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miércoles, 21 de mayo de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


CAPÍTULO VII

Sissé se encontraba ensimismado en sus pensamientos, reconfortándose con ellos, al tiempo que contemplaba el firmamento plagado de estrellas, que comenzaban a diluirse en el infinito, cuando le sobresaltó una sombra que se prolongaba y avanzaba lentamente hacia él. Se incorporó de un salto felino y distinguió a Sekou, que se había detenido. 
–Hola Sekou. Me has asustado. ¿Te pasa algo? Dijo sobresaltado Sissé.
–Sissé no te voy a permitir que tontees más con Aicha. Déjala en paz si no quieres tener problemas.
–¿Pero qué dices?
–Lo que has oído, Sissé. ¡No te acerques más a Aicha! No te lo repetiré más– sentenció Sekou.
–Eso lo decidirá Aicha, no tú. Y ahora déjame descansar.
Sekou se abalanzó sobre Sissé cayendo al suelo ambos, donde se enzarzaron en una pelea en la que Sekou descargó toda su ira. Se intercambiaron golpes entre ambos y al momento un grito alarmó a ambos contendientes que se vieron sorprendidos y cesaron en su brega. 
–¿Qué os pasa a vosotros dos? ¿No os da vergüenza pelear entre hermanos? Intercedió el vendedor de billetes del barco que remontaba el Níger.
—Éste no es mi hermano— respondió Sekou con agitación.
—Todos somos hermanos. Y tú ¿para eso has venido a Ségou, a pelear?— Le increpó a Sissé.
—Yo no he iniciado la pelea— respondió Sissé sin dejar de mirar a Sekou.
—Daos un apretón de manos y haced las paces, y dejaos de estupideces.
Sekou respondió dando media vuelta y marchándose sin mediar palabra.
—¿Cómo habéis podido llegar a las manos?, sois mayorcitos…
—Parece ser que está enamorado de la chica con la que he salido. Pero ha sido ella la que me ha buscado…
—¡Ay las mujeres! Cuantos dolores de cabeza provocan.
—Pero no tiene ningún sentido. Estábamos todos los amigos cuando ella decidió venir conmigo, y ninguno de ellos, ni de ellas, puso objeción alguna…, no lo entiendo.
—No te metas en jaleos y más estando de paso, muchacho.— Dijo el vendedor de billetes, al tiempo que daba media vuelta, marchándose. 
Sissé se acostó, aunque no pudo dormir, preocupado por lo sucedido con Sekou.
Estaba despuntando el día y el sol tímidamente comenzaba a reflejarse en el río, convirtiéndolo en un manto plateado iridiscente bellísimo, cuando vio llegar a Aicha con una amplia sonrisa.
–No podía dormir y he venido a verte– se disculpó Aicha.
–Yo tampoco he dormido. Y me alegro de que hayas venido. 
—¿Qué te ha sucedido?— Le preguntó Aicha al verle un corte en el pómulo.
Le saludo con un beso y un gesto de dolor le hizo retirarse un poco a Sissé. 
–Lo siento, Sissé...
–No es nada. He tropezado al levantarme y me he dado con el canto de la ventana. 
Aicha le dirigió una mirada de incredulidad que Sissé esquivó encogiéndose de hombros, besándola con sutileza. Quedaron un instante mirándose a los ojos y una leve sonrisa en sus labios les delató de la sinceridad de sus sentimientos. Por un momento quedaron inmóviles, perdidos en el tiempo y en el espacio. Aquello que les rodeaba les resultaba indiferente. 
Llegaron en esos momentos la cuadrilla de amigos que les sacó de su ensimismamiento, de ese estado mágico del que sólo son capaces de disfrutar los enamorados. Una vez todos juntos preguntaron por Sekou, que no había aparecido. 
–¿Que te ha pasado en la cara?– Preguntó Singi de inmediato.
–Nada que he tropezado.
–Sissé, tienes el pómulo hinchado– dijo Leopold
–Es que me he dado un buen golpe– respondió Sissé.
–Ha sido Sekou, ¿eh?– comentó Singi a continuación.
Los ojos de sorpresa del resto de amigos se clavaron en Singi y Sissé alternativamente, mientras ésta mantenía los suyos en los de Aicha. Un momento de silencio que se hizo eterno, confirmó la sospecha de Singi. 
–Bueno, no ha sido nada. Yo creo que ha sido un mal entendido. No tiene la menor importancia. 
El rostro de incredulidad de Aicha se tornó en un momento de ira, no sabía si estaba más molesta por la acción de Sekou o por haberle ocultado Sissé lo sucedido. 
–Vamos a buscarlo– propuso Leopold–, y que nos aclare lo sucedido. Es incomprensible.
–Leopold, no tiene la menor importancia– dijo una vez más Sissé. –En breve aparecerá y no habrá pasado nada, ya veréis. Yo creo que es mejor que organicemos el día y cuando aparezca hablamos con él.
–Eres muy buena persona, Sissé– sentenció Dgeneva. 
–Hablaré con Sekou. Es un buen chico— dijo Aicha.
–A veces los sentimientos nos pueden traicionar y...
–Yo nunca le he dado motivos para pensar que quería estar con él, Sissé. 
–Yo entiendo a Sekou, y no me extraña su reacción, bueno lo que quiero decir es…, ¿quién no va a desear a una mujer como tú?– Dijo Sissé mostrando su sonrisa seductora y repasando con la vista todo su cuerpo. 
–¿Cómo puedes decir eso?— Dijo Aicha al tiempo que se ruborizaba. 
Sissé le pasó su brazo por encima de los hombros y la besó en la frente. Hablaron largo tiempo de sus cosas mientras paseaban por la ribera del río, algo rezagados del resto de amigos. Aicha le insistió varias veces que le explicara lo sucedido con Sekou, a lo que Sissé correspondió con un par de comentarios excusando la reacción de Sekou, restándole importancia. Aicha se encontraba mucho más tranquila, con la cabeza apoyada sobre el hombro de Sissé escuchaba las disertaciones de éste, abstraída. Sissé, le explicó qué era lo que iba a hacer y cómo haría el viaje, que le debía llevar hasta Tessalit. Allí recabaría información de un primo del famma de los duungomá  sobre unos familiares de éste que vivían en Francia. También le explicó cómo pensaba vivir con ella, los planes que tenía para los dos. Aicha de cuando en cuando asentía o negaba, según correspondía, sin entusiasmo ninguno. Mientras él le hablaba de sus intenciones, Aicha jugueteaba con el “bàgan” entre sus dedos, que Sissé llevaba colgado al cuello y que le llamó la atención desde el primer día. 
–¿Cómo has llegado a pensar en acompañarme a Europa?– Le preguntó Sissé.
–Pues ya ves. Qué quieres oír– respondió Aicha con un fingido desdén.
–Sólo tus palabras.
–Cuando te lo dije, fue en un momento..., tonto. De esos momentos que tenemos de vez en cuando... ¡Qué se yo! 
–A mí me hubiera gustado mucho que vinieras conmigo.
–Pues no te hagas ilusiones porque no voy a ir– le aclaró con una sonrisa.
–No me convences, Aicha— insistió Sissé.
–Pero ¿en que cabeza cabe pensar en marchar a Europa con un chico que le conozco dos días? Sólo en la mía y si está poco lúcida. 
–Tres días, Aicha. Son tres días que nos conocemos.
–¿Y qué diferencia hay? 
–¡Venga! Pensaste en venir conmigo porque te has enamorado y alguien te lo ha quitado de la cabeza–, reflexionó Sissé medio en broma.
–Que no. Pero qué dices. Con nadie he hablado de esa posibilidad. Fue un momento en que esa idea pasó por mi cabeza como una estrella fugaz, pero tan fugaz que automáticamente desistí de ella. La descarté sin más.
–No te creo Aicha. Tú no quieres reconocer que sí estuviste valorando la posibilidad de venir conmigo. 
–No eres tan irresistible, ¿sabes?– Al tiempo que le pasó la mano por la nuca y acercándole le besó en los labios y los mordisqueó, haciéndole gemir otra vez.
–Ves. Sí es como yo te digo. Bien, ahora hablando en serio, yo no te lo hubiera permitido. Te quiero mucho. Ya que tú no me lo dices te lo digo yo.
–Ah, era eso. Querías oírme decir que te quiero. Pues que sepas que no te quiero tanto como para estar repitiéndolo constantemente–. Y continuó, –bueno..., si te quiero, Sissé. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero mucho, por eso me da más miedo, todavía, ese maldito viaje. Bien, ya te lo he dicho, estás contento.
–Mucho– Sissé la besó en los labios con ternura.
Organizaron el día, que sería más tranquilo que los anteriores; una mirada de resignación cruzada entre ambos acabó con la magia del momento. El cansancio comenzaba a hacer mella en todos, al tiempo que vieron a Sekou en un puesto del mercado de artesanos. 
—¡Sekou! ¡Sekou! — Le llamó Leopold.
Cuando llegaron a su altura vieron las marcas que también se reflejaban en su rostro.
—¿Qué os ha pasado? — Preguntó Leopold.
—Nada. No ha pasado nada. Cosas nuestras— respondió Sekou tajante, sin apartar la mirada de Sissé.
–¿Sekou con qué derecho avasallas a Sissé? — le preguntó Aicha.
–Tú y yo estábamos saliendo juntos hasta que llegó él...
–Yo en ningún momento me he comprometido contigo. Y he salido tanto contigo, como con Soungalo, como con mi primo, jamás te he dado ninguna esperanza ni a ti ni a nadie.
–¡Salíamos juntos!– Gritó.  
–Eso no es cierto, salíamos en pandilla, nada más.
–Ya volverás a mí, cuando éste se vaya y entonces...
–No quiero volver a verte, Sekou– sentenció Aicha.
–Te arrepentirás. Y tú y yo ya terminaremos esto– amenazó Sekou a Sissé.
Sissé no le respondió más que con un gesto de sus manos dándole a entender «cuando tú quieras». Sekou dando media vuelta se apartó de sus amigos.
Leopold invitó a Sissé a comer a su casa. Éste se excusó, pero accedió finalmente ante la insistencia de Leopold. También les acompañaría Aicha, que lo haría encantada, como siempre que acudía a casa de sus tíos. Pasaron la mañana de un lado para otro. 
Una vez en casa de Leopold y tras las presentaciones y saludos pertinentes, se sentaron en el suelo sobre una estera en forma de círculo: en el centro habían colocado unos refrescos de limón, sobre una mesa vieja de madera, sirviéndose cada cual un vaso. Después de haberse refrescado, los padres de Leopold, se enzarzaron en una conversación con éste, Aicha y Sissé. La más activa interlocutora fue la madre de Leopold, quien bombardeaba a preguntas a Sissé, hasta el punto de interceder su esposo a favor del azorado muchacho, lo que sirvió de motivo de risas y un placentero relax en la tertulia. Las mujeres prepararon sobre aquella mesa unos trozos de carne seca, quesos, dátiles y unos trozos de pan. Se quedaron las mujeres de pie, tras los hombres que permanecían sentados en el suelo sobre unos cojines. Leopold, incitó a éstas a tomar asiento junto a ellos, con el beneplácito de su padre.
–¿Sissé te molesta que las mujeres se sienten con nosotros?– Preguntó el padre de Leopold.
–En absoluto. Estaré encantado. En mi casa también compartimos la comida con mi madre y mis hermanas. 
–¿Cómo estamos cambiando? Hasta hace nada nadie se habría atrevido a permitir que las mujeres se sentaran junto a los hombres en la comida...
–Es mejor así padre–, replicó Leopold. 
–En mi casa mi madre mis hermanas también se sientan con nosotros cuando comemos. Mi padre decidió, que si ellas trabajan tanto o más que nosotros compartiríamos todo con ellas. 
–Acertada reflexión–, dijo el padre de Leopld. –Aunque cuesta romper con costumbres tan antiguas. Si se enteraran nuestros vecinos quizá oiríamos comentarios poco agradables.
–Padre no debes hacer caso a lo que digan los demás. Tú debes ser fiel a tus sentimientos y obrar en consecuencia. 
–Lo intento, Leopold, lo intento, pero no dejo de pensar en esa posibilidad. 
Tras la comida, Leopold, sirvió el té, que previamente había preparado, y se entabló una conversación distendida en la que el padre de Leopold se interesó por cómo se vivía en Sikasso. Sissé dio toda clase de explicaciones de cómo era la vida de su familia. Les explicó cómo estaba estructurada su comunidad, cuántos miembros formaban su familia y el clan de los duungomá. Sus costumbres, festividades y celebraciones. Aspectos de su viaje, cómo había pasado dos meses trabajando el algodón en Fana. La experiencia tan desagradable que vivió con el accidente de Marcel, de la que guardaba un bello recuerdo. Cómo había llegado su hermana Bee, a penas un mes antes de salir él de Sikasso. Cuál era su proyecto. Pasaron unas horas entretenidas, mientras el sol caía implacable fuera. Sissé agradeció varias veces y de forma expresiva la invitación tanto a Leopold como a sus padres. Les dijo que tenía una deuda contraída con ellos, que correspondería cuando estuviera de vuelta. 
–Es una atención que no olvidaré jamás y estará en mi mente hasta que les haya correspondido– les dijo, mientras salían de la casa.
–Vuelve cuando quieras– le invitó el padre de Leopold. 
Se reunieron los amigos en la Feria pasando otra tarde divertida, era la penúltima jornada del Festival y de estancia de Sissé con todos ellos. No se separó un momento de Aicha, con la que hablaba de forma distendida, habiendo mejorado ostensiblemente su ánimo tras la estancia en casa de sus tíos. Sin percatarse de ello se había convertido el paseo en un monólogo de Sissé en el que Aicha sólo escuchaba, sin mediar palabra de aprobación ni de reproche. Ella caminaba cabizbaja, buscando con la vista dónde ollar el camino, alargando unos pasos y acortando otros, como abstraída en ella misma. Parecía ausente. No quería oír nada relacionado con el viaje que apartaría a Sissé de su lado.
–¿Me estás escuchando? 
–Algo– le respondió Aicha, indiferente.
–En todo este tiempo que te llevo hablando, ¿no has escuchado lo que te he dicho?– Le consultó contrariado.
–Sí. Sí que te he escuchado. Pero no me pidas que me alegre..., entiéndeme.
Se abrazaron, se besaron con esa demostración de cariño del que hacían gala en todo momento y trató de tranquilizarla disculpándose por ser tan torpe y hablarle del viaje, al tiempo que llegaban a la altura de casa de Aicha. La luna llena se había instalado en la noche de Ségou que iluminaba la población. Ella no quería dejar marchar a Sissé. Deseaba con todas sus fuerzas estar con él. Le cogió la mano y le llevó a un punto apartado de su casa en el que había un grupo de ocho o diez balanzan, se sentaron bajo uno de ellos, Sissé con la espalda apoyada sobre su enorme tronco y Aicha apoyaba su espalda en el pecho de Sissé, y hablaban de sus respectivos planes, una vez más, que pasaban irremisiblemente por caminos distintos. Aicha apenada por la marcha de Sissé, fue quien inició la conversación sobre el viaje. 
–Espero que no te olvides de mí durante tu viaje.
–Cómo me podría olvidar de ti. Jamás te olvidaré. Y es más, te prometo que en el momento que me haya instalado te vendré a buscar. Y si no me fuera posible, te haré venir a ti hasta dónde yo me encuentre.
–Sissé, confío en que tus palabras no sean vacías. 
–Puedes estar segura, Aicha.
–No concibo la vida sin ti...
–A mí también me sucede lo mismo. Aicha, sólo es cuestión de tiempo. No sé cuánto, es cierto, pero no es más que una cuestión de tiempo. Te lo juro.
–Se me hace tan duro...
–Y a mí. 
–Pues quédate... Sissé no me hagas caso, no te lo digo en serio. Tengo asumido que te tienes que marchar.
–Pues sí. Si no lo hiciera tarde o temprano mi conciencia no me dejaría vivir tranquilo y seguramente sería mucho peor...
–Claro.
Sissé la abrazó con fuerza, hasta el punto de gemir Aicha, soltándole al instante y disculpándose, lo que ella le agradeció, zalamera. Aicha invirtió la posición que tenía y quedó arrodillada de cara a él. Llevó su mano hasta la entrepierna de Sissé que se excitó enseguida. Le correspondió de igual manera notando su sexo hinchado y húmedo. Todo ocurrió después de forma sistemática, sus cuerpos desprovistos de toda prenda fueron rastreados por manos, labios y lenguas. Una sucesión de carne, saliva y humedad les hacía jadear, entre convulsiones desprovistas del más recatado pudor. 
De vuelta a su casa a Aicha le turbaba los riesgos que conllevaba el viaje de Sissé, así como el tiempo que le supondría culminarlo. Eso sí, evitó hacerle el más mínimo comentario. Se despidieron hasta la mañana siguiente, citándose en el restaurante Lavazza. Sería su último día juntos.

Sissé esperaba impaciente la llegada de Aicha, ocupando una de las mesas de la terraza del restaurante, al poco la vio llegar con paso decidido. Se saludaron con un beso y degustaron un desayuno que les habían preparado para la ocasión, sobre encargo de Sissé. Ella agradeció el gesto y dieron buena cuenta de las viandas. Acabado el desayuno se encaminaron ribera arriba en un paseo en el que se alternaron los largos discursos, sobre todo, de Sissé, con no menos largos silencios. El rostro de Aicha, a medida que pasaban las horas, se iba volviendo más tenso. Su ánimo se estaba resquebrajando. No le era suficiente todo el esfuerzo que estaba haciendo, le costaba asumir que llegara el momento de la despedida, a la que tanto temía. No tardaron en reunirse con los amigos, faltando Sekou. 
Sissé también se encontraba algo tenso por la proximidad de su partida, no podía renunciar a su objetivo, pero por otra parte le irritaba sólo pensar que debía dejar a Aicha, sin saber cuando la volvería a ver. Los amigos le dijeron en varias ocasiones que se quedara en Ségou.
–Por favor, no me hagáis más difícil mi marcha– les rogó, ante su insistencia. 
Continuaron deambulando de un lado a otro, entre bromas, hablando unos con otros. En algunos momentos tanto Aicha como Sissé permanecían callados y sólo esbozaban una leve sonrisa ante algún comentario gracioso de alguno de los amigos. Se había echado la noche encima y estaban ultimando la retirada de los últimos objetos que recordaban al “I Festival sur le Níger”. 
–Vayámonos para mi casa– le pidió Aicha. 
–No, por favor, Aicha. Por qué no esperamos un poco más. 
Sissé quería pasar hasta el último minuto a su lado. A ella cada momento le resultaba más difícil guardar la compostura ante el irremediable final de la estancia de Sissé en Ségou. La congoja le ahogaba, y había de hacer un gran esfuerzo para pronunciar cada palabra. Se despidieron ambos de todos los amigos, demostrándose un afecto sincero. Aquel forastero había calado hondo en los corazones de la pandilla de amigos. Alguna lágrima se derramó sobre todo por parte de Djeneba, que arrastró a Assisa y Singi que no pudieron contenerse cuando la vieron llorar. Aicha tuvo que girarse y darles la espalda porque tampoco ella podía reprimir las lágrimas. La emoción iba en aumento. A Sissé le prometieron todos que mañana a la hora de zarpar el barco estarían allí para despedirlo, lo que agradeció. Aicha se encontraba compungida ante las palabras de sus compañeros. Hacía un gran esfuerzo para no llorar. Un gesto de complicidad de Djeneba que le tomó la mano y le acarició el antebrazo, mientras la miraba a los ojos, fue el detonante para que salpicaran unas lágrimas por su rostro, que no hizo nada por disimular. Se abrazaron las dos amigas. Djeneba que conocía perfectamente el sufrimiento de Aicha, entendía lo desafortunada que se consideraba su amiga ante la inminente marcha de Sissé, la desdicha que le azoraba por no haber sido capaz de retenerlo, tratando de consolarla. Una lánguida mirada de Aicha fue suficiente para agradecerle la empatía a su amiga.
Se alejaron ambos dejando atrás a los amigos. Sissé llevaba cogida a Aicha por los hombros y ésta le pasaba su brazo por la espalda a la altura de las caderas y la cabeza apoyada en su hombro. Caminaban despacio, sin decir una palabra. En un momento le consultó Sissé, casi en un susurro:
–¿Quieres que vayamos al río?
–No. No. No quiero que se nos haga más complicada nuestra separación– le rogó Aicha con voz entrecortada. –Si pasara la noche contigo no podría dejarte marchar solo y no sería justo que te condicionara en tus propósitos. No me lo perdonaría nunca.
–Yo también me siento mal, una parte de mí no quiere apartarse de tu lado, pero la otra me recuerda constantemente el porqué estoy aquí– se excusó Sissé.
–No quiero que te vayas, Sissé. Me gustaría que permaneciéramos juntos siempre– le dijo con vehemencia. –Pero admitiré, de mala gana, eso sí, que cumplas con tu compromiso. No quiero ser yo quien te impida proseguir tu viaje.
–He de hacerlo, Aicha. Eso que tú sientes lo siento yo también, pero no puedo ser egoísta. En mi familia se ha hecho un gran esfuerzo para que yo pueda realizar este viaje y sacarles de la miseria... Y al menos he de intentarlo.
Llegaron a casa de Aicha. Se detuvieron y Aicha se colocó ante él mirándole a los ojos con ternura. Desabrochó la pulsera Tuareg, de piel entrelazada, que llevaba desde niña y que antes había pertenecido a su madre. La colocó en la muñeca de Sissé, le temblaban las manos y apenas si la podía abrochar.
–Espero que la lleves siempre contigo y que sirva para no romper jamás nuestro amor– le susurró al oído.
–Te lo juro. Mientras yo viva la pulsera estará conmigo.
A continuación él le correspondió con su bàgan, se soltó el cordón trenzado de piel de cebú del que pendía el colmillo de marfil exquisitamente tallado, que a ella le llamó la atención en el momento de conocerlo y que tantas veces había tenido entre sus dedos en esos cuatro días.
–Aicha, confío en que tú hagas lo mismo con mi bágan– le rogó, después de emitir un carraspeo y con la voz trémula, –es un regalo de mi abuelo del que no me he desprendido hasta hoy. Es mi pertenencia más preciada y quiero que la lleves tú– le dijo Sissé, mientras se lo abrochaba. –Estoy seguro que mi mò-què te protegerá de cualquier mal, como a mí hasta ahora.
Después de un momento de silencio preguntó Sissé:
—¿Es cierto que no has salido anteriormente con Sekou?
—¡Ahora tú! Creo que quedó claro que hemos salido en pandilla— respondió Aicha con mal humor.
Sissé quedó algo contrariado por la forma de responder de Aicha, creándole cierta inquietud.
—Él lo dijo con mucha seguridad. Además parece que tenga dinero, ¿no?
—Ya te lo he dicho salimos en pandilla. Aunque sí, íbamos juntos, pero dentro del grupo de amigos. Y, es cierto, su padre tiene mucho dinero. 
—¿En qué trabaja? — Preguntó Sissé.
—Es dueño de una compañía de exportación de pescado, junto a dos socios más. Me ha propuesto varias veces que me vaya a trabajar con él a la empresa de su padre.
Permanecieron un momento en silencio mirándose a los ojos. Sissé parecía intentar descubrir si había algo más detrás de aquellas palabras de Aicha, que le habían sorprendido. Las lágrimas corrieron por el rostro de Aicha invadiendo el de Sissé, que le pidió que llegara temprano al puerto, al restaurante L’Explanade, le dijo que quería desayunar con ella antes de embarcar, a lo que asintió Aicha con un movimiento de cabeza. Ella sabía que no iba a estar en el puerto, no acudiría; no podría soportar verle partir. 
–Sissé, te quiero como nunca he querido a nadie. Te querré siempre... Y, siempre te estaré esperando– le prometió con voz entrecortada. 
–Yo, también te querré siempre, Aicha. Jamás podría olvidarte. Y quiero que sepas que en cuanto me sea posible vendré a por ti. 
–Quiero que me prometas que sí en algún momento se encontrara en serio peligro tu vida desistirás y volverás aquí. 
–Por supuesto que te lo prometo, Aicha. Por nada quiero renunciar a ti. 




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