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domingo, 11 de mayo de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso


                                                             CAPÍTULO IV


Sissé pasó varias horas descansando a la sombra del almacén del puerto. Se reincorporó, se echó el dugutaampalan al hombro y se encaminó ribera arriba. Aquel olor a putrefacto le acompañaba por donde quiera que fuera. Aunque su estado de ánimo era inmejorable: una gran satisfacción interior le impulsaba a seguir adelante y se lo agradeció en silencio a su mó-ké. 
Volvió la actividad frenética en el río. Un ingente número de pinazas, de varios tamaños y colores surcaban el Níger en todas direcciones. Eran los Bozos, pueblo de pescadores que se encontraban a lo largo de toda la orilla de la otra parte del río. En época de lluvias la mayoría debían abandonar sus chozas, hechas de argamasa, hojarasca y cañas debido a las inundaciones provocadas por la crecida del Níger. Fue el pueblo fundador de Ségou. Sissé se quedó contemplando unas pinazas de gran tamaño, a las que habían incrustado dos mástiles inclinados hacia fuera de la embarcación, a los que sujetaban una vela cuadrada. Justo a su lado, navegaban otras, las más, que iban equipadas con un motor y eran capaces de transportar hasta veinticinco personas, y algunas piraguas más pequeñas, provistas de un mástil sobre el que se batía una vela, raídas muchas de ellas, sujeta a la entena. Los pescadores echaban sus redes esperando las capturas, generalmente abundantes. Muchos, todavía utilizaban métodos ancestrales usando pértigas acabadas en punta, a modo de arpones. Otros con atarrayas y cañas. Pero a todos les unía algo en común: los cánticos con los que desempeñaban sus quehaceres. 
A orillas del río, justo detrás del muelle donde se hallaba atracado el barco que remontaba el río hasta Gao, estaban acabando de instalar un escenario sobre el embarcadero. Sissé se detuvo a ver como realizaban el montaje. Un esqueleto metálico que formaba la caja escénica, con una serie de bastidores dependientes del mismo armazón, de donde pendían diversos cañones de luz de distintos colores. Tenía un solo telón de fondo, en el que colocaron distintos motivos alusivos a la actuación del momento, pretendían que el festival sobre el río Níger fuera un gran evento, con el que sensibilizar tanto a la población autóctona como a la comunidad internacional, ante la necesidad de detener la destrucción del río Níger, para que interviniesen aportando iniciativas en favor de su conservación. A Sissé lo que más le interesaba eran los conciertos de música y danza tradicionales, él no acababa de ver el río en tan mal estado.
—¿Qué te parece el escenario?— le dijo una voz a su espalda.
Al girarse vio con placer que era Gerarde, el profesor que ya le instruyera en el autobús que les trajo a Ségou, al que estrechó con entusiasmo la mano. 
–¿Que tal profesor?
–Bien. ¿Y tú, has descansado?
–Sí. Sí.
Y como si no supiera hablar de otra cosa, dijo: 
–El festival en su conjunto es con lo que se pretende llamar la atención del mundo para conservar la pureza del Níger, que está en proceso de deterioro. Para ello se han convocado diversos encuentros internacionales en los que hay foros singulares, sobre desarrollo sostenible, salud e higiene, educación, costumbres, alimentación…¾ le repitió. ¾Se debatirán temas sobre la vida y conservación del río, sobre la salud e higiene de las personas, sobre todo para abolir la ablación femenina, tan arraigada en Malí. Otra conferencia versará sobre la educación, en la que yo soy el ponente– le anunció. –Exposiciones de pinturas y de artesanías, de artistas autóctonos. Danzas tradicionales y exposiciones de máscaras. Esperamos sensibilizar no solo a la población autóctona si no también a los países extranjeros para que nos ayuden a conseguir los objetivos que nos hemos marcado. 
–Yo no veo tan mal el río...
–El río, aunque no lo parezca, sufre un deterioro constante. Si no lo detenemos pronto, tal vez un día no podamos recuperarlo.
–Yo de todas formas sigo sin ver esa necesidad...
–Cuanto antes atajemos ese mal, antes comenzaremos a vivir mejor. Mejorando su salubridad, evitaremos malos olores, los insectos irán desapareciendo, comenzaremos a evitar enfermedades que se originan por el mal estado de sus aguas, y con ello la transmisión de la malaria y la muerte por una simple diarrea. 
–Esté contaminado o no, el río, a mí no me da de comer, señor Gerarde.
–¿De dónde vienes?–  Le preguntó el profesor. 
–De Sikasso.
–Yo he estado varias veces en Sikasso. Allí no se vive mal...
–Lo que no se vive es bien. Aunque es cierto que los años que no padecemos sequías u otros desastres naturales se puede vivir.
–En Sikasso tenéis agua suficiente con la que mantener buenos cultivos.
–Sí. Le repito que cuando tenemos un año tranquilo no se vive mal. Pero el año que se presenta como el pasado, con sequía, inundaciones y plagas de langosta…, ha muerto mucha gente, sobre todo niños.
–En eso tienes razón. En nuestro país estamos muy supeditados a las inclemencias del tiempo. Y ¿qué tal la relación con tu familia?
–Muy bien. Fenomenal. Soy el mayor de seis hermanos y siempre hemos estado muy unidos. Hace sobre tres meses llegó a casa, Bee, mi hermana pequeña. 
—¿Has ayudado en la economía de tu familia?
—En todo lo que he podido. He acompañado a mi padre desde muy pequeño, ayudándole en las labores del campo y la caza, y últimamente trabajaba en una barbería, hasta que le dije al dueño que necesitaba tener un sueldo. En ese momento se acabó el trabajo. Pero no ha sido suficiente ante un mal año.
–Es cierto que con un año como el que se ha pasado resulta muy difícil subsistir. Ese es uno de los objetivos que se pretenden conseguir con el Festival...
–¿Qué va a hacer el Festival ante una plaga de langosta?
–Hombre, el Festival puede lograr que nuestro gobierno adopte medidas para evitarlas, como la fumigación, por ejemplo. Podremos conseguir recursos, y con ellos construir, por ejemplo, pozos ciegos que eliminen las inmundicias de las calles, con ello se evitaría que las basuras fueran a parar al río, y que aparecieran los parásitos que trasmiten las infecciones. Hay muchas más cosas por hacer.
–Ya—, dijo Sissé que parecía no entender todo lo que Gerarde le trataba de explicar.
Aún así, el profesor, con su manera de hablar transmitía un optimismo alegre.  
–Sabe, profesor, me voy a Francia.
–Lo supe en cuanto te vi montar en el autobús. Por eso te dije aquello de que vivir en Mali aunque fuera de forma más austera podía ser mejor que correr grandes riesgos. ¿Sabes acaso cómo sería tu vida en Francia o en cualquier otro país de Europa?
–En Francia hay trabajo, y soy joven... Lo soportaré, no creo que sea mucho peor que aquí, pero he de sacar a mi familia de la miseria. He de hacerlo.
–Está muy bien que pienses así. Pero se están oyendo muchas barbaridades. Los emigrantes como tú están viviendo verdaderos dramas, y eso el que consigue llegar.
–Dígame, señor Gerarde, qué hacemos con todos los niños que mueren de hambre. Qué hacemos con las sequías, las inundaciones o las plagas, hasta que alguien consiga acabar con ellas, como usted me decía antes. Aquí también nos morimos, profesor. ¡Aquí también nos morimos!

–Tienes toda la razón. Pero debemos luchar todos por cambiar esta situación, Sissé. Harán falta todas las manos y todas las cabezas de los jóvenes que como tú… 
–Desde fuera también se puede luchar y ayudar a que esto cambie.
–También en eso tienes razón. Pero hay que ser muy consecuente cuando se llega a vivir en el extranjero para no olvidar a la familia.
–Sí, profesor. Ese es mi único objetivo, poder ayudar a mi familia. Como consecuencia estaría ayudando a mi País creando riqueza, ¿no?
–Sí, es cierto. Aunque hay algunos que cuando han conseguido estabilizarse en su país de destino y vivir sin escaseces se han olvidado de su procedencia. 
—Yo no seré así— replicó Sissé, con su habitual ánimo combativo. Luego el profesor le dijo que tenía que marcharse. 
Tras desearse lo mejor uno y otro, Sissé se despidió del profesor con un fuerte apretón de manos. Sissé quedó conmocionado por la conversación que había tenido con Gerarde. ¿Le esperaría a él un final dramático? Quiso espantar las turbias imágenes de su cabeza, recordando a su pequeña Bee.
Esa misma noche, según estaba anunciado en un cartel junto a la fachada del restaurante Lavazza, se celebraba el primer concierto: actuaban varios grupos musicales autóctonos y una destacada figura del espectro musical internacional, que era de Malí. Estaba contemplando el cartel anunciador y preguntó la hora de inicio del concierto a unos jóvenes, que estaban bebiendo “dlo” en cuencos fríos, sentados en la terraza del Restaurante. 
–Es el “I Festival en el río Níger”, pretenden celebrarlo cada año en  Ségou—. Le respondió uno de ellos. —Es un evento eminentemente cultural, de música y danza, exposiciones, charlas..., que dura cuatro días y sus noches. Hay mucho que ver y que hacer, como podrás comprender— le dijo otro. Un tercero le propuso: –Si te acercas podrás ver el programa de actuaciones, es excepcional.
Ante la invitación de los jóvenes, Sissé se aproximó hasta donde estaban ellos y se sentó a la mesa. Le ofrecieron una cerveza, que no rechazó y tras las presentaciones, le pasaron el programa. Entre tanto en el escenario del río seguían trabajando. Le explicaron que el festival se desarrollaba a lo largo de toda la ribera del río.
–Tanto los conciertos musicales como los grupos de danza tradicional tendrán una gran aceptación, son muy buenos–– comentó Leopold, uno de los jóvenes.
––¡Vendrán muchas mujeres!—, prosiguió Sekou, otro de los amigos, en un tono pícaro, al que correspondieron todos con una carcajada.
–Mañana, en la noche, actúa Dejekoria Fanta, es una cantante internacional. Es guapísima—  añadió Soungalo, el tercero de los muchachos, haciendo como si se chupase los dedos.
–Si, la conozco–, dijo Sissé.
–¿La conoces?– Dijo Sekou, con ánimo de tomarle el pelo.
–Quiero decir que la he visto una vez— dijo Sissé, ruborizándose, pero divertido.
Las risas continuaron, entre trago y trago. Luego Sissé con la naturalidad de que le era característica, les preguntó:  
–Pasaré aquí cuatro días más, hasta que mi barco zarpe. ¿Os importa que vaya con vosotros a los conciertos?
–No. Qué va. Al contrario. Estaremos encantados de que nos acompañes— respondieron casi al unísono.
–¿De dónde vienes?– Le preguntó Leopold.
–De Sikasso.
–Eso está por el Sur, ¿no?– Intervino Soungalo.
–Sí. Está muy próximo a la frontera con Burkina.
–Y, ¿allí hay chicas tan guapas como aquí?– Se interesó Sekou, al que le propinaron unos cachetes sus dos amigos.
–Sí. Por supuesto— repuso Sissé. 
—Espera a conocer alguna de las chicas de aquí— le dijo Leopold, dibujando una amplia sonrisa de orgullo.
Prosiguieron en una charla distendida, comentando anécdotas de jóvenes, propias de su edad. Cada cual contaba la suya, a las que correspondían todos con grandes risotadas. Sissé pidió otra ronda de cervezas, que les llevaron muy frías, en aquellos cuencos característicos. 
Cuando la conversación languideció, Leopold, le preguntó: 
—¿Cómo andan las cosas por Sikasso?
–En Sikasso la vida es mísera. Ahora mismo –hay escasez de muchos alimentos— sin embargo, no suele ser así. Allí tenemos suficiente lluvia y unas zonas inundables en las que se almacena agua suficiente para cultivar todo aquello que se quiera. Aunque la alimentación es poco variada y se ha basado únicamente en la ingesta de arroz o mijo. Pero este año, se añaden las dificultades debidas a la sequía, las posteriores inundaciones y finalmente la terrible plaga de langosta del año pasado, que asoló lo poco que quedaba.  Temo por mis hermanos pequeños, y por la salud de mis padres. Quiero llegar a Francia.
Leopold comprobó como cambiaron los semblantes de sus compañeros de mesa ante la exposición de Sissé. Así que tratando de animarles, dijo: 
–No hablemos más de cosas tristes. Por cierto, esta noche acudirá al festival mi prima Aicha con sus amigas: Djeneva, Assisa y Singi. 
–¡Bien! Exclamaron Sekou y Soungalo. Son unas bellezas Sissé, ya verás. 
–Pues..., ya tengo ganas de verlas. Con lo que me estáis diciendo…
—Pasado mañana actúa más arriba Maimouna Barry, un grupo de mujeres que se mueven espectacularmente — señaló Soungalo echando mano del programa.
–¡Están buenísimas!— Sentenció, Sekou. –¿También las conoces?
–No. No las conozco— se excusó Sissé, entre risas.

Al caer la noche se reunieron los cuatro amigos en la misma terraza del restaurante en la que estuvieran en la tarde e iniciaron las rondas de dlo. Justo enfrente estaba el escenario en el que comenzaba a haber movimiento de especialistas de sonido e iluminación que ultimaban sus pruebas. No pasó mucho tiempo hasta empezar a llegar el gentío que se arremolinó alrededor del escenario, otros se acercaron a la terraza del restaurante, que estaba repleta. Unos pedían “Dablenin”, otros, “Djininbéré”, los más, dlo.
Entre comentarios jocosos, estaban los cuatro amigos ansiosos por ver a la prima de Leopold y sus amigas. Songalo y Sekou no hacían más que hablar muy bien de ellas y Sissé que no las conocía permanecía expectante por todo lo que contaban. 
––¡Ahí! ¡Ahí están! Ya han llegado. Viene acompañada de Djeneba, Assisa y Singi–– interrumpió Sekou.
––Y mis tíos detrás de ellas— cortó sarcásticamente Leopold. Todos se echaron a reír.
Entretanto, Sissé, escrutó la gran explanada por la que llegaba la gente, tratando de localizar a la prima de Leopold y sus acompañantes. A cada una que se acercaba por la posición que ellos ocupaban acompañada de otras tantas, la veía como la prima de Leopold. «Ya veremos la tal prima si es tanto como la pintan», pensaba. Su vista se dirigió descarada a un grupo de jóvenes ataviadas con trajes típicos, de intensos y variados colores que llamaron su atención. Una de ellas, algo mayor que sus acompañantes, portaba enrollado sobre la cabeza, de forma peculiar, un almaizar del mismo tejido del vestido en color amarillo, con estampados en varios colores, a modo de turbante, que resaltaba enormemente su belleza. Sissé estaba embobado observándola cuando otro grupo de mujeres, igual de hermosas, se detuvo delante de ellos y tras los saludos de rigor a Leopold, Sekou y Soungalo, se quedaron expectantes, mirando descaradamente a Sissé. Éste continuaba ensimismado contemplando, por atrás, a la mujer que un instante antes había pasado por delante de sus narices y le había dedicado una larga mirada y una tímida sonrisa que parecía haberle petrificado. 


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