COMPRAR EL LIBRO

miércoles, 18 de junio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.



Capítulo XV


Hacía sobre un mes del regreso de Agadez y llegaron los temporales de viento y arena, y con posterioridad las lluvias. La vida en Tessalit se volvió anodina. Salvo el cuidado de los animales y las reparaciones ocasionales que, Sissé, hizo en la pared del ajelman, poco más se podía hacer. Sólo el trabajo en el almacén del señor Madaye, que también se redujo ostensiblemente, le había mantenido un tanto activo. Tanto el ajelman natural como el artificial estaban rebosando agua, aunque éste último bastante maltrecho. De la acequia de riego no quedó ni rastro y el afarag había desaparecido literalmente. Sólo el alpende se mantuvo intacto. Con ese tiempo sólo Asshiá permanecía ocupada de forma continua: el tiempo libre lo ocupaba confeccionando todo tipo de objetos elaborados en piel. Recordaba, así, sus años jóvenes en los que pertenecía al grupo de “tenad”, gozando de prestigio en su poblado por la habilidad que demostraba en la elaboración de todo tipo de artículos. Asshiá llevaba entre manos varias pieles finas de cabra, de color marrón, muy abatanadas, que cortaba y manipulaba con gran destreza. Eran piezas para confeccionar una “tekamist”, que cubriría hasta la cintura, de hombreras caídas y sin mangas. Un bordado generoso de motivos Tuareg completaba el peto delantero.
Conrad y Sissé se sentaron sobre las tullidas almohadas en torno a la mesa, en la que había colocado Asshiá una rama de “teyne”, dando buena cuenta del ––“suculento manjar”–– ironizó Conrad.
––Pues no te quejes, por lo menos puedes comer dátiles, cosa que en otras ocasiones siquiera eso has tenido para comer–– protestó Asshiá.
––Yo no me quejo, es cierto que son un suculento manjar.
––Te estás volviendo gruñón-. Y dirigiéndose a Sissé, añadió ––¡está haciéndose Viejo!
Había dejado de llover hacía casi dos semanas y los terrenos volvían a tomar su estado natural, la arena se veía reseca, eso sí, en su interior quedaba una humedad que había que aprovechar. La preparación que le hizo Sissé al terreno, después de la recolección, ahondando con la azada en la arena, hizo que absorbiera mayor cantidad de agua a pesar de haber destruido el afarag y haberse empapado.
Hablaron sobre el tiempo que llevaba Sissé en Tessalit, aunque éste acababa con rapidez las conversaciones, Conrad tenía que tirar de él para que siguiera hablando. Conrad evitaba decirlo, pero se sentía incómodo ante la que adivinaba próxima marcha de Sissé. Le estaba viendo taciturno desde hacía unos días, cuando él nunca se había mostrado así. Conrad estaba complacido por todo lo que Sissé había hecho en su casa, mejorando, ostensiblemente, sus vidas. Había impermeabilizado con ramas de palmera y hojas de banano el alpende, en el que cerró, con la colaboración de Asshiá, un lateral con pieles de cebú, y reforzó sus pilares y traviesas, hasta el punto de haber resistido incólume las embestidas de los distintos temporales de viento y arena, antes y después de las incesantes lluvias desde hacía dos meses. Lo habían podido utilizar como despensa y almacén de los piensos y forrajes para los animales.
––¿En qué punto se encuentra tu proyecto?— Preguntó Conrad.
––Está en el mismo estado que hasta ahora, no hay ninguna novedad todavía. He de permanecer durante algún tiempo aquí, con vuestro permiso, claro.
––Por nuestra parte puedes quedarte con nosotros el tiempo que tu quieras— se apresuró a responder Asshiá, que había mirado de soslayo a su marido.
––Mujer yo también podría haber respondido lo mismo— comentó Conrad con un gesto de asentimiento.
––¡Ah!, pero como tú no lo dices nunca…
––Bueno, está bien. Deja que hable Sissé, si continúas hablando tú no sabremos que planes tiene él.
––Quería preguntarte sobre aquello que me dijiste cuando llegué–– un gesto de duda apareció en el rostro de Conrad, que no era capaz de saber a qué se refería Sissé, ––¿qué cantidad de dinero crees tú que necesitaré para afrontar con garantías la travesía del desierto? Ya sé lo que hablamos en Agadez con Hussein, pero, me tiene algo preocupado ¿Qué cantidad considerarías si fuera para ti?
––¡Ah! Era eso. Sissé no podría decirte una cantidad determinada, porque en función de lo que lleves estarás dispuesto a pagar en un momento dado. Recuerda la conversación que tuvimos al respecto en casa de Hussein...
Sí. Sí. Ya lo sé. Es que estoy bastante confuso— dijo Sissé.
Esa confusión no es más que el ansia que sientes por emprender la marcha— añadió Conrad. —Por cierto, está habiendo, últimamente, un movimiento cada vez más intenso de musulmanes asiáticos por la zona—, dijo Conrad cambiando el tema de conversación. Se adentran en Argelia. Comentan que les han visto en movimiento en el Tanezrouft, cerca de la población de Ouallene Borjd. Siempre con buenos vehículos que se adaptan bien al desierto, y bien vestidos.
––Yo viajé en el barco con dos árabes— le interrumpió Sissé, ––supongo que de la península Arábiga, por sus vestimentas. Iban provistos de atuendos de calidad, con un “zobe” de algodón de un blanco inmaculado, y su “shayla” con el “igaal” como tocado en la cabeza. El más joven portaba una carpeta de cuero marrón, con guadamecíes de un marrón más oscuro que llamó mi atención.
––Posiblemente sean de la península Arábiga, como dices, o bien de Irak o Afganistán. No se sabe exactamente de donde vienen, pero el caso es que están llegando y tratando de conseguir adeptos. Se rumorea que están negociando con el Grupo argelino Salafista para la predicación y el Combate, (GSPC)...–– Conrad hizo una pausa sabiendo que se había extralimitado en sus palabras ante Asshiá, ––o que ya forman parte el grupo de la célula de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI)–– continuó diciendo en voz lastimosa.
––Ah. Pues yo no les vi ninguna actitud extraña, Sólo les vi rezar. ¿Crees que estará Al Qaeda por estos parajes?–– Preguntó Sissé, que no se percató de la actitud de Conrad.
––Sí. Yo creo que sí— titubeó Conrad, que bajó el tono de voz. —Los salafistas se habían debilitado bastante desde hace ya unos años y ahora irrumpen de nuevo, tanto en Argelia como en Marruecos, estos rumores cada vez tienen más sentido. Hay que tener cuidado. Están aumentando los atentados terroristas, Sissé; últimamente ha habido un atentado en Argelia, en la provincia de Batna. Hace un mes otro atentado, en él murieron cinco personas asesinadas en una emboscada. Anteriormente en Enero dieciocho policías de las fuerzas de seguridad argelinas fueron asesinados en la región de Boskra, en otra emboscada. Sí, es cierto que están atentando sobre el este, posiblemente porque tienen la huida más fácil hacia Libia que hacia Marruecos o Mauritania. Hay que estar atentos porque también atentaron en Marruecos, o quizá sea otra célula yihadista, ¿quién sabe?
––Podríais hablar de otras cosas— intervino Asshiá azorada. ––Habláis de muertes como lo más natural del mundo, sin perturbaros siquiera. Resulta indigno ver como a fuerza de hablar de atentados, le damos una importancia insignificante a la muerte de personas inocentes.
––Es lógico que hablemos de todas estas cosas que están sucediendo, no debemos ignorarlas, porque no por ello van a dejar de suceder y es mejor que Sissé esté prevenido en todo momento, mujer.
Sissé se incorporó y le puso la mano en el hombro a Asshiá.
––Tiene razón Conrad. Por no hablar de esto no va a dejar de suceder y es mejor que esté prevenido. Si me ha de tocar…, pues me tocará...
––No digas eso— le cortó ella.
Asshiá molesta por el cariz que tomó la conversación, no se preocupó de ocultar su desazón, dejó con energía las pieles que estaba elaborando sobre un taburete y anunció que en breve se iba a cenar, de forma un tanto airada.
––Y dejad ya de comer “teyne”— protestó.
Después de haber desaparecido la mujer Conrad abordó con Sissé el tema que le estaba preocupando.
––Estás dándole vueltas a tu marcha, ¿no es así?
––Sí, es cierto. Llevo unos días pensando en ello.
¿Tienes previsto cuando marcharás?–– Le insistió.
––No. No he decidido nada, todavía. Pero algo he de ir viendo, más que nada por tener en cuenta cuando sale algún convoy.
Habla con Madaye, el te ayudará a encontrar un convoy con el que cruzar el desierto.
Así lo haré.
¿Sabes que vas ha dejar un vacio importante en esta casa?
¡Uf! Conrad. He de marcharme.
Lo sé. Lo sé. Pero te hemos tomado cariño. Asshiá te va a echar mucho de menos.
Ya lo sé. Aunque cuando llegué no lo vio con muy buenos ojos…
Sí. Era normal, pero apenas vio tu comportamiento se volcó contigo— lo interrumpió Conrad.
Después de acabada la cena, Sissé se tumbó de espaldas sobre el jergón, con los ojos cerrados, recordó a Aicha, con la que hacía tiempo que no había hablado, prometiéndose que al día siguiente la llamaría. Le explicaría sus próximos planes que pasaban por la inminente partida, apenas se hubiera constituido un primer convoy que saliera hacia Argel o Túnez, incluso si fuera a Trípoli. Se propuso hablar esa misma mañana con el señor Madaye para expresarle sus intenciones de partir en la primera posibilidad que tuviera. Al mismo tiempo le pediría ayuda para localizar un convoy de garantías. Se propuso rehacer el afarag y reforzar el ajelman antes de marcharse. «Lo dejaré preparado en favor de Asshiá, para que la mujer, llegada la época, siembre aquello que quiera», se dijo. Una llamada al teléfono le devolvió a la realidad del momento. Una gran alegría le corrió por su cuerpo.
Aicha, ¡por fin! Cuánto tiempo sin hablar contigo… Te he llamado varias veces y al no responderme pensé que ya no querías nada conmigo.
Sissé yo sigo sintiendo lo mismo que cuando estabas aquí. Sólo que me quedé sin móvil, se me cayó al río y ya no funcionó.
¿Cómo estáis todos?
Muy bien, Sissé. Muy bien.
¿Te ha molestado Sekou?
No, Sissé. Aunque si hemos hablado en varias ocasiones y quiere que salgamos…
Y ¿tú qué le has dicho? La interrumpió Sissé.
Qué no, por supuesto.
Me parece que estás contenta, ¿no?
Sí, sí, lo estoy.
¿Puedo saber el motivo?
No es nada especial— respondió en tono más serio. —Bueno. Sissé si es muy especial: estoy embarazada— añadió Aicha.
Un silencio absoluto siguió al anuncio de Aicha, sólo las respiración de ambos era audible.
¿Sissé? ¿Sissé?
Estoy, estoy aquí— respondió con la voz entrecortada, al cabo de unos segundos.
Pensé que te alegraría, por eso te lo he dicho.
Aicha no es que no me alegre. Pero no es el mejor momento…
¿Cuándo sería para ti el mejor momento? Esto es una consecuencia lógica de nuestro amor— dijo Aicha con evidente mal humor.
Aicha no te enfades, pero es lo que menos esperaba que me dijeras, me ha sorprendido tanto…
Ya me lo advirtió Sekou: veremos si ahora Sissé se hace cargo— cortó airada la conversación.
Después de varias llamadas, Sissé desistió de seguir intentándolo. Echado como estaba boca arriba no hacía más que pensar en lo que llevaba Aicha en su vientre. Seguía buscando qué le había dicho a Aicha que la molestara tanto. Se excusaba diciéndose para sí que la sorpresa era mayúscula, que Aicha no le había dejado asimilarlo. Estuvo toda la noche haciendo cábalas de cuanto tiempo estaría: «de ser mío en un par de meses máximo estará el bebé en el mundo» se dijo. Aquella noche Sissé fue incapaz de conciliar el sueño, pensó tanto en Aicha, como en su embarazo, como en Sekou.

Hacía ya casi ocho meses que no veía a su familia, y a pesar de que de cuando en cuando hablaba con ellos y le tranquilizaban, a veces, le surgían dudas sobre su forma de vida. Desistió de llamarles de momento, hasta que no aclarase la situación de Aicha y la suya propia.

Esa misma tarde una vez acabada la jornada en el almacén del señor Madaye, de vuelta en su casa, les anunció que en quince días partía un grupo de tres camiones hacia el norte de Argelia.
––El señor Madaye me ha comunicado que ha hablado con uno de los camioneros y está de acuerdo en llevarme— les dijo, taciturno.
Asshiá que estaba sentada junto al vado de la puerta, en la sombra, quedó paralizada y Conrad en un intento de pronunciar una palabra produjo un sonido gutural tan inverosímil como incomprensible. Después de carraspear acertó a decir con cierta desazón:
––Te marchas, pues.
––Conrad he de marchar— dijo Sissé.
Asshiá estaba expectante observó con detenimiento a Sissé, la mujer estaba irreconocible, esperando que no se produjera la respuesta que acababa de oír. Dejó, airada, las pieles que tenía entre manos, se incorporó y dando media vuelta se introdujo en la casa. Un desasosiego la ahogaba. Había tomado un cariño desmesurado a Sissé, a sabiendas de que este momento, inexorablemente, tenía que llegar; más temprano que tarde se iba a producir. Pero ese sentimiento era más fuerte que ella, no había sido capaz de controlarlo y eso la incomodó. Se había dejado llevar por su egoísmo, y se lo reprochó.
Apenas si se tomó bocado esa noche y los comentarios habían sido más bien escuetos. Sólo una taza de té puso broche a la cena, en un intento de Conrad por suavizar la situación, sin que hubiera un simple comentario. Todas las noches aprovechaban ese momento para discutir los pormenores del día. Todos eran conscientes de que a la mañana siguiente la situación volvería a ser perfectamente jovial. El matrimonio conocía el por qué de la aparición de Sissé en sus vidas e igualmente el por qué de su desaparición, aunque les costaba aceptar la situación. Pero de lo que todos ellos estaban convencidos era que su relación, la convivencia de esos casi ocho meses iba a quedar grabada en sus corazones indefectiblemente.
No había hecho más que amanecer y ya se encontraban los tres en el zaguán de la casa, Asshiá no pudo conciliar el sueño esa noche y llevaba un buen rato levantada, había preparado unos cuencos con leche de camella recién ordeñada y una bandeja de frutas, sobre todo de mangos y dátiles. Los rostros del matrimonio más distendidos revelaban su buen estado de ánimo, tras el mal trago que supuso el anuncio de Sissé, la noche anterior. Éste continuaba con su gesto apagado, apenas si había dado varias cabezadas en toda la noche. El matrimonio se esforzó en aceptar la nueva situación que se presentaba, aunque Asshiá debía hacer un esfuerzo muy superior por disimular su desazón al ver a Sissé tan lacónico.
––A partir de hoy tanto Sissé, como Asshiá, e incluso yo mismo, trabajaremos para recomponer el “afarag” que resultó destruido. Se sembrará aquello que queráis, cebollas, tomates, pimientos, patatas; lo que vosotros decidáis. Recompondremos la acequia de riego. En esta ocasión profundizaremos un tanto más en la arena y rellenaremos después para darle más consistencia— anunció Conrad.
Asshiá observaba con detenimiento a Sissé, mientras Conrad le hablaba, asintiendo con movimientos suaves de cabeza a todas las propuestas de su esposo.
––No es necesario que lo hagáis vosotros, yo ya me lo he planteado, y restauraré los desperfectos— dijo Sissé.
––Aquí estamos todos por lo mismo. Lo reconstruiremos entre los tres— añadio Conrad.
Ante la negativa tanto de Conrad como de Asshiá, Sissé, aceptó las sugerencias de éste. Sissé repasó mentalmente el estado de lo que había realizado: «El “ajelman” se encuentra lleno de agua de las recientes lluvias», lo que le satisfacía: «así no bajará Asshiá hasta el “ajelman” natural cargada con las odres para acarrear el agua», se dijo. «El “afarag” en el que podrá plantar legumbres y hortalizas de distintas clases con las que mitigarán sus necesidades. El alpende reforzado e impermeabilizado le ha supuesto, a Conrad, su utilización como granero una vez pasado la temporada de lluvias», pensó con regocijo. Ante ese balance quedó más tranquilo.
Sissé tomó el cuenco de leche y comió un par de dátiles. Se despidió hasta la tarde y se encaminó hacia el almacén del señor Madaye. Iba pensando en sembrar legumbres, al tiempo que las hortalizas, lo que rápidamente descartó porque provocaría una sobrecarga de trabajo para Asshiá. Pensó en proponer a Conrad hacer una majada para tener recogido el ganado.
Sissé intentó varias veces hablar con Aicha, sin conseguirlo, lo que le produjo un malestar que trató de disimular una vez en su casa. Se dispuso a hacer un surco suficientemente profundo para construir la acequia de riego con ciertas garantías. Asshiá ya estaba algunas horas sembrando hortalizas y Conrad estaba acabando de arreglar a los animales. Habían trabajado hasta la caída de la noche. Sentados alrededor de la mesa, Asshía dispuso una “bastila” para la cena —a Sissé era el plato que más le gustaba—, unos dátiles y unos cuencos de leche recién ordeñada. Tras la cena y mientras esperaban que el té estuviera en su punto, comentó Conrad:
––Sissé, el surco que has hecho en la arena lo vamos a recubrir con ladrillo, que haremos a partir de mañana, con ello evitaremos que cuando lleguen las lluvias lo destruya de nuevo.
––¿Como haremos los ladrillos?— Consultó Sissé.
––Tengo dispuestas varias tablas de madera largas y otras que iremos cortando para utilizarlas de traviesas y con ellas haremos los ladrillos a las medidas que nos interesen.
––Me parece perfecto.
––Vamos a tratar de asegurar el afarag para que no lo destruyan las próximas lluvias y el ajelman veremos de reforzarlo algo más. Pero eso son cosas que deberá mantener Asshiá. Aunque en algún momento yo le eche una mano— añadió, a continuación, entre dientes.
Creo que es una gran decisión, Conrad— dijo Sissé.
¿Sissé te ha sucedido algo con Madaye? — Preguntó Conrad, sobresaltando a Sissé.
No. No. En absoluto.
Estás muy extraño desde hace un par de días— añadió Conrad.
Ya. No ha sido con Madaye. La otra noche me llamó Aicha, la chica con la que estuve en Ségou…, y me dijo que estaba embarazada—, carraspeó. —Seguramente no estuve muy correcto cuando recibí la noticia, la sorpresa fue tan grande… He intentado hablar con ella varias veces pero no me contesta a las llamadas.
El matrimonio cruzó sus miradas, condescendiente.
Sissé deja pasar unos días, seguramente, ella, también tendrá que asimilar su situación ahora que ya te lo ha dicho.
Lo que me preocupa es que no sé de cuanto tiempo está embarazada, y hay un tal Sekou que la pretende y después de marcharme ha intentado convencerla para que esté con él.

A la mañana siguiente cuando se despertó Sissé, oyó que estaba el matrimonio fuera de la casa. Habían preparado una estructura en la arena con tablas. Al lado habían hecho un pequeño montículo de la misma arena con forma de volcán, en su interior habían vertido agua y Asshiá estaba haciendo una masa de una relativa densidad para verterla posteriormente sobre la estructura de madera y aprovechar las horas de sol para que secara. Sissé se dirigió con presteza hasta donde se encontraba la mujer y tomó la azada con la que estaba haciendo la mezcla y le dijo que descansara para continuar él haciéndola. Al poco tiempo vertió la argamasa resultante sobre los moldes de la estructura de tablas de madera que había preparado Conrad, para la fabricación de los ladrillos. Los últimos días estaban resultando intensos en cuanto al trabajo de reconstrucción de las infraestructuras y la siembra de hortalizas. El afarag había retomado su estado anterior a las lluvias. El ajelman estaba rebosante de agua y sus paredes se habían reforzado con los ladrillos que fabricaron, La acequia había quedado perfectamente sentada en el suelo de arena, una vez recubierta con los ladrillos, del que sobresalía unos diez centímetros, quedando dentro sobre los veinte centímetros, sin la más mínima fuga de agua. Todos ellos se sentían enormemente orgullosos de las infraestructuras reconstruidas, que les facilitaría la vida y les serviría como recuerdo permanente del paso de Sissé por su casa y sus vidas.
La vegetación de alrededor se veía esplendorosa, los bananos que se entremezclaban en la “zeriba”, los mangos, cuya producción se adivinaba abundante; las distintas clases de plantas y flores silvestres embellecían, aún más, un vergel que ya de por sí resultaba hermoso.
En unos cuantos días llegó el momento de la partida de Sissé. Era una mañana de ambiente tenso y rostros compungidos, hacía ya más de una hora que había amanecido y el sol empezaba a dejarse notar. Era un día en el que el matrimonio permanecía expectante, al mismo tiempo se movían nerviosos de un lado para otro. Un silencio embarazoso cubría el ambiente en el interior de la casa, mientras, Sissé, estaba ultimando los preparativos con cierta parsimonia, a pesar de que había de ir a Kidal, punto de partida del convoy. Iniciaría viaje por la tarde con la caída del sol, por lo que debía salir esa mañana con un camión que descargaba en el almacén del señor Madaye y se volvía seguidamente a Kidal. Sissé impartió ánimo al matrimonio, sobre todo a Asshiá que no podía contener su emoción. Se abrazó a él, entre sollozos, rogándole que llevara mucho cuidado y siguiera los consejos que le habían dado.
––Aquí tienes tu casa para cuando tú quieras. En la medida de lo posible haznos saber de ti–– le pidió Conrad.
Asshiá le llenó su dugutaampalan con toda clase de frutas para el viaje. Había sacado la tekamist que confeccionara en piel de cabra y se la entregó con cierto protocolo, quedando Sissé gratamente sorprendido. A continuación le dio un chaquetón de piel de cebú forrado con lana de oveja, resistiéndose Sissé al principio, para aceptarlo después, ante la insistencia de la mujer. Le habían regalado, también, un “abayogh” para ser llenado de agua antes de partir con el camión y un “ebawen” de piel donde llevar los útiles recomendados por los Tuareg: un “elmoshi”; una manta gruesa de un color anaranjado que sirviera para ser avistado en caso de extraviarse; unos “adgag” que igualmente había confeccionado Asshiá; unas botas de lona con suela de tacos de caucho; un gorro de lana, una linterna y un “abalbod” en el que colocó el dinero. Iba vestido como un Targui, unos calzones anchos, acabados en una empuñadura a la altura del tobillo que se introducían en la caña de la bota; una camiseta de manga larga, la tekamist sujetada con una mano y tocado con el chèché y el litham, perfectamente colocados. Conrad llevaba en las manos una caja de cuero: de ella extrajo un shirawt de plata, tallado, de forma de rombo con tres puntas acabadas por sendos rombos más pequeños y en su extremo superior coronado con un círculo en el que se sujetaba un cordón retorcido igualmente de plata y se lo entregó a Sissé.
––Te privará de grandes males y podrás hacer un viaje feliz. Es un amuleto que guardo celosamente desde hace muchos años, hoy creo que te será más necesario a ti. Toma en este papel va escrita el nombre y la dirección de mi hermano en Lyón— dijo Conrad.
Los ojos se les habían cristalizado a ambos, que se fundieron en un prolongado abrazo. Una congoja les impedía mediar palabra. Habían sido unos meses extraordinarios de convivencia, en los que Sissé había dejado una profunda huella en esa familia. Tanto como la que ellos dejaron en él. Su carácter desenfadado, jovial, extrovertido, y su disposición siempre atenta, caló hondo en el matrimonio. Su espontaneidad le había granjeado un cariño enorme. Ambos le trataron como a un hijo, pero él también les correspondió con respeto, generosidad y cariño, como a unos verdaderos padres. Sissé se dirigió a Asshiá y le entregó un tasghalt antiguo, de plata, que conmovió a la mujer, se le cogió al cuello y le besaba frenéticamente en ambas mejillas, Sissé le abrochó el collar. Una vez se había zafado de los brazos de ella se encaró con Conrad, se desabrochó una pulsera de cuero y se la dio, se la colocó en su muñeca con cierta solemnidad, para fundirse nuevamente en un fuerte abrazo. Todo este protocolo se desarrolló sin pronunciar una sola palabra. Sus gargantas se encontraban incapacitadas para emitir algo más que un gemido. Un silencio de lo más elocuente, testificado por unas lágrimas mudas que surcaban sus rostros sin remisión, comprometían a todos ellos a aferrarse a los obsequios para expresar el agradecimiento que eran incapaces de demostrar de otra manera.
Conrad tomó el ebawen y se lo echó al hombro, conminó a Sissé a marchar, a lo que éste asintió con un gesto de cabeza. Se cargó con el resto de bultos. Asshiá observaba desde el vado de la puerta como se alejaban ambos sin poder reprimir las lágrimas.
No tardaron en llegar al almacén en el que trabajó Sissé. El camionero estaba ultimando los detalles con el señor Madaye de la entrega que le había realizado y estaría presto para iniciar el viaje de vuelta a Kidal, que compartiría con Sissé. Cuando llegó al camión, Sissé se percató de que era Michel, el camionero que le trajo hasta Tessalit y ambos se saludaron con satisfacción.
––Echa los bultos en la caja del camión y sujétalos con las cuerdas, después le echas la lona por encima.
––De acuerdo–– dijo Sissé.
Subió al camión, sujetó y cubrió los bultos como le había dicho Michel. Se despidió Sissé de su compañero Mossa, que le deseó mucha suerte.
––Te deseo lo mejor Sissé, espero que consigas tu objetivo— y añadió, ––¡ojala!, yo tuviera el mismo valor que tú…, pero soy muy cobarde— le dijo Mossa.
––No es que seas un cobarde, Mossa, es simplemente que no te lo has planteado seriamente. Además, si tu situación aquí es satisfactoria para qué te vas a mover— convino Sissé, dándole un abrazo.
Se fundió, también, en un fuerte abrazo con el señor Madaye, al que agradeció reiteradamente que le diera el trabajo.
––Cuida mucho de Asshiá, Conrad, es una mujer maravillosa. Dile que la recordaré siempre, como a una madre, siempre estará en mi corazón..., igual que tú.
––Tú eres quien debe cuidarse mucho, Sissé. Presta atención a todos los detalles, no olvides los consejos y las enseñanzas de todos nosotros, te podrían servir de mucho en cualquier momento. Sissé no te olvides de informarnos de cómo te va, en la medida de tus posibilidades.
––Así lo haré. En el momento que me sea posible trataré de haceros llegar noticias mías, por medio del señor Madaye. Adiós Conrad.
––Adiós. ¡Hasta siempre! Y buen viaje, Sissé.
Michel ya se encontraba encima del camión y Sissé, emocionado, subió a su lado. Antes de girar la calle les saludó sacando el brazo fuera de la ventanilla.
––Has calado hondo en estas tierras...
––Sí. Así es. Conrad..., bueno él y su mujer Asshiá, me acogieron como a un hijo desde el primer día que llegué aquí y se me ha hecho especialmente dura la despedida. Y con el señor Madaye y Mossa, también, me he entendido a la perfección...
A las cinco de la tarde se encontraban en la zona del mercado de Kidal, desde donde partía el convoy de tres camiones hacia Túnez. Le indicaron que saldrían a las siete de la tarde, por lo que aún podía dar una vuelta por la ciudad. No se alejó de los camiones, poco había para ver en Kidal que no hubiera visto en su visita anterior. Tomó el abayogh y lo llenó de agua en un grifo que se erguía próximo a los camiones, del que ya habían llenado treinta bidones para el viaje. Los camiones se encontraban dispuestos para partir, exageradamente cargados. A los costados colgaban los distintos bidones y el abayogh que Sissé colocó al lado de los otros. Estaba todo dispuesto para el viaje, sólo faltaban los chóferes que estaban refrescándose en el bar. Cuando llegó el chófer del camión en el que viajaría Sissé, un hombre de mediana estatura y barba poblada, observó el abayogh, lo descolgó del costado del camión donde lo había colocado Sissé y lo introdujo en el interior de la cabina.
––Viajaremos por la ruta del Tilemsi, no es la pista principal, pero salvo en época de lluvias se puede transitar bien por ella–– le informó.
––Ya la conozco. He pasado varias veces por ella.
––Así beberemos cuando nos apetezca sin necesidad de parar— se justificó el camionero, señalando el abayogh, al tiempo que comenzaba a mover el camión. ––Me llamo Mohamed, espero que nos divirtamos en el viaje— se presentó.
––Yo soy Sissé— le tendió la mano.
––¿A caso eres Tuareg? ¿Te han dicho que tienes que pagarme treinta mil dinares para hacer el viaje conmigo?
––Sí me han dicho que tengo que pagarte, pero la cantidad de veinte mil dinares no treinta mil.
––Bueno habrá habido un mal entendido. Son treinta mil.
––Pues yo no te voy a dar más de veinte mil.
––Entonces no podrás viajar en mi camión.
––Bien, pues para y me acercaré a la oficina. Comentaré lo que me estás diciendo y lo averiguaremos.
––Bueno, no hace falta. Te llevaré por veinte mil. Pero tu pagarás la comida del día que lleguemos en un buen restaurante que yo te llevaré— al tiempo que le tendió la mano.
Sissé sacó el dinero del bolsillo del pantalón y se lo dio.
––Te doy diez mil dinares ahora, el resto lo tendrás al finalizar el viaje.
––Eso no es así. Quiero todo, los veinte mil.
––Muy bien. Para el camión— le sugirió Sissé. ––¡Ah!, por cierto, no soy targui, pero no me importaría serlo— enfatizó Sissé.
––No es muy normal que un targui viaje a Europa—. Y continuó, ––vistes como ellos, ¿por qué?
––Y ¿por qué, no?
––No es que me importe. Yo soy targui, también. Por eso me ha extrañado verte vestido de esta manera, que no se corresponde con tu forma de hablar.
––¡Ya!–– Sissé aceptó sabiendo que le estaba mintiendo. ––Soy de Sikassó y viajo a Francia…
––¡Perdona! Vamos a girar a la derecha, observa si viene algún camión— le interrumpió. Continúa, Sissé.
––Te decía que soy de Sikasso y…
––Sí, viajas a Francia, eso ya lo has dicho— le volvió a interrumpir.
Sissé quedó un momento en silencio, observando al compañero de viaje que le había tocado: lamentó que no se pareciera a ninguno de los otros camioneros que había conocido.
––El viaje me ha traído hasta Tessalit, donde vive un familiar–– no quiso darle más explicaciones, —y ahora, contigo, retomo el viaje.
––Bien, confiemos en que no nos pase nada.
––Eso espero Mohamed. Eso espero. Conmigo no tendrás ningún problema—, le indicó con desconfianza. Para añadir ––No me gustan las mentiras…
––Yo no te he mentido. Es una forma de negociar.
––No me refería a eso. Tú no perteneces a los Tuareg. Eres argelino, del norte, y espero que te comportes adecuadamente.
––Eres aguerrido, ¿eh?
––No me pongas a prueba. Mohamed…, quiero hacer un viaje sin contratiempos, pero no los voy a rehuir.
Mohamed le miró malcarado.
Ya habían perdido de vista Kidal y el camión andaba a buen ritmo. Mohamed miraba de soslayo a Sissé de cuando en cuando. Éste iba tenso, desconfiaba del camionero que le había tocado en suerte. Apenas si quedaba luz diurna y viajaban camino de Aguelhok.


No hay comentarios:

Publicar un comentario