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miércoles, 30 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXVII



Había pasado casi un año desde que Sissé y Sawaba, se presentaran en casa de Rachid. Sissé llevaba unos días muy inquieto, irascible, algo impropio en él, sobre todo desde que supo de la muerte de Be. Fátima les anunció a Sawaba y Sissé que en breves días sería la Fiesta del Cordero, sobre mediados de diciembre, por lo que todos deberían estar contentos, les dijo, con la intención de calmar el ánimo de Sissé. El anuncio de Fátima le dio pie a Sissé para concretar la fecha de partida, que sería inminente. Antes quería comentarlo con Sawaba a pesar del distanciamiento ostensible entre ambos. Esa misma noche estando en la cama con ella le cogió sus manos con ternura y le contó sus planes.
––Sawaba, he pensado en que ha llegado el momento de marchar e intentar pasar la frontera por Ceuta— le dijo. ––Y creo que la fecha más idónea para hacerlo es en Febrero, una vez hecha la siembra. Tú ¿qué dices?
––Sissé, le estás dando demasiadas vueltas a tu partida.
––¿Cómo? ¿Tú no tienes intenciones de partir?— La interrumpió.
––No. Yo no me voy. Estoy muy bien aquí. Tengo trabajo, me respetan y posiblemente empiece pronto a trabajar en el periódico de Nador. Yo no voy a arriesgar más mi vida, por conseguir qué...— le dijo Sawaba.
––Sawaba, no me esperaba tu decisión. Creía que buscábamos lo mismo.
––Buscábamos, tú lo has dicho. Pero creo que yo sería un estorbo para ti en estos momentos… Tú tienes tu corazón y tu cabeza en otra mujer y yo no voy a ser un impedimento para que puedas ser feliz, Sissé— le dijo con lágrimas en los ojos. Y añadió: ––lo que te pido es que se lo comuniques a Rachid cuanto antes, ellos se merecen saberlo con tiempo para poder preparar la nueva situación en la hacienda.
––¿Qué hay de aquello que me dijiste cuando me cuidabas: “Estás pasando un mal momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión de siempre por llegar a Francia y pasaremos, un día pasaremos, no lo dudes”.
––Nada. No queda nada, Sissé––. Sissé comprendió que Sawaba había tomado su decisión y tenía las ideas muy claras.
––Había pensado comunicárselo en la Fiesta del Cordero.
––Sissé, díselo después de la fiesta. No estropees ese momento de alegría, sabes que eres muy querido en esta casa y tu marcha les va a afectar— le reprochó Sawaba.
––Quizá tengas razón. Se lo diré después de haber pasado la fiesta––. Y tras una pausa añadió. ––Aunque he decidido intentarlo por otra mujer: mi madre. No te voy a negar que hay otra chica, tú ya lo sabías¾. Después de una pausa dijo: Mi hermana Be, mi pequeña Be... Ella era una luz en mi vida y ahora se ha convertido en una piedra en mi corazón; y he de reiniciar el viaje, no me perdonaría otra muerte más mientras yo estoy aquí–– se reprochó.
––Lo siento Sissé.
Sissé no quiso rogarle a Sawaba que pensara en reconsiderar su postura. Su sitio estaba junto a Aicha y no estaba dispuesto a soportar una situación diferente. Permanecieron, ambos, largo tiempo en silencio antes de dormirse, cada uno vuelto a un lado dándose la espalda. Aunque se había acostumbrado a la convivencia con Sawaba, Sissé nunca había estado conforme en el modo de irrumpir de esta mujer en su vida. A pesar de no atreverse a dejarla, tuvo muchos momentos en los que pensó que no debía haber continuado con ella, debería haberla dejado que viviera su propia vida. Era cierto que se había apoyado en Sawaba muchas veces, que le había sacado adelante en sus peores momentos, que tenía una personalidad arrolladora, pero no era la mujer de su vida. Alguna que otra vez se lamentó por no habérselo comunicado en Nador, tras la redada y haber permitido que se hubiera ilusionado inútilmente. Estaba quejumbroso por su falta de decisión.
«Una mujer sola en aquellos parajes, aquellas situaciones, y lo que Sawaba había sufrido...» se repetía así mismo, para justificar que no era por falta de personalidad o por debilidad, sino simplemente era una cuestión de humanidad, que después se convirtió en algo muy distinto.
Sissé no había sentido por Sawaba lo mismo que por Aicha en ningún momento. Pensaba que podía haber actuado de forma egoísta, pero a ella también la ayudó a sobrevivir con una relativa tranquilidad. Creía que a partir de ahora sería más llevadero porque tendría que preocuparse sólo de sí mismo. La negativa de Sawaba a partir con él, a pesar de que le turbó en un principio, estaba comenzado a considerar que era lo mejor que le podía pasar, evitando el penoso deber de decirle un día que todo se había acabado.
En su insomnio, pensó en la actitud de Aicha, parca en palabras y evasiva, con la que hacía tiempo que no hablaba. No acababa de entender qué era lo que estaba sucediendo. Su pensamiento se dirigía hacia Sekou, que posiblemente la estuviera acosando. Leopold no le había llamado ni una sola vez. En cada momento que Sissé había pretendido hablar del pequeño enseguida había desviado la conversación.
No era capaz de conciliar el sueño y recordaba el año que había pasado en la Villa de Farhana. Lo agradecido que estaría de por vida tanto a Rachid como a Fátima, «no sé que hubiera sido de mí si en aquellos momentos no nos hubieran cobijado» se preguntó. En ese año, en el que había trabajado a las órdenes de Rachid, se adaptó a sus gentes y sus costumbres perfectamente, había establecido amistades que nunca iba a olvidar. Se consideraba integrado perfectamente en la comunidad magrebí «hasta he asistido en varias ocasiones a la Mezquita» se dijo.
El inicio de los cánticos del almuédano desde el minarete de la mezquita al fayr, le indicó que era hora de abandonar el lecho. No había dormido. Era hora de reincorporarse y empezar el nuevo día. Su cuerpo se encontraba entumecido, sus párpados pesados, pero su espíritu reconfortado por la parte de Sawaba, aunque herido y convulso por la muerte de la pequeña Be. Se había quitado un gran peso de encima con la negativa de Sawaba a acompañarle. Sawaba se levantó y vistió en silencio, saliendo antes que Sissé del dormitorio.
La Fiesta del Cordero era un gran día para la comunidad musulmana. Ayudó en todo a Rachid y a su hijo que había llegado de Rabat para pasar la festividad en familia, como era costumbre. Rachid era feliz de hacerles participar en todo, tanto a su hijo como a Sissé. Fátima, por otra parte, también estaba radiante con la participación de Sawaba en los preparativos. Además porque la veía contenta, había vuelto a ser ella: dicharachera y bromista como antes.
Rachid, en la víspera de la fiesta, obsequió a los empleados que no residían en la hacienda con un cordero a cada uno. Todos los residentes acudieron juntos a la Mezquita a honrar la figura de “Ibrahim” por medio de los rezos y los cánticos de los congregados, ataviados todos con sus mejores vestimentas. Tras la ablución y terminar la ceremonia se dirigieron a la hacienda de Rachid.
Mediada la tarde llegaron varios invitados que fueron recibidos con grandes agasajos. Rachid realizó el sacrificio del cordero en presencia de su hijo y de Sissé, así como de los invitados varones. Las mujeres rápidamente limpiaron la sangre y las vísceras concienzudamente para a continuación, una parte, ser asadas en las brasas y otra dispuesta para ser cocinada. Mientras tanto, el cordero se colgó por las patas para que se enfriara para ser comido en los días siguientes. Tras una comida copiosa, que consistió en Tajín de cordero, guisado a fuego muy lento con parte de las vísceras y trozos de cordero y membrillo caramelizado. Se combinaba la carne salada con el dulce de los membrillos, servido en el recipiente que daba nombre al plato. Era un recipiente de gran diámetro de barro de poco fondo y con una tapa de forma cónica, utilizada para mantener la comida caliente después de la cocción. Tras unos postres variados de frutas naturales, acompañadas de dátiles y limones caramelizados, y posteriores dulces diversos, llegó el momento del té, que en esa ocasión fue preparado por Sissé a requerimiento de él mismo, al puro estilo Tuareg, haciendo el ritual de las tres tomas. Los comensales se obsequiaron con regalos, entre cánticos, bromas y bailes, a medida que aparecían los distintos tés que preparaba Sissé.
Transcurridos cinco días desde la Fiesta Grande, y vuelta la normalidad en la casa, mientras tomaban el té, Sissé anunció a Rachid su intención de marchar.
––Rachid, quiero decirte que en el mes de febrero, tras la siembra me marcharé para intentar pasar a España.
Las caras joviales de ese momento, se tornaron en rictus compungidos, ni la propia Sawaba sabía que era el momento elegido por Sissé para anunciar su marcha. Nadie quería que llegase ese momento, tras un año, poco más o menos, de convivencia extraordinaria y resultados magníficos en cuanto al trabajo realizado.
––Os marcháis en febrero— Rachid meditaba en voz alta.
––No. Yo no me voy— se apresuró a decir Sawaba, mirando a Fátima, esperando su complacencia. ––Se va él sólo.
––Ah. ¿No marchas tú?— Le preguntó Rachid a Sawaba, algo desconcertado.
––No, no. Yo, no.
––Supongo que lo has pensado muy bien–– dijo dirigiéndose a Sissé. Y sin dejarle responder, continuó. ––Cuando dices que te marchas para Febrero es por que lo has pensado. Es cuando menos perjuicio me puedes crear. Te agradezco el detalle, Sissé—. Y le preguntó ––¿Es definitivo? O todavía cabe la posibilidad de reconsiderar la decisión.
––Es definitivo Rachid. Debo intentarlo, al menos una última vez. Si no lo consigo me vuelvo a Malí, con los míos.
––Eso me parece razonable. Sin embargo si hay algo que yo pueda hacer con el fin de que cambies de opinión no tienes más que decirlo. Muy gustosamente te escucharé— le propuso Rachid. Y añadió, —porque no creo que sea porque te encuentras a disgusto.
––No. No. Ni mucho menos, yo estoy muy a gusto con vosotros. Desde que me acogisteis aquí tanto tu mujer como tú os habéis portado excelentemente conmigo y yo he tratado de corresponderos, pero mi vida está en Francia o en mi País. Debo…, tratar de conseguir el objetivo que me ha traído hasta aquí— comentó emocionado.
––Te entiendo Sissé y respeto tu decisión, pero permíteme que haga lo posible para que permanezcas con nosotros. Te subiré el sueldo un cincuenta por ciento más de lo que ganas ahora. Eso no lo he hecho yo en mi vida con nadie.
––No es una cuestión de dinero. Por dinero, sabéis tanto tu mujer como tú que no me movería de tu casa nunca. Yo te agradezco tu interés. Jamás podré olvidaros, os habéis portado conmigo como unos padres. Os aprecio sinceramente, Rachid, pero comprende que mi sitio no está aquí.
––Me creas un problema, Sissé, aunque tengamos dos meses para resolverlo. Pero no será lo mismo, seguro. La confianza que he depositado en ti ni en mis paisanos la podré depositar. Pero creo que tienes razón. Un hombre debe echar raíces allá donde su corazón le indique. Siempre me tendrás a tu disposición. Si necesitaras alguna cosa no dudes en decírmelo. Y si en algún momento quisieras permanecer con nosotros ya sabes la oferta que te he hecho, que te la mantengo firme— le ratificó Rachid.
––Gracias Rachid. De momento no cabe esa posibilidad, pero si en algún momento surgiese con mucho gusto te lo haría saber.
––Ah. ¿Qué sucede que tú no vas con él?— Preguntó Rachid a Sawaba, con semblante estupefacto. ––¡Yo no me entero de nada!–– protestó.
––Nada. No sucede nada. Sólo que hay una mujer que estaba algo olvidada por motivos de miseria— le respondió Sawaba.
––Disculpa no entiendo lo que dices.
––Tampoco es necesario que entiendas mucho más— intervino Fátima para desembarazar un tanto la situación.
Rachid se encogió de hombros y anunció su propósito de irse a la cama, conminando a los demás a hacer lo mismo. Fátima se acercó a Sissé y le colocó una mano en el hombro al tiempo que le miró a los ojos con complacencia, marchando a continuación en pos de su marido. Sawaba y Sissé se miraron con cierta ternura durante un instante, sin mediar palabra, ella se giró para ir a la habitación. Sissé permanecía de pie, no se había movido del lugar que ocupara mientras hablaba con Rachid. Pensaba en la situación tensa que se había establecido al final de la noche y las palabras con cierto retintín de Sawaba. No se sentía bien, porque no quería bajo ningún concepto crear desazón a esa familia. Recogió la I’barrade y los vasos y los acercó a la pileta con excesiva parsimonia.
Meditaba sobre el tiempo que llevaba conviviendo con Sawaba, los momentos felices que había pasado con ella. Las situaciones comprometidas, incluso de cierto riesgo, que habían vivido juntos como consecuencia de su condición de emigrantes.
Cuando llegó Sissé a la habitación Sawaba se encontraba acostada, vuelta de espaldas a la puerta de entrada. Se echó él a su lado y le dio la espalda también, no se atrevió a tocarla siquiera, sabía que estaba despierta, pero pensó que era mejor no decir una palabra. Fue ella quien tomó la iniciativa y se giró sobre sí, se abrazó a Sissé, que le correspondió con entusiasmo. Estaba completamente desnuda y pidió a Sissé que hiciera lo mismo, la complació al instante. Pasaron una noche de una intensidad casi apocalíptica, quizá esperando algo que no se iba a producir, por ninguno de los dos.
––Te recordaré siempre. Quiero que sepas que no te guardo ningún rencor, más bien, todo lo contrario. Nunca he querido a un hombre como te quiero a ti, Sissé.
––Gracias Sawaba. Yo también te he querido mucho, quizá no lo suficiente. Te pido perdón por ello. Porque si te hice concebir alguna esperanza, nunca en mí existió el ánimo de hacerte daño.
––Ya lo sé, Sissé. Pero a veces las mujeres nos creemos unas cosas, quizá infundadas, pero que nuestra ceguera por un hombre no nos permite ver.
––Sawaba, yo nunca te prometí nada...
––No te reprocho a ti mi desazón, Sissé. Sé que sólo es un problema mío, por ir por delante de los acontecimientos.
––De todas formas quiero que sepas que te estoy muy agradecido, y te lo estaré mientras viva por tus desvelos en mis peores momentos en Rostrogordo. Soy consciente de que de no haber sido por ti, yo ahora no estaría aquí.
––Hice lo que tenía que hacer. Lo mismo que hubieras hecho tú.
––No sé si yo hubiera hecho por ti lo que tú has hecho por mí. Me duele reconocerlo, pero te aseguro que no lo sé.
––Yo, sí lo sé. Eres muy buena persona, Sissé. Y lo habrías hecho, no tengo la menor duda.
––Sawaba te agradezco la estima en que me tienes. Seguramente no lo merezca, pero te lo agradezco de corazón.
––Te mereces eso y mucho más, Sissé. Y quiero que sepas que te deseo lo mejor. Que tengas mucha suerte en la vida y consigas aquello que te propongas–– le dijo al tiempo que le besaba los labios con ternura.
Sawaba quiero decirte algo.
Dime lo que sea.
Tengo un hijo…—, tras la cara de estupefacción de Sawaba, Sissé continuó, —no sé por qué Aicha no quiere que hablemos de él. Se llama como yo. Y ya corretea.
Pero eso es extraordinario. Seguro que es tan guapo como tú. ¿Cuándo lo tuvo?
¾Ya hace casi un año.
¾Sissé ahora comprendo tu ansiedad por continuar el viaje…
Por una parte sí. Pero tengo muchas dudas, Sawaba. Hay un chico por medio que la pretendía y con el que tuve un altercado, que no sé si la estará acosando. Ella me dice que no, pero le dije que le diera mi número de teléfono a su primo Leopold para que me llamara y no lo ha hecho después de tanto tiempo. Pero me preocupa el no poder hablar de mi hijo con ella.
Bueno, no creo que debas preocuparte— dijo poco convencida, —lo importante es que esté bien…
Sí, eso sí. Al menos es lo que me dice Aicha.

Pues eso es lo verdaderamente importante, Sissé.

domingo, 27 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXVI



Sawaba comenzó a trabajar al segundo mes de estancia en Farhana, en un hotel propiedad de Mohamed, amigo de Rachid, en la población de Beni Enzar. Rachid le prestó una bicicleta con la que cubrir los siete kilómetros que le separaban de su trabajo. Sawaba compaginaba su trabajo diario con la ayuda a Fátima en los quehaceres de la casa. Entre tanto, Sissé, se ocupaba del cultivo de toda clase de hortalizas, que parecían algo descuidadas. El trabajo de Sissé satisfacía plenamente a Rashid y pronto dejó de supervisar los trabajos de éste. Le propuso que se hiciera cargo de la supervisión y control de todos los cultivos de la finca, lo que Sissé aceptó encantado. La convivencia en la casa era magnífica, salvo pequeños problemas puntuales, fruto de las diferencias de pensamientos y el concepto de sociedad que unos y otros tenían, pero se diluían inmediatamente.
La vida en la hacienda de Farhana era muy placentera tanto para Sissé como para Sawaba. Gozaban de plena libertad de movimiento gracias a los visados, que por la mediación de Rachid, obtuvieron con suma rapidez. El trabajo que realizaba cada cual satisfacía plenamente a sus patrones lo que les permitía vivir con máxima tranquilidad. Se habían integrado sin dificultad en la comunidad de Farhana.
Era viernes y por tanto fiesta, por lo que no se trabajaba. Estaban reunidos Rachid y Sissé en el patio interior de la casa, después de haber arreglado a los animales y guardados los aperos. En breve marcharían a la Mezquita para la oración de los viernes.
––Sissé ¿te atreves a cortarme el pelo?
––Sí, claro. Si tú te atreves a ponerte en mis manos...
––¡Sissé!
––Seguramente las orejas las seguirás manteniendo, después del corte de pelo.
––Bueno eso ya me tranquiliza.
Entraron en la casa y Rachid pidió a Fátima unas tijeras y un peine, anunciando que Sissé le iba a cortar el pelo. Rostros de incredulidad e incertidumbre se precipitaron en sus semblantes y se miraron las dos mujeres.
––Sólo le voy a cortar el pelo–– casi protestó Sissé.
Unas risas irónicas siguieron a aquellas palabras. Sissé les demostró su destreza con la tijera y el peine, dejando constancia de que no era el primer pelo que cortaba. Rachid quedó muy satisfecho.
Después de haber recogido el segundo salario, Sissé, compró un teléfono móvil y llamó a Aicha. Se encontraba muy emocionado. Después de varios intentos sin conseguir hablar con ella. Al poco de caer la noche lo intentó de nuevo.
––Hola Aicha––, un grito de ella le hizo retirar el teléfono del oído. Un momento de silencio continuó, mientras escuchaban los sollozos, el uno del otro. ––¿Cómo estás?–– Apenas pudo pronunciar Sissé.
––Bien y Tú.
––Yo estoy bien–– no alcanzaban a decir más de tres palabras sin interrupción.
-¿Por qué has tardado tanto en llamar?
––Porque me quitaron el teléfono, el dinero...
––¿Pero tú estas bien?
––Ahora estoy muy bien Aicha. Estoy trabajando en una hacienda en una población pequeña de Marruecos.
––¿No crees que te puedan engañar?
––No. Son unas personas muy amables. Me acogieron y vivo con ellos, En cuanto he podido he comprado un nuevo teléfono para llamarte.
––¿No estabas en Melilla?
––Conseguí entrar en Melilla. Pero nos devolvieron a Marruecos y..., bueno que te llamé desde allí.
––¿Qué has estado haciendo todo ese tiempo?
––Esperando otra oportunidad. Pero que no se ha dado. Y se me ha presentado esta ocasión y voy a aprovecharla. Trabajaré unos meses aquí y después volveré a intentarlo.
––Lleva mucho cuidado.
––No te preocupes. Si no lo consiguiera en esta ocasión me vuelvo contigo.
––No te precipites, yo estoy bien.
––¿Qué diste a luz?
Un niño precioso.
¿Un niño? Debe estar ya muy grande ¿no?
Sí.
¡Cómo me gustaría tenerlo en mis brazos!
Ya lo imagino, Sissé.
¿Sekou te ha vuelto a molestar?
No… Nunca me llegó a molestar…
¿Aicha me ocultas alguna cosa?
No, ¿Por qué piensas eso?
¾No sé tengo mis dudas sobre Sekou…
¾Sekou es un buen chico.
¿Cómo se llama el niño?
Sissé
¡Sissé! Estoy muy emocionado, Aicha. ¿Cómo es? Dime como es.
Es muy guapo, alto y ya corretea.
Ya corretea… Cómo pasa el tiempo— dijo Sissé con la voz entrecortada.
Y Leopold y los demás ¿cómo están?
––Bien. Están todos bien. Se acuerdan mucho de ti.
––Yo, también me acuerdo mucho de ellos. De los días que pasé junto a todos vosotros. Fueron inolvidables. Les he tenido muchas veces en mis pensamientos, en mi soledad, y eso ha mantenido vivo mis sentimientos, Aicha... Dales muchos recuerdos y espero poder veros a todos pronto.
¾No tengas demasiada prisa, ve con calma.
Dame el teléfono de Lepold. Me gustaría hablar con él.
No soy capaz de sacar su número de teléfono al tiempo que hablo.
Bien, pues dale a tu primo mi número de teléfono y dile que yo no tengo su número.
Sissé le contó a Aicha cómo le había ido, entre medias verdades y pequeñas mentiras para que no se inquietara. No quiso entrar en detalles de las detenciones, las deportaciones, la depresión sufrida y su vida con Sawaba, que sabía que no aprobaría. Ella, por su parte, ya no hizo hincapié en que volviera, la había notado como algo escurridiza. «No ha hablado constantemente» se dijo. Sawaba llegó en ese momento y escuchó cómo se despedía de Aicha.
¾¿Con quién hablabas?¾ le preguntó Sawaba a pesar de saberlo.
¾Con la familia¾ le mintió Sissé.

Pasaron los meses y cada cual seguía con sus actividades. Fátima encantada con la ayuda de Sawaba y en algunos casos de Sissé; y Rachid igualmente satisfecho con la decisión que tomó en su momento de darles trabajo, obteniendo unos resultados extraordinarios. Sissé seguía manteniendo el mismo proyecto en vigor. En su pensamiento no estaba más que en pasar la frontera, y en Aicha, con quien había hablado en muy escasas ocasiones. Siempre evitaba que Sawaba estuviese presente.
De cuando en cuando hablaba con Sawaba de intentar pasar la frontera y ella, que no sentía la misma ansiedad que Sissé por cambiar su vida actual, le iba dando largas. Le recordaba, cada vez que Sissé lo planteaba, lo mal que lo habían llegado a pasar, aduciendo a la situación estable que disfrutaban en la actualidad. Sawaba sabía que Aicha no había desaparecido del pensamiento ni del corazón de Sissé. Sabía que él la llamaba cuando ella no estaba delante. Ya hacía algún tiempo que era conocedora que no tenía posibilidades de permanecer junto a Sissé indefinidamente. Había oído a Sissé en alguna conversación telefónica con Aicha. Aquella llama que prendió en su día había rebrotado con fuerza en el corazón de Sissé. Sawaba jamás le ocultó su amor y Sissé parecía corresponderla, a su manera, eso sí. Llegó a creer que le había embaucado, que Sissé también se había enamorado como ella, hasta que le escuchó hablar con Aicha después de tanto tiempo. La relación entre ambos no era la misma que habían mantenido hasta entonces. Aunque continuaban viviendo en la misma casa y durmiendo en la misma cama. Sawaba se resignó y se había impuesto el no interponerse entre ambos, «Sissé debe sentirse libre de adoptar la decisión que su conciencia le dicte» se repetía constantemente.
Sawaba se encontraba a gusto con su trabajo y su estancia en aquella casa que le hacía muy feliz, con aquella familia que tan extraordinariamente la había acogido. Su aspecto físico había mejorado ostensiblemente, había ganado unos kilos, abandonando el aspecto esquelético de cuando llegaron a Farhana. Su cara se le había rellenado un tanto mejorando sus facciones, que eran de una belleza extraordinaria, su cuerpo se había proporcionado y resultaba espléndido. No obstante, su carácter había experimentado un cambio demasiado elocuente, ya no reía ni bromeaba como cuando llegaron. Su gesto se tornó huraño.
––Sawaba, ¿estás molesta por algo o por alguien de esta casa?–– Le preguntó Fátima.
––No. No.–– Y se le abrazó a ella con lágrimas en los ojos. ––No estoy molesta con vosotros, para nada. No, no es una cuestión relacionada con vosotros...–– un nudo en la garganta le impidió continuar.

Ambas mujeres se sentían muy a gusto juntas, cambiando impresiones habitualmente. Se habían encariñado la una con la otra hasta tal punto de que se contaban intimidades que sólo la una o la otra conocían. Llegaron a convertirse en cómplices perfectas y artífices de la bonanza y el bienestar de la hacienda de Rachid.
––Es un problema con Sissé...–– comenzó a contarle, cuando le oyeron que llegaba hablando sobresaltado.
––¡No! ¡No! ¿Qué me estás diciendo?–– Sissé lloraba sin poder contener las lágrimas, desconsolado. ––¿Cómo ha ocurrido?
––...
––¿Por qué no me habéis dicho nada en las anteriores conversaciones que hemos tenido?
––...
––Lo siento, madre. Yo estoy, aún, en Marruecos, trabajo en un pueblo llamado Farhana, con una buena familia. Rachid y Fátima me acogieron hace algunos meses y estoy muy bien con ellos. Pero, ha llegado la hora de intentarlo de nuevo.
––...
––Sí, madre. He estado en Melilla, pero me devolvieron a Marruecos. Y lo he intentado en varias ocasiones pero no lo he conseguido. Pero te prometo que esta vez lo conseguiré–– le dijo a su madre con la voz entrecortada y las lágrimas deslizándose por su rostro.
––...
––¿Por qué no me habéis dicho la verdad de cómo estabais viviendo? Os hubiera enviado dinero y posiblemente...
––...
––Adiós, madre. Cuida de todos.
Sissé estaba solo, sentado en una de las sillas del porche, tapándose la cara con ambas manos, sollozando. Había dejado caer el teléfono a su lado. Era la primera vez que comentaba a los suyos que después de haber conseguido entrar en España le habían devuelto a Marrruecos, nunca antes quiso inquietarles con su infortunio. El anuncio de su madre de que, Be, su hermana más pequeña, había muerto de malaria hacía tan sólo un mes, le había conmocionado. «Mi pequeña Be» se repetía.
––¿Qué te pasa Sissé?–– Le preguntó Fátima.
Sissé se levantó de la silla y se abrazó a las dos mujeres que estaban juntas, entre sollozos.
––Mi hermana Be. Mi hermana pequeña, ha muerto hace un mes de malaria–– les dijo barbotando las palabras.
––Lo siento, Sissé–– dijo Sawaba que irrumpió, también, en un llanto.
––Lo siento––, pronunció igualmente Fátima, muy afectada.
No tardó en llegar Rachid, de Nador. Había pasado el día en la ciudad realizando unas gestiones administrativas, y fue informado puntualmente por su esposa de lo sucedido a Sissé.
––Siento mucho lo de tu hermana, Sissé–– le dijo a penas le encontró en el patio, sentado en el suelo con la espalda apoyada sobre la pared y un polluelo entre las manos.
––Gracias, Rachid–– se limitó a decir Sissé.
Sissé apenas tomó bocado, y se retiró a su habitación. No tardó en llegar Sawaba que hizo una cena frugal. Se echó a su lado y se abrazó a él. Sissé le contó lo mucho que quería a aquella niña, a la que cuidó durante el primer mes de vida, hasta que se marchó. Sawaba trataba de consolarlo. Aquella noche durmió con dificultad, no acabó de conciliar el sueño y se despertó varias veces, despertando a Sawaba en alguna ocasión. No hacía más que pensar en su casa y su familia, la desolación se instaló en Sissé.
La mañana fue bastante movida en la hacienda, yendo de aquí para allá, atendiendo a las necesidades de los trabajadores que le requerían constantemente. En un momento de respiro llamó a su madre y le pidió el numero de cuenta. A lo que su madre le dijo que según había dicho su padre no hacía falta que enviara dinero, de momento estaban bien. Por otra parte le dijo que lo sucedido a Be, no se hubiera evitado aunque él hubiera mandado dinero, que dejara de martirizarse. Le aseguró que este año estaba siendo mucho mejor que el pasado.



miércoles, 23 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capitulo XXV



Después de nueve meses, desde que cayera en la depresión, en los que habían cambiado el campamento otras tantas veces a distintos lugares en los pinares de Rostrogordo, Sissé se encontraba algo mejorado, aunque todavía parco en palabras. Su semblante era bien distinto a pesar de mantener un rictus serio. Sus ojos ya no estaban hundidos, como antes. Ya no arrastraba los pies al caminar, aunque no gozaba de la energía de meses atrás. Su mirada iba recuperando poco a poco su viveza y ya era capaz de mantener una conversación coherente, aunque con frases muy cortas y muy de largo en largo. Los cuidados de Sawaba estaban dando su fruto. Ella se quedó muchas veces sin comer para que comiera él. Pasó muchas noches enteras sin dormir. No se apartó un solo instante de aquel hombre al que quería con toda su alma y complacía en todo lo que podía.
En uno de los paseos vespertinos que seguían realizando a diario, Sissé, recordó lo que le comentara Ibrahim, sobre el tiempo que pasó trabajando en la aldea de Farhana y tal idea comenzó a girar en su cabeza. Sissé no cesaba de agradecerle a aquella mujer su dedicación y su esfuerzo, y sobre todo su compañía.
––Sawaba, necesitamos recoger dinero para subsistir–– le dijo un día cuando ya caía la tarde. ––En una ocasión, Ibrahim, un compañero de campamento me dijo que él había trabajado en la aldea de Farhana. ¿Qué habrá sido de él?... Podríamos hacer lo mismo nosotros. Al menos intentarlo.
––Sissé, me parece fenomenal. Si tú lo quieres así yo también. Nos vamos cuando tú quieras, y si no conseguimos trabajar nos volvemos aquí, o vamos a cualquier otra parte.
Apenas despuntó el día, salieron ambos del campamento en dirección Sureste, buscando el camino que les llevara a Farhana. Era casi mediodía cuando llegaron al Monte Gurugú divisaron en lo alto el Castillo de Basbel. Más adelante a la altura del barranco de El Lobo y el de Las Agujas, observaron una manada de jabalíes, a Sawaba le llamaron la atención los jabatos y sobre todo los rayones, que la enternecieron.
––Mira, Sissé. Qué vista tan bonita–– se detuvo a la salida de una curva que hacía el sendero por el que caminaban.
––Si es cierto. Es una vista espectacular de la Bahía de la Mar Chica y Nador desde la altura.
Al poco vieron el Castillo Hundido y el camping. Llegaron, después de salir de una fosca de pinos, a una zona en la que había un extenso cultivo de habas, de las que se proveyeron sobradamente. Sentados al borde del habar, dieron buena cuenta de las viandas que tenían delante. Aprovecharon para descansar, pues la temperatura era agradable. Se echaron de bruces, uno junto al otro y al momento Sawaba se incorporó y besó a Sissé en los labios. Sawaba no perdía la ocasión de demostrar a Sissé el cariño que sentía por él y volvía a sonreír después de tantos meses de desazón.
Después de descansar un par de horas tomaron, de nuevo, el camino y poco más adelante en un manantial natural bebieron agua y aprovecharon para lavarse. Comenzaba a declinar el sol cuando llegaron a los aledaños de Farhana, desde donde se veían sus casas y una alquería desde la ladera del monte. Decidieron pasar la noche en el monte y acercarse una vez despuntado el día.
Los cánticos del muecín a las oraciones del fayr les despertó. Aún permanecieron un buen rato echados, Sawaba se pegaba con ahínco a Sissé para mitigar el frescor de la mañana, éste la tenía abrazada y cobijada en su enorme cuerpo. Salieron de entre los árboles y se aproximaron a la hacienda que tenían delante. La tarde anterior observaron que, una considerable extensión de terreno a su alrededor estaba dedicada a cultivos. Frente a la casa, había un tractor, una muela y aperos de labranza. Un intenso olor a jazmín de dos plantas que secundaban la entrada principal les recibió.
––¡Señor! ¡Señor!— Llamó Sissé, desde la puerta que se encontraba abierta.
––¿Quién es?— Contestó desde el interior una mujer.
––Señora. ¿Nos podría dar un poco de agua?— Solicitó Sissé alzando todavía más la voz.
––Naturalmente— le contestó la mujer, al tiempo que aparecía por el porche de la casa secándose las manos con un paño de cocina. ––Ah. Un momento que les saco el agua—.
Llevaba una jarra de agua y dos vasos, y les dijo solícita: ––pasad, pasad. Tomad el agua—. Se volvió, de nuevo, hacia el interior de la casa, por donde había venido, y sacó un plato con frutas: dátiles, naranjas, plátanos y un racimo de uvas. ––Comed, tendréis hambre— les invitó.
––Gracias, señora— se apresuró a decir Sawaba, al tiempo que cogía una naranja. Sissé también se apresuró a coger un poco de uva.
––Señora, no queremos molestarla— dijo Sissé.
––No os preocupéis, no molestáis. Comed cuanto os apetezca. Os vendrá bien— se aprestó a responder. ––Mi nombre es Fátima. Y ¿el vuestro?
––Él se llama Sissé y yo soy Sawaba.
––Gracias, de nuevo. Esta noche pasada hemos podido saciar el apetito en un habar que hay en la ladera del monte. Nosotros queríamos saber si tendrían trabajo para darnos— le preguntó Sissé.
––Bueno, eso debe ser mi marido quien te habría de contestar, él, hasta pasado el mediodía no llegará. Si deseáis esperarle, podéis hacerlo aquí— les invitó la mujer conmovida ante la presencia de aquella pareja de jóvenes recién llegados.
––Si no le molestamos, nos gustaría esperarle y hablar con su esposo— aceptó Sissé.
––Estoy preparando “tajine” de cordero y verduras, a mi marido le gusta mucho. Nos gustaría que comierais con nosotros, sólo que habrá que esperar.
––Aceptaremos con gusto, si cuando llegue a su marido no le importa— comentó Sawaba adelantándose a Sissé.
––No le molestará, estad seguros.
––Fátima, ¿le importaría que nos aseáramos un poco?— Consultó Sawaba.
––No. Claro que no. Venid.
Fátima les proporcionó ropa limpia de ella y su marido de unos cuantos años atrás. Sawaba pretendía lavar la que ellos portaban. Pero Fátima se negó y les obligó a desprenderse de sus ropajes para quemarlos a continuación.
Fátima era una mujer de mediana edad, no llegaría a los cuarenta y cinco años y llevaba un velo sobre la cabeza. Estaba entrada en carnes. Su cara era redonda y morena, como tantas otras en aquel país, su voz dulce y melodiosa irradiaba paz a raudales. Tenía grandes ojos sesgados y negros de dócil mirada.
Una vez aseados permanecieron conversando con la mujer de la casa. Se interesó por todo cuanto habían pasado hasta llegar allí. Le indicaron sus lugares de procedencia, así como los motivos de cada uno para realizar ese viaje. Se compadeció de ellos y de tantos otros que habían muerto en sus intentos de mejorar sus vidas o en ocasiones de salvarlas.
––Nosotros estamos pendientes de cuanto comentan en televisión, que no es mucho, sobre la situación de los emigrantes. Al menos os ayudan de vez en cuando proporcionando agua y asistencia sanitaria.
––¿Cómo? No, Fátima. No nos dan agua, y la asistencia sanitaria a la que se refieren es la que proporcionan a los heridos que los gendarmes provocan con sus redadas o cuando se intenta pasar la valla–– puntualizó Sawaba.
––Pero incluso han llegado a decir que os han proporcionado mantas...
––Señora Fátima, no sólo no nos han dado mantas, si no que, cuando hemos sido apresados nos han tenido un par de días o tres amontonados a hombres, mujeres y niños en celdas sin darnos agua siquiera. Quitándonos, antes, las pocas pertenencias que pudiéramos tener, ya fueran teléfonos móviles, ropa, amuletos y por supuesto dinero–– le aclaró Sissé con ternura ante el azoramiento que presentaba la mujer.
¾Nosotros no creímos a personas que como vosotros nos lo dijeron antes. No tenía nada que ver con los comentarios de televisión y pensamos que exageraba intencionadamente¾ dijo Fátima algo azorada.
Sawaba se brindó a ayudar a Fátima en la preparación del tajine, con el fin de aliviarla en su desazón. Entre tanto Sissé le pidió autorización para dar una vuelta por los cultivos próximos a la casa.
Las dos mujeres se dirigieron hacia la cocina y Sissé observó que en el porche donde se encontraba había cuatro sillas dispuestas unas frente a las otras, cada dos pegadas a la pared. Colgados sobre las sillas había aperos antiguos, en desuso, que adornaban las paredes blancas encaladas y desconchadas. Hacia el interior un patio dividía las dos alas de la casa. A una parte se advertían las cuadras para los animales y a la otra, seguramente, almacenes donde guardar las cosechas, cerrados por dos grandes portones de madera. Desde lo alto del techo, en el que estaban a la vista unas vigas de troncos de madera desiguales, colgaba un cable de luz del que pendía una bombilla más grande de lo habitual. Por la izquierda un vano daba acceso a una sala en la que había dos mesas sobre dos grandes alfombras, una mayor que la otra, rodeadas de sendos almohadones. A la derecha había una puerta pequeña, cerrada. Pegado a la fachada de la casa, un almacén con un gran portón de madera, entreabierto, por el que se asomó y vio que era utilizado para guardar los vehículos de la hacienda. El sol calentaba algo el ambiente, reconfortaba. Volvió a oler aquel intenso olor a Jazmín y poco más adelante a eucalipto. A uno de los lados del ensanche que había delante de la casa, tenían un pequeño jardín en el que cultivaban rosas, margaritas, claveles... Algo más adelante había una gran extensión de terreno plantado de tomates, que estuvo observando con detenimiento. Le sorprendió verlos enramados en altura. Aunque había oído hablar de este tipo de plantaciones, jamás las había visto. Tomó uno y lo mordió, comprobó que tenía un sabor excelente. Recorrió las plantaciones más próximas a la casa. Tenían naranjos, olivos, manzanos y una buena extensión plantada de remolacha azucarera. Después del paseo Sissé regresó a la casa.
Alrededor de la una de la tarde llegó el marido de Fátima.
––Rachid, estos son Sawaba y Sissé. Han llegado esta misma mañana y te esperan para hablar contigo. Éste es mi marido, Rachid— dijo, dirigiéndose a la pareja.
––Perdonad que me presente así, pero vengo de trabajar en el campo— se excusó. ––Vosotros me diréis.
––No se debe preocupar— respondieron al unísono, tendiéndole, ambos, la mano.
––Rachid, les he invitado a comer con nosotros— intervino Fátima.
––No podía esperar menos. Serán nuestros invitados— le respondió. Y añadió ––en ese caso, me vais a permitir que me asee y después de comer hablamos, consideraos en vuestra casa.
––Muchas gracias, señor Rachid–– respondieron ambos con entusiasmo.
Rachid cojeaba ligeramente, por un accidente con el tractor, que le rompió el tobillo, pero no le mermaba su actividad. Tenía una buena altura, sin llegar a la de Sissé, un cuerpo musculoso y una prominente barriga. Su cabello moreno y rizado comenzaba a pintar canas. Su semblante era un tanto serio pero detrás había un aspecto bonachón. Fátima les comunicó a sus invitados que iba a hablar con su marido, quería anticiparle el objeto de su visita, ––para que recapacite antes de contestaros–– dijo, haciendo una mueca de complicidad.
La comida fue distendida y los comensales felicitaron a la cocinera por el menú presentado.
––Fátima es muy buena cocinera— aseguró Rachid.
––Lo ha demostrado–– dijeron a un tiempo Sawaba y Sissé. ––La comida ha sido muy buena, y no vea cómo nos ha sentado— intervino Sawaba.
Pasaron a la mesa más pequeña donde tomarían el té a indicación de Rachid.
––Lleváis muchos días sin comer, ¿no?— Se interesó Rachid, al tiempo que les servía el té desde la I' barrade.
––Bastantes— le confirmó Sissé. ––Yo, ya no recuerdo cuando comimos algo caliente, pócimas que preparábamos en el campamento con raíces y tubérculos que encontrábamos por el monte.
––Hace casi dos semanas que comimos un khboz cada uno que nos dio una señora que habita en una casa cercana a los Pinares de Rostrogordo, por cierto estaban deliciosos. Últimamente vivimos de la mendicidad— intervino Sawaba.
––No lo parece, aunque estáis muy delgados.
––Porque nos ve ahora recién lavados y aseados. Su señora nos ha permitido utilizar el baño y nos ha proporcionado ropa limpia. Si nos hubiera visto al llegar...–– dijo Sawaba.
––Ya me había parecido a mí reconocer esas prendas. Mi mujer ha hecho lo que debía. Y bien ¿de qué queréis hablarme? Aunque creo que ya me ha adelantado algo Fátima.
––Verá Rachid— dijo Sissé, ––estamos buscando trabajo para poder comer primero y costearnos el viaje a España después.
––Y ¿qué es lo que sabéis hacer?
––Yo en mi País he trabajado en el campo: el mijo; las hortalizas; las frutas, como el mango y el plátano; el algodón. También sé cuidar del ganado y cortar el pelo— le indicó Sissé.
––¿Cortar el pelo… del ganado?
––No. No. De las personas, de los hombres en concreto— le respondió Sissé entre risas de todos.
––Bueno, no está mal— aceptó Rachid. ––Lo que vosotros pretendéis es trabajo para los dos, imagino, ¿no?
––Sí. Naturalmente— intervino Sawaba, ––yo podría ayudar a su esposa en los quehaceres de la casa, o cuidar de los niños, ¿si los tienen? Yo del campo no sé nada, soy periodista y me he pasado toda mi vida estudiando— añadió a modo de excusa.
––¿Periodista? Y no tenías oportunidades en tu País. Para dar el paso que has dado…— Y continuó, ––sí, tenemos un hijo, pero ya quisiera él que le cuidaras, está en l'Université Mohamed V Souissi, en la Faculté de Medécine et Pharmacie, estudiando Farmacia, en Rabat, será más o menos de vuestra edad.
––Podrías intentar ayudarles, Sissé te puede aliviar a ti y podrías hablar con Mohamed, para ver si le da trabajo a Sawaba en algún hotel en Beni Enzar— le dijo Fátima a su esposo.
––Veamos. Sissé yo me comprometo a darte trabajo durante tres meses, después no sé si podrás continuar con nosotros, siempre y cuando antes no tenga que despedirte si no haces las cosas como yo quiero. Y en cuanto a ti, Sawaba, hablaré como dice Fátima con mi amigo Mohamed, pero no te garantizo nada.
––No se preocupe Rachid, que no tendrá queja de mí— le respondió Sissé, entusiasmado.
––Tendréis la comida y una cama… Y un sueldo. Si te pudiera conseguir trabajo Sawaba, sería lo mejor. Pero si no lo consigo, ayudarás a Fátima en los trabajos de la casa y en lo que ella te indique. ¿De acuerdo?
––Sí, sí, señor. De acuerdo— aceptaron ambos.
––Y tomaos el té, que se está enfriando.
Fátima se abrazó a Sawaba, que no ocultaba su alegría. Al menos de momento no les faltaría la comida y podrían vivir decentemente. Entre tanto Rachid y Sissé cerraron el trato con un apretón de manos. Rachid volvió a servir el té verde con menta en los cuatro vasos y charlaron distendidos durante buen rato, interesándose por las vicisitudes que habían vivido en sus carnes los dos. Quedaron muy impactados por la narración de las atrocidades sufridas por ambos, especialmente por Sawaba.
––Os conseguiré un visado de tres meses para que podáis trabajar aquí sin ningún problema.
––Gracias–– dijeron los dos a un tiempo.
––Necesitaré vuestros pasaportes.
––Sissé lo tiene en la mochila que hemos dejado en la cocina. Ami me lo quitaron la primera vez que me prendieron–– dijo Sawaba.
––Bien, ahora no es necesario que me lo des, Sissé. Lo preparas y mañana por la mañana me lo llevo y hago las gestiones, tú pasarás por su esposa––, dijo dirigiéndose a Sawaba.
––Muchas gracias, señor Rachid–– dijeron Sawaba y Sissé, que se abrazaron sin ocultar su alegría.
Fátima les miraba complacida, y ellos estaban radiantes. Rachid les conminaba a tomar el té antes de que se enfriara definitivamente. Después de un buen rato de tertulia, Rachid, conminó a Sissé a acompañarle a conocer la finca, regresando bien pasada la tarde, empezaba a oscurecer. Después de la cena, se sentaron cómodamente alrededor de la mesa pequeña y Fátima posó en ella una bandeja con cuatro vasos y la tetera echando humo.
¡Vamos a tomar el té! ¿Cómo es qué habéis venido hasta Farhana para trabajar?
––Un tal Ibrahim, me dijo, cuando estaba en mi primer campamento del monte Gurugú, que estuvo trabajando aquí en Farhana y lo recordé y eso fue lo que nos hizo encaminarnos hasta aquí— dijo Sissé.
––Ibrahim..., ¿el zaireño?— Se interesó Rachid.
––Sí, era de Zaire.
––Sííí, el bueno de Ibrahim. Trabajó para nosotros. Espero que si te has de portar mal lo hagas como él. Dejó un grato recuerdo en mi casa. Él y mi hijo se entendían a la perfección. Era un tanto extraño, parco en palabras y muy escurridizo, aparecía y desaparecía casi sin enterarnos. Pero siempre fue muy solícito. Muy atento, espero que el Profeta le haya ayudado.
––Lo que sé de él es que consiguió entrar en Melilla y perderse por sus calles.
––Eso lo creo. Era especialmente hábil en desaparecer.
––No me habló en ningún momento de su buena relación con su hijo, señor Rachid, aunque es verdad que estuvimos juntos poco tiempo. A pesar de eso nos hicimos muy amigos. Siempre andábamos juntos a todas partes.
––Es muy buena persona. Y aquí en mi casa se portó muy bien. No tenía mucha idea de los quehaceres del campo, pero fue muy servicial. Y ya te he dicho que se llevaba muy bien con mi hijo. La verdad es que lo sentimos cuando se marchó.
––Es que nosotros, supongo que Ibrahim no sería una excepción, tenemos en la cabeza un objetivo y por él nos movemos.
––Sí. Eso está claro. Pero en Ibrahim coincidió con la marcha de mi hijo a la Universidad y, supongo, que él pensó que ya no sería lo mismo. Bueno, creo que sería prudente irnos a descansar, mañana amanece muy temprano. Ahora Fátima os dará la habitación.
––No se preocupe, señor Rachid. No seremos ningún problema para ustedes.
––Ah, por cierto. ¿No tendréis antecedentes policiales? Si los tenéis será mejor que me lo digáis.
––No, señor Rachid. No tenemos ningún antecedente penal, ni él ni yo–– se anticipó Sawaba.
––Bien, mejor así. Buenas noches. Ah Sissé, a las seis estamos en pie.
––Muy bien de acuerdo— dijo Sissé. —Buenas noches–– le respondieron ambos.




domingo, 20 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXIV




Sissé permaneció bastante tiempo en silencio mientras caminaban a la luz del día. Pronto llegaron a la pequeña población de Ain Reggada. Sissé compró una mochila para llevar a la espalda y dejar las bolsas de mano que eran incómodas para caminar. Tras reponer algo de comida retomaron el camino hacia Berkane, que alcanzaron sobre media noche. Dejaron la urbanización de Bab Al Madina a su derecha y siguiendo por la N-2, que en la ciudad estaba reseñada como Boulevard Mohamed V, se adentraron hasta el mismo corazón de la población. Quedó atrás la Biblioteca Laymoun y el Hotel Zaki, el Estadio Municipal de Berkane, la Mezquita, la Plaza de Mohamed V y el gran Parque de las Cigüeñas Blancas. Salieron de la ciudad por el barrio de Sidi Slimane Charaá, sin haberse cruzado con un solo gendarme.
Tras cuatro días de viaje sin sobresaltos, llegaron al pueblo de Selouane, a diez kilómetros de Nador, más al norte, en el interior. El día diecinueve de octubre alcanzaron el Monte Gurugú por su cara sur, desde la población de Segangan, evitando así entrar a Nador y Beni Enzar. Una vez en Beni Chiker tomaron dirección Noreste ascendiendo y descendiendo barrancos, hasta que avistaron la ciudad de Melilla, Beni Enzar y Nador desde lo alto. Sissé no tardó en reconocer el terreno como le explicó a Sawaba, que mostró su satisfacción. Al poco de caminar llegaron al lugar donde estaba ubicado el campamento en el que Sissé, junto a Ibrahim, Huffam y otros tantos se lanzaron al asalto de la valla. Se dirigió hasta el pino en el que enterró su documentación, rescatándola de nuevo. A medida que recorrían la zona del monte en la que estaba asentado el campamento, Sissé, le explicaba a Sawaba todo lo que se hizo en aquellos días y cómo se planeó la estrategia del asalto a la verja. Le habló de la mujer y la niña de Huffam. Pronto se presentó un hombre negro que les sobresaltó, reconociéndose al momento, se fundieron en un abrazo, ante la mirada de Sawaba que parecía reconfortada.

––¡Simone! Es uno de los encargados de grupo que se reunió para diseñar la estrategia a seguir en el asalto masivo del día veintinueve de septiembre–– le presentó a Sawaba.
––¿Cómo es que estás aquí?— Le preguntó Sissé.
––Yo no pude saltar. Tropecé en la carrera y caí, mi mujer y mi niña si pasaron.
––Sí pasaron, yo estuve con ellas.
––¿Estaban bien?
––Sí. Sí. La niña estaba perfectamente, jugueteaba con Huffam. Tu mujer sólo tenía una pequeña herida en la pierna, pero salvo eso estaba muy bien¾ evitó decirle la importancia de la herida de su mujer. ¾Se lamentaba de que tú hubieras quedado atrás. Pero ya no sé cómo quedaron ellas, porque a mí me entregaron a los marroquíes y me llevaron hasta el sur de Marruecos y he estado vagando hasta ahora.
––Te agradezco la información. No sabía nada de ellas–– dijo con lágrimas en los ojos. ––A mi me molieron a golpes y quedé inconsciente en el suelo, cuando desperté oía a lo lejos las sirenas y los gritos de los perseguidos, no había nadie alrededor mío y emprendí la vuelta al monte. Supongo que me darían por muerto y pensarían pasar a recogerme más tarde, pero el caso es que no me quedé para comprobarlo. Todavía me quedan restos de mi desdicha–– les mostró su pie izquierdo bastante inflamado todavía. ––Entonces tú ¿conseguiste saltar?
––Sí, lo conseguí. En el asalto de la noche— le aclaró. ––Al día siguiente coincidí con Huffam, su mujer y su niña, y con tu familia que estaba junto a ellos. Huffam si tenía un herida más profunda que le mantenía vendado y caminando con dificultad. Yo también resulte herido con cortes y poco más— al tiempo le mostró la cicatriz.
––Sissé, el corte no fue pequeño.
––No, pero curó bien. Tampoco fue excesivamente profundo. Después tuve que ir a un hospital y me limpiaron la herida y me curaron de nuevo y ya no hizo falta más.
––¿Sabes qué ha sido de Ibrahim y de Huffam?
––No. Ya no he sabido nada más. Te iba a preguntar yo por ellos, si tú habías oído algo.
¾De Ibrahim, me contó Huffam, que después de dejar sanas y salvas a su mujer y a su niña, él desapareció entre las calles del Polígono Industrial y cuando a mi me expulsaron Huffam todavía permanecía en el C.E.T.I., junto a su familia y la tuya; pero ya no he sabido nada más de ellos.
––Por aquí tampoco se ha oído ningún comentario sobre ellos. Sí se ha hablado de que varios convoyes de camiones y autobuses han salido para Oujda en varios días distintos, pero tampoco sabemos nada más. Pero cuéntame cómo viste a mi familia, por favor.
––Es que no te puedo decir nada más, que lo que te he dicho. Lo cierto es que estaban muy bien, al menos mientras yo estuve con ellas, porque a los dos días me entregaron a los gendarmes marroquíes y me llevaron a unas celdas en Nador. Y tú, ¿dónde estás? ¿Estás solo o acompañado?
––Hemos montado el campamento más hacia el Este, hacia la parte en la que yo estaba anteriormente. Pero hemos sufrido varias redadas, incluso con perros y helicópteros. Han detenido a muchos, Sissé. Ahora vivimos con inquietud, aunque en varios días no nos han molestado. ¿Queréis venir?
––Sí. Te acompañaremos, aunque no te aseguro que nos quedemos, quiero probar por Rostrogordo, ver qué posibilidades hay.
––Las posibilidades son muy similares Sissé. No hay grandes diferencias.
––¿Habéis vuelto a intentarlo?
––No. No. Ya te he dicho que hemos tenido varias redadas. Están muy vigilantes desde que se saltó la verja dos veces en el mismo día. Aunque siempre hay alguien que lo intenta. Ahora están reparando la verja. Y se oyen rumores de que la van a elevar a seis metros.
––¿Seis metros?
Se encaminaron hacia el nuevo campamento que se hallaba situado a un kilómetro más o menos del que ocupaban antes. Desde éste se divisaba muy bien Beni Enzar y Nador, La bahía de la Mar Chica y la parte sur de Melilla, donde está el puesto fronterizo de Beni Enzar. Era una zona de cedros y encinares que colmaban el ambiente de su perfume, remarcado por una humedad que se posaba sobre la arboleda. <<Es mucho más pequeño que el que teníamos más arriba>> se dijo Sissé. Como si Simone hubiera adivinado el pensamiento de Sissé, les guió por un sendero amplió que giraba hacía la izquierda, desde donde vieron un amplio despliegue de chabolas. Empezaba a caer la tarde y el crepúsculo era espectacular, le recordó a Sissé las conversaciones con Ibrahim sobre la belleza de las puestas de Sol en Melilla. Sawaba no se separó ni un momento de Sissé, hasta el punto de llevarlo cogido de la mano.
Caída la noche, Sissé y Sawaba ocuparon un pino libre cerca de dos chozas, aunque sólo contaban con unos cartones pinchados entre el ramaje que cubrían del relente nocturno. Durmieron abrazados. Sawaba le dijo que siempre tenía frío, aunque Sissé estaba convencido que no era ésa toda la razón. Sawaba era una mujer menuda, de media estatura. Sissé estaba convencido de que su delgadez se debía a la falta de alimentación. Sus cabellos ondulados y cogidos en una pequeña cola y negros como el azabache contrastaban con sus dientes blancos, homogéneos y de un tamaño medio. Su nariz pequeña y sus ojos no muy grandes le daban más un aire europeo que africano; salvo por su tez, igualmente, de un negro de intenso brillo. Pero si algo le hacía más atractiva era su mirada pícara y su lengua vivaz, siempre encontraba un motivo para hacer una broma, incluso de sus propias desgracias personales, destacando unos hoyuelos en sus mejillas cuando reía.
A la mañana siguiente se marcharon hacia Rostrogordo, tras despedirse del hombre que les trajera hasta el campamento. En Rostrogordo habían montado un nuevo campamento, después de varias redadas de los gendarmes y fuerzas auxiliares de Marruecos. Cuando llegaron Sawaba y Sissé, muchos de los habitantes de los Pinares, saludaron con cariño a Sawaba, y ella les correspondió de igual forma. Se contaron entre ellos las distintas suertes corridas por unos y por otros. Se escucharon infinidad de historias, todas ellas horrendas. Cada día que pasaba se sentían más inseguros porque las redadas habían aumentado tanto en número de operaciones como en cantidad de medios y de policía, ya bien militares o gendarmes o ambos cuerpos coordinados. Sissé y Sawaba buscaron un lugar donde cobijarse y en un pino bajo colocaron varios cartones atravesados por las ramas que hicieron de dosel.
––Sawaba, este campamento es una ratonera de la que no podremos salir si hubiera una redada–– le advirtió Sissé, que desde que llegaron lo estaba escudriñando.
––¿Por qué dices eso?
––Porque está en una hondonada sobre las faldas del monte. Para salir de aquí tenemos que ascender. Todos los accesos están en alto, los gendarmes no tendrían más que esperarnos sentados...
––Bien, si no te gusta nos iremos, Sissé. Pero después de unos días, descansemos unos días y luego nos marchamos a donde tú quieras.
Sissé ya no le dijo nada más, quedó con su quimera.
Al día siguiente de estar en el campamento les sorprendió una redada. Bloquearon a todos los que vivían en él. Gendarmes con perros, militares con el apoyo de dos helicópteros un gran número de todo-terrenos perseguían y detenían a todo ser viviente, del que no se escapó Sissé de ser detenido. Sawaba había bajado esa misma mañana a un caserío que había tras el Parque Forèt Trifa, junto a los Pinares de Rostrogordo, para pedir algo de comida y agua. A su regreso los dos únicos ocupantes del campamento que se habían librado de la redada la informaron de lo sucedido.
––Se los han llevado a todos detenidos en furgones policiales y camiones del ejército.
––¡Maldita sea!–– Gritó. ––Sissé me lo advirtió que esto era una ratonera de la que no podríamos escapar y yo le pedí quedarnos unos días–– decía en medio de un llanto incontenible.
––Me voy a buscarlo–– dijo, mientras se golpeaba en la cabeza con ambos puños.
––¿Estás loca? ¿Dónde vas a ir? Es mejor que te quedes aquí. Él sabrá dónde buscarte cuando pueda regresar.

Un mes tardó Sissé en volver al punto del campamento del que fue arrancado. El encuentro con Sawaba resultó de lo más emotivo. Se abrazaron con fuerza, él la levantó en el aire y giró varias vueltas con ella en volandas. Un mar de lágrimas invadió el ambiente, no sólo de ellos dos, también de muchos de los nuevos congregados en el campamento que sabían de su separación. Sawaba le besaba incesantemente. La cara de Sissé, sucia, llena de polvo, surcada por las lágrimas, y tachonada por los besos de Sawaba, le daba un aspecto siniestro. Uno de los acampados trajo un poco de agua en una botella y se la ofreció para lavarse. Sissé se lo agradeció, se lavó la cara con energía. Pasó su brazo por los hombros de Sawaba que le sujetaba por la cintura y se apartaron del resto. Ella apoyaba su cara sobre el pecho de Sissé con una ligera presión, su rostro irradiaba alegría, y su sonrisa volvió en aquel mismo instante que vio llegar a Sissé, después de muchos días sumida en la pesadumbre.
––Perdóname Sissé–– le repetía una y otra vez por haberte retenido en aquel agujero.
––Ahora ya estoy aquí. No te atormentes más. Tampoco nos dio tiempo a cambiar de lugar, nos cogieron al tercer día de llegar.
A pocos metros de allí se detuvieron entre dos pinos no muy altos, en los que Sawaba había dispuesto unos plásticos que hacían de dosel, bajo el que se guarecía. Habían desplazado el campamento varios centenares de metros más al Oeste, sobre un alcor desde el que se dominaban los caminos de acceso.
Aquellos cuerpos demacrados eran una sombra de lo que fueron, pero al menos ahora estaban juntos de nuevo. Sawaba besaba de forma constante a Sissé que le correspondía de cuando en cuando. El semblante de Sissé había cambiado al mismo tiempo que su cuerpo; lo que antes era un rostro alegre, vivaz, ahora no reflejaba más que un rictus penoso, desdibujado, a pesar de haber cobrado algo de ánimo al llegar de nuevo al campamento y encontrarse con Sawaba.
––Llegaron por sorpresa los gendarmes y las fuerzas militares¾ comenzó a relatar Sissé. ¾Llevaban perros y habían bloqueado todos los caminos. Después de haber iniciado la celada aparecieron todo-terrenos por todas partes–– relataba a Sawaba. ––El campamento lo tenían bien controlado desde hacía tiempo, estoy seguro. No pudimos ni movernos¾ hizo una larga pausa.
¾Fuimos llevados a la comisaría de Nador y de allí a unos pabellones en las afueras, en los que estábamos hacinadas más de seiscientas personas, llegadas de todas partes: de Beni Enzar, Nador, Tánger. No teníamos aseos, ni comida, apenas nos daban un poco de agua, de nuevo se repetía la historia. A los dos días nos subieron a los autobuses y nos llevaron a Oujda y de allí, sin detenernos en el camino, a un punto fronterizo de Argelia, por el que pasamos de noche y nos adentramos durante más de dos horas, entre montañas. Habían mujeres embarazadas, niños…, fue horrible. Yo sabía que tenía que caminar hacia el Oeste, y eso hice cruzando barrancos, arroyos ––al menos agua no me faltó–– (dibujó una sonrisa macabra); ¾al cabo de una semana me encontré en Guenfouda, y mi alegría fue inmensa. Ya sabía dónde estaba, había pasado por allí, Oujda estaba más al norte. Seguí caminando hacia el Oeste, con la certeza de que algún día llegaría hasta aquí, estaba en el camino correcto. Cuando llegué a El Aioun, me di de bruces con un cartel que anunciaba Sidi Bouhria, por una carretera que salía por la derecha, hacia el norte y recordé esa población que estaba anunciada en la N-2 cuando vinimos juntos caminando y volví a hacer la ruta que hicimos hasta aquí— finalizó Sissé, dándole un beso en la frente a Sawaba, que no podía pronunciar palabra por la emoción.
Se desprendieron de la ropa raída que llevaban y sus pechos se apretaron el uno con el otro. El roce de sus carnes hizo que subiera la excitación de los dos. No hablaban, sólo de cuando en cuando algún gemido acompañaba al fulgor del momento. Sawaba sentía el peso del otro cuerpo que, oprimiéndole sus senos, le transmitía calor. De cuando en cuando Sawaba se apretaba aún más contra el cuerpo de Sissé, como si quisiera fundirse en el cuerpo de él. Un gozoso placer empezó a fluir del cuerpo de Sawaba que se estremecía, abandonándose a su ansiada suerte.
Pasaron muchos meses desde su regreso a los Pinares de Rostrogordo, librándose de varias redadas. Siempre que habían cambiado de ubicación, Sissé, elegía el punto en el que situarse. Sissé se encontraba desesperado, hacía más de diez meses que se había quedado sin dinero. Tanto él como Sawaba habían llegado a beber agua de los charcos cuando había llovido, incluso agua del mar cuando no tuvieron otra para beber. Una extrema delgadez se reflejaba en sus cuerpos. Sissé tenía los ojos hundidos, los pómulos resaltados, la suciedad se adueño de él. Su carácter se había vuelto irascible, hasta el punto de haber tenido un par de riñas por cosas banales. Sissé se había convertido en un espectro de lo que fuera, Sawaba ya lo era cuando se cruzó en la vida de Sissé.
––Sawaba, mañana si el mar está bien intentaré pasar a nado a Melilla.
––Qué dices. ¿Tan buen nadador eres para salvar la distancia y las corrientes?
––No aguanto más. He de intentarlo o me volveré loco, Sawaba. No quiero seguir viviendo así. Me niego a vivir así.
––La situación es desesperada, desde luego, pero lo que pretendes es un suicidio.
––¡Pero moriremos aquí!
––No, Sissé. No moriremos aquí. Sólo tenemos que tener la voluntad de vivir y luchar para conseguirlo. Podemos intentar encontrar trabajo y llegar hasta Ceuta, allí con mil euros podemos pasar el estrecho en una patera. Pero no debemos desesperar. No podemos perder la cabeza. Debemos trazarnos un plan, crear un proyecto y luchar por él, Sissé. No desmayes tú ahora, tú no, por favor— le suplicó casi en un sollozo, abrazándose a él con fuerza.
––Siento mucho darte esta imagen— le dijo con lágrimas en los ojos y con su brazo por encima de los hombros de Sawaba, —pero me encuentro muy desanimado. No esperaba verme en esta situación al cabo de casi dos años fuera de mi casa. En este tiempo ya daba por sentado que estaría debidamente instalado.
––Hagamos el amor, Sissé. Después nos encontraremos mejor. Veremos las cosas desde otro punto de vista.
––Perdóname, Sawaba. Mi cabeza ni mis sentimientos están en estos momentos en disposición de nada–– se disculpó apoyando la cabeza sobre el hombro de ella, sollozando.
––¡Eh! Sissé. ¡Ya está bien! Vamos a dar un paseo. ¡Anda! ¡Vamos!— le propuso enérgicamente, al tiempo que tiraba de él.
––Creo que he pretendido nadar en un mar embravecido. Sin tener en cuenta la fuerza de las mareas- divagaba en voz alta. Mientras frotaba sus ojos con el reverso de su mano. ––Creo..., pero hay que ser idiota..., me pareció que apenas llegara al monte Gurugú, un día me encontraría tranquilamente en España y me brindarían pasar a la Península y después proseguir viaje hasta Francia. Qué ingenuo... No he encontrado una buena acción desde que salí de Malí, salvo de algunos acampados como nosotros.
––No te atormentes más, por favor. Tú eres fuerte. Siempre te has sobrepuesto a las adversidades...
––Te parezco un hombre fuerte... No soy más que un fracasado, Sawaba. He dejado a mi familia a su suerte, yo podía haber perdido la vida y todavía estoy en el mismo lugar, no he avanzado nada. Y sabes lo peor de todo esto, que no puedo decirle a mis padres cuál es mi situación real. Todo lo bueno que me sucedió dentro de mi País, creo que no eran más que trampas que el destino me puso para continuar adelante, así como el ir superando los traspiés que fui padeciendo desde que entré en Argelia y más tarde en Marruecos. No podían ser otra cosa. Tenía que convencerme a fuerza de sufrir en mis propias carnes toda la infamia del ser humano...
––No debes pensar así, Sissé. Aquí también hemos encontrado gente bondadosa, que nos ha socorrido al darnos agua, o algo de comer.
––Estoy cansado, muy cansado–– le decía a Sawaba, mientras lloraba con amargura.
––Estás pasando un mal momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión que siempre has tenido por llegar a Francia. Pasaremos, un día pasaremos, no lo dudes. Vamos Sissé, demos ese paseo.
Sawaba volvió a tirar de Sissé hasta hacerlo caminar.
Después de un buen rato de paseo volvieron al campamento y Sissé se acostó en la improvisada tienda, bajo los pinos. Se encontraba muy mal, su respiración era descompasada, no dejaba de llorar como un niño y temblaba. Sissé estaba irreconocible y Sawaba se sentía muy preocupada.
––«Campos llenos de hienas que emana la tierra vienen hacía aquí, Aicha. Montones de hienas me rodean y me acechan y luego se sumergen en la arena. Hay miles de hienas, vienen por todas partes–– decía con voz trémula, casi inaudible. ––Yo clavo mis uñas en la tierra pero no consigo excavar y esconderme. ¡Cada vez están más cerca!»–– Deliraba entre convulsiones.
Sawaba le pasaba su mano por la frente para enjugar aquel sudor frío, al tiempo que le echó unos cartones por encima. El nombre de Aicha todavía le sacudía en las sienes, pero ella no cejaría en su empeño, sabía que era fruto de la fiebre y que pronto pasaría. Sissé consiguió dormir y Sawaba no se apartó un momento de su lado. Un abundante relente caía aquella noche por una densa niebla que ocultaba el campamento y calaba hasta los huesos. Un fuerte olor a eucaliptos y pinos se respiraba en aquella siniestra noche de Rostrogordo. Sawaba de cuando en cuando lloraba al ver a Sissé desvalido, hundido, perdido en su inconsciencia.
Los días se sucedían y Sissé apenas si experimentaba mejoría, más bien al contrario, apenas si hablaba, sólo respondía a Sawaba con monosílabos y no a todas sus preguntas. Tenía la vista perdida, los ojos empequeñecidos, hundidos. Los llantos se habían hecho compañeros inseparables de aquel hombre. Sawaba estaba inquieta y muy preocupada por Sissé, cada vez le resultaba más difícil hacerle hablar, ni siquiera su familia ni sus recuerdos ni sus planes eran motivos dinamizadores para sacarle dos palabras seguidas. Aquella angustia la ahogaba.