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domingo, 13 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XXII



A la mañana siguiente fueron a la plaza de la Mezquita a esperar el autobús que les llevara hasta Oujda. Eran las nueve de la noche del día diez de octubre cuando llegaron a la estación de Autobuses de Oujda, les recibió una noche cerrada y oscura. Un amplio despliegue de gendarmes se encontraba en los aledaños, en el interior del edificio y los andenes lo que alarmó a Sissé, que no lo vio la vez anterior, observó a Joseph de soslayo y advirtió también su inquietud. Viajaban sin equipaje y pasaron tratando de aparentar naturalidad delante de los gendarmes, que les observaban detenidamente, pero no les pidieron la documentación.
––Quizá hayan pensado que ya somos residentes–– comentaron entre ellos.
Una vez fuera del edificio observaron que seguía habiendo un gran despliegue de vehículos militares y de policía, custodiados por un puñado de guardias. No llegaba a ser un número tan elevado como en el interior, pero de todas formas era algo inusual, que no había visto Sissé, hasta ese momento. Joseph hablaba con Sissé como si tal cosa, bromeando incluso, ante los ojos de los gendarmes, a lo que correspondía Sissé de igual manera. Rodearon la Estación de Autobuses para tomar dirección Oeste, era lo que recordaba Sissé de la vez anterior, cuando tomó el autobús que le llevó a Nador. Un poco más adelante girarían a la derecha, porque la N-6 estaba más al norte de donde en esos momentos se encontraban, pero debían seguir esquivando a los gendarmes. Pasaron ante un restaurante en el que estaban de celebración, era una boda árabe y un grupo de músicos ataviados de época hacían sonar sus instrumentos y cantaban el “gharnati”. Se destacaba una voz sobre las del grupo, acompañada de un violín, un laúd, una cítara, un rabel, una pandereta y una darbuca. Se detuvieron un momento a la puerta y observaron la fiesta de la que parecían disfrutar los comensales. Unas calles más allá ya no había policía por ninguna parte.
––Ahora es el momento––, dijo Sissé, ––de buscar la N-6––, y tomaron a la derecha. ––No tardaremos en ver la Mezquita Al Khoulafae Arrachidine, y tras una gran rotonda estaremos fuera de la ciudad. Allí tomaremos hacia el Norte para buscar la N-2 que es la que nos llevará hacia Nador— anunció a Joseph.
––Oye, creo que cometemos un gran error si vamos a buscar la salida de la población. En el Campus Universitario viven muchos compañeros nuestros, creo que sería más conveniente ir allí y que nos informen de lo que está pasando, tanta presencia policial no es normal— le sugirió Joseph.
––Posiblemente tengas razón, no es normal tanto gendarme. Pero ¿estás seguro que en el Campus viven compatriotas nuestros?
––Sí, por supuesto, en mi último viaje de vuelta pasé quince días con ellos. Estábamos alrededor de trescientas personas viviendo en el Campus, nos confundíamos con los estudiantes de color y me socorrieron muy bien, hasta que decidí marcharme.
––Y no conoces la ciudad, eh. ¿Pues no has venido hasta aquí en siete ocasiones?
––Hasta aquí… ¡Claro! Nos traían a hacer una turné. Ni una sola vez nos detuvimos en población alguna, siempre en lugares apartados de las urbes. Nos llevaban hasta la frontera física y nos dejaban allí, otras veces los camiones se internaban en los confines de Argelia cuarenta, cincuenta o sesenta kilómetros, en medio del desierto y allí éramos abandonados sin agua ni comida— dijo Joseph. Añadiendo: ––en esos quince días no salí ni una sola vez del campus, no me atreví. Bueno, salvo un día que tuvimos que salir corriendo por que llegaron los gendarmes en una redada. Y de la ciudad pateé dos calles, hasta llegar al Campus.
––¡Ya! Ya me parecías muy valiente…— ironizó Sissé.
––¿Qué insinúas?
––Nada. Nada. Sólo…
––Los cementerios están llenos de valientes— sentenció Joseph, mientras desandaban lo andado para tomar hacia el Sur y llegar de nuevo a la Estación de Autobuses. ––La verdad es que allí con los universitarios tampoco se vive seguro. Cuando entra la policía hace estragos. Se vive en la más absoluta miseria, soportando unas condiciones de vida precarias, durmiendo a la intemperie y, en muchas ocasiones comiendo de la basura que dejan los estudiantes o mendigando entre ellos. Aquel día la policía vino de noche, arrestó a los que no les dio tiempo de escapar: les pegaron con palos, quemaron las mantas y lo poco que allí encontraron. Se llevaron a varios heridos. Ya verás Sissé, entre los emigrantes del campus hay intelectuales, artistas, médicos, ingenieros… En el campus viven, bailan, cocinan, rezan… Hay un lugar señalado en el suelo con piedras que hace las veces de mezquita y otro que representa a la iglesia. Cada mañana se reúnen en grupo para rezar. La humanidad que se respira en todo el perímetro es emocionante—. Y prosiguió, ––no pienses que todos los que quieren llegar a Melilla, viven en el Campus, hay muchos más que viven hacinados en pisos que alquilan o en estructuras abandonadas que les sirven de refugio, posiblemente entre unos y otros haya más de setecientas personas aquí en Oujda. En el campus se organizan, generalmente, por nacionalidades, tribus o grupos étnicos de una misma lengua. Se imponen sus propias normas que todos respetan–– concluyó.
––Bien. Eso significa que una vez allí estaremos separados, cada cual con sus compatriotas, ¿no?
––Casi con toda seguridad— le ratificó Joseph. ––Pero no te preocupes estaremos en contacto permanente, si eso sucede. No temas…— Ironizó. Ambos rieron.
Una vez en el campus, Joseph y Sissé se adentraron en le Jardin des Etúdiants, entre la ciudad universitaria y la mezquita Al Noor. Sissé a pesar de la oscuridad, sólo alumbraban los accesos unas farolas de luz mortecina, buscaba con la vista las posibilidades que ofrecía el terreno, frondoso, de arboleda tupida en muchas zonas. Pronto vieron unas chabolas hechas con plásticos y ramas de pinos, que no diferían en nada de las abandonadas en el Monte Gurugú. De una de ellas salió un joven negro a su paso.
––¿Qué andáis buscando por aquí?
––Venimos buscando a Bene— le contestó Joseph.
––¿El zaireño?
––Sí, ese mismo. Somos compatriotas suyos.
––Bene, ya no se encuentra en el campus. Fue detenido en una redada hace seis meses. Ya no hemos sabido nada de él.
––Podrías indicarnos dónde se encuentran mis compatriotas— le preguntó Joseph.
––Aquí mismo. Estamos juntos zaireños y nigerinos— le respondió mientras iban saliendo de sus chabolas varios hombres y unas cuantas mujeres, que Sissé observaba con recelo.
––¿Podemos quedarnos con vosotros?
––Por esta noche sí. Mañana ya hablaremos. ¿Queréis un té? Hoy os lo podemos ofrecer, estamos de suerte
––Sí muchas gracias, nos vendrá bien, eh, Sissé—. Sissé asintió.
––¿No lleváis equipaje?
––No. Venimos de la frontera de Argelia por el sur. Fuimos expulsados de Melilla el pasado día dos de octubre, con lo puesto, claro— le explicó Sissé.
––Tú no eres zaireño ni nigerino— le reprochó.
––No. Soy maliense— le confirmó Sissé, arrogante.
––Oye, vamos juntos, y es buena persona. Yo respondo de él— intervino Joseph.
––De acuerdo. ¡Que más da! Por hoy, mañana veremos.
Quien les interceptó les invitó a meterse bajo un techado de plásticos a modo de marquesina que daba acceso a una chabola en la que habían tres personas sentadas en el suelo. Joseph se sentó junto a ellos y les saludó, para dar cuenta del té que les habían ofrecido, Sissé hizo lo propio y tomó el vaso que le ofrecía quien les recibiera, que le miraba con fijeza. Una vez saboreado el mejunje «al menos está caliente» pensó Sissé, se puso en pie, salió de aquel chamizo y apartándose unos pasos volvió a observarlo todo; al momento le dijo a Joseph que iba a dar un paseo por el jardín, ya que quería conocer el entorno. La luna en cuarto creciente alumbraba con timidez entre la hojarasca, acompañando a Sissé que caminaba con cierta parsimonia por entre la arboleda observando cuanto le rodeaba, Sissé andaba calculando las posibilidades de huida ante una redada de la gendarmería y se convenció de que podría conseguirlo en ese caso hipotético, siempre que entraran por la entrada principal. Se encontró ante un muro no muy elevado que separaba el campus de la población. Vio el minarete de una mezquita proyectar su sombra sobre Le Jardin, lo que aumentaba sus posibilidades en caso de huida. Detectó que alguien le seguía y dio un pequeño rodeo sobre unos matorrales para averiguar quien era. Se encaminó hacia una zona más oscura en la que la noche casi sin luna, la espesura de la pinada y un poco de matorral hacían difícil la visión a unos cuantos metros. Al momento surgió de detrás de uno de los árboles, haciendo gala de su capacidad nictálope y cogió del brazo a quien le seguía. Era una mujer que se asustó y emitió un sonido gutural, mezcla de sobresalto y de miedo.
––¿Qué quieres? ¿Por qué me has seguido? Le increpó Sissé.
––¡Que susto me has dado! No quiero nada. No sé por qué te he seguido. Has hablado con arrogancia y me ha sorprendido…, sólo eso— trató de justificarse.
––No me gusta que vayan tras de mí— le dijo, mientras la miraba con fijeza a los ojos que no denotaban miedo.
––¿De dónde eres? Ha dicho Thomas que no eres zaireño ni nigerino.
––Yo soy de Malí. Se lo he dicho a ese tal Thomas, ¿no me has oído?
––No. No te oí. De haberte escuchado no te lo preguntaría— le respondió con cierta osadía.
––Pronto se te ha quitado el miedo.
––Yo no he tenido miedo. He visto en ti algo bondadoso, tu mirada no irradia odio ni maldad ni nada por el estilo.
––Ah, no. ¿Y que irradia mi mirada?, de noche y a oscuras.
––Bondad. Ya te lo he dicho. A pesar de la noche. ¿Cómo te llamas?
––Sissé. Mi nombre es Sissé.
––¿Me sueltas el brazo…? Sissé.
––Disculpa. Me había olvidado de que te tenía cogida.
––Ya.
––¿Qué insinúas?
––Yo nada. Pero me pregunto ¿y tú?
––Escucha, yo no insinúo nada, no pretendo nada. Te recuerdo que quien ha venido tras de mí has sido tú.
––Ah. Y por eso ya crees que yo pretendo algo contigo ¿no?
––Vamos a ver. Yo no creo nada… ¡Vale! Vamos a dejarlo. ¿Cómo te llamas tú?— Le preguntó como evasiva.
––Mi nombre es Sawaba y soy de Nigeria—. Y añadió––: Te has puesto nervioso.
––No. Yo no me he puesto nervioso. Pero extrañado sí. No acabo de entender cuales son tus pretensiones.
––¿Por qué debo pretender algo? Podría, únicamente, querer hablar contigo.
––Podría. Pero no creo que sea eso sólo— aseveró Sissé.
––Quizá eres un poco…, presuntuoso.
––De todas formas, ¿qué hacías tú en el grupo de zaireños y nigerinos si no perteneces a ninguno de los grupos?
––Les mentí porque no me atrevo a estar entre mis compatriotas–– se excusó.
––¿Mientes ahora o has mentido antes? Lo haces muy mal.
––No te miento–– protestó Sawaba. ––Es cierto que les mentí a ellos, pero sólo por desconfianza hacia mis compatriotas.
¾¿Por qué no confías en tus compatriotas y sí en otros grupos que no conoces?
¾Porque hay un grupo muy peligroso, son delincuentes y violadores…¾ Sawaba respondió con desazón.
––Sawaba, ¿Llevas mucho tiempo en el campus? ¿cómo es la vida aquí?— Desvió la conversación Sissé, al tiempo que intentaba ocultar su desconfianza.
––La vida en el campus no difiere mucho de la de los montes Gurugú o Rostrogordo. Es exageradamente monótona, aburrida, desesperante y al mismo tiempo, temerosa por si vienen los gendarmes, ¡esos salvajes! Aquí llevo más o menos cuatro meses.
––¿No te has planteado volver a intentarlo?
––Yo no te he dicho que haya intentado pasar la valla.
––Es cierto. Entonces, ¿como sabes de que forma se vive en los montes de Gurugú y Rostrogordo?
––Vale, de acuerdo. Claro que me lo planteo. Todos los días. Pero yo sola no vuelvo a hacer un viaje semejante. Desde que salí de mi casa, hace aproximadamente dos años, he vivido y visto situaciones terribles.
––Ves. Ya ha salido lo que pretendías cuando has venido tras de mí–– dijo Sissé con seguridad.
––Pues sí. He de confesar que he visto en ti la oportunidad que estoy esperando.
––Y, ¿has conseguido pasar a Melilla?— Le preguntó algo aturdido.
––Sí. Dos veces. Y las dos veces me han devuelto a la frontera con Argelia. La primera de ellas con un hijo de meses, abandonados en la nada y sin nada, por supuesto. Mi hijo fue víctima de una picadura de escorpión, que no pudimos curar…— dijo con la voz entrecortada y lagrimas en los ojos. Y limpiándose con el dorso de la mano añadió: ––la segunda vez de igual manera fui expulsada, esta vez sin niño.
––Lo siento Sawaba, no pretendía herirte.
––Ya lo sé, Sissé.
Continuaron hablando más distendidos, paseaban entre la arboleda, sobrecogidos por las calamidades que sufrían. Un ligero viento y el relente les calaba los huesos: Sawaba se estremeció.
¾Yo no voy a estar mucho tiempo aquí. Quiero volver a intentar entrar en Melilla¾ dijo Sissé. ¾¿si quieres acompañarnos?
¾Sí, me iré con vosotros¾ respondió Sawaba
¾Espero que Joseph no se oponga.
Casi habían llegado donde se encontraban las chabolas cuando un rumor de vehículos en circulación se oía cada vez con más intensidad. Sawaba se detuvo un momento prestando atención y obligó a Sissé a hacer lo mismo sujetándolo del brazo.
––¡Sirenas!— Anunció Sissé.
––¡Corre, corre!— Le azuzó Sawaba, que tiró de Sissé, cogiéndole la mano.
Ambos corrieron en sentido inverso al que llevaban, esquivando los árboles que se les interponían en su camino. Sissé giró la cabeza mientras corría y vio como los acampados salían a la desesperada en todas direcciones. Las luces de las sirenas iluminaban intermitentemente el campus. Se comenzó a escuchar el griterío de los infortunados que eran apresados, algunas detonaciones de disparos de pelotas de goma y, como los vehículos policiales se abrían en todas direcciones para acorralar a los acampados. Sissé se dirigió hacia el muro que vieran anteriormente tirando de Sawaba que apenas si podía seguirle; cuando llegaron a la altura del muro, Sissé, de un salto, se encaramó en él, se sentó a horcajadas y apremió a Sawaba a que hiciera lo mismo. Ésta dio un salto y ayudada por Sissé, se sentó, igualmente, sobre el muro. Descendieron con rapidez por el otro lado, tan rápido como habían subido. Corrieron en dirección a la Mezquita Al Noor, y allí rodeándola se perdieron entre las callejuelas que la circundaban. No había indicios de presencia policial. Las calles estaban desiertas y escasamente iluminadas. Caminaban presurosos, cogidos de la mano, en dirección incierta.
––Vamos hacia el Este, Sissé. Más adelante, en cuanto se acaban las edificaciones, hay un bosque, generalmente está desierto.
––¿No crees que se hayan dirigido hacia allí los acampados? No sería más conveniente encaminarnos a la ciudad y pasar desapercibidos entre la gente.
––Es imposible que los acampados hayan podido llegar hasta allí. Además, si nos ven los gendarmes o las fuerzas auxiliares, te aseguro que no vamos a pasar desapercibidos. Nos arrestarán sin más, sin pedir la documentación ni dar explicaciones.
Entonces busquemos un lugar dónde escondernos y dejar que pase el tiempo. Vamos hacia allí–– Sissé señaló con el dedo el final de la calle.
Al acabarse la calle, pegaron sus cuerpos a la pared, vieron un gran movimiento de luces girando por entre los pinos, se oían algunas sirenas que se mezclaban con lo gritos de muchos que habían huido hacia el bosque.
––Si han llegado al bosque–– dijo Sissé.
De inmediato desandaron lo andado, con premura, pero intentando no llamar la atención. Pasaron de nuevo ante la Mezquita, en sentido opuesto, y enfilaron una carretera, que no era más que la continuación de la misma calle, que les llevaba hasta una barriada más al sur de la ciudad, desde donde se observaba el Centre Hospitalier Universitaire y la Mezquita Al Chari’a, dirigiéndose hacia allí. Frente a la Mezquita estaba el Centre Dadsi de Kinesitherapie, que dejaron a su derecha adentrándose en la población. Sus corazones pulsaban ahora más ralentizados, caminaban más sosegados, la respiración agitada empezó a desvanecerse. No se oían sirenas ni gritos ni nada que delatara la redada del campus universitario. Bordearon el recinto de la Casérne Miltaire y tomaron hacia el Norte por Le Boulevard de Sidi Yahia, hasta la confluencia con Le Boulevard Mohamed Ben Lakhdar, que la tomaron a la izquierda. Sawaba explicó a Sissé, que esa avenida les llevaría hasta la Estación de Autobuses, como previamente le había sugerido Sissé, para abandonar cuanto antes Oujda. Una vez en Le Boulevard Youssef Ben Tachfine, a la altura del Oued Isly, se percataron de la presencia policial y no se atrevieron a llegar hasta la estación de Autobuses. Volvieron sobre sus pasos para girar a la derecha por Le Boulevard Hassan el Oukili. Una indicación les advirtió que estaban en la N-2, Sissé le dijo a Sawaba que esa avenida les conducía a la salida de Oujda hacia Nador. Ya no se veían gendarmes por ninguna parte y eso les relajó, aunque caminaban con paso enérgico siguiendo la N-2.
––¿Vas a soltar mi mano?— Preguntó Sawaba a Sissé.
––¡Oh! Por supuesto.
––No sé si tengo la mano sudada por el acaloramiento de lo sucedido o por el tiempo que me la llevas cogida— ironizó Sawaba.
––Pues tú también podías haber soltado la mía y no lo has hecho.
––Ha sido por el miedo. No pienses en otras cosas.
––Yo no pienso en nada. Sólo en que tú no has querido soltar mi mano— le repitió sonriendo.
¾Nos hemos librado¾ dijo Sawaba.
¾Todavía no estamos libres de que nos cojan.
Pasaron ante la estación de Ferrocarril, con cierta precaución por si había gendarmes que les pudieran detener, sin encontrarse a ninguno. Era casi media noche cuando llegaron a la altura del Campo de Golf y el Liceo Albadil II, atrás había quedado la ciudad de Oujda. Ya respiraban tranquilos y se permitían seguir bromeando. Se propusieron llegar hasta la próxima población para tomar el autobús que les llevara hasta Nador. Caminaban junto a la carretera. Dejaron a su derecha el Aeropuerto de Oujda––Angad. Eran casi las cinco de la mañana cuando llegaron a la pequeña población de Beni Drar, que parecía desierta. Caminaban contemplando las edificaciones y pronto se vieron fuera de la población. Un oued cruzaba por debajo de la carretera. A la parte derecha había algo de arboleda y Sissé le propuso a Sawaba descansar y esperar a que pasara el autobús. Se echaron bajo un gran árbol, la tierra estaba húmeda y sintieron que hacía algo de frío. Sawaba se acurrucó sobre Sissé que la recogió con sus brazos, de manera que la espalda de ella quedó apoyada sobre el torso de él. Se trasmitían calor mutuamente. Hablaron de lo sucedido esa noche y estudiaron los planes a seguir. Tomaron la determinación de viajar de noche y a pie, para evitar a los gendarmes. Desecharon la idea de viajar en autobús, al menos durante unos días por temor a ser descubiertos y apresados.
––Me gustaría saber qué suerte habrá corrido Joseph–– dijo Sissé.
––Qué más dará. Si se ha librado de ser apresado, te aseguro que no será en ti en quien esté pensando. Mientras estamos juntos nos ayudamos unos a otros pero una vez ha desaparecido alguien no es un problema que preocupe al resto. Cada cual se salva su culo.
No tardaron en quedar dormidos. Permanecieron todo el día bajo los árboles que les cobijaron durante la noche, para ponerse en camino apenas oscureció, y después de comprobar que no había ni rastro de gendarmes a la vista.


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