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miércoles, 14 de mayo de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.



Capítulo V




Una ligera palmada en el hombro de Leopold fue suficiente para situarle de nuevo. Leopold procedió a las presentaciones:
–Sissé, esta es mi prima Aicha– le presentó.  
No exageraron en absoluto, su prima era bellísima, esbelta, de grandes ojos negros, pómulos algo marcados, tez de un color negro intenso, adornada por unos sensuales labios que dejaban entrever tímidamente sus blancos dientes, bien alineados. Tenía tanta fuerza y gran determinación en su mirada que resultaba difícil no rendirse ante tal prestancia. Sus pechos turgentes emergían por entre una blusa de lino blanco ajustada que, junto a un ceñido pantalón jeans remarcaban sus curvas exageradamente. Quedó ella también complacida por la imagen que daba Sissé, que sin llegar a ser arrogante si tenía una compostura un tanto altiva «y unos ojos verdes preciosos de mirada dulce, y esa sonrisa..., seductora», le pareció a Aicha.
–Djeneba–– continuó Leopold con el mismo protocolo, —íntima amiga de mi prima.
Era otra belleza de mujer: ataviada con un caftán multicolor, tocada con un almaizar en la cabeza a juego  con el vestido, sujeto de forma particular; unas gafas grandes de pasta, graduadas, le daban un aire de universitaria. Lejos de afearla, conseguía el efecto contrario, le confería un aspecto liberal y resaltaba todavía más la pulcritud de su rostro, bastante más claro que el de Aicha.
–Esta otra, se llama Assisa; guapa, también, ¿eh?— prosiguió Leopold que la miraba con picardía.
Sissé se percató de que fue en la que había puesto más énfasis hasta ese momento, y una mirada delatora. Sissé supuso que era por la que Leopold tenía una admiración especial. Assisa se sintió algo ruborizada, agradecida por el piropo, ya que también ella le correspondía en su atracción personal. Aquel cuerpo escultural atraía las miradas de unos y otros, molestando en muchos momentos a Leopold que a veces no podía evitar demostrarlo.
–Singi–– dijo Leopold, y acabó de presentar a otra guapísima mujer de tez negra, igualmente encantadora. Sus cabellos estaban jaezados por infinidad de trenzas pequeñas, simétricas, muy elaboradas y adornadas por pequeños objetos de colores, que le daban un aire desenfadado, atrevido, informal y espontáneo. Una peculiar sonrisa, le marcaba dos pequeños hoyuelos en las mejillas que la dotaban de un encanto embaucador. Fugazmente le recordó a la pequeña Marcel.
Dialogaban entre comentarios banales, cuando irrumpió el sonido de la música popular. Un grupo de “gritos”, formado por dos “djembes” con efigies talladas en madera de ébano sobre la caja de resonancia; tres “dundunes”, una “djabara” o “chéquere”; un “balafón”; dos “koras” y un “ngombi”, fue el encargado de abrir el concierto; los gritos se movían en el escenario al compás de la música. Todos los asistentes acompañaban con sus bailes rítmicos los compases de aquella música estridente y contagiosa. A éste, le siguieron dos grupos de similares características, que hicieron las delicias del numeroso público asistente, venidos de muchas poblaciones cercanas y otras no tanto. Después de unos minutos de silencio, que aprovecharon muchos de la concurrencia para refrescar, dio comienzo la actuación estelar de la noche, con música de corte europeo y mezclas de sus músicas autóctonas, demostrando el público su aprobación por medio de gritos, aplausos y silbidos. La pandilla de amigos seguían bebiendo cerveza y los comentarios empezaban a subir de tono, entre risas de unas y de otros. Sekou propuso ir a por otra ronda de dlo, asintiendo todos de buena gana y se dirigieron cogidos por el hombro al restaurante. Ellas que estuvieron bebiendo refrescos hasta ese momento, se decidieron por beber cerveza igualmente, lo que festejaron todos de forma sonora. Se habían emparejado todos, Sissé con Aicha, siendo ella la que se lo procuró antes de que se le adelantaran. Aicha era una mujer lenguaraz compulsiva, y no había dejado de hablar en toda la velada. Bien entrada la madrugada el público seguía bailando, en una noche cálida. Más tarde, Leopold propuso al grupo ir a la orilla del río, todos accedieron encantados, excepto Sekou, que fue de mala gana con Singi, para observar a Aicha, que no le había prestado mucha atención. Una vez allí, cada pareja se apartó del resto buscando un lugar donde disfrutar de su intimidad. Quedaron Sissé y Aicha solos: él fingió parecer sorprendido por la fulgurante desaparición del resto. Fue Aicha quien tomó la iniciativa, cogió de la mano a Sissé y tiró de él, se acomodaron en un pequeño meandro que formaba el río tras unas diminutas rocas intercaladas caprichosamente sobre un banco de arena. El olor a lodo parecía haberse mitigado. A medida que se acomodaba la vista a la oscuridad de la noche, Sissé, se percató de que no eran sólo ellos los que se habían despistado hasta el río. La orilla estaba concurrida de parejas a cierta distancia unas de las otras. Aicha sin soltarle la mano le acercó a la orilla, donde se refrescaron. Ella con cierto desparpajo se echó agua en el cuello y el pecho ante la mirada ansiosa de Sissé. Se sentaron en la arena,  tan cerca que Sissé podía sentir el calor de su cuerpo húmedo. Fingiendo estar azorado hizo ademán de apartarse un poco para dejar hueco a Aicha. Ésta le correspondió realizando el mismo movimiento que había hecho él, para quedar, de nuevo, los cuerpos en contacto. Una mirada tierna, dulce, cercana, cómplice, incitante, sensual..., acompañó a aquel movimiento. Sissé era incapaz de apartar su vista del escote de la blusa mojada de Aicha, que se presentaba tentador, alternaba con mirarle a los ojos para disimular su deseo, sin conseguirlo. Aquel pecho exuberante parecía que iba a salir en cualquier momento de su envoltura. Los pezones apuntaban hacia adelante marcándose descaradamente en la blusa. Aicha le pasó el brazo rodeándole el cuello y le acercó hacia sí juntando sus labios a los suyos, y él respondió sin ningún reparo. Instintivamente su mano se deslizó directa al pecho de Aicha que se sintió reconfortada por la aceptación de Sissé. Un beso prolongado fue el inicio de una entrega de ambos sin reservas, acariciándose cada parte de sus cuerpos. 
–Has perdido rápido el pudor que te cohibía– le dijo Aicha, mientras le mordisqueaba su labio. 
–Si lo prefieres puede aparecer de nuevo el pudor.
–No, es igual. Mejor así. 
Entre tanto, Singi tiraba de un Sekou enfurecido para alejarlo de la zona donde se encontraban Aicha y Sissé que, desnudos los torsos, se rozaban sudorosos y se sumían en el más puro placer. Sus cuerpos rebozados en arena se movían por momentos desacompasados, sintiéndose incómodos. Sissé ayudo a Aicha y se incorporaron, trataron de sacudirse la arena adherida a sus cuerpos sin conseguirlo. Como vieron que resultaba imposible deshacerse de la arena que cubría la parte superior de sus cuerpos, se despojaron de las ropas que todavía les quedaban y se introdujeron en el río, se lavaron a conciencia, primero cada cual para a continuación hacerlo el uno al otro con una sublime sensualidad. La luz de los cañones del escenario que llegaba a reflejarse en el río jugueteaba con sus figuras desnudas. La luna, testigo privilegiada, cubría sus cuerpos de plata, en silencio. Sissé extendió su camiseta en el lugar donde se encontraban echados. El tiempo se había detenido, se había aliado con aquella pareja de jóvenes, entregados sin reservas al goce de sus cuerpos. De nuevo recostados sobre el jubón, sus manos primero y sus labios después, exploraron cada rincón de sus cuerpos. Ambos suspiraban y se estremecían ante la ternura de los besos y las excitantes caricias al deslizar las manos húmedas por sus hombros, por sus torsos, por su abdomen, por su entrepierna… Aicha hablaba en susurros al tiempo que le mordía el lóbulo de la oreja y le besuqueaba el cuello repetidas veces.
–Eres bellísima— le dijo Sissé, a lo que respondió ella colocando el dedo índice en sus labios, incitándole al silencio más sensual. 
Aicha abrió las piernas para entrelazarlas por la espalda de él y con unos delicados movimientos su vulva se tropezó con el pene erecto de Sissé. Se entregaron sin freno el uno al otro. Jadeantes, entre ininteligibles barboteos, detuvieron los movimientos pélvicos en varias ocasiones, hasta recuperar el aliento. Sissé, entretanto, le mordisqueaba con suma delicadeza sus pezones altivos, para continuar con un ritmo vigoroso hasta que alcanzaron el orgasmo a un tiempo. Exhaustos, resollaban, pero sin separarse: el miembro de Sissé permanecía en el interior de Aicha. Ella fue quien a continuación le mordisqueó con verdadero frenesí en el cuello, el pecho, el lóbulo y tiró de los rizos de su pelo, hasta que notó que retornaba el deseo en Sissé. Volvieron a hacer el amor enloquecidos, frenéticamente. 
Sissé se apartó de encima de Aicha, quedaron ambos boca arriba, sobre la arena que se les había pegado con más adherencia que antes a sus cuerpos aún más sudorosos, en silencio, contemplando el infinito plagado de estrellas. Sissé se encontraba dubitativo, pensaba en el jadeo y la excitación que había tenido Aicha. Se sintió reconfortado por lo que había sucedido. Se congratulaba de que ella no se encontrara entre la inmensa mayoría de mujeres mutiladas de clítoris. Pensó en decírselo, pero al mismo tiempo se retrajo por miedo a molestarla. Al rato, ambos se introdujeron en el río, una vez más, y se lavaron a conciencia, mientras cruzaban cómplices miradas y sonrisas delatoras.
El concierto había finalizado hacía ya unas horas. Se vistieron sin prisas cuando apenas empezaba a despuntar el día. El resto de amigos ya les esperaban deambulando por la orilla. Emparejados como habían llegado y entre bromas, excepto Sekou que mantenía un semblante serio y no pronunció ni una sola palabra, les sugirieron volver al Lavazza, que todavía permanecía abierto. Aicha y Sissé, entre tanto, caminaban rezagados del grupo. 
–Me alegra enormemente que hayas disfrutado tanto...
–Y tú, ¿no?– Le interrumpió Aicha.
–Sí. Sí. Por supuesto, y he disfrutado como nunca lo había hecho. Pero me refería a que..., tú no tienes practicada la ablación. 
Reconfortada, Aicha, por el comentario, sin mediar palabra se colocó delante de él y le rodeó el cuello con sus brazos, le asestó un sonoro beso que hizo que se volvieran riendo el resto de la pandilla; sólo Sekou resoplaba de ira. Inmediatamente después, Aicha, comenzó a hablar como si lo hiciera para ella misma en voz alta.
––En mi familia estaba muy arraigada la ablación, de hecho, según nos ha contado mi madre, ella misma, mi abuela, mis tías, a todas les practicaron la mutilación. Mi hermana mayor, Chantal, la tiene hecha y ha sido la responsable de que a mí y mis dos hermanas pequeñas no nos la hayan hecho. Así como a Djeneba, porque su madre se resistió a que se la practicaran; hasta el punto de desaparecer con la niña por no enfrentarse a su familia, según cuentan. Y es que Chantal estuvo al borde de la muerte por una infección que le produjo unas fiebres altísimas durante más de dos semanas. Creían que moriría, pero sobrevivió.  Mi madre y la de Djeneba, vivimos una al lado de la otra, se prometieron que si tenían alguna hija más no permitirían que nadie, fuese quien fuese, las mutilarían genitalmente. Ahora se han convertido ambas en dos de las principales activistas en reivindicar la abolición de la ablación en las niñas, que cada vez la practican a edades más tempranas. Van a estar en la conferencia que dan mañana personalidades venidas de varias ciudades del país— prosiguió. Sissé la escuchaba atento. —Yo le estoy muy agradecida a mi madre por aquella decisión, porque según me cuenta, ella, no siente ningún placer cuándo la penetra mi padre, siquiera ganas de hacerlo. Lo hace porque se debe a él…, es triste— se lamentó Aicha.
Sissé le tomó la mano y le besó en el dorso para a continuación besarla en la boca, mordiéndole sutilmente el labio inferior. Una sugerente sonrisa sustituyó a la mejor retórica. No obstante Sissé comentó:
–Creo que deberíamos estar haciendo el amor...
–Me encantaría, ¿volvemos?– Le interrumpió Aicha.
–Es cuando únicamente has estado callada.
–¡Estúpido!– Le dijo, al tiempo que le daba un empujón.
Llegados a la altura del restaurante Lavazza observaron que estaban cerrando. Cada cual se marchó para sus casas. Leopold invitó a Sissé a ir con él a la suya para que pudiera descansar con mayor comodidad, a lo que se negó para no importunar a su familia. Después de acompañar a Aicha regresó al mismo embarcadero de la dársena del puerto, apoyó la espalda sobre la pared y se quedó dormido, como fulminado.
No sabía el tiempo que podía haber pasado cuando le despertó súbitamente una comitiva que deambulaba por la ciudad, de un lado a otro, a modo de desfile, con un grupo de “gritos” que hacían sonar sus djembés y algún balafón. Iban precedidos de varios delegados de las tribus, tanto de la ciudad como de la región.
–Son “Donsow” de Ségou, “Korodougow”, “Muñecos” de Péléngana y Markala, “Troupe”, de Diakoro y Tiongoni; y muchos más–, le comentó el expendedor de tiques, que se encontraba sobre el entarimado de madera, entre sonoras risas. 
Parecía un desfile multirracial, de organización precaria, de etnias diferentes de ese mismo país; cada cual danzaba y hacía lo que le venía en gana, anárquicamente. Las danzas de máscaras y las grandes marionetas encarnaban personas y animales representando rituales atávicos, viejas historias y ceremonias, con las que idolatraban los recuerdos de sus antepasados. O festejaban el fin del invierno y la recolección; o la “furasi”. Estas funciones siempre iban acompañadas de ritmos de percusión y cantos, que eran seguidos por bailes espontáneos tanto por las personas que les acompañaban así como los que lo presenciaban. Sissé se incorporó rápidamente y se acercó a observar qué era aquel desfile. Quedó complacido por cuanto que parodiaban la vida de la ciudad y la de algunas regiones de antaño; algunos con tintes de humor. La comitiva se dirigió en dirección al embarcadero, seguidos por una multitud de personas que se dispersó por la orilla del Níger. 
–Vencerán los mismos del pasado año– comentó el expendedor de billetes mirando al río, con una gran risotada.
–¿Qué es lo que sucede?– Preguntó Sissé.
–Que ya han empezado las Regatas de Piraguas–, le respondió, tendiéndole la mano, al tiempo que reía de nuevo. –Y no tardarán en pasar por aquí. Esta competición se celebra desde hace siglos en la población de Ségou. Se dan cita los pescadores que habitan en las cinco comunidades situadas en las riberas del Níger a su paso por la región. Se trata de dirimir cuál es la tripulación más rápida.
–Lo supongo– apuntó Sissé imitándole la risa. 
Apenas dio la respuesta cargada de humor, aunque el expendedor lejos de molestarse rió la gracia de Sissé, le tocaron por la espalda.
–Qué tal has descansado– se interesó Leopold.
–Hola. Muy bien, Leopold– le mintió Sissé.
–Hemos quedado todos para dar un paseo por el mercado de los artesanos, una vez acaben las regatas de las piraguas–, le informó. –También dijimos de ir a los varios barracones de exposiciones de arte que versan sobre temas bien diferenciados. Allí se puede hablar con los artesanos que te explican como elaboran sus productos. Es entretenido. 
–No, no lo pongo en duda.
Entre tanto pasaron como una exhalación las piraguas competidoras entre el bullicio de los asistentes. Les seguían un sin fin de piraguas que ya no competían, simplemente acompañaban a distancia la regata, formando una inmensa comitiva multicolor.
—Los ganadores se llevan un premio en metálico, no muy sustancioso, y les colocan el “jonjon” –– dijo Leopold.
A medida que se apartaban de la orilla del río y caminaban hacia el mercado de artesanos, Leopold prosiguió con la información de los distintos actos que tendrían lugar por toda la ciudad.
––Este primer año de Festival se celebra un especial de cine africano y quieren que se repita en las próximas ediciones. ¡Una muestra de cine!, de nuestro cine, llaman aquí; aunque yo la mayoría de las veces no me siento identificado con los argumentos de las películas... Luego están los narradores que hacen las delicias de los más pequeños, y de algunos mayores, no creas.
–Anda. Vamos a tomar una cerveza. Debes estar sediento con lo que estás hablando– le propuso Sissé, al llegar a la altura de la terraza del restaurante Lavazza.
–Si te aburro, me es indiferente– al tiempo que le dio un empellón. –Los cuentos son muy importantes, porque ellos sí definen en muchas ocasiones la vida en las distintas regiones de nuestra Tierra. Es una manera de obtener información que otros medios no dan y tampoco se estudia en los colegios. Sirven al mismo tiempo de entretenimiento, de educación y crea la solidaridad entre todos nosotros, o no—,  Leopold hablaba poniendo un gran énfasis a sus palabras.
Una vez acabadas las cervezas siguieron en su deambular. Entre tanto, Leopld, le seguía explicando detalladamente todo aquello que acontecía ante sus ojos, aguantando Sissé fingidamente las ilustraciones de Leopold. A unos metros delante de ellos, a la sombra, sentados en el suelo bajo un balanzan había un grupo de unos veinte niños, boquiabiertos, escuchando atentamente los relatos de un hombre que se había caracterizado, un “Korodougow”, que sorprendía, a menudo, a los niños con los mitos y las leyendas contadas al tiempo que las escenificaba. En su paseo por el recinto vieron a una extraña tribu bailando una danza que nada tenía que ver con las habituales: eran los “donsow”, los mayores eran los maestros y los más jóvenes sus discípulos.
–Cada maestro tiene un discípulo al que instruye bajo las creencias animistas que practicamos: enseñanzas esotéricas que versan sobre el poder curativo de las plantas, el comportamiento de los animales y el aprendizaje de ciertos encantamientos mágicos–, le explicó Leopold. –Cuando un alumno pasa la evaluación de su maestro se organiza una celebración en la que el joven es reconocido como nuevo miembro de la casta de los maestros. En las danzas de los cazadores “donsow” hay un personaje muy importante: el “Sora”, que representa la memoria de la tribu– concluyó, mientras Sissé hizo un gesto de aprobación.
Mientras Leopold hablaba, Sissé recordaba a Aicha, prestando poca atención a su interlocutor.
–Si quieres puedes probar todo tipo de productos locales: la fruta fresca, los jugos de frutas, los frutos secos, miel de la zona, el pescado...– Le dijo a Sissé.
–Pues nos podíamos traer unas cervezas y estaría bien. 
–¿Sissé, lo pasaste bien ayer con Aicha? 
–¡Sí! ¡Sí!— Se apresuró a responder. 
–Aicha es una gran mujer. Te vi muy acaramelado. Bueno, más bien, a los dos— dijo, sonriendo a continuación.
–Sí. Es cierto. Aicha es una mujer encantadora, excepcional, diría yo. Verdaderamente me encontré muy a gusto con ella, Leopold––, admitió Sissé sin disimular su entusiasmo. –Creo que ella se encontró bien, también.
–¡Te lo aseguro!
–En lo poco que he dormido, me ha dado tiempo a soñar con ella: sus pechos…no los aparto de mi pensamiento, sus labios, sus piernas tersas y largas… ¡Buf! Esa piel sedosa...
–¡Vale! Sissé. Ya vale––, le cortó Leopold. –Verdaderamente es bellísima y agradable. Por eso quiero decirte algo al respecto. Sissé, en mi familia y en ella incluyo a la de Aicha, no se profesa la poligamia, tan arraigada por otra parte aquí. No sé si es también tu caso, sabes que es práctica habitual. Aunque de todos modos..., me sentaría muy mal que mi querida prima sufriera. Me disgustaría verla haciéndose falsas esperanzas. Te digo esto, porque me ha llamado. Estoy viendo que va rapidísima y tengo miedo por ella—. Iba a interrumpirle Sissé, y con la palma de la mano extendida le indicó que no había acabado. —Os he visto disfrutar. Por eso, quiero que si tú no estás en condiciones de ofrecerle algo seguro se lo hagas saber de inmediato. Yo lo entenderé y te lo agradeceré, por ella. No le hagas daño Sissé.
–Leopold. Yo no puedo hablar de intenciones en un sentido u otro. Sí te digo que yo no tengo a ninguna mujer en mi vida, salvo mi madre y mis hermanas. ¡Ninguna!–– sentenció. –Para tu tranquilidad en mi casa tampoco se practica la poligamia, aunque en mi familia sí somos polígamos, no será necesario decirte porque no se practica— enfatizó. Tú sabes cual es mi proyecto. Mi intención no es ilusionar a tu prima para aprovecharme de ella. No quiero crearle falsas expectativas. Por tanto, si después nos vemos hablaré con ella, le aclararé cual es el motivo de encontrarme aquí. Te aseguro que en mi ánimo no está el hacerle el más mínimo daño. Todo lo contrario, Leopold. De todas formas para tu conocimiento cuando llegamos al río y se sentó tan cerca de mí yo me aparté y ella se me vino encima.
–Lo observé.
–Es cierto, también, Leopold, que los momentos que he pasado con tu prima no los cambio por nada en mi vida, ésos no los olvidaré jamás. Pase lo que pase. Porque, ahora mismo, te aseguro, que estoy deseando verla, tengo necesidad de tenerla a mi lado. No puedo explicar qué me está pasando...
–¿No te estarás enamorando?— Comentó Leopold, pasándole el brazo por el cuello. A lo que correspondieron ambos, con una carcajada mientras siguieron su camino.
Entre tanto, les alcanzaron Sekou y Soungalo que llegaban resoplando. Dieron la vuelta por todo el recinto ferial: el puerto, el restaurante Lavazza, hasta que les encontraron en el mercado de los artesanos.
–Parece que os lo pasáis bien. ¿Por qué no nos contáis de qué os reís y así nos reímos todos?– Sugirió Sekou que mantenía su gesto iracundo. 





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