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domingo, 6 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XX



Era veinticuatro de septiembre de 2005. Amanecía. Una mañana fresca con viento húmedo de levante que soplaba sin mucha virulencia aunque balanceaba las copas de los pinos. En el campamento había una actividad superior a la de cualquier día, las personas deambulaban de un lado para otro con los semblantes serios, se ultimaría el asalto masivo a la valla de mañana. Los planes de Huffam se llevarían a cabo en tres puntos distintos del vallado. No tardarían en llegar los encargados de dirigir las turbas de desesperados para ultimar los detalles de la operación. A medida que pasaban las horas los rostros de las personas se apreciaban tensos, y le decían a Huffam: «¿Se ha suspendido la reunión?» Éste negaba animando, al mismo tiempo, a que continuaran con sus quehaceres. A poco más de las ocho de la tarde se reunieron todos los responsables del asalto, junto a Huffam e Ibrahim. Después de los correspondientes saludos, tomaron asiento en el suelo, en círculo.
––En Rostrogordo tenemos las escaleras preparadas, en varios puntos del campamento por si tuviéramos la mala suerte de que hicieran una redada— comenzó a decir su responsable. ––Estamos todos listos para el asalto, tenemos el orden de marcha establecido— señalando a cada uno de ellos con el dedo, ––cada cual sabe su cometido.
––En Monte Gurugú Este también tenemos las escaleras preparadas; de la misma forma se han distribuido en varios puntos. También allí estamos todos listos y con la lección aprendida, deseando que llegue el momento— indicó el encargado de dirigir el asalto.
––Muy bien— dijo Huffam. ––Nosotros aquí en el Oeste también estamos listos. Todo apunto. Escuchad: a las cinco y media de la madrugada iniciamos la primera avalancha, el primer grupo que haga todo el ruido que pueda una vez se encuentre a la altura de la valla. A los otros dos grupos no se les tiene que oír ni respirar, para aprovechar el factor sorpresa. Advertid a los asaltantes del primer grupo que traten de correr cuanto puedan para tener ocupados a los guardias y facilitar la segunda oleada, que la llevaremos a cabo a las seis y la tercera si se puede apenas haya pasado la segunda avalancha la primera valla, no debemos dar más tiempo porque seguramente llegarán los refuerzos— todos asintieron. ––Si en algún momento hay cualquier dificultad el responsable del grupo tomará la determinación de seguir adelante o retirarse. Es muy importante tener la cabeza fría para no poner a la gente en mayor riesgo del necesario ¿de acuerdo?— Todos confirmaron que estaban de acuerdo. Huffam propuso a continuación: ––a partir de que lleguéis a vuestros campamentos dar instrucciones para que se incremente la vigilancia en cada una de las demarcaciones por donde se vaya a descender, en varios puntos distintos, desde los que se pueda dominar los puestos fronterizos de Rostrogordo, Mariwari, Farhana, Hardú y Beni Enzar, la ciudad de Melilla y las laderas de los montes por donde nos lanzaremos al asalto. Deberán ir al menos tres vigías porque al menor movimiento digno de mención, uno de ellos ha de ir a su puesto a comunicarlo, quedando un segundo por si hubiera que hacer otro comunicado antes de la vuelta del primero.
Aceptaron todos los asistentes las instrucciones de Huffam y tras discutir pequeños detalles que cada cual creyó conveniente exponer, se levantaron de la reunión deseándose suerte y partiendo cada uno a su demarcación. Cuando quedaron solos Huffam le pidió a Ibrahim que esperara un momento.
––Ibrahim, quiero que acompañes a Rachel y Yonaida en el segundo grupo, te ruego que no las pierdas de vista, no estaré tranquilo si no les guías tú— le pidió con lágrimas en los ojos.
––Huffam tú también debes ir en el segundo grupo, debes pasar con tu familia, es lo que convinimos.
––Sí, sí, ya lo sé, que es como quedamos. Pero alguien debe coordinar a la turba. En estos casos siempre tiene que haber alguien que se sacrifique y yo puedo pasar en el tercer grupo.
––Tú y yo sabemos que el tercer grupo no pasará Huffam, y no debes sacrificarte, tú menos que nadie. Yo iré con tu familia, junto al resto de mujeres con sus niños, pero tú debes pasar en ese grupo con los hombres y muy próximo a tu mujer y tu hija. Una vez se dé la consigna de asalto olvídate de todos. Ellas es posible que necesiten más ayuda de la que yo les pueda dar.
––Tienes razón, no dejaré a mi familia. Debemos llamar a Sissé.
––Sí, será lo mejor— aceptó Ibrahim, que fue sujetado por Huffam fundiéndose en un abrazo emocionado. ––Recapacita y piensa únicamente en tu familia, Huffam–– le repitió Ibrahim.
Una vez Sissé se unió al grupo, vio a Huffam con los ojos cristalinos y miró a Ibrahim como si tuviera, éste, que darle alguna explicación.
––Sissé— le dijo Huffam que hizo un carraspeo. ––Sabes que esta madrugada intentaremos pasar la verja. Tanto Ibrahim como yo creemos que tú debes esperar otro momento para pasar, nos podrías servir de mucha ayuda en caso de complicaciones. Confío en que comprendas que para que unos alcancen el éxito otros deben arrimar el hombro y sacrificarse.
––Qué tipo de sacrificio esperáis de mí— consultó con cierta inquietud.
––Simplemente que te quedes con el grupo de apoyo— le dijo Ibrahim, tomando la palabra ––que no podrá pasar porque habrán llegado los refuerzos de la policía. En cuanto lleguen los gendarmes debéis salir hasta la valla y correr en varias direcciones para distraerlos, en caso de que no consigamos pasar todos la primera valla. No debéis dirigiros al campamento, ya tendréis tiempo de volver y reagruparos.
––Muy bien, acepto lo que me toca— les comentó con aflicción. ––Haré lo que me decís, yo he llegado hasta aquí para cruzar la verja, pero entiendo que ha de haber gente de apoyo. Os deseo mucha suerte a ambos y espero que Yonaida crezca gozando de una buena vida.
––Gracias Sissé. Sabíamos que podíamos contar contigo— le reconoció Huffam.
––Pero yo pasaré en cuanto pueda, en cuanto me sea posible—. Y les preguntó a continuación: ––¿vosotros iréis a Francia?
––No te marques metas a largo plazo, Sissé— le indicó, de nuevo, Ibrahim, ––ve paso a paso. En principio pasa la valla y procura que no te pillen. A partir de ahí decide qué y cómo hacer con tu vida.
––Será mejor que descansemos— recomendó Huffam. ––Pronto iniciaremos la vigilancia.
Una cierta tensión se palpaba en el campamento, los que habían quedado libres de la guardia estaban echados, apenas si se oía algún murmullo. Sólo el llanto de algún bebé, que su madre era incapaz de remediar, interrumpía aquel escalofriante y extraño silencio. Hacía frío. Aunque los ocupantes del campamento parecían no advertirlo, o quizá era la misma inquietud por lo que se avecinaba. A las once de la noche no había regresado anticipadamente ningún vigía, por lo que se deducía que había tranquilidad en el perímetro fronterizo.
A las tres de la madrugada una horda de subsaharianos, un crisol de nacionalidades se encaminaba en silencio monte abajo. Algunas nubes y una media luna que apenas alumbraba parecía haberse aliado con ellos, haciendo más profunda aquella oscuridad. Abrigados, cada uno, en la medida de sus posibilidades, porque el frío se dejaba notar y un rocío que calaba los huesos lo acrecentaba, se pusieron en marcha. A los pocos minutos estaban viendo el puesto fronterizo de Mariwary. Las madres procurando que los niños no emitieran gritos ni llantos que pudieran alertar a las policías de Marruecos y España. Sobre las cuatro de la madrugada estaban situados en una zona previa a la que ocuparían antes de lanzarse en tromba el primer grupo. Los relojes marcaron las cinco menos cuarto de la mañana y el primer grupo ya había tomado posiciones para su avalancha, entre tanto a las mamás les estaban sujetando con seguridad a sus hijos a la espalda, adormilados. Al mismo tiempo les cubrían la boca con pañuelos o harapos, casi todos ellos mugrientos, para minimizar cualquier sonido estridente que pudieran emitir y alertar a los somnolientos vigilantes. En estos momentos todos estaban inmóviles, siquiera pestañear podían, era tal la tensión acumulada que todos permanecían pendientes, únicamente, de la señal para lanzarse el primer grupo. Alrededor de cien personas cargados con las escaleras, que dejarían colocadas sobre la verja para ser utilizadas por el segundo y tercer grupos, y tratar a continuación de distraer a las policías. Eran las cinco de la mañana, Huffam bajó el brazo que llevaba algunos segundos alzado. Un gentío se lanzó desesperado hacia la verja de la libertad, de la ilusión contenida tanto tiempo, la que les separaba del futuro soñado entre un griterío que pronto alertó a las policías de Marruecos y España. Huffam e Ibrahim cruzaron sus miradas, lamentaron la prontitud con la que habían alertado a las policías marroquíes y españolas. Sissé que se encontraba unos metros más arriba vio como se miraron los dos, comprendiendo su silencio.
Todos los que quedaron en el monte, bajo los pinos, contenían la respiración mientras observaban a sus compañeros y los movimientos de los policías de ambos lados, que habían reaccionado con relativa rapidez. Una vez hubieron llegado a la valla de espinos, colocaron las escaleras en la primera de ellas, algunas otras las lanzaron al pasillo que había entre las dos vallas para que fueran colocadas sobre la que continuaba por los de la segunda avalancha. Se comenzó a escuchar sirenas, cada vez con mayor intensidad. Algunos de los primeros asaltantes ya estaban en la segunda barrera de espinos, otros ascendiendo por las escaleras, desoyendo la consigna dada; la mayoría provocando a los policías para que los siguieran. Se veía el resplandor de las luces de los faros de los todo-terrenos de la Guardia Civil aumentar de intensidad, junto a la iluminación alterna de las luces de alarma de los coches patrulla. Habían actuado con rapidez, como tenían previsto. Al mismo tiempo, se estaba produciendo el desconcierto de las policías en tres puntos distintos de la verja que, experimentaron similares movimientos policiales, pero sin poder ir en apoyo unos de otros. Los primeros intrépidos, aprovechando la coyuntura, ya estaban dentro de Europa, la mayoría de los asaltantes corriendo delante de los vehículos policiales, que parecían dudar. Un conato de enfrentamiento con la gendarmería marroquí, hizo que éstos se aprestaran a perseguir a los intrusos que se habían atrevido a enfrentarse a ellos. Trataban de evitar la huida hacia los montes de aquellos desarrapados, donde sabían que tenían pocas posibilidades de capturarlos. Una nueva señal de Huffam a la media hora exacta y la segunda oleada se precipitó sobre la verja, el monte parecía no terminar de vomitar harapientos subsaharianos que se estrellaban contra la verja, desguarnecida de policías, que aguantaba erguida a duras penas. Sissé observaba con atención la carrera de la horda que se había lanzado desesperada, especialmente a Rachel con Yonaida, protegidas por Huffam a un lado e Ibrahim al otro, conteniendo la respiración. Las rudimentarias escaleras, fieles aliadas de la miseria, de la desesperación y la ilusión de los desdichados que ahora sí veían cerca la posibilidad de alcanzar su sueño, aguantaban los empellones de los asaltantes. En varios puntos no resistió la valla el ímpetu de los asaltantes y se desmoronó, en connivencia con los desdichados, facilitando aún más su paso. La Guardia Civil observaba atónita como la segunda avalancha casi había conseguido entrar en su territorio, mientras tanto, un trepidante griterío se mezcló con el sonido, cada vez más multitudinario de las sirenas de los gendarmes marroquíes que hacían desistir a los más rezagados, lo que hizo que se lanzara la tercera avalancha encargada de distraerlos, corrían en todas direcciones siguiendo las instrucciones recibidas. Algunos de ellos se olvidaron de correr para distraer a los gendarmes y se encaramaron a la valla. Sissé ya no pudo ver si habían conseguido pasar la verja sus amigos, corría delante de los pocos gendarmes que quedaban, perdiéndose entre la arboleda. En la otra parte, empezaban a llegar los refuerzos de la Policía Nacional y Local que reprimían con fuerza a parte de la tercera avalancha, aunque muchos ya habían conseguido entrar en territorio español. Ibrahim que ayudó a Rachel y Yonaida ––que todavía continuaba atada a la espalda de su madre— les observa desde unos vehículos aparcados en la calle que había entre el ensanche tras la valla y el Barrio Chino. Permanecían sentadas en el suelo abrazadas a Huffam, que había resultado herido en una pierna con un corte profundo que le sangraba abundantemente, producido por una concertina de la verja. Observaban con cierta tensión las carreras de unos y otros. Un policía local se quedó custodiando a la familia ayudando a taponarle la herida a Huffam. Una vez hubo comprobado Ibrahím que la familia de su amigo, su familia, estaba a salvo desapareció entre las callejuelas apartándose de donde oía que había movimiento de vehículos o de policías. Hizo uso, ahora más que nunca, de su destreza para escabullirse, con el máximo sigilo y muy atento a cualquier movimiento o sonido delante de él. Escuchaba infinidad de sirenas, provenientes de la población, que se acercaban rápidamente hacia la zona vallada. Las sirenas enloquecidas delataron que los vehículos policiales se desplazaban a gran velocidad de un lado a otro de la ciudad. Se les unieron las sirenas de las ambulancias que trataban de socorrer a los heridos, entre los que había algún guardia, lo que demostraba el desconcierto que se había originado en las fuerzas de seguridad. Esto satisfizo enormemente a Ibrahim que esbozó una sonrisa y se adentró en la población de Melilla. Se encaminó hacia la zona de la playa, opuesta a la del conflicto. Trató de aprovechar lo que quedaba de oscuridad para alcanzar la orilla del mar y ocultarse en una zona de rocas hasta que se calmara la situación.
Estaba amaneciendo y había despejado, se veía un manto de estrellas en el infinito que comenzaba a difuminarse y el sol parecía que luciría radiante, al menos para todos los infortunados que, habían dejado de serlo, aunque desconocían por cuánto tiempo. Muchos lloraban de alegría, a pesar de saber que a la mayoría les entregarían una orden de expulsión. Al mismo tiempo se sentían esperanzados con que su caso fuera atendido satisfactoriamente. Fueron llevados al C.E.T.I. (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), donde apartaron a los heridos que les dejaron a la puerta de la enfermería para una primera valoración. El resto quedó en una explanada, ante unos barracones ya saturados. Huffam desde su posición, calculó que habrían allí alrededor de las trescientas personas. Una enorme satisfacción se le declaraba en su rostro. Desconocía cuantos habrían podido esconderse por la ciudad, pero estaba convencido de que el plan de Ibrahim había tenido éxito.
––La operación ha sido un éxito––, dijo reconfortado y sonriente, abrazado a su mujer y su hija.
Su mirada le delataba feliz, continuaba abrazado a su familia, que se encontraba perfectamente. «Ibrahim tenía razón, no me hubiera perdonado no estar aquí con ellas» le surgió un recuerdo espontáneo. Tenían a su lado un ejemplo vivo de la desolación que podría haber vivido. Una mujer nigeriana con su niña en brazos no había corrido la misma suerte. En el asalto a la valla se produjo dos heridas profundas por las cuchillas, una en el muslo y otra en la mano. Con un jirón que hizo de su vestido, Hufamm había cerrado la herida de la pierna para que no sangrara tan abundantemente, hasta que llegaran los sanitarios a atenderla, con la de la mano hizo lo mismo. Para mayor desdicha de esta mujer, su marido se había quedado a la otra parte de la verja, cayó al suelo y cuando quiso reincorporarse al grupo tenía a los gendarmes con él. No sabía la suerte que había podido correr. Ibrahim permanecía en los pensamientos de Huffam.
«Es un gran estratega» se dijo a sí mismo. «el plan que diseñó ha sido perfecto. Ha tenido las ideas muy claras» se felicitaba. «¿Qué habrá sido de él? ¿Habrá burlado la persecución de la policía? Cuánto deseo saber de ese hombre. Aunque mejor será para él que no tengamos noticias suyas» se convenció.
La niña nigeriana le tocaba la cabeza con su manecita y le devolvió a la realidad, jugaba con ella haciéndole cosquillas y carantoñas, con el placebo de la madre, quien le pasó la mano por el hombro y acercándolo para sí le besó en la mejilla, al tiempo que le dijo: ––Gracias––. Ambos se sintieron embargados por la emoción, a los que se unió Rachel. Todos ellos se limpiaron los ojos con el dorso de la mano ante la aparición inexorable de las lágrimas y bajo la atenta mirada de las dos niñas. El dolor de sus heridas había pasado a un segundo plano. La mujer nigeriana le contó a Huffam que lo que más le preocupaba era el infortunio de su marido.
Un olor a salitre satisfacía a los allí congregados aquella mañana. Habían quedado los asaltantes identificados en el centro, en número aproximado a doscientos cincuenta, casi todos heridos. Huffam advirtió que había menguado considerablemente el número de personas, sin saber dónde podían haber ido a parar. De una gran cantidad de ellos desconocían su nacionalidad, por lo que no podrían expulsarles con la agilidad deseada. Les tenían a la intemperie, con un sol de justicia, mitigado por una brisa agradable que les refrescaba, porque los barracones estaban saturados de “sin papeles” pendientes de expulsión.

En los campamentos de inmigrantes comenzaron a reagruparse alrededor del medio día, cuando se aseguraron que ya no les seguían y se felicitaban por el éxito de la operación. En el monte Gurugú, Sissé, se abrazó con algunos de los que no habían conseguido pasar y se pudieron librar de los gendarmes. También se abrazaban los del grupo de apoyo en el que él había formado parte. Uno de los veteranos apuntó que deberían intentarlo de nuevo esa misma noche.
––Debemos intentarlo de nuevo, esta misma noche, lanzarnos si cabe con más virulencia. La valla está en el suelo en muchos tramos y no tendremos otra oportunidad como ésta— enfatizaba.
Sissé se adhirió al planteamiento.
––Tiene razón, quizá no tengamos otra oportunidad como ésta. No deberíamos darles respiro, ni tiempo para las reparaciones. Creo que deberíamos hacerlo saber al resto de campamentos para que se coordine el asalto como esta madrugada, que tan buen resultado ha dado.
Todos jalearon la propuesta y decidieron llevarla a cabo esa misma noche, a las diez. No esperarían a la madrugada.
––Un nuevo asalto masivo con la misma cadencia que el perpetrado en el amanecer–– propuso Sissé.
Decidieron enviar a un emisario a cada campamento para ponerles al corriente de las decisiones adoptadas. Se afanaban todos por preparar otras tantas escaleras, tan rudimentarias como las primeras pero que habían dado un resultado tan increíble como eficaz.
Se echó la noche encima. Los inmigrantes en menor número que esa mañana, dispuestos en los mismos puntos que sus antecesores, a cuestas varios centenares de escaleras y cargados con tanta o más ilusión que sus compañeros matutinos ––qué otra cosa podían cargar— se aproximaron demasiado a la valla que estaba fuertemente vigilada, pero ya todo les daba igual. Sissé, estaba tenso, concentrado en aquello que iban a hacer y que les podía reportar grandes riesgos. No quería ni pensar en la posibilidad de padecer un infortunio. Dio un repaso vertiginoso de su vida en Sikasso, su estancia en Ségou, su relación con Aicha. No sabía si habría nacido su bebé. «Qué esperanza de vida les aguardaba allí. Qué futuro iba a tener él, o el que podía esperar darle a sus descendientes, si cuando llegaba una sequía, que muchas veces, parecían eternas lo destruía todo» pensaba. «Si llovía lo hacía con tal intensidad que la tierra era incapaz de absorber aquella cantidad de agua a las que se les unía las inundaciones de los ríos, desolando, de nuevo, todas las poblaciones ribereñas. Y, si no era suficiente llegaba una maldita plaga de langosta, como la del mes de julio del año pasado, quedando contemplando como los “animalitos” comían mientras ellos no tenían qué llevarse a la boca» se decía. Se convenció de que había tenido mala suerte con haber nacido en uno de los países más pobres del planeta, a pesar de la pasión que siempre despertó su patriotismo. Sissé era un convencido de que daría su vida por Malí, si fuera necesario; pero al mismo tiempo consciente de que él no podía resolver las carencias sufridas por su País, incluso las de su misma familia. De ahí sus ansias por llegar a Francia y «gozar, aunque fuera míseramente, de la opulencia de las tierras de Europa, en las que de hambre no se muere» se animaba a sí mismo. «Tierra de infinidad de oportunidades, en donde el color negro no huele a escarnio...»
Un aviso de atención le devolvió a la realidad del momento. Observó a un lado y otro y vio como los rostros de sus compañeros estaban tan tensos como el suyo. Su concentración era máxima, conocedores de lo que se jugaban. Como dijeran esa misma mañana ––quizá no tengamos otra oportunidad––. Estaba habiendo en esos momentos un cambio de guardia y al poco rato la zona fronteriza se relajó un tanto, ya no había tantos policías en ninguno de los dos lados. «Ahora podría ser un buen momento» pensó Sissé. Posiblemente todos estuvieran pensando lo mismo. Un recuerdo fugaz de Aicha invadió sus pensamientos, de forma instantánea. Al mismo tiempo sintió un miedo cerval ante el recuerdo de aquella mujer. Pensó en la posibilidad de padecer un accidente que le imposibilitara conseguir su meta y eso le azoró. Creía tener los músculos entumecidos, agarrotados. Era consciente de que el momento había llegado y temía por no tener la agilidad suficiente para correr y saltar la verja...
Por fin la señal establecida acabó con sus prejuicios, eran las diez y tres minutos de la noche cuando se lanzaron en tropel sobre la verja. Sus miedos y añoranzas se quedaron petrificados en los roquedos del monte que les escondía. En esa ocasión la gendarmería marroquí había establecido un dispositivo que actuó con extrema rapidez persiguiendo a los indocumentados, algunos se enfrentaron a ellos, lo que permitió a Sissé junto a otros compañeros alcanzar las alambradas de espinos, arrasaron cuanto les quedaba delante de ellos, la Guardia Civil, apoyada por la Policía Nacional, en la zona española, se vieron desbordados ante la magnitud de la avalancha, a pesar de la utilización de material antidisturbios. Sissé pasó a blincos la valla que ya estaba en el suelo. Un pie quedó atrapado entre los alambres haciéndole caer, notó un fuerte pinchazo en el muslo, que no le privó de seguir corriendo. De nuevo un griterío escalofriante se confundía con el sonar de sirenas por todas partes, también al otro lado de la verja se luchaba casi cuerpo a cuerpo a pesar de la desconsiderada diferencia de fuerzas. Los que habían conseguido pasar corrían desesperados hacia la población, siendo neutralizados por las fuerzas de seguridad que actuaron diligentemente. Sissé junto a otros muchos afortunados contemplaba el dantesco espectáculo que tenían ante sus ojos. Mientras unos cuantos policías locales custodiaba al grupo de asaltantes que se encontraba en suelo español, el resto de fuerzas corrieron en ayuda de sus compañeros junto a la verja, mucho más deteriorada que esa misma mañana. Tras la valla varios cuerpos tendidos de heridos que necesitaban ayuda. En las alambradas habían quedado atrapados varios intrépidos que no pudieron zafarse de la trampa de los espinos ni las cuchillas. Ambulancias y personal sanitario comenzaron a acudir en ayuda de los heridos. Varias dotaciones de bomberos se personaron para descolgar a los que habían quedado atrapados sobre la valla.

Por momentos se iba haciendo la calma en todo el perímetro fronterizo, aunque no bajaba la tensión en previsión de que pudieran repetirse las avalanchas. Tanto las fuerzas auxiliares marroquíes en su parte, como las fuerzas españolas en la suya, patrullaban atentas a cualquier movimiento hostil que se pudiera reproducir. Acumularon gran cantidad de efectivos, reforzados por unidades del ejército, por si fueran necesarios. Los servicios sanitarios atendían a los heridos, como buenamente podían. Sissé estaba siendo sujetado por el brazo por un sanitario de Cruz Roja, intentaba éste zafarse, al tiempo que el sanitario le señalaba la pierna, tenía una herida producida por una concertina de la alambrada, un corte por encima de la rodilla de unos diez centímetros de largo en sentido ascendente y algo profundo que estaba sangrando abundantemente. Sissé no se había percatado de la importancia de la herida, recordó el pinchazo cuando calló sobre la alambrada. Estaba absorto por la suerte esquiva de algunos compañeros, maltrechos sus cuerpos verdaderamente. Sissé no cesaba de mirar hacía el monte que parecía desierto. «¿Qué está pasando?» se preguntaba. Cuando de momento una nueva y masiva avalancha se vino sobre la verja que ya no estaba para muchos embates. Sólo las fuerzas de seguridad de ambas partes garantizaban a duras penas la inviolabilidad de sus territorios. De nuevo el estrépito de los desesperados se mezclaba con el sonar incesante de sirenas de todo tipo. De aquel tropel consiguió entrar un pequeño número de personas en territorio hispano. Gran cantidad de cuerpos esparcidos por todas partes yacían tanto en territorio marroquí como entre las dos verjas de la frontera española, que había sido profanada por segunda vez el mismo día.
Con ayuda, Sissé, fue conducido hasta una ambulancia donde le curaron. Varias mujeres también habían pasado en esta ocasión, con sus niños a la espalda igualmente sujetos que los de sus predecesoras, con suerte desigual, alguna de ellas había resultado herida de consideración.
Por la mañana se encontraban en las dependencias de la policía en el C.E.T.I. esperando para ser identificados. Sissé llevaba un vendaje aparatoso de rodilla para arriba, la pernera del pantalón cortada y sentado en el suelo; salvo la inmovilidad que le producía el apósito no tenía dificultad para caminar, la herida parecía que curaba bien. Una vez despachado el asunto de las identificaciones estando paseando por el recinto del C.E.T.I., se encontró con Huffam, su mujer Rachel y su niña Yonaida, a la que se abrazó con verdadera pasión. Junto a ellos continuaba la mujer nigeriana y su niña, que había quedado su marido al otro lado de la verja, a quien también saludó.
La emoción que les produjo el encuentro a todos les hizo correr las lágrimas, se abrazaron siendo incapaces de pronunciar una sola palabra, ante el asombro de Yonaida que observaba con ingenuo descaro a sus padres y Sissé.
––Te has decidido a saltar, ¿eh?— Por fin dijo Huffam.
––Sí, así es. Se me presentó la oportunidad y no quise desaprovecharla, Huffam. ¿Tú también has resultado herido?
––Sí, pero no es de mucha importancia.
––Vosotras estáis bien. No habéis sufrido daño alguno— se dirigió a Rachel.
––Gracias a Ibrahim, Sissé. Es un hombre formidable. El se cortó en la mano con una de las cuchillas para que yo no sufriera daño alguno. Siempre le estaremos agradecidas.
––¿Sabéis dónde está?— Les consultó Sissé.
––No–– respondió Huffam. ––Cuando se cercioró de que estábamos a salvo se marchó. Desapareció literalmente por entre los vehículos que habían aparcados, y aquí en el C.E.T.I. no está. Verdaderamente es extraordinario y le deseo mucha suerte— añadió Huffam.
––Ha sido fantástico Huffam. No les cogimos por sorpresa y reaccionaron rápido pero ante el ímpetu nuestro se vieron incapaces de pararnos, cuando quisieron darse cuenta estábamos dentro.
––Os dejamos el camino allanado por la mañana, la verja en el suelo y los policías pasmados, a los que no les había desaparecido la cara de tontos— todos rieron el comentario.
––Nosotros lo tuvimos algo más crudo— confirmó Sissé, ––los gendarmes marroquíes se lanzaron a por nosotros como fieras ávidas de sangre. Algunos de los nuestros se enfrentaron a ellos con decisión, lo que permitió que otros pasáramos. Ahora veremos que nos espera.
––Aquí los comentarios que se escuchan son nada halagüeños, dicen que casi todos son expulsados, sin tener en cuenta el estatus de refugiados, en muchas ocasiones. Ah, y nosotros hemos tenido suerte de que hemos pasado tantos, hay quien dice que cuando son pocos los que lo consiguen han sido devueltos a Marruecos desde la misma valla, por las puertas de servicio, sin comprobar nada ni informar de nada— se lamentó Huffam. ––¿Es muy profunda la herida?
––No está mal. Pero nada comparada con las de otros compañeros que incluso han tenido que ser hospitalizados. Quedaron enganchados en la valla y con las carnes desgarradas. Les rescataron los bomberos.
Un gesto de horror se apreció en los rostros de Raquel y la mujer nigeriana que estaba con ellos.
––Siempre tenemos que pagar un precio alto por nuestra osadía. ¿Cómo fue haceros el ánimo de pasar esa misma noche, después de lo que les habíamos dado en la madrugada?
––Pues precisamente por eso. Cuando sobre mediodía empezamos a reunirnos en el campamento uno de los que no consiguió pasar comentó la posibilidad de intentarlo de nuevo. Yo pensé que podía tener razón y así lo expuse, dije: ––estando las vallas rotas, en el suelo en muchos tramos, deberíamos intentarlo, quizá no tengamos otra oportunidad y asintieron todos y enviamos a emisarios a los demás campamentos, que, por supuesto, se unieron a la idea. Supongo que habrán hecho lo mismo y se habrán lanzado al asalto, como convinimos.
––No sé si fuisteis muy aguerridos o muy vehementes. Pero sea como fuere me alegro de que estés aquí con nosotros, Sissé.
––Gracias, Huffam. Los aguerridos fueron aquellos que se enfrentaron a los gendarmes. Aquellos nos dieron una lección de abnegación importante.
––Sin duda alguna.
Sissé estaba eufórico. Sacó el móvil del bolsillo e hizo una llamada a Aicha, al tiempo que se apartaba un tanto de donde estaban sus amigos.
––Hola, amor mío–– le dijo emocionado. ¡Estoy en España!
––¡Ay!–– Gritó Aicha, siguiendo con un llanto incontenible.
––He conseguido entrar en Melilla.
––¿Cuando ha sido? ¿Cómo estás?–– Llegó a decir balbuciendo las palabras.
––Anoche pudimos entrar. Y, sí, estoy muy bien. Estoy muy emocionado, Aicha. Ya nos va quedando menos.
––Yo también estoy muy emocionada...
Tú ¿Cómo te encuentras?
Bien Sissé. Yo estoy bien.
¿Has tenido al bebé? — preguntó Sissé, entre un carraspeo.
No, aún no. Estoy esperando a que nazca cualquier día.
Por favor, avísame cuando eso suceda.
Te llamaré, Sissé.
––Escucha, luego te llamaré y hablaremos algo más. He de llamar a mis padres y a Conrad y Asshiá. Se alegraran muchísimo. Adios, Aicha. Hasta luego. Muchos besos. Y di a los amigos que me acuerdo mucho de ellos.
A continuación hizo lo mismo informando a sus padres del éxito conseguido, anunciándoles que iba a llamar a Conrad y Asshiá, para informarles igualmente. Una breve llamada a Mossa para que transmitiera la buena nueva a Conrad y Asshiá, le tranquilizó sabiendo de la alegría que el matrimonio sentiría de saber de él. Una última llamada puso al corriente a Maharafa.
––Hola, Maharafa ¿cómo estás?
––¡Hola Sissé! Qué alegría saber de ti. ¿Cómo estas tú?
––Muy bien. Muy bien. ¿Y tú?
––Yo también estoy muy bien. ¿Dónde te encuentras?
––En Melilla, Maharafa–– le dijo con énfasis.
––Cuanto que me alegro, Sissé. Espero que a partir de ahora tengas mucha suerte.
––Gracias. Muchas gracias, Maharafa. Sé que lo dices de corazón.
––No lo dudes, Sissé. No lo dudes.

––Maharafa, lo siento he de dejarte, nos están requiriendo otra vez. Te llamaré apenas pueda y continuaremos la conversación. Adiós, un beso muy fuerte.

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