.  Saludaron  a Fernando que presentó a su familia. El doctor les informó de que su madre estaba bien, dentro de lo que cabía. Tenía algún hematoma por el cuerpo, un brazo que se rompió hace mucho tiempo había quedado algo atrofiado. Y en su interior la doctora había encontrado algún desgarro cicatrizado. Por lo que respectaba a su estado anímico la siquiatra afirmaba que se encontraba muy fuerte. A continuación el doctor les comunicó que habían hecho una analítica por puro formalismo.  
Alba y Javi se abrazaron y Fernando y Cande les contemplaban ilusionados. Una enfermera surgió en el pasillo y les hizo una indicación, acudiendo los cuatro a la llamada. Les guió el camino hasta una sala apartada de Urgencias, abrió la puerta y la mujer que había dentro, vestida con una bata del hospital, se levantó como un resorte del sillón en donde se encontraba sentada y se abalanzó sobre los hermanos. Los llantos se escuchaban desde afuera y enseguida se fundieron los cinco en un abrazo. Una vez recuperada la calma, Penélope volvió a sentarse en el sillón sin soltar las manos de sus hijos, cerraba los ojos insistentemente y no conseguía detener las lágrimas que surcaban, veloces, su rostro.
—¿Cómo es que estabas en aquella casa, mamá?— Preguntó Javi.
Penélope miró a su hijo con condescendencia, paso la mano por su cara, acariciándolo, como hacía tantos años que no había hecho, y respondió:
—Después de dejaros en el colegio, cuando llegábamos a la altura del puente del río, yo me solté el cinturón para recoger el bolso que había dejado en los asientos de atrás del coche cuando bajó Alba, en aquel mismo instante tu padre gritó y un golpe terrible hizo que cayéramos al río. Yo me golptodo mi cuerpo varias veces, pero cuando caímos al agua yo ya no estaba dentro del coche, la corriente me arrast y perdí la orientación. En un momento en el que yo luchaba por salir a flote, algo me golpeó fuertemente en la cabeza y ya no recuerdo nada más hasta que me vi en aquella casa, que no es que sea maldita, el maldito es el dueño— hizo una pausa para tragar saliva.
—Parece ser que estuve un día inconsciente. Cuando desperté estaba echada en un camastro, no podía mover el brazo y me dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. La habitación era tétrica, con muebles viejos casi destrozados, amontonados por todas partes. Sólo tenía un ventanuco con un saco de pita que hacía las veces de cortina. Llamé varias veces pero no acudió nadie. Hasta que anocheció que vino el anacoreta con un candil y me dijo que en el accidente del río había muerto un hombre. Yo le repliqué que aquel hombre era mi marido y que yo viajaba con él cuando caímos al río, le dije que me estarían buscando, a lo que me respondió: que va, ya dejaron de hacerlo”. Mi desolación fue tremenda, no sabía cuántos días realmente podían haber pasado, pero todavía me sentí peor cuando me di cuenta de que jamás me dejaría salir de allí. Cuando el salvaje aquel se marchaba me dejaba atada al camastro para que no pudiera huir. Con el tiempo me explicó que me había recogido del río casi ahogada, él pensaba que estaba muerta, me dijo. Pero el calvario fue mucho mayor a medida que pasaban los años— relataba Penélope con la vista clavada en un punto indefinido de la pared que tenía enfrente.

De momento las lágrimas volvieron a surcar su rostro desdibujado.Me violó las veces que quiso y di a luz en dos ocasiones en todos estos años, pero yo a los bebés no los vi jamás... —Alba se arrodilló y apoyó su cabeza en el regazo de su madre. Todos se enjugaban las lágrimas. —Jamás cometió un error que me permitiera tener una oportunidad de escapar, o siquiera de poder alertar a alguien de mi estancia en aquella casa. Para moverme de un lado a otro iba atada por los tobillos con una soga y siempre cuando él estaba allí. Hasta hoy. Anoche llegó a la casa de madrugada y borracho hasta el extremo de caer en un par de ocasiones, quiso violarme una vez más, y me ató como siempre hacía, pero en esta ocasión no acabó de hacer el nudo como las otras veces, se quedó dormido profundamente. Pasaría casi una hora echado junto a mí cuando decidí levantarme y ante su sueño profundo lo até yo a él con una cadena y le coloqué un candado. De la cocina cogí un gran cuchillo y estuve a punto de matarlo…, pero me faltó valor. Fue entonces cuando salí a la calle y corrí hasta la carretera. El señor Anselmo, el frutero, que volvía de la lonja, se detuvo y cuando me reconoció llamó a la policía y se quedó conmigo hasta que llegaron.