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domingo, 9 de noviembre de 2014

ASPIRANTE A ESCRITOR



Un aspirante a escritor se devanaba los sesos tratando de conciliar el estilo, el ritmo, el tiempo y la acción en las escenas en las que se desenvolvían los personajes. Su torpeza le hacía rectificar y en el peor de los casos rehacer sus historias. Ardua tarea que generalmente no conseguía, pero su insistencia empezaba a resultar insultante.

Muchas veces le decían:
—¡Ay! Si para todo hubieras sido igual de perseverante.
Ante esos comentarios se encogía de hombros y seguía adelante, ni con más ni con menos tenacidad, si no con la misma. Sus escenas, las que recreaba, no se las creía él mismo. ¡Ah! Pero un buen día escribió casi inconscientemente: cuando leyó el texto, se dijo: «¡Ahora sí! Esto puede ser el principio de una gran historia». Su cabeza lisa como una sandía y con algo de pelo en los costados brillaba, o creía él que brillaba, por fuera, claro; y sus ojos saltones, a pesar de que no se veía, parecían iluminar los folios, en este caso la pantalla del ordenador, que iba acumulando líneas y líneas de cosas coherentes. Pasaba tantas horas delante del ordenador que en muchos momentos le insinuaban:
—¡Estás loco! ¡Vas a salir maestro!
Él esquivaba el sentido peyorativo de algunos comentarios mal intencionados, y se infundía ánimo, que para eso no necesitaba a nadie: besaba tres veces la estampa de Santa Rita que siempre le acompañaba y continuaba con su cometido. En alguna ocasión se miraba al espejo y trataba de adivinar en su mirada qué propósitos tenía, cuál era su objetivo, a qué aspiraba… Algunas mañanas sólo pretendía escribir y matar así una ansiedad, otras aparecía un aire de grandeza que, obviamente, se desvanecía en el mismo instante en el que aparecía. Otras mañanas, las más, su mirada se expresaba dubitativa, inexpresiva, no decía nada. Pero cuando esto sucedía, se lavaba la cara y no volvía a mirarse en el espejo.

Una vez acabada su obra, al cabo de mucho tiempo, le animaron los amigos y la envió a uno de los tantos concursos literarios, lo que puso en conocimiento de unos cuantos. Él trataba de convencer a los demás de que no había posibilidades, pero en su interior permanecía un atisbo de esperanza, quizá más bien de ensueño. Pasaba el tiempo y su pensamiento no se apartaba de su obra, del concurso, de los amigos. A medida que se acercaba la fecha de emitir el fallo del jurado, él, estaba más nervioso. Abría su correo electrónico repetidas veces, hasta dejarlo abierto todo el día. Dormía mal, se despertaba varias veces en la noche, lo que le tenía durante el día más irascible. Apenas si se comunicaba con los amigos, y con la familia casi no intercambiaba comentarios más que en las comidas, que hacía de forma frugal, y pronto se volvía a aislar en su mundo. Se habían acabado sus paseos matutinos, apenas si salía a la calle. Pasaba todo el tiempo encerrado en su despacho con la única compañía de su ordenador. Se sentía en la más absoluta soledad, ni si quiera sus personajes le acompañaban, se sentía incapaz de escribir una sola línea. Pasaba horas y horas contemplando la pantalla de aquel ordenador que parecía hartarse de estar inactivo y se engullía la luz, quedándose la pantalla en negro. Cuando conseguía escribir alguna cosa, la borraba inmediatamente, le producía aversión. Su ánimo se había resquebrajado ostensiblemente, y su cara pálida tomó un color entre blanquecino y azulado. La mirada perdida, sus ojos hundidos y empequeñecidos, y en sus manos enjutas resaltaban las venas. Trataba de refugiarse en la lectura de alguno de los libros que tenía por leer, pero se desesperaba igualmente, era incapaz de seguir el hilo de la trama, no recordaba los nombres de los personajes, ni dónde se desarrollaba la acción. Se sentía incapaz de concentrarse, si quiera en la lectura, que había sido su pasión, su forma de vida; no tenía más pensamiento que para su obra. Su familia, sobrecogida, veía con preocupación el deterioro físico que padecía; pero sobre todo les angustiaba mucho más su estado emocional, —le habían oído sollozar en varias ocasiones en su soledad, en el despacho— hasta el punto de proponerse que le viera su médico.
Un buen día abrió su correo electrónico y vio un mensaje extraño para él, al leerlo sus ojos se abrieron como platos, su rictus malsano se tornó en jovial y volvió el color a su rostro, aquel bendito mensaje que ansiaba, decía:

Estimado señor:
Su obra ha sido seleccionada como finalista en el XVII concurso de narrativa del Valle Perdido. Es por ello que se le invita a asistir a la divulgación del fallo del jurado y posterior entrega de premios de dicho concurso el día 24 de diciembre próximo. Para lo cual le ha sido reservada una habitación doble en el hotel Ris, de dicha población.
Unos días antes la organización del XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido, se pondrá en contacto con usted para concretar lo relativo a su traslado y posterior alojamiento.
¡Enhora buena! Reciba un afectuoso saludo.

Salió del despacho como alma que lleva el diablo, apenas si podía hablar, un extraño sonido gutural sobresaltó a su familia que veía su programa favorito en la televisión. Les conminó a ver aquel mensaje que acababa de abrir y se dirigieron todos al despacho, donde su hija dio lectura en voz alta al mencionado mensaje. Sirvió de regocijo y celebraron más el cambio experimentado repentinamente por aquel demacrado aspirante a escritor que por la noticia en sí.

En los días sucesivos comenzó a organizar el viaje. Propuso a su mujer ir a visitar la zona, las poblaciones importantes que les cogieran de camino, para lo cual deberían hacer el viaje en su coche. La mujer le recriminaba que hiciera planes tan pronto, sin saber si quiera si la organización del concurso le propondría algún medio de transporte alternativo, a lo que él refunfuñaba como un niño. Volvieron las ideas y de nuevo llenaba páginas y páginas en el ordenador, aquel demacrado aspecto había pasado a la historia. Pasaban los días y no recibía ni mensajes ni llamada alguna como le anunció la organización del concurso literario. A falta de siete días de la fecha de la entrega de premios, no sabía aún que debía hacer. «Se habrán olvidado», se consolaba así mismo.

Viendo los amigos que volvía otra vez a obsesionarse, decidieron pasarle un nuevo mensaje para acabar con la ilusión de aquel pobre escritor.

Estimado señor:
Con relación a nuestro anterior correo electrónico emitido, ponemos en su conocimiento que, el Jurado ha decidido declarar desierto el XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido. Por tanto, y debido al excesivo coste del acto de fallo del jurado y proclamación de ganador, éste, ha quedado desconvocado. Si bien, en breves fechas recibirá, por este mismo medio, certificado de haber sido su obra una de las finalistas del mencionado Concurso, para lo que usted tenga menester.

Con nuestra más incondicional gratitud, le expresamos nuestra consideración más personal.

No salía de su asombro ante la lectura del mensaje, que parecía volvería a helar la sangre en sus venas. Cuando lo leyó a su mujer, ésta quiso animarle:

—Bueno, no pasa nada. En otra ocasión será.
—No habrá otra ocasión. No voy a escribir más.
—A sí me gusta. Que acabes de un plumazo por lo que has estado luchando toda tu vida.
—Pero, ¿no lo entiendes? Eso es que han desestimado invitarnos porque el ganador es otro u otra.
—Bien. Y qué. Si fuera como tú dices te lo habrían dicho con claridad. Cómo van a decirte que el acto no se celebra y después aparecer en los medios de comunicación que se ha otorgado el premio a fulanito de tal.
—Qué sabrás tú.
—Además. Míralo por el lado positivo. Te van a enviar un certificado reconociendo que tu obra ha sido finalista. Certificado que podrás presentar donde tú quieras.
—Sí, en eso tienes razón.
—Y tú, sigue escribiendo. Qué ibas a hacer si no. ¿Fastidiarme los programas que me gustan por ver tú el deporte? Tú dices cosas muy bonitas en lo que escribes que a mucha gente le gustan. Escribe, escribe.
—Sí. Creo que tienes razón. No por esto voy a dejar de escribir. Que por otra parte lo necesito.
—Pues claro.

Continuó escribiendo, pero no con la ansiedad de antes. Ahora alternaba la escritura y la lectura con grandes paseos, en los que meditaba a conciencia, y los encuentros con los amigos en una cafetería próxima a su casa.

—¿Cómo pudiste tragarte lo del mensaje del XVII Concurso de Narrativa del Valle Perdido?
—¿Qué quieres decir? ¡Malditos hijos de puta! No me jodas que todo ha sido cosa vuestra—.
—Estabas hecho una mierda, ¡tío! Teníamos que hacer algo para sacarte del pozo en el que te habías metido…
—¡Pedazo de cabrones! Claro, ahora comprendo que hubieran cancelado el acto de proclamación de ganador y que hubieran declarado el concurso desierto. ¡Qué tonto soy!
—No, muy listo no eres. Aunque escribe aceptablemente — le dijo otro de los amigos.
—Sabrás tú mucho si escribo bien o no, si no has leído una sola página de lo que he escrito.
—Bueno, pero me lo cuentan.
—Nunca creí que iba a estar tan agradecido a una pandilla de hijos de puta. Esta ronda la pago yo.
—Y las otras, no te jode.
—A cuenta del éxito obtenido — propuso otro de ellos.
Y todos rieron con ganas.
—¡Qué cabrones!

Continuaron disertando entre bromas, quedando lo de los mensajes como una anécdota divertida.



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