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domingo, 18 de mayo de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.



                                         Capítulo VI




Leopold, Sissé, Sekou y Soungalo continuaron su paseo, en esta ocasión más sobrios que de costumbre, sólo alterado por algún esporádico sarcasmo de Soungalo que apenas si celebraban ante el aspecto lacónico de Sekou. Los comentarios que hicieron unos y otros sobre la relación de Sissé y Aicha, enfurecieron aún más a Sekou. Se detuvieron ante varios puestos de artesanos Tuareg.
–Son una etnia nómada del Sahara que en sus desplazamientos recorren las inhóspitas arenas de los desiertos de Libia, Argelia, norte de Malí, Mauritania, Burkina Faso, Níger y el Chad. Presentan, sobre todo, productos elaborados con pieles y metales, como puedes ver, sobre todo la plata: mochilas, pulseras, ajorcas, collares, pieles enteras perfectamente curtidas, amuletos.... Para ellos no existen las fronteras. Jamás se han sometido a gobierno alguno, lo que les ha acarreado, históricamente, más de un problema. Cuando plantan sus jaimas en las noches de los desiertos, les importa poco si ese trozo de arena está en las dunas libias, en Malí o en el Chad–, le iba comentando Leopold.
–Conozco sus vivencias y su historia, aunque vagamente. 
–Pero no te preocupes, puedes seguir hablando–, añadió Soungalo con denostada ironía. 
–Me trae sin cuidado–, proclamó Leopold, al tiempo que le miraba con sorpresa –voy a seguir contándolo. A los Tuareg se los ha llamado "príncipes del desierto", por su porte altivo, su gesto orgulloso y su carácter indomable...
–Y los hombres azules—, puntualizó con sarcasmo Soungalo.
–Es igual, no me vais a hacer callar. Efectivamente, “y los hombres azules”, porque el sudor les decolora sus turbantes y les tiñe la piel del índigo con que tintan las telas de sus atuendos. Son una etnia legendaria, protagonista de muchas historias novelescas. Son aguerridos y valerosos: al mismo tiempo son absolutamente hospitalarios. Son conocidos por sus curiosas costumbres y su reputación de guerreros temerarios, avocados al pillaje por la escasez de alimentos y de pastos para sus ganados. Soy un entusiasta de este pueblo indómito. Admiro su integridad, su forma de comprender la vida. Su capacidad de supervivencia ante las situaciones más extremas. ¿No sé si lo habéis notado? 
–¡Nooo!– Se apresuraron a responder. 
Un grupo de Tuareg, no muy numeroso, deambulaban de un lado a otro bailando la “Tindé”, una antiquísima danza tradicional que solían bailar en acontecimientos especiales, como una boda o el nacimiento de algún hijo. La música era ejecutada por las mujeres, cantando y dando palmadas, mientras los hombres realizaban saltos espectaculares y movimientos de seducción frente a ellas. Lo que era muy admirado por los espectadores. 
Llegaron hasta una gran choza cubierta por una techumbre de paja en la que se hallaba una exposición de máscaras y marionetas bozo y bamana, las dos tribus más antiguas de la región.
Sissé había encajado perfectamente en la pandilla de amigos. Todos ellos coincidían en la bondad y las buenas formas de ese desconocido. Únicamente Sekou se comportaba de forma diferente al resto, contrastando con la apariencia que dio el día en que se encontró con ellos en el restaurante, mostrándose muy jovial y dicharachero. 
No obstante, el buen ambiente seguía entre los amigos, y cuando llegaron las chicas a su altura, se contagiaron de sus risas, a pesar de no saber de que se reían. Se saludaron todos con afecto, se emparejaron como la noche anterior y Aicha se fue decidida hacia Sissé y le asestó un beso en la boca mordiéndole el labio superior haciéndole gemir; aunque al mismo tiempo le supo a gloria. Sissé agradeció esa demostración de cariño: le colocó sus grandes manos sobre las nalgas. Todos irrumpieron en una sonora carcajada, excepto Sekou, quedando ellas cuatro estupefactas por aquella reacción de los chicos que no acababan de entender, al tiempo que se miraban entre ellas con cara de asombro e incredulidad. 
Tras ellos volvía a pasar el desfile de personajes típicos caracterizados, que anteriormente despertara a Sissé. Se había hecho el grupo bastante más numeroso porque se habían unido a la comitiva muchos niños y curiosos. Se empezaba a dejar sentir un calor abrasador. 
Sissé se acercó hasta donde estaba Aicha, que hablaba con Djeneba. Le susurró algo al oído al tiempo que le mordisqueó el lóbulo de la oreja derecha. Se apartaron ambos del grupo y buscaron una sombra. Se sentaron a horcajadas sobre un pretil, de barro rojizo, que bordeaba un pequeño jardín de una bella casa colonial. Uno frente al otro, muy próximos, hasta el punto que ella pasó las piernas sobre las de él, hasta juntar ambas zonas pélvicas, esto en principio excitó ligeramente a Sissé, lo que reconfortó a Aicha que esbozó una pícara sonrisa. Le rodeó el cuello con sus brazos y volvió a besarle. Sissé colocó las palmas de sus manos sobre los hombros de ella y la retiró ligeramente. 
–¿Porqué has tardado tanto en venir?– preguntó Sissé. 

–He tenido que ayudar a mi padre que debía entregar la leche a los agricultores–. Ante la cara de extrañeza de Sissé, añadió Aicha: –Aquí los ganaderos, cada tres días, deben suministrar leche a los agricultores, en compensación por las vainas que consumen los animales. 
–Aicha, quiero que sepas que estoy muy a gusto contigo. Esta mañana deseaba con ansiedad que llegaras, deseaba verte, tenerte como ahora te tengo. La noche que hemos pasado no la voy a olvidar nunca y espero que tú tampoco.
Aicha instintivamente se empezó a poner algo tensa. Presentía que algo no acababa de ir como ella hubiera deseado. 
–Debo hablar contigo porque has de saber que yo tengo unos proyectos que he de cumplir y no pretendo que los ignores; al mismo tiempo, deseo ser yo quien los ponga en tu conocimiento. No quiero que mis objetivos los conozcas por terceras personas.
Aicha sentía en su interior algo de inquietud por las palabras de Sissé y se reflejaba en el rictus de su cara. Estaba expectante. Había bajado la cabeza y apretado los labios en un signo claro de tristeza, esperando que le dijera que no había ido todo lo bien que esperaba con ella: pensó que todo había acabado. Sissé tiró hacia arriba de la barbilla con una mano, con ternura, elevando el rostro de Aicha. Se cruzaron ambas miradas, lánguida y dulce la de Aicha, una mirada que lo decía todo sin necesidad de decir, siquiera, una sola palabra. En esos momentos su mirada había perdido toda la fuerza que derrochara habitualmente. «Casi arrogante la de Sissé», al menos así le pareció a ella, «aunque no exenta de esa ternura que le ha caracterizado a su vez», pensó a continuación. Aicha estaba tan enamorada que sólo el pensar en la posibilidad de perderle le originaba tal desasosiego que era incapaz de ordenar sus ideas. Permanecieron un instante mirándose de hito en hito pretendiendo intuir, ella, qué se le venía encima. Por otra parte no podía imaginar que Sissé permaneciera indiferente, como si no hubiera quedado algo más subliminal tras esa noche de pasión; no quería admitir que solo hubiera sido una noche de sexo. Se negaba a admitirlo. «En sus ojos hay algo que parece sosegado, pero…», pensaba Aicha. Sus pensamientos, se enmarañaron a velocidad de vértigo, siendo incapaz de controlarlos, tan pronto se le presentaba el pensamiento que le creaba inquietud, como aquel que le daba sosiego. 
Sissé le rescató de su estado febril exponiendo el proyecto que le había llevado hasta allí, algo que ya conocía vagamente por su primo Leopold. 
–En mi casa…, mi familia— prosiguió con la voz entrecortada, –es muy humilde, no tenemos nada, salvo un pequeño haz de tierra que mi padre cultiva como aparcero y un puñado de cabras que compartimos con el resto del clan familiar. Por eso voy a Francia. Quiero trabajar allí y poder sacar a mi familia de la miseria. Han puesto toda su esperanza en mí.
Los ojos de Aicha no pudieron reprimir unas lágrimas que corrían sin freno por su rostro apenado. Sissé intentó con su dedo pulgar borrarlas de sus mejillas.
–Yo no te voy a olvidar jamás, Aicha— ratificó Sissé, –siempre estarás en mi pensamiento y en mi corazón, independientemente de dónde me encuentre. No sé que me sucede. Hasta que has llegado me encontraba ansioso por verte, inquieto; cuando te he visto la sangre de mi cuerpo se ha alborotado. Pero, aún así, debo cumplir mi objetivo, ¿comprendes? 
–No–. Respondió Aicha, seca y espontáneamente; limpiándose del rostro un torrente de lágrimas. 

La estrechó entre sus brazos. Sissé tenía un nudo en la garganta que no le permitía articular palabra.
–Sissé, ¿por qué debes marcharte? Tú también tienes una vida que te pertenece. No tienes por qué jugarte la vida– protestó Aicha. –quizá aquí no tengas la vida tan cómoda como allí, pero estás vivo, para comer no hace falta mucho más. ¿Cuántas penurias habrán pasado nuestros padres y abuelos, y qué?, han sacado a sus familias adelante. Éste es tu País. Tú conoces como yo los casos de tantos que han intentado ir a Europa y no se sabe nada de ellos. Muchos simplemente desaparecen– continuó reprochándole Aicha. —Yo estoy sintiendo algo por ti que tampoco me explico, es como si te conociera de siempre, como si llevaras toda la vida conmigo. Desde que me separé de ti esta madrugada no veía la hora en que volviéramos a encontrarnos. Lo que experimenté anoche tampoco yo lo olvidaré nunca. No he dejado de pensar en ello. No me arrepiento de nada de lo que hice. Tampoco me siento orgullosa de haberme entregado a ti a primera vista, pero no me arrepiento, Sissé. Soy consciente de que no te puedo retener, tampoco lo haría si tú no quieres quedarte... Tú también estarás siempre en mi corazón, pero eso no significa que tenga que aceptar tu razonamiento. 
–Bien..., todavía nos quedan cuatro días para estar juntos, aprovechémoslos– le sugirió Sissé, para restar dramatismo a la conversación. 
Sissé pasó sus grandes manos por el rostro de ella para enjugar sus lágrimas; Aicha besó sus manos como respuesta.
El día lo pasaron sin separarse un momento, de un lado a otro, acudiendo a cuantos eventos les era posible. Todos los amigos juntos. Sin cesar las chirigotas y sarcasmos para tratar de animar a Aicha y Sissé que parecían ausentes, sobre todo Aicha, que casi no había hablado en todo el día. Se echó la noche encima y apenas comenzado el concierto, actuaba Dejekoria Fanta y su espectacular coro, se despistaron Aicha y Sissé del resto del grupo a sugerencia de ella. Aicha conocedora del lugar le llevó a otro punto del río, más hacia el norte al de la noche anterior para no ser localizados. 
Esa noche resultó más lujuriosa que la anterior. Hicieron el amor desesperadamente, varias veces, en la orilla del río, sobre una arena fina de la que se rebozaron ambos. Tenían mucho tiempo para hablar y aclarar las intenciones de cada uno de ellos. Pero sería en otro momento. Aicha no quería que Sissé estropeara el momento con sus elucubraciones. Se introdujeron varias veces en el río para refrescarse y quitarse la arena de sus cuerpos. Tendidos boca arriba, con sus cuerpos desnudos, contemplaban las estrellas y se prometían amor por siempre. Sissé le juró que volvería por ella una vez instalado en Francia. A lo que Aicha asintió un tanto escéptica. Observaba a Sisssé, a su lado, que le había cogido la mano: la suya parecía perdida entre la manaza de éste. «Hay algo en él que denota un carácter enérgico, tiene un fuerte carisma, eso es indudable, al mismo tiempo hace gala de su bondad, de su sentido común, de su simpatía, de su humildad y respeto hacia todos los demás. Una fuerte personalidad», convino Aicha que se sentía cautivada. «Un hombre resuelto». Lo miró, mientras éste tenía la vista perdida en el universo. «Los rasgos marcados de su mandíbula, los pómulos ligeramente acentuados, unos hombros voluminosos, continuados por anchos y fuertes brazos y unas manos grandes, encallecidas, al mismo tiempo tiernas y sensibles cuando me abraza y me acaricia», concluyó Aicha. 
Los ojos se le acristalaron pensando en las pocas posibilidades que tenía de retenerlo. Se había enamorado locamente de aquel forastero, casi sin darse cuenta. Una cierta inquietud le invadió al maquinar la forma de retenerlo a su lado y la hizo azorarse, se avergonzó de ella misma, de su egoísmo. Para a continuación convencerse de que no era la mejor idea que había tenido ese día. Podría conseguir el efecto contrario al perseguido y podría perderlo para siempre. Se convenció, no obstante, que podría conseguir su objetivo si realmente se lo proponía, pero inmediatamente reconsideró sus opciones y resolvió que sería mejor dejarlo marchar, sin trabas, si era lo que él quería hacer. «Si realmente me desea volverá a por mí», se convenció. A continuación le asaltó, de nuevo, la inquietud: «tal como yo me he enamorado de él, así mismo, muchas otras mujeres se podrían enamorar» pensó. ¿Y sí él les corresponde? Puede verse tentado. ¿Y si una vez instalado en Francia, se le hace difícil volver? Ah, pues iré yo», resolvió, con decisión. Seguía torturándose considerando más posibilidades de no volverlo a ver si se marchaba, que de poder verlo de nuevo, lo que le provocó mal humor. Un rictus irascible marcó su rostro. Sissé, que la observaba desde poco antes, la notó tensa y presionó algo más su mano, mientras la miraba con ternura. Aicha se giró y se le subió de nuevo a Sissé. Cerró fuertemente los ojos y apoyó su cara sobre el pecho, no quería que la viera con la ira incontrolada que seguro reflejaba su rostro. En ese momento le habría abofeteado con ganas. Hizo un gran esfuerzo para que no saliera una sola lágrima más, sin conseguirlo, ante las caricias y susurros de Sissé para tranquilizarla. Su cara era un poema. Sus ojos una torrentera que desembocaba en el pecho de Sissé… Aicha se incorporó ante el asombro de Sissé. Le tomó la mano y tiró de él con fuerza. Se adentraron en el río y después de lavarse, en el más sepulcral silencio, unas caricias de Sissé fueron el detonante para volver a hacer el amor en el agua, con la misma pasión desbordada de momentos antes. 
Después de salir del río, se vistieron. Aicha llevaba una blusa estampada anudada en el pecho por una lazada de cuero y en la cintura ciñendo la blusa un cinturón estrecho trenzado por varios cabos del mismo cuero, que al final del nudo colgaban sueltos. Los mismos pantalones tejanos del día anterior que remarcaban extraordinariamente sus caderas y piernas. Sissé propinó una ligera palmada en las nalgas a Aicha, volviéndose ésta a colgarse de su cuello.
–No voy a llorar– le aseguró Aicha. 
No buscaron a sus compañeros cuando regresaron, se dirigieron directamente a casa de Aicha. Iba ella agarrada al brazo de Sissé, con la cabeza apoyada en su hombro, entre largos silencios. Empezaba a despuntar el día. Aicha le cogió la mano y se la llevó a la boca despacio, Sissé sólo la miraba con ternura.
–Me haré a la idea.
–Aicha no he querido hacerte daño. Por eso he preferido decírtelo yo antes de que pudieras enterarte por otras personas.
–Ya. Me repondré.
Llegaron a la altura de casa de Aicha, se detuvieron y hablaron un buen rato, para despedirse finalmente con beso.

A las pocas horas, sobre media mañana, se vieron en la terraza del restaurante Lavazza. Un cariñoso saludo rompió el ensimismamiento que padecía Sissé, de dormir tan poco, sentado en una mesa bajo un parasol de paja. Aicha se sentó muy pegada a él, con las manos entrelazadas apoyadas sobre la mesa. La mirada triste de Aicha y un mohín de desconsuelo conmovieron a Sissé que observaba los ojos enrojecidos de ella, por lo que dedujo que tampoco había dormido mucho. Él pidió un café con leche, ella no quiso tomar nada a pesar de la insistencia de Sissé. Sólo se miraban, sin pronunciar una sola palabra. 
–No quiero que te influya mi desánimo, Sissé, entiendo que debes hacer aquello que te ha traído hasta aquí– le dijo, rompiendo el angustioso silencio con voz entrecortada. –Estoy contenta por haberte conocido y haber pasado estos dos días contigo. Es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo— prosiguió Aicha, haciendo un mohín intentando simular una sonrisa. –No podía imaginar que llegara a este punto. Me he enamorado como una tonta. Pero, eso no debe ser un impedimento para que tú hagas lo que quieras hacer.
Sissé, la escuchaba impertérrito sin mover un músculo siquiera. Sin soltarle las manos y mirándola a los ojos la incitó a seguir hablando.
–Me gustaría que me llamases de vez en cuando. No quisiera perder el contacto contigo– Sissé apreció un atisbo de alegría en la mirada de Aicha. –Si en algún momento decides que ya no te importo nada, que no me deseas, dímelo abiertamente. No me lo hagas comprender por medio del silencio.
Sissé le acercó los labios y la besó sutilmente. Una lágrima corrió por el rostro de Aicha, que hizo desaparecer con rapidez con el dorso de su mano.
–Me gustaría hacer tantas cosas contigo, Sissé. Hasta me ha pasado por la cabeza acompañarte; iniciar nuestra vida juntos… Pero no tengo ningún derecho. No puedo entorpecer tus propósitos. 
Mientras hablaban, vieron acercarse a los amigos que tras los saludos de rigor se sentaron junto a ellos, en la misma mesa. Evitaron preguntarles dónde se metieron la noche anterior. Les saludaron sin estridencias, los amigos percibieron la tensión en el ambiente; a lo que correspondieron ambos saludando del mismo modo. Después de tomar unos cafés y tés, se incorporaron a propuesta de Aicha que temía ser interrogada y no le apetecía en absoluto dar explicaciones; y, partieron todos para deambular por el recinto Ferial como los días anteriores. No se separaron un momento, Aicha y Sissé iban cogidos de la mano, caminaban por delante del resto siendo observados por sus compañeros, que murmuraban. Ellos consultando a las chicas si sabían qué les pasaba, y ellas, conocedoras de lo que sucedía, haciéndoles callar, pusieron en evidencia la candidez de los muchachos. A medida que pasaban las horas Aicha se sentía más medrosa por la suerte que pudiera correr Sissé. Desde que se habían conocido había estado muy dicharachera, sin embargo el día anterior habló poco, pero a raíz de llegar los amigos, esa mañana, casi había enmudecido. Su mirada se había tornado triste. Estaba apesadumbrada. Sus grandes ojos se habían empequeñecido. Preocupaba a Sissé el estado de ánimo de Aicha que estaba desconocida. A sus preguntas respondía prácticamente con monosílabos –la congoja que sentía no le permitía pronunciar más de una palabra–, lo que en algún momento exasperó a Sissé.
–Si quieres que me vaya, dímelo, y me iré; pero no soporto verte así.
Ella le respondió con un fuerte abrazo entre sollozos, momento que trató él de descongestionar con besos en el cuello, en la frente... Se prometieron que se reencontrarían. Aicha le juró que le esperaría hasta que volviera y Sissé le prometió que vendría para llevarla consigo, apenas se hubiera instalado en Francia. A pesar de que Sissé trató de hacerle comprender que debían disfrutar el momento, Aicha se sentía incapaz de esbozar una sonrisa. 
Pasaron el resto del día en un ambiente más distendido merced a las socarronerías de Soungalo que pronto fueron acompañadas por el resto viendo que había dado resultado al mejorar sus ánimos. Esa noche permanecieron todos juntos en el concierto, bailando unos con más disposición que otros. Al finalizar la actuación estelar, Aicha le pidió a Sissé que le acompañara a su casa, porque dijo encontrarse muy cansada. Todo el grupo hizo lo mismo y se retiraron tras quedar para el día siguiente. 
Sissé volvió a la dársena del puerto, donde había establecido su residencia, una vez se hubo despedido de Aicha. Extendió la esterilla y se acostó boca arriba, contemplando el firmamento. A él también le invadía cierta melancolía –aunque trataba de no demostrarlo– por la proximidad de su partida. En su mente no había otro pensamiento que no fuera Aicha. De momento se percató de que se había olvidado de su familia y se prometió que llamaría a su madre esa misma mañana. Extrañamente estaba insomne. Repasó concienzudamente los tres días que había pasado en Ségou, con Aicha, Leopold, Sekou, Soungaló, Djeneba, Assisa, y Singi; y daba gracias a su abuelo, con el “bàgan” de marfil tallado entre sus dedos, convencido de que había sido él quien lo había dispuesto todo para que sucediera así.



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