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domingo, 27 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXVI



Sawaba comenzó a trabajar al segundo mes de estancia en Farhana, en un hotel propiedad de Mohamed, amigo de Rachid, en la población de Beni Enzar. Rachid le prestó una bicicleta con la que cubrir los siete kilómetros que le separaban de su trabajo. Sawaba compaginaba su trabajo diario con la ayuda a Fátima en los quehaceres de la casa. Entre tanto, Sissé, se ocupaba del cultivo de toda clase de hortalizas, que parecían algo descuidadas. El trabajo de Sissé satisfacía plenamente a Rashid y pronto dejó de supervisar los trabajos de éste. Le propuso que se hiciera cargo de la supervisión y control de todos los cultivos de la finca, lo que Sissé aceptó encantado. La convivencia en la casa era magnífica, salvo pequeños problemas puntuales, fruto de las diferencias de pensamientos y el concepto de sociedad que unos y otros tenían, pero se diluían inmediatamente.
La vida en la hacienda de Farhana era muy placentera tanto para Sissé como para Sawaba. Gozaban de plena libertad de movimiento gracias a los visados, que por la mediación de Rachid, obtuvieron con suma rapidez. El trabajo que realizaba cada cual satisfacía plenamente a sus patrones lo que les permitía vivir con máxima tranquilidad. Se habían integrado sin dificultad en la comunidad de Farhana.
Era viernes y por tanto fiesta, por lo que no se trabajaba. Estaban reunidos Rachid y Sissé en el patio interior de la casa, después de haber arreglado a los animales y guardados los aperos. En breve marcharían a la Mezquita para la oración de los viernes.
––Sissé ¿te atreves a cortarme el pelo?
––Sí, claro. Si tú te atreves a ponerte en mis manos...
––¡Sissé!
––Seguramente las orejas las seguirás manteniendo, después del corte de pelo.
––Bueno eso ya me tranquiliza.
Entraron en la casa y Rachid pidió a Fátima unas tijeras y un peine, anunciando que Sissé le iba a cortar el pelo. Rostros de incredulidad e incertidumbre se precipitaron en sus semblantes y se miraron las dos mujeres.
––Sólo le voy a cortar el pelo–– casi protestó Sissé.
Unas risas irónicas siguieron a aquellas palabras. Sissé les demostró su destreza con la tijera y el peine, dejando constancia de que no era el primer pelo que cortaba. Rachid quedó muy satisfecho.
Después de haber recogido el segundo salario, Sissé, compró un teléfono móvil y llamó a Aicha. Se encontraba muy emocionado. Después de varios intentos sin conseguir hablar con ella. Al poco de caer la noche lo intentó de nuevo.
––Hola Aicha––, un grito de ella le hizo retirar el teléfono del oído. Un momento de silencio continuó, mientras escuchaban los sollozos, el uno del otro. ––¿Cómo estás?–– Apenas pudo pronunciar Sissé.
––Bien y Tú.
––Yo estoy bien–– no alcanzaban a decir más de tres palabras sin interrupción.
-¿Por qué has tardado tanto en llamar?
––Porque me quitaron el teléfono, el dinero...
––¿Pero tú estas bien?
––Ahora estoy muy bien Aicha. Estoy trabajando en una hacienda en una población pequeña de Marruecos.
––¿No crees que te puedan engañar?
––No. Son unas personas muy amables. Me acogieron y vivo con ellos, En cuanto he podido he comprado un nuevo teléfono para llamarte.
––¿No estabas en Melilla?
––Conseguí entrar en Melilla. Pero nos devolvieron a Marruecos y..., bueno que te llamé desde allí.
––¿Qué has estado haciendo todo ese tiempo?
––Esperando otra oportunidad. Pero que no se ha dado. Y se me ha presentado esta ocasión y voy a aprovecharla. Trabajaré unos meses aquí y después volveré a intentarlo.
––Lleva mucho cuidado.
––No te preocupes. Si no lo consiguiera en esta ocasión me vuelvo contigo.
––No te precipites, yo estoy bien.
––¿Qué diste a luz?
Un niño precioso.
¿Un niño? Debe estar ya muy grande ¿no?
Sí.
¡Cómo me gustaría tenerlo en mis brazos!
Ya lo imagino, Sissé.
¿Sekou te ha vuelto a molestar?
No… Nunca me llegó a molestar…
¿Aicha me ocultas alguna cosa?
No, ¿Por qué piensas eso?
¾No sé tengo mis dudas sobre Sekou…
¾Sekou es un buen chico.
¿Cómo se llama el niño?
Sissé
¡Sissé! Estoy muy emocionado, Aicha. ¿Cómo es? Dime como es.
Es muy guapo, alto y ya corretea.
Ya corretea… Cómo pasa el tiempo— dijo Sissé con la voz entrecortada.
Y Leopold y los demás ¿cómo están?
––Bien. Están todos bien. Se acuerdan mucho de ti.
––Yo, también me acuerdo mucho de ellos. De los días que pasé junto a todos vosotros. Fueron inolvidables. Les he tenido muchas veces en mis pensamientos, en mi soledad, y eso ha mantenido vivo mis sentimientos, Aicha... Dales muchos recuerdos y espero poder veros a todos pronto.
¾No tengas demasiada prisa, ve con calma.
Dame el teléfono de Lepold. Me gustaría hablar con él.
No soy capaz de sacar su número de teléfono al tiempo que hablo.
Bien, pues dale a tu primo mi número de teléfono y dile que yo no tengo su número.
Sissé le contó a Aicha cómo le había ido, entre medias verdades y pequeñas mentiras para que no se inquietara. No quiso entrar en detalles de las detenciones, las deportaciones, la depresión sufrida y su vida con Sawaba, que sabía que no aprobaría. Ella, por su parte, ya no hizo hincapié en que volviera, la había notado como algo escurridiza. «No ha hablado constantemente» se dijo. Sawaba llegó en ese momento y escuchó cómo se despedía de Aicha.
¾¿Con quién hablabas?¾ le preguntó Sawaba a pesar de saberlo.
¾Con la familia¾ le mintió Sissé.

Pasaron los meses y cada cual seguía con sus actividades. Fátima encantada con la ayuda de Sawaba y en algunos casos de Sissé; y Rachid igualmente satisfecho con la decisión que tomó en su momento de darles trabajo, obteniendo unos resultados extraordinarios. Sissé seguía manteniendo el mismo proyecto en vigor. En su pensamiento no estaba más que en pasar la frontera, y en Aicha, con quien había hablado en muy escasas ocasiones. Siempre evitaba que Sawaba estuviese presente.
De cuando en cuando hablaba con Sawaba de intentar pasar la frontera y ella, que no sentía la misma ansiedad que Sissé por cambiar su vida actual, le iba dando largas. Le recordaba, cada vez que Sissé lo planteaba, lo mal que lo habían llegado a pasar, aduciendo a la situación estable que disfrutaban en la actualidad. Sawaba sabía que Aicha no había desaparecido del pensamiento ni del corazón de Sissé. Sabía que él la llamaba cuando ella no estaba delante. Ya hacía algún tiempo que era conocedora que no tenía posibilidades de permanecer junto a Sissé indefinidamente. Había oído a Sissé en alguna conversación telefónica con Aicha. Aquella llama que prendió en su día había rebrotado con fuerza en el corazón de Sissé. Sawaba jamás le ocultó su amor y Sissé parecía corresponderla, a su manera, eso sí. Llegó a creer que le había embaucado, que Sissé también se había enamorado como ella, hasta que le escuchó hablar con Aicha después de tanto tiempo. La relación entre ambos no era la misma que habían mantenido hasta entonces. Aunque continuaban viviendo en la misma casa y durmiendo en la misma cama. Sawaba se resignó y se había impuesto el no interponerse entre ambos, «Sissé debe sentirse libre de adoptar la decisión que su conciencia le dicte» se repetía constantemente.
Sawaba se encontraba a gusto con su trabajo y su estancia en aquella casa que le hacía muy feliz, con aquella familia que tan extraordinariamente la había acogido. Su aspecto físico había mejorado ostensiblemente, había ganado unos kilos, abandonando el aspecto esquelético de cuando llegaron a Farhana. Su cara se le había rellenado un tanto mejorando sus facciones, que eran de una belleza extraordinaria, su cuerpo se había proporcionado y resultaba espléndido. No obstante, su carácter había experimentado un cambio demasiado elocuente, ya no reía ni bromeaba como cuando llegaron. Su gesto se tornó huraño.
––Sawaba, ¿estás molesta por algo o por alguien de esta casa?–– Le preguntó Fátima.
––No. No.–– Y se le abrazó a ella con lágrimas en los ojos. ––No estoy molesta con vosotros, para nada. No, no es una cuestión relacionada con vosotros...–– un nudo en la garganta le impidió continuar.

Ambas mujeres se sentían muy a gusto juntas, cambiando impresiones habitualmente. Se habían encariñado la una con la otra hasta tal punto de que se contaban intimidades que sólo la una o la otra conocían. Llegaron a convertirse en cómplices perfectas y artífices de la bonanza y el bienestar de la hacienda de Rachid.
––Es un problema con Sissé...–– comenzó a contarle, cuando le oyeron que llegaba hablando sobresaltado.
––¡No! ¡No! ¿Qué me estás diciendo?–– Sissé lloraba sin poder contener las lágrimas, desconsolado. ––¿Cómo ha ocurrido?
––...
––¿Por qué no me habéis dicho nada en las anteriores conversaciones que hemos tenido?
––...
––Lo siento, madre. Yo estoy, aún, en Marruecos, trabajo en un pueblo llamado Farhana, con una buena familia. Rachid y Fátima me acogieron hace algunos meses y estoy muy bien con ellos. Pero, ha llegado la hora de intentarlo de nuevo.
––...
––Sí, madre. He estado en Melilla, pero me devolvieron a Marruecos. Y lo he intentado en varias ocasiones pero no lo he conseguido. Pero te prometo que esta vez lo conseguiré–– le dijo a su madre con la voz entrecortada y las lágrimas deslizándose por su rostro.
––...
––¿Por qué no me habéis dicho la verdad de cómo estabais viviendo? Os hubiera enviado dinero y posiblemente...
––...
––Adiós, madre. Cuida de todos.
Sissé estaba solo, sentado en una de las sillas del porche, tapándose la cara con ambas manos, sollozando. Había dejado caer el teléfono a su lado. Era la primera vez que comentaba a los suyos que después de haber conseguido entrar en España le habían devuelto a Marrruecos, nunca antes quiso inquietarles con su infortunio. El anuncio de su madre de que, Be, su hermana más pequeña, había muerto de malaria hacía tan sólo un mes, le había conmocionado. «Mi pequeña Be» se repetía.
––¿Qué te pasa Sissé?–– Le preguntó Fátima.
Sissé se levantó de la silla y se abrazó a las dos mujeres que estaban juntas, entre sollozos.
––Mi hermana Be. Mi hermana pequeña, ha muerto hace un mes de malaria–– les dijo barbotando las palabras.
––Lo siento, Sissé–– dijo Sawaba que irrumpió, también, en un llanto.
––Lo siento––, pronunció igualmente Fátima, muy afectada.
No tardó en llegar Rachid, de Nador. Había pasado el día en la ciudad realizando unas gestiones administrativas, y fue informado puntualmente por su esposa de lo sucedido a Sissé.
––Siento mucho lo de tu hermana, Sissé–– le dijo a penas le encontró en el patio, sentado en el suelo con la espalda apoyada sobre la pared y un polluelo entre las manos.
––Gracias, Rachid–– se limitó a decir Sissé.
Sissé apenas tomó bocado, y se retiró a su habitación. No tardó en llegar Sawaba que hizo una cena frugal. Se echó a su lado y se abrazó a él. Sissé le contó lo mucho que quería a aquella niña, a la que cuidó durante el primer mes de vida, hasta que se marchó. Sawaba trataba de consolarlo. Aquella noche durmió con dificultad, no acabó de conciliar el sueño y se despertó varias veces, despertando a Sawaba en alguna ocasión. No hacía más que pensar en su casa y su familia, la desolación se instaló en Sissé.
La mañana fue bastante movida en la hacienda, yendo de aquí para allá, atendiendo a las necesidades de los trabajadores que le requerían constantemente. En un momento de respiro llamó a su madre y le pidió el numero de cuenta. A lo que su madre le dijo que según había dicho su padre no hacía falta que enviara dinero, de momento estaban bien. Por otra parte le dijo que lo sucedido a Be, no se hubiera evitado aunque él hubiera mandado dinero, que dejara de martirizarse. Le aseguró que este año estaba siendo mucho mejor que el pasado.



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