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miércoles, 30 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXVII



Había pasado casi un año desde que Sissé y Sawaba, se presentaran en casa de Rachid. Sissé llevaba unos días muy inquieto, irascible, algo impropio en él, sobre todo desde que supo de la muerte de Be. Fátima les anunció a Sawaba y Sissé que en breves días sería la Fiesta del Cordero, sobre mediados de diciembre, por lo que todos deberían estar contentos, les dijo, con la intención de calmar el ánimo de Sissé. El anuncio de Fátima le dio pie a Sissé para concretar la fecha de partida, que sería inminente. Antes quería comentarlo con Sawaba a pesar del distanciamiento ostensible entre ambos. Esa misma noche estando en la cama con ella le cogió sus manos con ternura y le contó sus planes.
––Sawaba, he pensado en que ha llegado el momento de marchar e intentar pasar la frontera por Ceuta— le dijo. ––Y creo que la fecha más idónea para hacerlo es en Febrero, una vez hecha la siembra. Tú ¿qué dices?
––Sissé, le estás dando demasiadas vueltas a tu partida.
––¿Cómo? ¿Tú no tienes intenciones de partir?— La interrumpió.
––No. Yo no me voy. Estoy muy bien aquí. Tengo trabajo, me respetan y posiblemente empiece pronto a trabajar en el periódico de Nador. Yo no voy a arriesgar más mi vida, por conseguir qué...— le dijo Sawaba.
––Sawaba, no me esperaba tu decisión. Creía que buscábamos lo mismo.
––Buscábamos, tú lo has dicho. Pero creo que yo sería un estorbo para ti en estos momentos… Tú tienes tu corazón y tu cabeza en otra mujer y yo no voy a ser un impedimento para que puedas ser feliz, Sissé— le dijo con lágrimas en los ojos. Y añadió: ––lo que te pido es que se lo comuniques a Rachid cuanto antes, ellos se merecen saberlo con tiempo para poder preparar la nueva situación en la hacienda.
––¿Qué hay de aquello que me dijiste cuando me cuidabas: “Estás pasando un mal momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión de siempre por llegar a Francia y pasaremos, un día pasaremos, no lo dudes”.
––Nada. No queda nada, Sissé––. Sissé comprendió que Sawaba había tomado su decisión y tenía las ideas muy claras.
––Había pensado comunicárselo en la Fiesta del Cordero.
––Sissé, díselo después de la fiesta. No estropees ese momento de alegría, sabes que eres muy querido en esta casa y tu marcha les va a afectar— le reprochó Sawaba.
––Quizá tengas razón. Se lo diré después de haber pasado la fiesta––. Y tras una pausa añadió. ––Aunque he decidido intentarlo por otra mujer: mi madre. No te voy a negar que hay otra chica, tú ya lo sabías¾. Después de una pausa dijo: Mi hermana Be, mi pequeña Be... Ella era una luz en mi vida y ahora se ha convertido en una piedra en mi corazón; y he de reiniciar el viaje, no me perdonaría otra muerte más mientras yo estoy aquí–– se reprochó.
––Lo siento Sissé.
Sissé no quiso rogarle a Sawaba que pensara en reconsiderar su postura. Su sitio estaba junto a Aicha y no estaba dispuesto a soportar una situación diferente. Permanecieron, ambos, largo tiempo en silencio antes de dormirse, cada uno vuelto a un lado dándose la espalda. Aunque se había acostumbrado a la convivencia con Sawaba, Sissé nunca había estado conforme en el modo de irrumpir de esta mujer en su vida. A pesar de no atreverse a dejarla, tuvo muchos momentos en los que pensó que no debía haber continuado con ella, debería haberla dejado que viviera su propia vida. Era cierto que se había apoyado en Sawaba muchas veces, que le había sacado adelante en sus peores momentos, que tenía una personalidad arrolladora, pero no era la mujer de su vida. Alguna que otra vez se lamentó por no habérselo comunicado en Nador, tras la redada y haber permitido que se hubiera ilusionado inútilmente. Estaba quejumbroso por su falta de decisión.
«Una mujer sola en aquellos parajes, aquellas situaciones, y lo que Sawaba había sufrido...» se repetía así mismo, para justificar que no era por falta de personalidad o por debilidad, sino simplemente era una cuestión de humanidad, que después se convirtió en algo muy distinto.
Sissé no había sentido por Sawaba lo mismo que por Aicha en ningún momento. Pensaba que podía haber actuado de forma egoísta, pero a ella también la ayudó a sobrevivir con una relativa tranquilidad. Creía que a partir de ahora sería más llevadero porque tendría que preocuparse sólo de sí mismo. La negativa de Sawaba a partir con él, a pesar de que le turbó en un principio, estaba comenzado a considerar que era lo mejor que le podía pasar, evitando el penoso deber de decirle un día que todo se había acabado.
En su insomnio, pensó en la actitud de Aicha, parca en palabras y evasiva, con la que hacía tiempo que no hablaba. No acababa de entender qué era lo que estaba sucediendo. Su pensamiento se dirigía hacia Sekou, que posiblemente la estuviera acosando. Leopold no le había llamado ni una sola vez. En cada momento que Sissé había pretendido hablar del pequeño enseguida había desviado la conversación.
No era capaz de conciliar el sueño y recordaba el año que había pasado en la Villa de Farhana. Lo agradecido que estaría de por vida tanto a Rachid como a Fátima, «no sé que hubiera sido de mí si en aquellos momentos no nos hubieran cobijado» se preguntó. En ese año, en el que había trabajado a las órdenes de Rachid, se adaptó a sus gentes y sus costumbres perfectamente, había establecido amistades que nunca iba a olvidar. Se consideraba integrado perfectamente en la comunidad magrebí «hasta he asistido en varias ocasiones a la Mezquita» se dijo.
El inicio de los cánticos del almuédano desde el minarete de la mezquita al fayr, le indicó que era hora de abandonar el lecho. No había dormido. Era hora de reincorporarse y empezar el nuevo día. Su cuerpo se encontraba entumecido, sus párpados pesados, pero su espíritu reconfortado por la parte de Sawaba, aunque herido y convulso por la muerte de la pequeña Be. Se había quitado un gran peso de encima con la negativa de Sawaba a acompañarle. Sawaba se levantó y vistió en silencio, saliendo antes que Sissé del dormitorio.
La Fiesta del Cordero era un gran día para la comunidad musulmana. Ayudó en todo a Rachid y a su hijo que había llegado de Rabat para pasar la festividad en familia, como era costumbre. Rachid era feliz de hacerles participar en todo, tanto a su hijo como a Sissé. Fátima, por otra parte, también estaba radiante con la participación de Sawaba en los preparativos. Además porque la veía contenta, había vuelto a ser ella: dicharachera y bromista como antes.
Rachid, en la víspera de la fiesta, obsequió a los empleados que no residían en la hacienda con un cordero a cada uno. Todos los residentes acudieron juntos a la Mezquita a honrar la figura de “Ibrahim” por medio de los rezos y los cánticos de los congregados, ataviados todos con sus mejores vestimentas. Tras la ablución y terminar la ceremonia se dirigieron a la hacienda de Rachid.
Mediada la tarde llegaron varios invitados que fueron recibidos con grandes agasajos. Rachid realizó el sacrificio del cordero en presencia de su hijo y de Sissé, así como de los invitados varones. Las mujeres rápidamente limpiaron la sangre y las vísceras concienzudamente para a continuación, una parte, ser asadas en las brasas y otra dispuesta para ser cocinada. Mientras tanto, el cordero se colgó por las patas para que se enfriara para ser comido en los días siguientes. Tras una comida copiosa, que consistió en Tajín de cordero, guisado a fuego muy lento con parte de las vísceras y trozos de cordero y membrillo caramelizado. Se combinaba la carne salada con el dulce de los membrillos, servido en el recipiente que daba nombre al plato. Era un recipiente de gran diámetro de barro de poco fondo y con una tapa de forma cónica, utilizada para mantener la comida caliente después de la cocción. Tras unos postres variados de frutas naturales, acompañadas de dátiles y limones caramelizados, y posteriores dulces diversos, llegó el momento del té, que en esa ocasión fue preparado por Sissé a requerimiento de él mismo, al puro estilo Tuareg, haciendo el ritual de las tres tomas. Los comensales se obsequiaron con regalos, entre cánticos, bromas y bailes, a medida que aparecían los distintos tés que preparaba Sissé.
Transcurridos cinco días desde la Fiesta Grande, y vuelta la normalidad en la casa, mientras tomaban el té, Sissé anunció a Rachid su intención de marchar.
––Rachid, quiero decirte que en el mes de febrero, tras la siembra me marcharé para intentar pasar a España.
Las caras joviales de ese momento, se tornaron en rictus compungidos, ni la propia Sawaba sabía que era el momento elegido por Sissé para anunciar su marcha. Nadie quería que llegase ese momento, tras un año, poco más o menos, de convivencia extraordinaria y resultados magníficos en cuanto al trabajo realizado.
––Os marcháis en febrero— Rachid meditaba en voz alta.
––No. Yo no me voy— se apresuró a decir Sawaba, mirando a Fátima, esperando su complacencia. ––Se va él sólo.
––Ah. ¿No marchas tú?— Le preguntó Rachid a Sawaba, algo desconcertado.
––No, no. Yo, no.
––Supongo que lo has pensado muy bien–– dijo dirigiéndose a Sissé. Y sin dejarle responder, continuó. ––Cuando dices que te marchas para Febrero es por que lo has pensado. Es cuando menos perjuicio me puedes crear. Te agradezco el detalle, Sissé—. Y le preguntó ––¿Es definitivo? O todavía cabe la posibilidad de reconsiderar la decisión.
––Es definitivo Rachid. Debo intentarlo, al menos una última vez. Si no lo consigo me vuelvo a Malí, con los míos.
––Eso me parece razonable. Sin embargo si hay algo que yo pueda hacer con el fin de que cambies de opinión no tienes más que decirlo. Muy gustosamente te escucharé— le propuso Rachid. Y añadió, —porque no creo que sea porque te encuentras a disgusto.
––No. No. Ni mucho menos, yo estoy muy a gusto con vosotros. Desde que me acogisteis aquí tanto tu mujer como tú os habéis portado excelentemente conmigo y yo he tratado de corresponderos, pero mi vida está en Francia o en mi País. Debo…, tratar de conseguir el objetivo que me ha traído hasta aquí— comentó emocionado.
––Te entiendo Sissé y respeto tu decisión, pero permíteme que haga lo posible para que permanezcas con nosotros. Te subiré el sueldo un cincuenta por ciento más de lo que ganas ahora. Eso no lo he hecho yo en mi vida con nadie.
––No es una cuestión de dinero. Por dinero, sabéis tanto tu mujer como tú que no me movería de tu casa nunca. Yo te agradezco tu interés. Jamás podré olvidaros, os habéis portado conmigo como unos padres. Os aprecio sinceramente, Rachid, pero comprende que mi sitio no está aquí.
––Me creas un problema, Sissé, aunque tengamos dos meses para resolverlo. Pero no será lo mismo, seguro. La confianza que he depositado en ti ni en mis paisanos la podré depositar. Pero creo que tienes razón. Un hombre debe echar raíces allá donde su corazón le indique. Siempre me tendrás a tu disposición. Si necesitaras alguna cosa no dudes en decírmelo. Y si en algún momento quisieras permanecer con nosotros ya sabes la oferta que te he hecho, que te la mantengo firme— le ratificó Rachid.
––Gracias Rachid. De momento no cabe esa posibilidad, pero si en algún momento surgiese con mucho gusto te lo haría saber.
––Ah. ¿Qué sucede que tú no vas con él?— Preguntó Rachid a Sawaba, con semblante estupefacto. ––¡Yo no me entero de nada!–– protestó.
––Nada. No sucede nada. Sólo que hay una mujer que estaba algo olvidada por motivos de miseria— le respondió Sawaba.
––Disculpa no entiendo lo que dices.
––Tampoco es necesario que entiendas mucho más— intervino Fátima para desembarazar un tanto la situación.
Rachid se encogió de hombros y anunció su propósito de irse a la cama, conminando a los demás a hacer lo mismo. Fátima se acercó a Sissé y le colocó una mano en el hombro al tiempo que le miró a los ojos con complacencia, marchando a continuación en pos de su marido. Sawaba y Sissé se miraron con cierta ternura durante un instante, sin mediar palabra, ella se giró para ir a la habitación. Sissé permanecía de pie, no se había movido del lugar que ocupara mientras hablaba con Rachid. Pensaba en la situación tensa que se había establecido al final de la noche y las palabras con cierto retintín de Sawaba. No se sentía bien, porque no quería bajo ningún concepto crear desazón a esa familia. Recogió la I’barrade y los vasos y los acercó a la pileta con excesiva parsimonia.
Meditaba sobre el tiempo que llevaba conviviendo con Sawaba, los momentos felices que había pasado con ella. Las situaciones comprometidas, incluso de cierto riesgo, que habían vivido juntos como consecuencia de su condición de emigrantes.
Cuando llegó Sissé a la habitación Sawaba se encontraba acostada, vuelta de espaldas a la puerta de entrada. Se echó él a su lado y le dio la espalda también, no se atrevió a tocarla siquiera, sabía que estaba despierta, pero pensó que era mejor no decir una palabra. Fue ella quien tomó la iniciativa y se giró sobre sí, se abrazó a Sissé, que le correspondió con entusiasmo. Estaba completamente desnuda y pidió a Sissé que hiciera lo mismo, la complació al instante. Pasaron una noche de una intensidad casi apocalíptica, quizá esperando algo que no se iba a producir, por ninguno de los dos.
––Te recordaré siempre. Quiero que sepas que no te guardo ningún rencor, más bien, todo lo contrario. Nunca he querido a un hombre como te quiero a ti, Sissé.
––Gracias Sawaba. Yo también te he querido mucho, quizá no lo suficiente. Te pido perdón por ello. Porque si te hice concebir alguna esperanza, nunca en mí existió el ánimo de hacerte daño.
––Ya lo sé, Sissé. Pero a veces las mujeres nos creemos unas cosas, quizá infundadas, pero que nuestra ceguera por un hombre no nos permite ver.
––Sawaba, yo nunca te prometí nada...
––No te reprocho a ti mi desazón, Sissé. Sé que sólo es un problema mío, por ir por delante de los acontecimientos.
––De todas formas quiero que sepas que te estoy muy agradecido, y te lo estaré mientras viva por tus desvelos en mis peores momentos en Rostrogordo. Soy consciente de que de no haber sido por ti, yo ahora no estaría aquí.
––Hice lo que tenía que hacer. Lo mismo que hubieras hecho tú.
––No sé si yo hubiera hecho por ti lo que tú has hecho por mí. Me duele reconocerlo, pero te aseguro que no lo sé.
––Yo, sí lo sé. Eres muy buena persona, Sissé. Y lo habrías hecho, no tengo la menor duda.
––Sawaba te agradezco la estima en que me tienes. Seguramente no lo merezca, pero te lo agradezco de corazón.
––Te mereces eso y mucho más, Sissé. Y quiero que sepas que te deseo lo mejor. Que tengas mucha suerte en la vida y consigas aquello que te propongas–– le dijo al tiempo que le besaba los labios con ternura.
Sawaba quiero decirte algo.
Dime lo que sea.
Tengo un hijo…—, tras la cara de estupefacción de Sawaba, Sissé continuó, —no sé por qué Aicha no quiere que hablemos de él. Se llama como yo. Y ya corretea.
Pero eso es extraordinario. Seguro que es tan guapo como tú. ¿Cuándo lo tuvo?
¾Ya hace casi un año.
¾Sissé ahora comprendo tu ansiedad por continuar el viaje…
Por una parte sí. Pero tengo muchas dudas, Sawaba. Hay un chico por medio que la pretendía y con el que tuve un altercado, que no sé si la estará acosando. Ella me dice que no, pero le dije que le diera mi número de teléfono a su primo Leopold para que me llamara y no lo ha hecho después de tanto tiempo. Pero me preocupa el no poder hablar de mi hijo con ella.
Bueno, no creo que debas preocuparte— dijo poco convencida, —lo importante es que esté bien…
Sí, eso sí. Al menos es lo que me dice Aicha.

Pues eso es lo verdaderamente importante, Sissé.

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