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miércoles, 2 de julio de 2014

SUBSAHAARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XIX



Se encaminó hacia el monte de donde no tenía que haber bajado. Se lamentaba de no haber hecho caso a Huffam e Ibrahim. Ahora ya era tarde. Estaba oscureciendo cuando llegó al campamento; Huffam tenía en brazos a Yonaida, que reía ante las caricias y el juego con su padre. Rachel estaba calentando en una olla unos nabos y un poco de arroz que consiguió pidiendo comida en la aldea de Frekhana. Hoy sería una fiesta. Muchos días calentaba el agua con tubérculos y raíces del monte para poder darle al menos a la niña algo que le calentara el estómago. Dejó Huffam a la niña en el suelo, a la vista de Sissé magullado y maltrecho.
––¿Qué te ha sucedido?— Le preguntó Huffam.
––Me han robado y me han golpeado.
––Fuiste muy insensato. Te advertimos que no fueras.
––Pero no me dijisteis que estaban robando a los que intentaban pasar la frontera.
––¿Nos hubieras hecho caso? ¿Qué habrías pensado de haberte dicho que corrías ese peligro?— Le preguntó. Y sin darle tiempo a responder, ––hubieras pensado que no teníamos intenciones de ayudarte, o a saber qué se hubiera pasado por tu cabeza.
Sissé asintió con la cabeza admitiendo los comentarios de Huffam.
––Estuve a punto de ir a denunciarles a la policía… Pero me dí cuenta a tiempo, creo.
––Pues sí. Afortunadamente reaccionaste bien, de no haberlo hecho así ahora estarías más dolorido todavía tirado en alguna celda, en el mejor de los casos.
––Mañana compraremos leche para la pequeña Yonaida.
––No te voy a decir que no, Sissé, máxime cuando mi niña tiene hambre. Pero no sólo mi pequeña hay tres niños más que también están teniendo dificultades.
––Muy bien traeremos leche para todos ellos y agua— propuso Sissé. ––Antes de que me lo roben nos lo comemos nosotros. Ah, y antes de hacer nada por mi cuenta os lo comentaré y haré lo que me digáis.
––Sissé vete a descansar, mañana te reincorporarás a la rutina del campamento— le propuso Huffam.
––¿Dónde está Ibrahim?
––Está observando los movimientos de los guardias.
Sissé, taciturno, movió la cabeza asintiendo al tiempo que recogía su equipaje con una mano y levantó la otra como despidiéndose de Huffam. Todos los allí presentes permanecieron en silencio, observando como Sissé se alejaba. No era una situación nueva para todos ellos, en alguna ocasión algún que otro inmigrante había sufrido igual o parecido incidente. Aunque parecían admitir los lugareños la presencia de estas personas en sus aledaños, realmente no los soportaban, aflorando los más viles sentimientos humanos. Otras veces no les había movido más que la intención de robarles, como presas fáciles que eran. En alguna ocasión alguien de los acampados propuso ir en grupo a vengar a algún apaleado, habiendo sido convencidos por el resto de no hacerlo porque provocaría una reacción más violenta de sus compatriotas e incluso de los gendarmes marroquíes y eso si sería mucho más peligroso para sus esperanzas y sobre todo para sus vidas.
Se echó la noche encima y había refrescado considerablemente. Sissé se recostó bajo el chamizo que hiciera por la mañana, estaba apesadumbrado. Pensando una y otra vez cómo le había podido pasar a él que le robaran tanto dinero, con el esfuerzo que hicieron tantas personas para que él pudiera financiarse el viaje. Un recuerdo especial de Conrad y Assihá, se instaló en su mente, «les he fallado, no permitieron que les diera dinero mientras estuve con ellos y se los he puesto en bandeja a esos delincuentes» se dijo. Aún no se explicaba como pudo pecar de ingenuo de esa manera, habiendo estado hábil en varias ocasiones anteriores y en ésta haberse descuidado de esa forma.
Ibrahim se acercó y le llamó.
––¡Sissé! ¡Sissé!
––Sí. Voy Ibrahim.
––No hace falta que te levantes. ¿Estás bien?–– Le preguntó al tiempo que llegó a su altura.
––Sí. Sí, estoy bien, algo magullado, pero bien— admitió Sissé.
––¿Qué te ha sucedido?
––Me han robado, y algunos golpes sin importancia.
––Estarás dolorido.
––No Ibrahim. Bueno, sí estoy muy dolorido, pero lo que más me duele no son los golpes. Es lo ingenuo y lo imprudente que he sido. Primero por no atender a vuestras recomendaciones y después por mostrar el dinero a esos cuatro cerdos, sin haber conseguido la conformidad del taxista.
––Bien, no te lamentes por algo que has hecho mal y ya no puedes remediar. Debes estar contento porque no te ha sucedido algo peor. Sissé espero que te haya servido de lección.
––Confío en que así sea. Porque en todo el viaje he estado muy atento y en esta ocasión…, no sé en qué estaba pensando.
––Pues es muy fácil. Te has visto en España. Y no has valorado el peligro que corrías con esa gente, que por otra parte, Sissé, algunos están viviendo a costa de nosotros.
––¿Sabes? No nos pueden ver. Mientras me golpeaban me decían ¡negro de mierda!, ¡vete de aquí negro apestoso!, ¡sólo sois escoria!.
––¿Cómo has viajado hasta aquí, Sissé?
––Pues en camión y en barco¾ respondió. Tras una pausa añadió: ¾ me ayudaron mucho varias personas. Sobre todo un matrimonio Tuareg, en Tessalit, con quienes conviví sobre los siete meses en los que me trataron como a un hijo, y no te exagero Ibrahim..., y ahora les he fallado.
––Eso explica muchas cosas.
––¿Qué quieres decir?
––Pues que no has tenido ocasión de comprobar la maldad, la perversidad de las personas. Te ha sido fácil alcanzar tus objetivos. No has sufrido ningún percance serio en tu viaje. El desierto lo has atravesado en camión ¿no es así?
––Pues sí.
––Y seguramente es la primera vez que te apartas de tu familia, que viajas solo.
––Pues sí, así es. Pero ¿qué quieres decir con eso, Ibrahim?
––Que no te ha vapuleado la vida, Sissé. Que no te ha vapuleado— le comentó en tono quejumbroso.
––¿Tanto te ha golpeado a ti?— Le inquirió con cierto desdén.
Le miró con aquella mirada ruda, penetrante, que le hiciera sentir un escalofrío en el momento que le conoció, aunque sin ocultar cierta compasión.

––Más de lo que podrías imaginar, Sissé¾. Hizo una pausa y tragó saliva. ––Yo fui secuestrado en el año 1998 por un grupo armado. Tenía trece años. En mi familia vivíamos con mucha miseria, pero felices, muy felices, en una aldea junto al poblado de Kihindo, ribereño en el lago Kivu. Crecí junto a mis hermanos al amparo de una frondosa selva en la que vivía una colonia de gorilas compartiendo el entorno, no sé si aún existirán o habrán buscado otro paraje para vivir...; era una selva verdaderamente maravillosa, bellísima–– enfatizó. ––El lago estaba situado a mil quinientos metros de altura y tenía una superficie de unos dos mil setecientos kilómetros cuadrados y una profundidad de más de cuatrocientos metros. Decían que era peligroso porque se encontraba rodeado de volcanes y su subsuelo era una bolsa de metano, pero allí nos hemos bañado durante años, hemos comido de sus peces… Hoy no viviría allí por todo el oro del mundo. Al lago Kivu arrojaron miles de cadáveres, víctimas del genocidio— comentó, mientras se le cristalizaban los ojos y tomaba asiento al lado de Sissé. ––Un día que amaneció con niebla no excesivamente densa, mi padre y yo nos quedamos en la aldea esperando que levantara para salir a cazar, teníamos todo preparado, cuando oímos el rugir de motores. Surgieron de entre la espesura un camión y tres todo-terrenos, que se abrieron y cubrieron casi toda la explanada que quedaba delante de las casas. Se bajaron gritando de los vehículos, todavía en marcha, y se pusieron a disparar como locos, primero a todos los hombres y a unos cuantos ancianos, muertos todos impunemente. Después a las mujeres y las niñas; una vez muertas las violaron y las machetearon. A continuación dejaron sus cuerpos esparcidos por todas partes. Mientras los siete niños quedamos petrificados del horror, llorando, todos excepto uno que no pudo llorar y por eso también le mataron. Los otros seis fuimos acorralados, apuntándonos con sus fusiles; había varios chicos jóvenes entre ellos, después supe que eran niños soldados como nosotros.
-¿Cómo, tú eres un niño soldado? - Barboteó Sissé las palabras.
-Sí, Sissé. Yo soy un niños soldado…, ¡o lo que queda de él!-, se lamentó Ibrahim. Y continuó diciendo: -entre sus jefes y unos cuantos más fueron rematando los cuerpos que yacían en el suelo, tanto los que gemían como los que no. Todos fueron rematados. Dos de los milicianos a indicación del jefe del grupo violaron los cuerpos ensangrentados de mi madre y otra mujer que yacían inertes en el suelo. Un manto verde bellísimo, entonces, se teñía miserablemente, por momentos, de rojo. Ninguno de los niños fuimos capaces de derramar una lágrima más ante aquel horrendo espectáculo. Los otros milicianos entraron en las casas y las saquearon, bebieron “araque” hasta la saciedad, lo elaborábamos nosotros mismos, y cargaron en el camión lo que no se pudieron beber. Yo no podía dejar de mirar los cuerpos de mi padre, mi madre y mis dos hermanas yacentes, desangrándose… En un momento el jefe del grupo nos obligó a cada uno de nosotros a limpiar los cuerpos de sangre de nuestras madres y hermanas, primero con hierbas y posteriormente con la lengua entre risas y burlas. A mí me apartó del cuerpo de mi hermana más pequeña ––sólo tenía tres años–– de una patada, y le pasó él mismo la lengua por su pequeño cuerpo, recreándose en las partes más íntimas… ¡Fue horrible!— Relataba Ibrahim, con la mirada fija en el infinito, mientras unas lágrimas surcaban veloces su rostro irremisiblemente. ––Juré que les vengaría. Aquel cabrón no viviría para contarlo. Después de arrojar los cuerpos al lago, a los seis muchachos nos subieron al camión y nos llevaron al campamento de Mushaqui, hacia el Norte, en una zona montañosa desde donde podíamos pasar sin dificultad la frontera de Uganda. Allí estábamos más de dos mil niños y niñas que sufrimos toda clase de vejaciones y de castigos. Nos obligaban a beber y drogarnos, incluso a violar a las niñas que estaban en el campamento para servir a los soldados. Todo aquello, nos decían, era para fortalecer nuestro espíritu y combatir al ejército regular. Allí supe que estábamos en guerra los tutsi y los hutu. Teníamos que preparar brebajes con hierbas, con los que debíamos hacer conjuros porque cómo niños éramos puros. ¡Puros…! Al poco tiempo nos separaron a los seis chicos, ya no he sabido nada de ninguno de ellos. Hicimos incursiones tanto en Uganda como en nuestro País, siempre en aldeas indefensas, donde la gente era incapaz de reaccionar, no corrían mejor suerte que las de mi poblado; y nos obligaban a violar a mujeres y niñas, para después dispararles. Si no lo hacías te disparaban ellos. Sabes qué es lo más cruel de todo esto… — hizo una pausa —que llegó un momento en que disfrutábamos haciendo estas cosas. Ahora cuando me acuerdo... En el tiempo que estuve con el grupo, en dos años, vi asesinar a tres chicos que no tendrían más de doce años, por ser incapaces de disparar ellos a unas niñas que habían violado. Fueron dos años en los que no tuve otra ambición que mi venganza- hizo una larga pausa.
––Ibrahim, si quieres no hables más. Siento ver que estás sufriendo...
––No te preocupes Sissé, aunque sí sufro. Hablar de esto, no obstante, me da ánimo para seguir adelante. Me quito una gran presión de encima. Sólo he hablado de este tema con Huffam y contigo ahora, con nadie más— y prosiguió. ––Tendrías que haber visto la mirada de aquellos niños, en ellas no se veía más que el horror, la desesperación, el odio, la muerte, en definitiva. No necesitabas preguntarles, sus miradas frías, vacías, desconfiadas, no transmitían más que odio que resaltaba sobre sus rictus ácidos. En algunos poblados se obligó a los muchachos, que luego nos llevaríamos, a matar ellos mismos a sus padres y hermanos, el que no lo hacía era asesinado sin contemplaciones allí mismo. En otros ataques rociábamos con gasolina los cuerpos de los que no les interesaba al comandante y se les prendía fuego, obligando a los que después nos llevaríamos a presenciar como corrían sus familiares encendidos como antorchas hasta que se desplomaban en el suelo. Se nos daba la orden de cortar las manos a los hombres que se negaban a dar lo que les pedía el comandante, seguramente porque no lo tenían; pero era lo mismo, no habían contemplaciones. Mientras unos les sujetaban de los brazos otro con el machete le dejaba dos muñones inservibles. También había algún sádico, el capitán, el segundo del grupo era más joven que yo. Aquel niño era el mismo diablo, no tenía empacho en seccionar con el machete el pecho de cualquiera y hurgarle en su interior y extraer algún órgano. O como hizo en varias ocasiones, cortar a la altura de la nuca y beber la sangre del que acababa de asesinar. Decía que era mejor cortar en la nuca porque si cortabas en la garganta los chorros de sangre fluían muy rápido y no te daba tiempo a beberla. Los campos, los arroyos y las cunetas de los caminos se convirtieron en cementerios a la intemperie, los cuerpos mutilados de hombres, mujeres, niños y niñas, muchos de ellos violados, yacían esparcidos por todas partes. No olvidaré en mi vida la incursión que hicimos a un poblado llamado Kihihi, en Uganda, muy cerca de la frontera. Estaba en una zona montañosa, muchos kilómetros hacia el Norte, muy próximo a la población de Fort Portal, cerca del Lago Edward. No sé si fue casualidad o es que nos estaban esperando. Nos recibió una dotación de una veintena de soldados entre los que habían niños no mayores que nosotros, con un armamento anticuado y gentes del mismo poblado con palos, mientras nosotros portábamos fusiles ametralladores K-67, de fabricación soviética. Caía la tarde, después de matarlos a todos, se saquearon las casas y llevamos al camión todo aquello de valor, o simplemente que nos era útil. Encontraron unos baldes con licor elaborado por los lugareños, muy similar al araque nuestro. Se bebió hasta que no se pudo más, se violaron los cadáveres de mujeres, de niñas y niños sin pudor alguno. Estábamos todos borrachos. En un momento que nos encontrábamos tendidos en el suelo, durmiendo la borrachera, el comandante se encaminó hacia el bosque trastabillándose, tropezó conmigo, yo le seguí con la mirada, era quien mató a mi familia y fui tras él. Me percaté de que nadie nos veía, tal era el grado de embriaguez... Apenas se había adentrado entre los árboles se agachó para hacer sus necesidades, con una mano se sujetaba a una rama para no caerse. Me acerqué sigilosamente y con el machete le seccioné el cuello, la sangre le brotó a borbotones. Tuvo una muerte dulce, siquiera emitió un gemido; no la que merecía, pero… Le quité el cinturón en el que portaba la pistola, me lo coloqué. Me quedé un buen rato, de pié, observándolo, la sangre extendió su color con rapidez por su alrededor. La noche era propicia para llevar a cabo mi venganza, una ligera niebla y ni rastro de luna ni estrellas. Esperé hasta que me convencí de que no quedaba más sangre en su cuerpo. Escupí a su lado, no me atreví a hacerlo sobre su cuerpo mutilado… Y me marché. No puedes imaginar la sensación tan placentera que tuve, pero al mismo tiempo tétrica. Lloré lo que cuando asesinó a mi familia no pude llorar. Una paz indescriptible invadió mi cuerpo al poco rato. Los recuerdos de mis padres, mis hermanos, de los vecinos de la aldea donde vivía se amontonaban en mi mente, de unos y de otros todos revueltos, mientras caminaba. Estoy seguro que era su forma de agradecerme el cumplimiento de la venganza que les prometí. Parecía un ritual perfectamente organizado…, bueno, eso creí yo. Pero es cierto que a partir de ese momento yo no fui el mismo, tenía unas ganas desmesuradas de vivir. Antes buscaba el peligro sin importarme nada y después el miedo a cualquier riesgo me sobrecogía. Pero era feliz, muy feliz–– hablaba sin importarle si le escuchaba Sissé, o no. Tal era su estado de éxtasis.
––Ibrahim, me has puesto el alma en un puño. Discúlpame que te preguntara, no podía imaginar que hubieras vivido todo eso. Yo me puedo sentir dichoso, aunque me encuentro mal, evidentemente.
––Ya lo puedes decir.
––Pero, Ibrahim, ¿qué edad tienes?
––Tengo veintiun años— esbozando una sonrisa amarga.
––Si tienes sólo un año más que yo…— comentó Sissé sorprendido.
––Y parezco tu padre, ¡eh!— limpiándose las lágrimas del rostro.
Se incorporó Ibrahim y dijo a Sissé que se marchaba donde estaba Huffam.
––Espera, voy contigo.
––No es necesario, permanece echado y descansa.
––No. No. Te acompaño–– dijo Sissé incorporándose.
––Vamos, pues. He de volver; aunque te aseguro que no me echan de menos–– al tiempo que volvía a pasarse las grandes manazas por su rostro empapado.
Mientras caminaban hacia donde se encontraba Hufam, Ibrahim continuó con su narración.
––Anduve por trochas que en muchas ocasiones tuve que ir abriendo yo mismo, por montañas, despeñaderos, siempre en dirección Noreste; si no me prendían antes, llegaría a Sudán en pocos días, calculé. Antes de amanecer había cruzado la frontera. De nuevo estaba en Zaire. No sabía dónde. Pero era mi País. Caminé, al principio, sólo de noche, por las montañas, nunca me acerqué a riachuelos, poblados, ni carreteras. Después de la primera semana caminando todas las noches, invertí el hábito y comencé a caminar de día, mientras me era posible. Crucé varias veces la frontera, tan pronto estaba en Zaire, como al poco me introducía de nuevo en Uganda, según cómo me convenía más por la orografía del terreno que por estrategia, sin encontrar nunca ningún puesto fronterizo que me detuviera. En quince días me encontré en Sudán, y comencé a sentirme seguro. Varios días seguí el curso del Río Nilo, en principio el que llega desde el Lago Victoria hasta el Lago Alberto para después seguir su curso hacia Sudan. Al poco tiempo llegué a Oraba, ¡por fin!, pude respirar tranquilo y llegué hasta Yei—. Sissé le escuchaba con atención, sobrecogido, mientras seguía narrando. ––Había un comercio increíble en la ciudad, allí se juntaban comerciantes de Uganda y del Zaire con los lugareños y la actividad era muy fuerte. Estuve pensando en quedarme allí, pero enseguida desistí. Estaba muy cerca de Uganda y del Zaire, y continué viaje en paralelo a la frontera, primero con el Zaire, después con la República Centroafricana y por último con el Chad, y eso me libró de muchos problemas porque toda la zona sur de Sudan estaba en un conflicto bélico constante. Bueno como toda la zona, pero a mí me fue bien ir por la selva y las montañas. Es curioso la cantidad de pueblos diferentes que pertenecían a una misma etnia, los “Pojulu” a los que pertenecían Nyori, Morsak, Goduck, Lobora, Mulusuk, Pirisa, Malari, Mankaro y otros pocos más pequeños, todos hablaban Kutuk na Pojulu. A partir de abandonar Yei, en ningún momento volví a sentirme seguro. Desde la selva tuve ocasión de ver ataques de paramilitares a pueblos y aldeas y ya no volví a caminar por caminos ni carreteras. Así hasta que cruce la frontera de Libia. Allí trabajé en el mantenimiento de un gaseoducto, unos seis meses y me marché porque los negros éramos sus esclavos y así nos lo decían. Y hasta aquí, Sissé.
Sissé sintió una cierta empatía con Ibrahim, al que no conocía en su faceta humana. Hasta ese momento le había visto como un hombre frío, calculador, introvertido, casi peligroso. Le consideraba bastante mayor que él y sin embargo tenía un año más. «Qué cantidad de sufrimiento había vivido en tan pocos años» pensó Sissé.
Ibrahim hablaba anteriormente tanto por él como por el resto de niños que vivieron los mismos acontecimientos llenos de terror y horror. Verdaderamente su mirada delataba todo lo sufrido, sin necesidad de preguntas, que, por otra parte, todas serían insensatas e improcedentes. Sissé meditaba sobre la capacidad que este muchacho había tenido para sobreponerse ante tantas crueldades, y la entereza con que las llevaba. Ibrahim caminaba delante de él y Sissé le iba observando, no hacía ruido al hollar el camino, parecía que flotaba sobre la tierra, que no había ramas que romper bajo sus enormes pies. Un mal paso devolvió a Sissé a su mundo, tras el dolor que sintió en el costado.
Al llegar a la altura de donde se encontraba Hufam ––la oscuridad de la noche se había adueñado del entorno— se encontraron con que empezaba a concentrarse un gran grupo de habitantes del campamento junto a Huffam y su familia, al rededor de una pequeña fogata. Sólo el crepitar del fuego y algún gruñido de ciertas alimañas en busca de su sustento interrumpieron un silencio pavoroso, que en una noche oscura, sin luna y sin viento, desvelaba una grey de más de cien personas. Reunidas alrededor de la hoguera discutían, sin levantar la voz, la estrategia a seguir en el momento de realizar el asalto de la valla, que tendría lugar esa misma madrugada.
––Deberá tener mucho cuidado quien consiga saltar la verja, porque los policías españoles estos días atrás han matado a dos compañeros. Posiblemente hayan suavizado los métodos represivos, pero no lo sabemos; y por supuesto con los marroquíes— les advertía Huffam.
––Estaremos atentos a todo lo que acontezca y trataremos de aprovechar las posibilidades que se nos presenten–– dijo uno de los reunidos.
Unas cuantas puntualizaciones sobre pequeños detalles de la operación puso fin a la asamblea, y tras desearse suerte marcharon cada cual a su campamento.
La noche del día catorce de septiembre estuvo alterada por sonidos de sirenas por varios puntos entre los montes de Rostrogordo y Gururgú. Desde poco después de media noche y hasta las cuatro de la madrugada se lanzaron en tromba sobre doscientos subsaharianos a la conquista de la verja que les separaba de su futuro. Apenas salidos de los bosque de pinos se encontraron con los gendarmes marroquíes que les repelieron con violencia. Ibrahim se encontraba en la ladera del Gurugú viendo la avalancha de los compañeros de su campamento. Observó el atrevimiento de unos cuantos a enfrentarse a los gendarmes, que se emplearon con saña. Algunos cuerpos yacían en el suelo y el resto inició una huida dispar hacia su cobijo en el monte, siendo perseguidos por la fuerza marroquí. Ibrahim que contemplaba la persecución de sus compañeros corrió y puso en aviso al resto de acampados, que abandonando todo lo que poseían corrieron como locos hacia el interior del macizo montañoso, sin saber muy bien hacia dónde. Ibrahim, junto a Huffam, su familia, Sissé y unos pocos más corrieron en dirección hacia Farhana, por sendas que conocían bien, lo que les daba cierta ventaja. A la llegada al poblado se quedaron en las afueras, vigilantes, por si veían venir los camiones o todo-terrenos de los gendarmes marroquíes, para no verse acorralados.

Esa misma mañana compraron leche, legumbres y agua, deambulando de un lugar a otro, hasta llegada la tarde, en la que emprendieron el regreso al monte Gurugú, no sin cierta cautela. De vuelta en el campamento, vieron que estaba tal cual lo dejaran ellos en la madrugada, lo que les indicó que la persecución se hizo en otra dirección. No obstante debían estar muy atentos porque generalmente, siempre un asalto a la verja iba seguido de alguna represalia y los gendarmes peinaban los montes. Iban apareciendo compañeros del campamento y alguien les informó que sobre las ocho horas de la mañana, en Rostrogordo, habían llevado a seis compañeros heridos, dos de ellos con bastante gravedad, hasta los acantilados de Aguadú entregándolos a la Guardia Civil española para que fueran atendidos, aceptándolos éstos.
En los cerros de Rostrogordo se había intentado, también, el paso de la verja, con resultados similares a los del monte Gurugú. Allí los policías españoles aceptaron los cuerpos heridos de aquellos seis infortunados, pero los de aquí no sabían la suerte que hubieran podido correr.
––Nos sorprendieron los gendarmes antes de llegar a la verja—, les relataba uno de los asaltantes, que invirtió el sentido de los demás en la huida. ––Cuando empezó la persecución huimos hacia el este, pero yo me vine hacia aquí, pensando en que a uno solo no le perseguirían. Consiguieron que desistieran en la persecución unos centenares de metros más adelante. Les vi desde la distancia retroceder a los gendarmes.
––Mejor que sean tan gandules. Eso va a favor de nosotros aunque no debemos confiarnos, en absoluto— apuntó Huffam.
––No sé los cuerpos de compañeros que recogieron, yo vi recoger a dos, porque cuando ya no les podía ver por el ramaje me vine hacia el campamento.
––Vamos a montar guardia dominando todos los puntos, no podemos distraernos. Sissé, tú harás una guardia por la parte oeste donde fuiste con Ibrahim ayer, si estás en condiciones...–– le encargó.
––Sí. Sí. Me encuentro bien.
Después de designar quienes estarían de guardia, cada cual siguió con su rutina. Esa noche cenaron como si fuera un día de fiesta. La pequeña Yonaida, una vez saciado el apetito y tras unos buenos tragos de leche quedó dormida profundamente.
Ibrahim comentó después de cenar que acompañaría a Sissé en su guardia, negándose éste en principio para aceptar a continuación, por lo que se dirigieron ambos a vigilar los movimientos de la policía en el punto que le indicó Huffam a Sissé.
––Últimamente nos han dado fuerte— le dijo Ibrahim a Sissé, ––han apresado cerca de trescientos de los nuestros, las redadas en las poblaciones limítrofes se están intensificando. Ya en el mes de enero nos asediaron más de mil doscientos gendarmes y militares con veinticinco todo-terrenos, tres helicópteros y guardia de caballería, arrestaron casi a trescientos de los acampados, que al día siguiente fueron conducidos hasta la frontera argelina en Oujda, donde fueron abandonados. Debemos estar muy atentos.
––No te preocupes, no me dormiré.
––Ya lo sé. Ni yo tampoco.
––Tú puedes dormir si quieres, te avisaré si hay cualquier anomalía.
––Yo apenas duermo, Sissé. Hace mucho tiempo que perdí el sueño y cuando lo hago siempre es con un ojo solo, el otro está despierto—. Rieron ambos.
––¿Cuándo pensáis saltar vosotros?
––Cuando las condiciones sean propicias. No es que tengamos plena seguridad, pero si que puedes calibrar los riesgos con una relativa eficacia.
––¿Dónde piensas ir si consigues pasar?— Le preguntó Sissé.
––Si no me deportan, primero quiero ir a Madrid y después a Barcelona y según como esté la situación veré si me quedo en España o voy a algún otro país europeo.
––¿Quieres quedarte en España?
––Sí. Es un buen País. Es el más próximo y de ciertas características similares a las nuestras. Yo diría que incluso tiene ciertas costumbres paralelas a las nuestras. Creo que de poder establecerme estaría muy a gusto.
Desde la posición que ocupaban veían con nitidez la ciudad de Melilla: el polígono industrial, el Barrio Chino, el puesto fronterizo de Hardú, el circuito de motocrós, el aeropuerto y las playas de la Hípica y los Cárabos. Más a su derecha Beni Enzar y a lo lejos la inmensa Nador. Había una tranquilidad reconfortante.
––Tú crees que hay similitud en las costumbres españolas con las nuestras. Además debes aprender la lengua, si no ¿qué posibilidades tienes?
––Claro que has de aprender la lengua. Por esa regla de tres todos los emigrantes deberíamos ir a Francia o Bélgica. ¿A caso allí no tendrías que adaptarte a sus costumbres? Pues un poco más de dificultad, pero nada más. Vivir en un país extranjero debe ser difícil para todo el mundo, pero una vez adaptado ¿qué más da? Y por otra parte, al menos, tienen sol muchas horas al día y muchos días al año, por lo que deben tener costumbres parecidas a las nuestras. Digo yo.
––Yo no me veo aprendiendo un nuevo idioma. Yo iré a Francia.
––Cuenta antes con pasar la frontera y que te permitan quedarte, que no es tan fácil hoy por hoy. Además la sociedad española está más sensibilizada con la inmigración y es más tolerante con los negros.
Estuvieron varias horas en su puesto de vigía sin que hubiera incidente que resaltar. El perímetro fronterizo estuvo muy tranquilo, sólo cada media hora pasaba una patrulla española o marroquí. Otro compañero del campamento vino a sustituirles, eran las cuatro de la madrugada y tras darse las novedades el recién llegado se quedó y los otros dos volvieron al campamento.

Pasaron unos días bastante tranquilos, no hubo redadas ni persecuciones. El personal del campamento estaba elaborando escaleras con ramas de los pinos. Escaleras rudimentarias pero que estaban seguros que serían suficiente para poder escalar la valla con rapidez y seguridad. Estaban preparando otro asalto, que llevarían a cabo apenas estuvieran preparados. Las noches eran ya desapacibles. Hacía bastante frío en el monte, se acusaba más por los vientos que soplaban muy a menudo, generalmente del este, cargados de humedad. En muchas ocasiones soplaba con bastante intensidad, lo que producía más sensación de frío. En el campamento, Huffam, reunió a los cabecillas de otros campamentos, de Rostrogordo y Gurugú en sus diversas demarcaciones, para coordinar el asalto a la verja. No eran cabecillas por sus posibles dotes de mando, sino más bien por la antigüedad en los respectivos campamentos, en la mayoría de los casos. Acudió, también, Ibrahim que trajo a Sissé con él, sin que nadie protestara por ello.
––Debemos actuar coordinados— comenzó Huffam a decir al grupo que le escuchaba atentamente ––y al mismo tiempo en varios puntos, en oleadas, cada treinta minutos, a la orden de cada uno de vosotros. De esta forma cuando crean que han conseguido reducir a los primeros se verán sorprendidos por los segundos y después por unos terceros, con el fin de que no puedan actuar sobre los dos grupos de atrás. Habrá que sacrificar al primer grupo en favor de los otros dos. Seguramente un cuarto ya no podría intentarlo porque habrán llegado los refuerzos…
-Huffam, tendremos problemas con los que designemos para no saltar- dijo el que vino de Rostrogordo.
-Sí. Seguro que en mi campamento también tendremos problemas- protestó otro.
-Entiendo que todos estamos aquí por lo mismo. Pero debemos ser conscientes de lo difícil que está resultando el paso de la verja desde hace un tiempo. Si no conseguimos sorprenderlos no lo conseguiremos- afirmó Huffam.
-Tu plan es bueno, Huffam. Pero hay que ponerse en el pellejo de los que han de sacrificarse en favor de los otros- añadió el de Rostrogordo.
-El plan no es mío, lo ha diseñado Ibrahim- todos los asistentes le miraron con gratitud. -Por otra parte, estoy de acuerdo con vosotros. Pero si no somos capaces de convencer a los últimos que han llegado debemos desistir del plan.
-Creo que no podemos dejar pasar esta oportunidad. Es la primera vez que podemos hacer un asalto organizado, y eso ni marroquíes ni españoles se lo pueden imaginar. Yo si voy a convencer a los de mi campamento- dijo el jefe del otro campamento del monte Gurugú.
-Sí tienes razón. Yo también me comprometo a convencerlos a los de Rostrogordo. Continua Huffam.
-Hay que inculcar a la gente que debemos ser disciplinados para no correr riesgos inútiles. Debemos confeccionar la mayor cantidad de escaleras posibles para poder dejar unas en la primera valla y otras en la segunda. Advertir a los que se lancen al asalto de la verja que no griten cuando inicien la carrera, así tardarán más tiempo en percatarse de la avalancha, y eso podría correr en nuestro favor. Los niños deben ir sujetos a las espaldas de sus madres y a ser posible con un pañuelo en la boca para evitar que puedan escuchar sus llantos. Cada jefe de grupo dará las órdenes que considere oportunas en cada momento, por si viera un peligro desmesurado y tuviera que echar marcha atrás con la operación. Tendréis que hablar cada cual con su grupo con convencimiento y exponer el plan para ver quien lo intenta en el primer grupo, para beneficiar al resto. Debemos prepararlo para fin de mes que nos dé tiempo a coordinarlo todo.
––Para final de mes es muy tarde–– protestó uno de los asistentes.
––Tiene razón, Huffam. El día veinticinco estaría muy bien. Nos sobraría tiempo para organizarnos.
––Hoy es veintidós de septiembre, nos reuniremos para ver como van los preparativos el veinticuatro, salvo que antes alguien deba comunicar algo al resto. Si estamos todos de acuerdo el día veinticinco lo intentaremos, si se dan las condiciones.
Todos asintieron y hablaban unos con otros poniéndose en pie. Se deshizo la reunión y cada cual se fue con los suyos para hacerles conocer los planes que tenían y la estrategia diseñada que la habían considerado acertada, comprometiéndose para el día veinticuatro exponer cualquier duda o consideración que creyeran oportuna.
Huffam con su familia, Ibrahim y Sissé permanecieron juntos, sentados entorno a un fuego en el que calentaba Rachel leche para Yonaida.
––Ibrahim, ––irrumpió Huffam, de pronto–– espero que el día veinticinco se pueda ejecutar el plan. Este plan es el tuyo, es el que proponías con énfasis.
––Y sigo estando convencido que es la mejor forma para conseguir nuestro objetivo Huffam, y al mismo tiempo espero que sea un éxito en cuanto al número de personas que podamos pasar la verja.
––La duda que yo tengo es si el resto de grupos estarán dispuestos a esperar y dejarse mandar por nosotros.
––Supongo que habrá de todo. Si alguien ha programado el asalto antes de esa fecha seguramente lo llevará a cabo, otros imagino que valorarán la estrategia y se esperarán intentándolo cuando nosotros. Pero en fin, eso no lo vamos a saber ahora. De todas formas, casi todas las noches se produce algún intento, unos más masivos que otros, pero prácticamente todas las noches; lo que seguramente no va a cambiar mucho, creo yo. Pero, yo sigo pensando que nosotros debemos ser fieles a nuestro proyecto y lo que hagan los demás no nos debe preocupar demasiado— recomendó Ibrahim.
––Ya, eso es evidente— aceptó Huffam. ––Nosotros nos mantendremos firmes con nuestro plan. De todas formas esperaremos acontecimientos. Ya nos toca, debemos ser nosotros quienes lo intentemos.
––Estoy convencido de ello, Huffam.
––Eso sí, debemos prepararlo bien. Si les pasará algo a Rachel y a Yonaida no sé si lo soportaría.
––Por supuesto. Lo estudiaremos detenidamente.
––Están habiendo muchos muertos en estos últimos días. Son cuatro en menos de veinte días y esto es preocupante.
––Todos sabemos que lo que pretendemos hacer entraña un alto riesgo. Cada vez mayor, por eso no debemos dejar pasar más el tiempo. No obstante y a pesar de los muertos, que no dejan de ser más que números, están consiguiendo entrar a España gran cantidad de asaltantes— enfatizó Ibrahim.
––Ibrahim, ¿cómo puedes hablar con esa frialdad de las personas y sobre todo de los muertos?
––Frialdad dices. Qué quieres si estoy tan acostumbrado a los vivos como a los muertos. Me ha hecho mayor compañía la muerte que la vida. Huffam, hemos ayudado a todo aquel que nos lo solicitó y pudimos hacerlo. Seguiremos haciéndolo mientras nos sea posible, pero eso no significa que tengamos que dejar de pensar en nosotros mismos y además con prioridad–– le dijo a Huffam con un mohín duro, clavando su mirada en los ojos de Huffam.
––Tienes razón, pero al mismo tiempo... Si, debe ser así, como dices–– reconoció Huffam.

En la tarde del día veintitrés corría un rumor por el campamento que no gustó demasiado a los conocedores del plan de Huffam. Comentaban que anoche mismo hubo un intento de pasar la verja por Mariwari en el que se utilizó un sistema similar, primero lo intentaron cincuenta personas y a continuación veinte más. Fueron repelidos por la gendarmería marroquí, quedando once heridos que permanecieron desde la madrugada hasta las once de la mañana tendidos en el suelo, sin poder moverse, hasta que fueron a socorrerles sanitarios del hospital de Nador, acompañados de tres compañeros de los heridos que les dieron la situación, siendo ellos mismos quienes les colocaron en las camillas.


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