Capítulo
XIX
Se encaminó hacia
el monte de donde no tenía que haber bajado. Se lamentaba de no
haber hecho caso a Huffam e Ibrahim. Ahora ya era tarde. Estaba
oscureciendo cuando llegó al campamento; Huffam tenía en brazos a
Yonaida, que reía ante las caricias y el juego con su padre. Rachel
estaba calentando en una olla unos nabos y un poco de arroz que
consiguió pidiendo comida en la aldea de Frekhana. Hoy sería una
fiesta. Muchos días calentaba el agua con tubérculos y raíces del
monte para poder darle al menos a la niña algo que le calentara el
estómago. Dejó Huffam a la niña en el suelo, a la vista de Sissé
magullado y maltrecho.
––¿Qué te ha
sucedido?— Le preguntó Huffam.
––Me han robado
y me han golpeado.
––Fuiste muy
insensato. Te advertimos que no fueras.
––Pero no me
dijisteis que estaban robando a los que intentaban pasar la frontera.
––¿Nos hubieras
hecho caso? ¿Qué habrías pensado de haberte dicho que corrías ese
peligro?— Le preguntó. Y sin darle tiempo a responder, ––hubieras
pensado que no teníamos intenciones de ayudarte, o a saber qué se
hubiera pasado por tu cabeza.
Sissé asintió con
la cabeza admitiendo los comentarios de Huffam.
––Estuve a punto
de ir a denunciarles a la policía… Pero me dí cuenta a tiempo,
creo.
––Pues sí.
Afortunadamente reaccionaste bien, de no haberlo hecho así ahora
estarías más dolorido todavía tirado en alguna celda, en el mejor
de los casos.
––Mañana
compraremos leche para la pequeña Yonaida.
––No te voy a
decir que no, Sissé, máxime cuando mi niña tiene hambre. Pero no
sólo mi pequeña hay tres niños más que también están teniendo
dificultades.
––Muy bien
traeremos leche para todos ellos y agua— propuso Sissé. ––Antes
de que me lo roben nos lo comemos nosotros. Ah, y antes de hacer nada
por mi cuenta os lo comentaré y haré lo que me digáis.
––Sissé vete a
descansar, mañana te reincorporarás a la rutina del campamento—
le propuso Huffam.
––¿Dónde está
Ibrahim?
––Está
observando los movimientos de los guardias.
Sissé, taciturno,
movió la cabeza asintiendo al tiempo que recogía su equipaje con
una mano y levantó la otra como despidiéndose de Huffam. Todos los
allí presentes permanecieron en silencio, observando como Sissé se
alejaba. No era una situación nueva para todos ellos, en alguna
ocasión algún que otro inmigrante había sufrido igual o parecido
incidente. Aunque parecían admitir los lugareños la presencia de
estas personas en sus aledaños, realmente no los soportaban,
aflorando los más viles sentimientos humanos. Otras veces no les
había movido más que la intención de robarles, como presas fáciles
que eran. En alguna ocasión alguien de los acampados propuso ir en
grupo a vengar a algún apaleado, habiendo sido convencidos por el
resto de no hacerlo porque provocaría una reacción más violenta de
sus compatriotas e incluso de los gendarmes marroquíes y eso si
sería mucho más peligroso para sus esperanzas y sobre todo para sus
vidas.
Se echó la noche
encima y había refrescado considerablemente. Sissé se recostó bajo
el chamizo que hiciera por la mañana, estaba apesadumbrado. Pensando
una y otra vez cómo le había podido pasar a él que le robaran
tanto dinero, con el esfuerzo que hicieron tantas personas para que
él pudiera financiarse el viaje. Un recuerdo especial de Conrad y
Assihá, se instaló en su mente, «les he fallado, no permitieron
que les diera dinero mientras estuve con ellos y se los he puesto en
bandeja a esos delincuentes» se dijo. Aún no se explicaba como pudo
pecar de ingenuo de esa manera, habiendo estado hábil en varias
ocasiones anteriores y en ésta haberse descuidado de esa forma.
Ibrahim se acercó y
le llamó.
––¡Sissé!
¡Sissé!
––Sí. Voy
Ibrahim.
––No hace falta
que te levantes. ¿Estás bien?–– Le preguntó al tiempo que
llegó a su altura.
––Sí. Sí,
estoy bien, algo magullado, pero bien— admitió Sissé.
––¿Qué te ha
sucedido?
––Me han robado,
y algunos golpes sin importancia.
––Estarás
dolorido.
––No Ibrahim.
Bueno, sí estoy muy dolorido, pero lo que más me duele no son los
golpes. Es lo ingenuo y lo imprudente que he sido. Primero por no
atender a vuestras recomendaciones y después por mostrar el dinero a
esos cuatro cerdos, sin haber conseguido la conformidad del taxista.
––Bien, no te
lamentes por algo que has hecho mal y ya no puedes remediar. Debes
estar contento porque no te ha sucedido algo peor. Sissé espero que
te haya servido de lección.
––Confío en que
así sea. Porque en todo el viaje he estado muy atento y en esta
ocasión…, no sé en qué estaba pensando.
––Pues es muy
fácil. Te has visto en España. Y no has valorado el peligro que
corrías con esa gente, que por otra parte, Sissé, algunos están
viviendo a costa de nosotros.
––¿Sabes? No
nos pueden ver. Mientras me golpeaban me decían ¡negro de mierda!,
¡vete de aquí negro apestoso!, ¡sólo sois escoria!.
––¿Cómo has
viajado hasta aquí, Sissé?
––Pues en camión
y en barco¾
respondió. Tras una pausa añadió: ¾
me ayudaron mucho varias personas. Sobre todo un matrimonio Tuareg,
en Tessalit, con quienes conviví sobre los siete meses en los que me
trataron como a un hijo, y no te exagero Ibrahim..., y ahora les he
fallado.
––Eso explica
muchas cosas.
––¿Qué quieres
decir?
––Pues que no
has tenido ocasión de comprobar la maldad, la perversidad de las
personas. Te ha sido fácil alcanzar tus objetivos. No has sufrido
ningún percance serio en tu viaje. El desierto lo has atravesado en
camión ¿no es así?
––Pues sí.
––Y seguramente
es la primera vez que te apartas de tu familia, que viajas solo.
––Pues sí, así
es. Pero ¿qué quieres decir con eso, Ibrahim?
––Que no te ha
vapuleado la vida, Sissé. Que no te ha vapuleado— le comentó en
tono quejumbroso.
––¿Tanto te ha
golpeado a ti?— Le inquirió con cierto desdén.
Le miró con aquella
mirada ruda, penetrante, que le hiciera sentir un escalofrío en el
momento que le conoció, aunque sin ocultar cierta compasión.
––Más de lo que
podrías imaginar, Sissé¾.
Hizo una pausa y tragó saliva. ––Yo fui secuestrado en el año
1998 por un grupo armado. Tenía trece años. En mi familia vivíamos
con mucha miseria, pero felices, muy felices, en una aldea junto al
poblado de Kihindo, ribereño en el lago Kivu. Crecí junto a mis
hermanos al amparo de una frondosa selva en la que vivía una colonia
de gorilas compartiendo el entorno, no sé si aún existirán o
habrán buscado otro paraje para vivir...; era una selva
verdaderamente maravillosa, bellísima–– enfatizó. ––El lago
estaba situado a mil quinientos metros de altura y tenía una
superficie de unos dos mil setecientos kilómetros cuadrados y una
profundidad de más de cuatrocientos metros. Decían que era
peligroso porque se encontraba rodeado de volcanes y su subsuelo era
una bolsa de metano, pero allí nos hemos bañado durante años,
hemos comido de sus peces… Hoy no viviría allí por todo el oro
del mundo. Al lago Kivu arrojaron miles de cadáveres, víctimas del
genocidio— comentó, mientras se le cristalizaban los ojos y tomaba
asiento al lado de Sissé. ––Un día que amaneció con niebla no
excesivamente densa, mi padre y yo nos quedamos en la aldea esperando
que levantara para salir a cazar, teníamos todo preparado, cuando
oímos el rugir de motores. Surgieron de entre la espesura un camión
y tres todo-terrenos, que se abrieron y cubrieron casi toda la
explanada que quedaba delante de las casas. Se bajaron gritando de
los vehículos, todavía en marcha, y se pusieron a disparar como
locos, primero a todos los hombres y a unos cuantos ancianos, muertos
todos impunemente. Después a las mujeres y las niñas; una vez
muertas las violaron y las machetearon. A continuación dejaron sus
cuerpos esparcidos por todas partes. Mientras los siete niños
quedamos petrificados del horror, llorando, todos excepto uno que no
pudo llorar y por eso también le mataron. Los otros seis fuimos
acorralados, apuntándonos con sus fusiles; había varios chicos
jóvenes entre ellos, después supe que eran niños soldados como
nosotros.
-¿Cómo,
tú eres un niño soldado? -
Barboteó Sissé las palabras.
-Sí,
Sissé. Yo soy un niños soldado…, ¡o lo que queda de él!-,
se lamentó Ibrahim. Y continuó diciendo: -entre
sus jefes y unos cuantos más fueron rematando los cuerpos que yacían
en el suelo, tanto los que gemían como los que no. Todos fueron
rematados. Dos de los milicianos a indicación del jefe del grupo
violaron los cuerpos ensangrentados de mi madre y otra mujer que
yacían inertes en el suelo. Un manto verde bellísimo, entonces, se
teñía miserablemente, por momentos, de rojo. Ninguno de los niños
fuimos capaces de derramar una lágrima más ante aquel horrendo
espectáculo. Los otros milicianos entraron en las casas y las
saquearon, bebieron “araque”
hasta la saciedad, lo elaborábamos nosotros mismos, y cargaron en
el camión lo que no se pudieron beber. Yo no podía dejar de mirar
los cuerpos de mi padre, mi madre y mis dos hermanas yacentes,
desangrándose… En un momento el jefe del grupo nos obligó a cada
uno de nosotros a limpiar los cuerpos de sangre de nuestras madres y
hermanas, primero con hierbas y posteriormente con la lengua entre
risas y burlas. A mí me apartó del cuerpo de mi hermana más
pequeña ––sólo tenía tres años–– de una patada, y le pasó
él mismo la lengua por su pequeño cuerpo, recreándose en las
partes más íntimas… ¡Fue horrible!— Relataba Ibrahim, con la
mirada fija en el infinito, mientras unas lágrimas surcaban veloces
su rostro irremisiblemente. ––Juré que les vengaría. Aquel
cabrón no viviría para contarlo. Después de arrojar los cuerpos al
lago, a los seis muchachos nos subieron al camión y nos llevaron al
campamento de Mushaqui, hacia el Norte, en una zona montañosa desde
donde podíamos pasar sin dificultad la frontera de Uganda. Allí
estábamos más de dos mil niños y niñas que sufrimos toda clase de
vejaciones y de castigos. Nos obligaban a beber y drogarnos, incluso
a violar a las niñas que estaban en el campamento para servir a los
soldados. Todo aquello, nos decían, era para fortalecer nuestro
espíritu y combatir al ejército regular. Allí supe que estábamos
en guerra los tutsi y los hutu. Teníamos que preparar brebajes con
hierbas, con los que debíamos hacer conjuros porque cómo niños
éramos puros. ¡Puros…! Al poco tiempo nos separaron a los seis
chicos, ya no he sabido nada de ninguno de ellos. Hicimos incursiones
tanto en Uganda como en nuestro País, siempre en aldeas indefensas,
donde la gente era incapaz de reaccionar, no corrían mejor suerte
que las de mi poblado; y nos obligaban a violar a mujeres y niñas,
para después dispararles. Si no lo hacías te disparaban ellos.
Sabes qué es lo más cruel de todo esto… — hizo una pausa —que
llegó un momento en que disfrutábamos haciendo estas cosas. Ahora
cuando me acuerdo... En el tiempo que estuve con el grupo, en dos
años, vi asesinar a tres chicos que no tendrían más de doce años,
por ser incapaces de disparar ellos a unas niñas que habían
violado. Fueron dos años en los que no tuve otra ambición que mi
venganza-
hizo una larga pausa.
––Ibrahim, si
quieres no hables más. Siento ver que estás sufriendo...
––No te
preocupes Sissé, aunque sí sufro. Hablar de esto, no obstante, me
da ánimo para seguir adelante. Me quito una gran presión de encima.
Sólo he hablado de este tema con Huffam y contigo ahora, con nadie
más— y prosiguió. ––Tendrías que haber visto la mirada de
aquellos niños, en ellas no se veía más que el horror, la
desesperación, el odio, la muerte, en definitiva. No necesitabas
preguntarles, sus miradas frías, vacías, desconfiadas, no
transmitían más que odio que resaltaba sobre sus rictus ácidos. En
algunos poblados se obligó a los muchachos, que luego nos
llevaríamos, a matar ellos mismos a sus padres y hermanos, el que no
lo hacía era asesinado sin contemplaciones allí mismo. En otros
ataques rociábamos con gasolina los cuerpos de los que no les
interesaba al comandante y se les prendía fuego, obligando a los que
después nos llevaríamos a presenciar como corrían sus familiares
encendidos como antorchas hasta que se desplomaban en el suelo. Se
nos daba la orden de cortar las manos a los hombres que se negaban a
dar lo que les pedía el comandante, seguramente porque no lo tenían;
pero era lo mismo, no habían contemplaciones. Mientras unos les
sujetaban de los brazos otro con el machete le dejaba dos muñones
inservibles. También había algún sádico, el capitán, el segundo
del grupo era más joven que yo. Aquel niño era el mismo diablo, no
tenía empacho en seccionar con el machete el pecho de cualquiera y
hurgarle en su interior y extraer algún órgano. O como hizo en
varias ocasiones, cortar a la altura de la nuca y beber la sangre del
que acababa de asesinar. Decía que era mejor cortar en la nuca
porque si cortabas en la garganta los chorros de sangre fluían muy
rápido y no te daba tiempo a beberla. Los campos, los arroyos y las
cunetas de los caminos se convirtieron en cementerios a la
intemperie, los cuerpos mutilados de hombres, mujeres, niños y
niñas, muchos de ellos violados, yacían esparcidos por todas
partes. No olvidaré en mi vida la incursión que hicimos a un
poblado llamado Kihihi, en Uganda, muy cerca de la frontera. Estaba
en una zona montañosa, muchos kilómetros hacia el Norte, muy
próximo a la población de Fort Portal, cerca del Lago Edward. No sé
si fue casualidad o es que nos estaban esperando. Nos recibió una
dotación de una veintena de soldados entre los que habían niños no
mayores que nosotros, con un armamento anticuado y gentes del mismo
poblado con palos, mientras nosotros portábamos fusiles
ametralladores K-67, de fabricación soviética. Caía la tarde,
después de matarlos a todos, se saquearon las casas y llevamos al
camión todo aquello de valor, o simplemente que nos era útil.
Encontraron unos baldes con licor elaborado por los lugareños, muy
similar al araque nuestro. Se bebió hasta que no se pudo más,
se violaron los cadáveres de mujeres, de niñas y niños sin pudor
alguno. Estábamos todos borrachos. En un momento que nos
encontrábamos tendidos en el suelo, durmiendo la borrachera, el
comandante se encaminó hacia el bosque trastabillándose, tropezó
conmigo, yo le seguí con la mirada, era quien mató a mi familia y
fui tras él. Me percaté de que nadie nos veía, tal era el grado de
embriaguez... Apenas se había adentrado entre los árboles se agachó
para hacer sus necesidades, con una mano se sujetaba a una rama para
no caerse. Me acerqué sigilosamente y con el machete le seccioné el
cuello, la sangre le brotó a borbotones. Tuvo una muerte dulce,
siquiera emitió un gemido; no la que merecía, pero… Le quité el
cinturón en el que portaba la pistola, me lo coloqué. Me quedé un
buen rato, de pié, observándolo, la sangre extendió su color con
rapidez por su alrededor. La noche era propicia para llevar a cabo mi
venganza, una ligera niebla y ni rastro de luna ni estrellas. Esperé
hasta que me convencí de que no quedaba más sangre en su cuerpo.
Escupí a su lado, no me atreví a hacerlo sobre su cuerpo mutilado…
Y me marché. No puedes imaginar la sensación tan placentera que
tuve, pero al mismo tiempo tétrica. Lloré lo que cuando asesinó a
mi familia no pude llorar. Una paz indescriptible invadió mi cuerpo
al poco rato. Los recuerdos de mis padres, mis hermanos, de los
vecinos de la aldea donde vivía se amontonaban en mi mente, de unos
y de otros todos revueltos, mientras caminaba. Estoy seguro que era
su forma de agradecerme el cumplimiento de la venganza que les
prometí. Parecía un ritual perfectamente organizado…, bueno, eso
creí yo. Pero es cierto que a partir de ese momento yo no fui el
mismo, tenía unas ganas desmesuradas de vivir. Antes buscaba el
peligro sin importarme nada y después el miedo a cualquier riesgo me
sobrecogía. Pero era feliz, muy feliz–– hablaba sin importarle
si le escuchaba Sissé, o no. Tal era su estado de éxtasis.
––Ibrahim, me
has puesto el alma en un puño. Discúlpame que te preguntara, no
podía imaginar que hubieras vivido todo eso. Yo me puedo sentir
dichoso, aunque me encuentro mal, evidentemente.
––Ya lo puedes
decir.
––Pero, Ibrahim,
¿qué edad tienes?
––Tengo veintiun
años— esbozando una sonrisa amarga.
––Si tienes sólo
un año más que yo…— comentó Sissé sorprendido.
––Y parezco tu
padre, ¡eh!— limpiándose las lágrimas del rostro.
Se incorporó
Ibrahim y dijo a Sissé que se marchaba donde estaba Huffam.
––Espera, voy
contigo.
––No es
necesario, permanece echado y descansa.
––No. No. Te
acompaño–– dijo Sissé incorporándose.
––Vamos, pues.
He de volver; aunque te aseguro que no me echan de menos–– al
tiempo que volvía a pasarse las grandes manazas por su rostro
empapado.
Mientras caminaban
hacia donde se encontraba Hufam, Ibrahim continuó con su narración.
––Anduve por
trochas que en muchas ocasiones tuve que ir abriendo yo mismo, por
montañas, despeñaderos, siempre en dirección Noreste; si no me
prendían antes, llegaría a Sudán en pocos días, calculé. Antes
de amanecer había cruzado la frontera. De nuevo estaba en Zaire. No
sabía dónde. Pero era mi País. Caminé, al principio, sólo de
noche, por las montañas, nunca me acerqué a riachuelos, poblados,
ni carreteras. Después de la primera semana caminando todas las
noches, invertí el hábito y comencé a caminar de día, mientras me
era posible. Crucé varias veces la frontera, tan pronto estaba en
Zaire, como al poco me introducía de nuevo en Uganda, según cómo
me convenía más por la orografía del terreno que por estrategia,
sin encontrar nunca ningún puesto fronterizo que me detuviera. En
quince días me encontré en Sudán, y comencé a sentirme seguro.
Varios días seguí el curso del Río Nilo, en principio el que llega
desde el Lago Victoria hasta el Lago Alberto para después seguir su
curso hacia Sudan. Al poco tiempo llegué a Oraba, ¡por fin!, pude
respirar tranquilo y llegué hasta Yei—. Sissé le escuchaba con
atención, sobrecogido, mientras seguía narrando. ––Había un
comercio increíble en la ciudad, allí se juntaban comerciantes de
Uganda y del Zaire con los lugareños y la actividad era muy fuerte.
Estuve pensando en quedarme allí, pero enseguida desistí. Estaba
muy cerca de Uganda y del Zaire, y continué viaje en paralelo a la
frontera, primero con el Zaire, después con la República
Centroafricana y por último con el Chad, y eso me libró de muchos
problemas porque toda la zona sur de Sudan estaba en un conflicto
bélico constante. Bueno como toda la zona, pero a mí me fue bien ir
por la selva y las montañas. Es curioso la cantidad de pueblos
diferentes que pertenecían a una misma etnia, los “Pojulu”
a los que pertenecían Nyori, Morsak, Goduck, Lobora, Mulusuk,
Pirisa, Malari, Mankaro y otros pocos más pequeños, todos hablaban
Kutuk na Pojulu. A partir de abandonar Yei, en ningún momento volví
a sentirme seguro. Desde la selva tuve ocasión de ver ataques de
paramilitares a pueblos y aldeas y ya no volví a caminar por caminos
ni carreteras. Así hasta que cruce la frontera de Libia. Allí
trabajé en el mantenimiento de un gaseoducto, unos seis meses y me
marché porque los negros éramos sus esclavos y así nos lo decían.
Y hasta aquí, Sissé.
Sissé sintió una
cierta empatía con Ibrahim, al que no conocía en su faceta humana.
Hasta ese momento le había visto como un hombre frío, calculador,
introvertido, casi peligroso. Le consideraba bastante mayor que él y
sin embargo tenía un año más. «Qué cantidad de sufrimiento había
vivido en tan pocos años» pensó Sissé.
Ibrahim hablaba
anteriormente tanto por él como por el resto de niños que vivieron
los mismos acontecimientos llenos de terror y horror. Verdaderamente
su mirada delataba todo lo sufrido, sin necesidad de preguntas, que,
por otra parte, todas serían insensatas e improcedentes. Sissé
meditaba sobre la capacidad que este muchacho había tenido para
sobreponerse ante tantas crueldades, y la entereza con que las
llevaba. Ibrahim caminaba delante de él y Sissé le iba observando,
no hacía ruido al hollar el camino, parecía que flotaba sobre la
tierra, que no había ramas que romper bajo sus enormes pies. Un mal
paso devolvió a Sissé a su mundo, tras el dolor que sintió en el
costado.
Al llegar a la
altura de donde se encontraba Hufam ––la oscuridad de la noche se
había adueñado del entorno— se encontraron con que empezaba a
concentrarse un gran grupo de habitantes del campamento junto a
Huffam y su familia, al rededor de una pequeña fogata. Sólo el
crepitar del fuego y algún gruñido de ciertas alimañas en busca de
su sustento interrumpieron un silencio pavoroso, que en una noche
oscura, sin luna y sin viento, desvelaba una grey de más de cien
personas. Reunidas alrededor de la hoguera discutían, sin levantar
la voz, la estrategia a seguir en el momento de realizar el asalto de
la valla, que tendría lugar esa misma madrugada.
––Deberá tener
mucho cuidado quien consiga saltar la verja, porque los policías
españoles estos días atrás han matado a dos compañeros.
Posiblemente hayan suavizado los métodos represivos, pero no lo
sabemos; y por supuesto con los marroquíes— les advertía Huffam.
––Estaremos
atentos a todo lo que acontezca y trataremos de aprovechar las
posibilidades que se nos presenten–– dijo uno de los reunidos.
Unas cuantas
puntualizaciones sobre pequeños detalles de la operación puso fin a
la asamblea, y tras desearse suerte marcharon cada cual a su
campamento.
La noche del día
catorce de septiembre estuvo alterada por sonidos de sirenas por
varios puntos entre los montes de Rostrogordo y Gururgú. Desde poco
después de media noche y hasta las cuatro de la madrugada se
lanzaron en tromba sobre doscientos subsaharianos a la conquista de
la verja que les separaba de su futuro. Apenas salidos de los bosque
de pinos se encontraron con los gendarmes marroquíes que les
repelieron con violencia. Ibrahim se encontraba en la ladera del
Gurugú viendo la avalancha de los compañeros de su campamento.
Observó el atrevimiento de unos cuantos a enfrentarse a los
gendarmes, que se emplearon con saña. Algunos cuerpos yacían en el
suelo y el resto inició una huida dispar hacia su cobijo en el
monte, siendo perseguidos por la fuerza marroquí. Ibrahim que
contemplaba la persecución de sus compañeros corrió y puso en
aviso al resto de acampados, que abandonando todo lo que poseían
corrieron como locos hacia el interior del macizo montañoso, sin
saber muy bien hacia dónde. Ibrahim, junto a Huffam, su familia,
Sissé y unos pocos más corrieron en dirección hacia Farhana, por
sendas que conocían bien, lo que les daba cierta ventaja. A la
llegada al poblado se quedaron en las afueras, vigilantes, por si
veían venir los camiones o todo-terrenos de los gendarmes
marroquíes, para no verse acorralados.
Esa misma mañana
compraron leche, legumbres y agua, deambulando de un lugar a otro,
hasta llegada la tarde, en la que emprendieron el regreso al monte
Gurugú, no sin cierta cautela. De vuelta en el campamento, vieron
que estaba tal cual lo dejaran ellos en la madrugada, lo que les
indicó que la persecución se hizo en otra dirección. No obstante
debían estar muy atentos porque generalmente, siempre un asalto a la
verja iba seguido de alguna represalia y los gendarmes peinaban los
montes. Iban apareciendo compañeros del campamento y alguien les
informó que sobre las ocho horas de la mañana, en Rostrogordo,
habían llevado a seis compañeros heridos, dos de ellos con bastante
gravedad, hasta los acantilados de Aguadú entregándolos a la
Guardia Civil española para que fueran atendidos, aceptándolos
éstos.
En los cerros de
Rostrogordo se había intentado, también, el paso de la verja, con
resultados similares a los del monte Gurugú. Allí los policías
españoles aceptaron los cuerpos heridos de aquellos seis
infortunados, pero los de aquí no sabían la suerte que hubieran
podido correr.
––Nos
sorprendieron los gendarmes antes de llegar a la verja—, les
relataba uno de los asaltantes, que invirtió el sentido de los demás
en la huida. ––Cuando empezó la persecución huimos hacia el
este, pero yo me vine hacia aquí, pensando en que a uno solo no le
perseguirían. Consiguieron que desistieran en la persecución unos
centenares de metros más adelante. Les vi desde la distancia
retroceder a los gendarmes.
––Mejor que sean
tan gandules. Eso va a favor de nosotros aunque no debemos
confiarnos, en absoluto— apuntó Huffam.
––No sé los
cuerpos de compañeros que recogieron, yo vi recoger a dos, porque
cuando ya no les podía ver por el ramaje me vine hacia el
campamento.
––Vamos a montar
guardia dominando todos los puntos, no podemos distraernos. Sissé,
tú harás una guardia por la parte oeste donde fuiste con Ibrahim
ayer, si estás en condiciones...–– le encargó.
––Sí. Sí. Me
encuentro bien.
Después de designar
quienes estarían de guardia, cada cual siguió con su rutina. Esa
noche cenaron como si fuera un día de fiesta. La pequeña Yonaida,
una vez saciado el apetito y tras unos buenos tragos de leche quedó
dormida profundamente.
Ibrahim comentó
después de cenar que acompañaría a Sissé en su guardia, negándose
éste en principio para aceptar a continuación, por lo que se
dirigieron ambos a vigilar los movimientos de la policía en el punto
que le indicó Huffam a Sissé.
––Últimamente
nos han dado fuerte— le dijo Ibrahim a Sissé, ––han apresado
cerca de trescientos de los nuestros, las redadas en las poblaciones
limítrofes se están intensificando. Ya en el mes de enero nos
asediaron más de mil doscientos gendarmes y militares con
veinticinco todo-terrenos, tres helicópteros y guardia de
caballería, arrestaron casi a trescientos de los acampados, que al
día siguiente fueron conducidos hasta la frontera argelina en Oujda,
donde fueron abandonados. Debemos estar muy atentos.
––No te
preocupes, no me dormiré.
––Ya lo sé. Ni
yo tampoco.
––Tú puedes
dormir si quieres, te avisaré si hay cualquier anomalía.
––Yo apenas
duermo, Sissé. Hace mucho tiempo que perdí el sueño y cuando lo
hago siempre es con un ojo solo, el otro está despierto—. Rieron
ambos.
––¿Cuándo
pensáis saltar vosotros?
––Cuando las
condiciones sean propicias. No es que tengamos plena seguridad, pero
si que puedes calibrar los riesgos con una relativa eficacia.
––¿Dónde
piensas ir si consigues pasar?— Le preguntó Sissé.
––Si no me
deportan, primero quiero ir a Madrid y después a Barcelona y según
como esté la situación veré si me quedo en España o voy a algún
otro país europeo.
––¿Quieres
quedarte en España?
––Sí. Es un
buen País. Es el más próximo y de ciertas características
similares a las nuestras. Yo diría que incluso tiene ciertas
costumbres paralelas a las nuestras. Creo que de poder establecerme
estaría muy a gusto.
Desde la posición
que ocupaban veían con nitidez la ciudad de Melilla: el polígono
industrial, el Barrio Chino, el puesto fronterizo de Hardú, el
circuito de motocrós, el aeropuerto y las playas de la Hípica y los
Cárabos. Más a su derecha Beni Enzar y a lo lejos la inmensa Nador.
Había una tranquilidad reconfortante.
––Tú crees que
hay similitud en las costumbres españolas con las nuestras. Además
debes aprender la lengua, si no ¿qué posibilidades tienes?
––Claro que has
de aprender la lengua. Por esa regla de tres todos los emigrantes
deberíamos ir a Francia o Bélgica. ¿A caso allí no tendrías que
adaptarte a sus costumbres? Pues un poco más de dificultad, pero
nada más. Vivir en un país extranjero debe ser difícil para todo
el mundo, pero una vez adaptado ¿qué más da? Y por otra parte, al
menos, tienen sol muchas horas al día y muchos días al año, por lo
que deben tener costumbres parecidas a las nuestras. Digo yo.
––Yo no me veo
aprendiendo un nuevo idioma. Yo iré a Francia.
––Cuenta antes
con pasar la frontera y que te permitan quedarte, que no es tan fácil
hoy por hoy. Además la sociedad española está más sensibilizada
con la inmigración y es más tolerante con los negros.
Estuvieron varias
horas en su puesto de vigía sin que hubiera incidente que resaltar.
El perímetro fronterizo estuvo muy tranquilo, sólo cada media hora
pasaba una patrulla española o marroquí. Otro compañero del
campamento vino a sustituirles, eran las cuatro de la madrugada y
tras darse las novedades el recién llegado se quedó y los otros dos
volvieron al campamento.
Pasaron unos días
bastante tranquilos, no hubo redadas ni persecuciones. El personal
del campamento estaba elaborando escaleras con ramas de los pinos.
Escaleras rudimentarias pero que estaban seguros que serían
suficiente para poder escalar la valla con rapidez y seguridad.
Estaban preparando otro asalto, que llevarían a cabo apenas
estuvieran preparados. Las noches eran ya desapacibles. Hacía
bastante frío en el monte, se acusaba más por los vientos que
soplaban muy a menudo, generalmente del este, cargados de humedad. En
muchas ocasiones soplaba con bastante intensidad, lo que producía
más sensación de frío. En el campamento, Huffam, reunió a los
cabecillas de otros campamentos, de Rostrogordo y Gurugú en sus
diversas demarcaciones, para coordinar el asalto a la verja. No eran
cabecillas por sus posibles dotes de mando, sino más bien por la
antigüedad en los respectivos campamentos, en la mayoría de los
casos. Acudió, también, Ibrahim que trajo a Sissé con él, sin que
nadie protestara por ello.
––Debemos actuar
coordinados— comenzó Huffam a decir al grupo que le escuchaba
atentamente ––y al mismo tiempo en varios puntos, en oleadas,
cada treinta minutos, a la orden de cada uno de vosotros. De esta
forma cuando crean que han conseguido reducir a los primeros se verán
sorprendidos por los segundos y después por unos terceros, con el
fin de que no puedan actuar sobre los dos grupos de atrás. Habrá
que sacrificar al primer grupo en favor de los otros dos. Seguramente
un cuarto ya no podría intentarlo porque habrán llegado los
refuerzos…
-Huffam,
tendremos problemas con los que designemos para no saltar-
dijo el que vino de Rostrogordo.
-Sí.
Seguro que en mi campamento también tendremos problemas-
protestó otro.
-Entiendo
que todos estamos aquí por lo mismo. Pero debemos ser conscientes de
lo difícil que está resultando el paso de la verja desde hace un
tiempo. Si no conseguimos sorprenderlos no lo conseguiremos-
afirmó Huffam.
-Tu
plan es bueno, Huffam. Pero hay que ponerse en el pellejo de los que
han de sacrificarse en favor de los otros-
añadió el de Rostrogordo.
-El
plan no es mío, lo ha diseñado Ibrahim-
todos los asistentes le miraron con gratitud. -Por
otra parte, estoy de acuerdo con vosotros. Pero si no somos capaces
de convencer a los últimos que han llegado debemos desistir del
plan.
-Creo
que no podemos dejar pasar esta oportunidad. Es la primera vez que
podemos hacer un asalto organizado, y eso ni marroquíes ni españoles
se lo pueden imaginar. Yo si voy a convencer a los de mi campamento-
dijo el jefe del otro campamento del monte Gurugú.
-Sí
tienes razón. Yo también me comprometo a convencerlos a los de
Rostrogordo. Continua Huffam.
-Hay
que inculcar a la gente que debemos ser disciplinados para no correr
riesgos inútiles. Debemos confeccionar la mayor cantidad de
escaleras posibles para poder dejar unas en la primera valla y otras
en la segunda. Advertir a los que se lancen al asalto de la verja que
no griten cuando inicien la carrera, así tardarán más tiempo en
percatarse de la avalancha, y eso podría correr en nuestro favor.
Los niños deben ir sujetos a las espaldas de sus madres y a ser
posible con un pañuelo en la boca para evitar que puedan escuchar
sus llantos. Cada jefe de grupo dará las órdenes que considere
oportunas en cada momento, por si viera un peligro desmesurado y
tuviera que echar marcha atrás con la operación. Tendréis que
hablar cada cual con su grupo con convencimiento y exponer el plan
para ver quien lo intenta en el primer grupo, para beneficiar al
resto. Debemos prepararlo para fin de mes que nos dé tiempo a
coordinarlo todo.
––Para final de
mes es muy tarde–– protestó uno de los asistentes.
––Tiene razón,
Huffam. El día veinticinco estaría muy bien. Nos sobraría tiempo
para organizarnos.
––Hoy es
veintidós de septiembre, nos reuniremos para ver como van los
preparativos el veinticuatro, salvo que antes alguien deba comunicar
algo al resto. Si estamos todos de acuerdo el día veinticinco lo
intentaremos, si se dan las condiciones.
Todos asintieron y
hablaban unos con otros poniéndose en pie. Se deshizo la reunión y
cada cual se fue con los suyos para hacerles conocer los planes que
tenían y la estrategia diseñada que la habían considerado
acertada, comprometiéndose para el día veinticuatro exponer
cualquier duda o consideración que creyeran oportuna.
Huffam con su
familia, Ibrahim y Sissé permanecieron juntos, sentados entorno a un
fuego en el que calentaba Rachel leche para Yonaida.
––Ibrahim,
––irrumpió Huffam, de pronto–– espero que el día
veinticinco se pueda ejecutar el plan. Este plan es el tuyo, es el
que proponías con énfasis.
––Y sigo estando
convencido que es la mejor forma para conseguir nuestro objetivo
Huffam, y al mismo tiempo espero que sea un éxito en cuanto al
número de personas que podamos pasar la verja.
––La duda que yo
tengo es si el resto de grupos estarán dispuestos a esperar y
dejarse mandar por nosotros.
––Supongo que
habrá de todo. Si alguien ha programado el asalto antes de esa fecha
seguramente lo llevará a cabo, otros imagino que valorarán la
estrategia y se esperarán intentándolo cuando nosotros. Pero en
fin, eso no lo vamos a saber ahora. De todas formas, casi todas las
noches se produce algún intento, unos más masivos que otros, pero
prácticamente todas las noches; lo que seguramente no va a cambiar
mucho, creo yo. Pero, yo sigo pensando que nosotros debemos ser
fieles a nuestro proyecto y lo que hagan los demás no nos debe
preocupar demasiado— recomendó Ibrahim.
––Ya, eso es
evidente— aceptó Huffam. ––Nosotros nos mantendremos firmes
con nuestro plan. De todas formas esperaremos acontecimientos. Ya nos
toca, debemos ser nosotros quienes lo intentemos.
––Estoy
convencido de ello, Huffam.
––Eso sí,
debemos prepararlo bien. Si les pasará algo a Rachel y a Yonaida no
sé si lo soportaría.
––Por supuesto.
Lo estudiaremos detenidamente.
––Están
habiendo muchos muertos en estos últimos días. Son cuatro en menos
de veinte días y esto es preocupante.
––Todos sabemos
que lo que pretendemos hacer entraña un alto riesgo. Cada vez mayor,
por eso no debemos dejar pasar más el tiempo. No obstante y a pesar
de los muertos, que no dejan de ser más que números, están
consiguiendo entrar a España gran cantidad de asaltantes— enfatizó
Ibrahim.
––Ibrahim, ¿cómo
puedes hablar con esa frialdad de las personas y sobre todo de los
muertos?
––Frialdad
dices. Qué quieres si estoy tan acostumbrado a los vivos como a los
muertos. Me ha hecho mayor compañía la muerte que la vida. Huffam,
hemos ayudado a todo aquel que nos lo solicitó y pudimos hacerlo.
Seguiremos haciéndolo mientras nos sea posible, pero eso no
significa que tengamos que dejar de pensar en nosotros mismos y
además con prioridad–– le dijo a Huffam con un mohín duro,
clavando su mirada en los ojos de Huffam.
––Tienes razón,
pero al mismo tiempo... Si, debe ser así, como dices–– reconoció
Huffam.
En la tarde del día
veintitrés corría un rumor por el campamento que no gustó
demasiado a los conocedores del plan de Huffam. Comentaban que anoche
mismo hubo un intento de pasar la verja por Mariwari en el que se
utilizó un sistema similar, primero lo intentaron cincuenta personas
y a continuación veinte más. Fueron repelidos por la gendarmería
marroquí, quedando once heridos que permanecieron desde la madrugada
hasta las once de la mañana tendidos en el suelo, sin poder moverse,
hasta que fueron a socorrerles sanitarios del hospital de Nador,
acompañados de tres compañeros de los heridos que les dieron la
situación, siendo ellos mismos quienes les colocaron en las
camillas.
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