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domingo, 20 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXIV




Sissé permaneció bastante tiempo en silencio mientras caminaban a la luz del día. Pronto llegaron a la pequeña población de Ain Reggada. Sissé compró una mochila para llevar a la espalda y dejar las bolsas de mano que eran incómodas para caminar. Tras reponer algo de comida retomaron el camino hacia Berkane, que alcanzaron sobre media noche. Dejaron la urbanización de Bab Al Madina a su derecha y siguiendo por la N-2, que en la ciudad estaba reseñada como Boulevard Mohamed V, se adentraron hasta el mismo corazón de la población. Quedó atrás la Biblioteca Laymoun y el Hotel Zaki, el Estadio Municipal de Berkane, la Mezquita, la Plaza de Mohamed V y el gran Parque de las Cigüeñas Blancas. Salieron de la ciudad por el barrio de Sidi Slimane Charaá, sin haberse cruzado con un solo gendarme.
Tras cuatro días de viaje sin sobresaltos, llegaron al pueblo de Selouane, a diez kilómetros de Nador, más al norte, en el interior. El día diecinueve de octubre alcanzaron el Monte Gurugú por su cara sur, desde la población de Segangan, evitando así entrar a Nador y Beni Enzar. Una vez en Beni Chiker tomaron dirección Noreste ascendiendo y descendiendo barrancos, hasta que avistaron la ciudad de Melilla, Beni Enzar y Nador desde lo alto. Sissé no tardó en reconocer el terreno como le explicó a Sawaba, que mostró su satisfacción. Al poco de caminar llegaron al lugar donde estaba ubicado el campamento en el que Sissé, junto a Ibrahim, Huffam y otros tantos se lanzaron al asalto de la valla. Se dirigió hasta el pino en el que enterró su documentación, rescatándola de nuevo. A medida que recorrían la zona del monte en la que estaba asentado el campamento, Sissé, le explicaba a Sawaba todo lo que se hizo en aquellos días y cómo se planeó la estrategia del asalto a la verja. Le habló de la mujer y la niña de Huffam. Pronto se presentó un hombre negro que les sobresaltó, reconociéndose al momento, se fundieron en un abrazo, ante la mirada de Sawaba que parecía reconfortada.

––¡Simone! Es uno de los encargados de grupo que se reunió para diseñar la estrategia a seguir en el asalto masivo del día veintinueve de septiembre–– le presentó a Sawaba.
––¿Cómo es que estás aquí?— Le preguntó Sissé.
––Yo no pude saltar. Tropecé en la carrera y caí, mi mujer y mi niña si pasaron.
––Sí pasaron, yo estuve con ellas.
––¿Estaban bien?
––Sí. Sí. La niña estaba perfectamente, jugueteaba con Huffam. Tu mujer sólo tenía una pequeña herida en la pierna, pero salvo eso estaba muy bien¾ evitó decirle la importancia de la herida de su mujer. ¾Se lamentaba de que tú hubieras quedado atrás. Pero ya no sé cómo quedaron ellas, porque a mí me entregaron a los marroquíes y me llevaron hasta el sur de Marruecos y he estado vagando hasta ahora.
––Te agradezco la información. No sabía nada de ellas–– dijo con lágrimas en los ojos. ––A mi me molieron a golpes y quedé inconsciente en el suelo, cuando desperté oía a lo lejos las sirenas y los gritos de los perseguidos, no había nadie alrededor mío y emprendí la vuelta al monte. Supongo que me darían por muerto y pensarían pasar a recogerme más tarde, pero el caso es que no me quedé para comprobarlo. Todavía me quedan restos de mi desdicha–– les mostró su pie izquierdo bastante inflamado todavía. ––Entonces tú ¿conseguiste saltar?
––Sí, lo conseguí. En el asalto de la noche— le aclaró. ––Al día siguiente coincidí con Huffam, su mujer y su niña, y con tu familia que estaba junto a ellos. Huffam si tenía un herida más profunda que le mantenía vendado y caminando con dificultad. Yo también resulte herido con cortes y poco más— al tiempo le mostró la cicatriz.
––Sissé, el corte no fue pequeño.
––No, pero curó bien. Tampoco fue excesivamente profundo. Después tuve que ir a un hospital y me limpiaron la herida y me curaron de nuevo y ya no hizo falta más.
––¿Sabes qué ha sido de Ibrahim y de Huffam?
––No. Ya no he sabido nada más. Te iba a preguntar yo por ellos, si tú habías oído algo.
¾De Ibrahim, me contó Huffam, que después de dejar sanas y salvas a su mujer y a su niña, él desapareció entre las calles del Polígono Industrial y cuando a mi me expulsaron Huffam todavía permanecía en el C.E.T.I., junto a su familia y la tuya; pero ya no he sabido nada más de ellos.
––Por aquí tampoco se ha oído ningún comentario sobre ellos. Sí se ha hablado de que varios convoyes de camiones y autobuses han salido para Oujda en varios días distintos, pero tampoco sabemos nada más. Pero cuéntame cómo viste a mi familia, por favor.
––Es que no te puedo decir nada más, que lo que te he dicho. Lo cierto es que estaban muy bien, al menos mientras yo estuve con ellas, porque a los dos días me entregaron a los gendarmes marroquíes y me llevaron a unas celdas en Nador. Y tú, ¿dónde estás? ¿Estás solo o acompañado?
––Hemos montado el campamento más hacia el Este, hacia la parte en la que yo estaba anteriormente. Pero hemos sufrido varias redadas, incluso con perros y helicópteros. Han detenido a muchos, Sissé. Ahora vivimos con inquietud, aunque en varios días no nos han molestado. ¿Queréis venir?
––Sí. Te acompañaremos, aunque no te aseguro que nos quedemos, quiero probar por Rostrogordo, ver qué posibilidades hay.
––Las posibilidades son muy similares Sissé. No hay grandes diferencias.
––¿Habéis vuelto a intentarlo?
––No. No. Ya te he dicho que hemos tenido varias redadas. Están muy vigilantes desde que se saltó la verja dos veces en el mismo día. Aunque siempre hay alguien que lo intenta. Ahora están reparando la verja. Y se oyen rumores de que la van a elevar a seis metros.
––¿Seis metros?
Se encaminaron hacia el nuevo campamento que se hallaba situado a un kilómetro más o menos del que ocupaban antes. Desde éste se divisaba muy bien Beni Enzar y Nador, La bahía de la Mar Chica y la parte sur de Melilla, donde está el puesto fronterizo de Beni Enzar. Era una zona de cedros y encinares que colmaban el ambiente de su perfume, remarcado por una humedad que se posaba sobre la arboleda. <<Es mucho más pequeño que el que teníamos más arriba>> se dijo Sissé. Como si Simone hubiera adivinado el pensamiento de Sissé, les guió por un sendero amplió que giraba hacía la izquierda, desde donde vieron un amplio despliegue de chabolas. Empezaba a caer la tarde y el crepúsculo era espectacular, le recordó a Sissé las conversaciones con Ibrahim sobre la belleza de las puestas de Sol en Melilla. Sawaba no se separó ni un momento de Sissé, hasta el punto de llevarlo cogido de la mano.
Caída la noche, Sissé y Sawaba ocuparon un pino libre cerca de dos chozas, aunque sólo contaban con unos cartones pinchados entre el ramaje que cubrían del relente nocturno. Durmieron abrazados. Sawaba le dijo que siempre tenía frío, aunque Sissé estaba convencido que no era ésa toda la razón. Sawaba era una mujer menuda, de media estatura. Sissé estaba convencido de que su delgadez se debía a la falta de alimentación. Sus cabellos ondulados y cogidos en una pequeña cola y negros como el azabache contrastaban con sus dientes blancos, homogéneos y de un tamaño medio. Su nariz pequeña y sus ojos no muy grandes le daban más un aire europeo que africano; salvo por su tez, igualmente, de un negro de intenso brillo. Pero si algo le hacía más atractiva era su mirada pícara y su lengua vivaz, siempre encontraba un motivo para hacer una broma, incluso de sus propias desgracias personales, destacando unos hoyuelos en sus mejillas cuando reía.
A la mañana siguiente se marcharon hacia Rostrogordo, tras despedirse del hombre que les trajera hasta el campamento. En Rostrogordo habían montado un nuevo campamento, después de varias redadas de los gendarmes y fuerzas auxiliares de Marruecos. Cuando llegaron Sawaba y Sissé, muchos de los habitantes de los Pinares, saludaron con cariño a Sawaba, y ella les correspondió de igual forma. Se contaron entre ellos las distintas suertes corridas por unos y por otros. Se escucharon infinidad de historias, todas ellas horrendas. Cada día que pasaba se sentían más inseguros porque las redadas habían aumentado tanto en número de operaciones como en cantidad de medios y de policía, ya bien militares o gendarmes o ambos cuerpos coordinados. Sissé y Sawaba buscaron un lugar donde cobijarse y en un pino bajo colocaron varios cartones atravesados por las ramas que hicieron de dosel.
––Sawaba, este campamento es una ratonera de la que no podremos salir si hubiera una redada–– le advirtió Sissé, que desde que llegaron lo estaba escudriñando.
––¿Por qué dices eso?
––Porque está en una hondonada sobre las faldas del monte. Para salir de aquí tenemos que ascender. Todos los accesos están en alto, los gendarmes no tendrían más que esperarnos sentados...
––Bien, si no te gusta nos iremos, Sissé. Pero después de unos días, descansemos unos días y luego nos marchamos a donde tú quieras.
Sissé ya no le dijo nada más, quedó con su quimera.
Al día siguiente de estar en el campamento les sorprendió una redada. Bloquearon a todos los que vivían en él. Gendarmes con perros, militares con el apoyo de dos helicópteros un gran número de todo-terrenos perseguían y detenían a todo ser viviente, del que no se escapó Sissé de ser detenido. Sawaba había bajado esa misma mañana a un caserío que había tras el Parque Forèt Trifa, junto a los Pinares de Rostrogordo, para pedir algo de comida y agua. A su regreso los dos únicos ocupantes del campamento que se habían librado de la redada la informaron de lo sucedido.
––Se los han llevado a todos detenidos en furgones policiales y camiones del ejército.
––¡Maldita sea!–– Gritó. ––Sissé me lo advirtió que esto era una ratonera de la que no podríamos escapar y yo le pedí quedarnos unos días–– decía en medio de un llanto incontenible.
––Me voy a buscarlo–– dijo, mientras se golpeaba en la cabeza con ambos puños.
––¿Estás loca? ¿Dónde vas a ir? Es mejor que te quedes aquí. Él sabrá dónde buscarte cuando pueda regresar.

Un mes tardó Sissé en volver al punto del campamento del que fue arrancado. El encuentro con Sawaba resultó de lo más emotivo. Se abrazaron con fuerza, él la levantó en el aire y giró varias vueltas con ella en volandas. Un mar de lágrimas invadió el ambiente, no sólo de ellos dos, también de muchos de los nuevos congregados en el campamento que sabían de su separación. Sawaba le besaba incesantemente. La cara de Sissé, sucia, llena de polvo, surcada por las lágrimas, y tachonada por los besos de Sawaba, le daba un aspecto siniestro. Uno de los acampados trajo un poco de agua en una botella y se la ofreció para lavarse. Sissé se lo agradeció, se lavó la cara con energía. Pasó su brazo por los hombros de Sawaba que le sujetaba por la cintura y se apartaron del resto. Ella apoyaba su cara sobre el pecho de Sissé con una ligera presión, su rostro irradiaba alegría, y su sonrisa volvió en aquel mismo instante que vio llegar a Sissé, después de muchos días sumida en la pesadumbre.
––Perdóname Sissé–– le repetía una y otra vez por haberte retenido en aquel agujero.
––Ahora ya estoy aquí. No te atormentes más. Tampoco nos dio tiempo a cambiar de lugar, nos cogieron al tercer día de llegar.
A pocos metros de allí se detuvieron entre dos pinos no muy altos, en los que Sawaba había dispuesto unos plásticos que hacían de dosel, bajo el que se guarecía. Habían desplazado el campamento varios centenares de metros más al Oeste, sobre un alcor desde el que se dominaban los caminos de acceso.
Aquellos cuerpos demacrados eran una sombra de lo que fueron, pero al menos ahora estaban juntos de nuevo. Sawaba besaba de forma constante a Sissé que le correspondía de cuando en cuando. El semblante de Sissé había cambiado al mismo tiempo que su cuerpo; lo que antes era un rostro alegre, vivaz, ahora no reflejaba más que un rictus penoso, desdibujado, a pesar de haber cobrado algo de ánimo al llegar de nuevo al campamento y encontrarse con Sawaba.
––Llegaron por sorpresa los gendarmes y las fuerzas militares¾ comenzó a relatar Sissé. ¾Llevaban perros y habían bloqueado todos los caminos. Después de haber iniciado la celada aparecieron todo-terrenos por todas partes–– relataba a Sawaba. ––El campamento lo tenían bien controlado desde hacía tiempo, estoy seguro. No pudimos ni movernos¾ hizo una larga pausa.
¾Fuimos llevados a la comisaría de Nador y de allí a unos pabellones en las afueras, en los que estábamos hacinadas más de seiscientas personas, llegadas de todas partes: de Beni Enzar, Nador, Tánger. No teníamos aseos, ni comida, apenas nos daban un poco de agua, de nuevo se repetía la historia. A los dos días nos subieron a los autobuses y nos llevaron a Oujda y de allí, sin detenernos en el camino, a un punto fronterizo de Argelia, por el que pasamos de noche y nos adentramos durante más de dos horas, entre montañas. Habían mujeres embarazadas, niños…, fue horrible. Yo sabía que tenía que caminar hacia el Oeste, y eso hice cruzando barrancos, arroyos ––al menos agua no me faltó–– (dibujó una sonrisa macabra); ¾al cabo de una semana me encontré en Guenfouda, y mi alegría fue inmensa. Ya sabía dónde estaba, había pasado por allí, Oujda estaba más al norte. Seguí caminando hacia el Oeste, con la certeza de que algún día llegaría hasta aquí, estaba en el camino correcto. Cuando llegué a El Aioun, me di de bruces con un cartel que anunciaba Sidi Bouhria, por una carretera que salía por la derecha, hacia el norte y recordé esa población que estaba anunciada en la N-2 cuando vinimos juntos caminando y volví a hacer la ruta que hicimos hasta aquí— finalizó Sissé, dándole un beso en la frente a Sawaba, que no podía pronunciar palabra por la emoción.
Se desprendieron de la ropa raída que llevaban y sus pechos se apretaron el uno con el otro. El roce de sus carnes hizo que subiera la excitación de los dos. No hablaban, sólo de cuando en cuando algún gemido acompañaba al fulgor del momento. Sawaba sentía el peso del otro cuerpo que, oprimiéndole sus senos, le transmitía calor. De cuando en cuando Sawaba se apretaba aún más contra el cuerpo de Sissé, como si quisiera fundirse en el cuerpo de él. Un gozoso placer empezó a fluir del cuerpo de Sawaba que se estremecía, abandonándose a su ansiada suerte.
Pasaron muchos meses desde su regreso a los Pinares de Rostrogordo, librándose de varias redadas. Siempre que habían cambiado de ubicación, Sissé, elegía el punto en el que situarse. Sissé se encontraba desesperado, hacía más de diez meses que se había quedado sin dinero. Tanto él como Sawaba habían llegado a beber agua de los charcos cuando había llovido, incluso agua del mar cuando no tuvieron otra para beber. Una extrema delgadez se reflejaba en sus cuerpos. Sissé tenía los ojos hundidos, los pómulos resaltados, la suciedad se adueño de él. Su carácter se había vuelto irascible, hasta el punto de haber tenido un par de riñas por cosas banales. Sissé se había convertido en un espectro de lo que fuera, Sawaba ya lo era cuando se cruzó en la vida de Sissé.
––Sawaba, mañana si el mar está bien intentaré pasar a nado a Melilla.
––Qué dices. ¿Tan buen nadador eres para salvar la distancia y las corrientes?
––No aguanto más. He de intentarlo o me volveré loco, Sawaba. No quiero seguir viviendo así. Me niego a vivir así.
––La situación es desesperada, desde luego, pero lo que pretendes es un suicidio.
––¡Pero moriremos aquí!
––No, Sissé. No moriremos aquí. Sólo tenemos que tener la voluntad de vivir y luchar para conseguirlo. Podemos intentar encontrar trabajo y llegar hasta Ceuta, allí con mil euros podemos pasar el estrecho en una patera. Pero no debemos desesperar. No podemos perder la cabeza. Debemos trazarnos un plan, crear un proyecto y luchar por él, Sissé. No desmayes tú ahora, tú no, por favor— le suplicó casi en un sollozo, abrazándose a él con fuerza.
––Siento mucho darte esta imagen— le dijo con lágrimas en los ojos y con su brazo por encima de los hombros de Sawaba, —pero me encuentro muy desanimado. No esperaba verme en esta situación al cabo de casi dos años fuera de mi casa. En este tiempo ya daba por sentado que estaría debidamente instalado.
––Hagamos el amor, Sissé. Después nos encontraremos mejor. Veremos las cosas desde otro punto de vista.
––Perdóname, Sawaba. Mi cabeza ni mis sentimientos están en estos momentos en disposición de nada–– se disculpó apoyando la cabeza sobre el hombro de ella, sollozando.
––¡Eh! Sissé. ¡Ya está bien! Vamos a dar un paseo. ¡Anda! ¡Vamos!— le propuso enérgicamente, al tiempo que tiraba de él.
––Creo que he pretendido nadar en un mar embravecido. Sin tener en cuenta la fuerza de las mareas- divagaba en voz alta. Mientras frotaba sus ojos con el reverso de su mano. ––Creo..., pero hay que ser idiota..., me pareció que apenas llegara al monte Gurugú, un día me encontraría tranquilamente en España y me brindarían pasar a la Península y después proseguir viaje hasta Francia. Qué ingenuo... No he encontrado una buena acción desde que salí de Malí, salvo de algunos acampados como nosotros.
––No te atormentes más, por favor. Tú eres fuerte. Siempre te has sobrepuesto a las adversidades...
––Te parezco un hombre fuerte... No soy más que un fracasado, Sawaba. He dejado a mi familia a su suerte, yo podía haber perdido la vida y todavía estoy en el mismo lugar, no he avanzado nada. Y sabes lo peor de todo esto, que no puedo decirle a mis padres cuál es mi situación real. Todo lo bueno que me sucedió dentro de mi País, creo que no eran más que trampas que el destino me puso para continuar adelante, así como el ir superando los traspiés que fui padeciendo desde que entré en Argelia y más tarde en Marruecos. No podían ser otra cosa. Tenía que convencerme a fuerza de sufrir en mis propias carnes toda la infamia del ser humano...
––No debes pensar así, Sissé. Aquí también hemos encontrado gente bondadosa, que nos ha socorrido al darnos agua, o algo de comer.
––Estoy cansado, muy cansado–– le decía a Sawaba, mientras lloraba con amargura.
––Estás pasando un mal momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión que siempre has tenido por llegar a Francia. Pasaremos, un día pasaremos, no lo dudes. Vamos Sissé, demos ese paseo.
Sawaba volvió a tirar de Sissé hasta hacerlo caminar.
Después de un buen rato de paseo volvieron al campamento y Sissé se acostó en la improvisada tienda, bajo los pinos. Se encontraba muy mal, su respiración era descompasada, no dejaba de llorar como un niño y temblaba. Sissé estaba irreconocible y Sawaba se sentía muy preocupada.
––«Campos llenos de hienas que emana la tierra vienen hacía aquí, Aicha. Montones de hienas me rodean y me acechan y luego se sumergen en la arena. Hay miles de hienas, vienen por todas partes–– decía con voz trémula, casi inaudible. ––Yo clavo mis uñas en la tierra pero no consigo excavar y esconderme. ¡Cada vez están más cerca!»–– Deliraba entre convulsiones.
Sawaba le pasaba su mano por la frente para enjugar aquel sudor frío, al tiempo que le echó unos cartones por encima. El nombre de Aicha todavía le sacudía en las sienes, pero ella no cejaría en su empeño, sabía que era fruto de la fiebre y que pronto pasaría. Sissé consiguió dormir y Sawaba no se apartó un momento de su lado. Un abundante relente caía aquella noche por una densa niebla que ocultaba el campamento y calaba hasta los huesos. Un fuerte olor a eucaliptos y pinos se respiraba en aquella siniestra noche de Rostrogordo. Sawaba de cuando en cuando lloraba al ver a Sissé desvalido, hundido, perdido en su inconsciencia.
Los días se sucedían y Sissé apenas si experimentaba mejoría, más bien al contrario, apenas si hablaba, sólo respondía a Sawaba con monosílabos y no a todas sus preguntas. Tenía la vista perdida, los ojos empequeñecidos, hundidos. Los llantos se habían hecho compañeros inseparables de aquel hombre. Sawaba estaba inquieta y muy preocupada por Sissé, cada vez le resultaba más difícil hacerle hablar, ni siquiera su familia ni sus recuerdos ni sus planes eran motivos dinamizadores para sacarle dos palabras seguidas. Aquella angustia la ahogaba.




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