Capítulo
XXIII
Estaba amaneciendo
cuando entraron en la población de Afhir, junto a la pared del
cementerio Rahma, Sissé pidió a Sawaba que esperara un momento, él
se apartó metiéndose tras unos matorrales, se bajó los pantalones
y se extrajo del ano, el rollo envuelto en papel con el dinero que le
quedaba. Una vez desenrollado cogió cinco mil dirams y volvió a
formar el cilindro e introducirlo en el mismo lugar del que lo
extrajo. Sawaba temerosa de que Sissé pudiera utilizar alguna treta
lo siguió con la vista y vio la operación de Sissé, no podía
reprimir la risa, mientras Sissé le pedía que se callara. A Sawaba
le saltaban las lágrimas, era incapaz de dejar de reír, ante la
desazón de Sissé que no había sido capaz de ocultarse lo
suficiente y evitaba llamar la atención a toda costa. Unos hoyuelos
se marcaron en sus mejillas al tiempo que se enturbiaba su mirada
pícara. Dejando traslucir su belleza, apocada por su extrema
delgadez.
Entraron en Afhir y
tomaron la carretera de circunvalación Rocade d’Afhir.
––Sawaba hemos
de comprar algo qué comer y agua, llevamos dos días sin comer nada
y no podremos aguantar mucho más, y yo ya no bebo más agua de los
arroyos.
––Sí. Será lo
mejor— le dijo a continuación, ––yo me encargo de comprar en
el mercado, pero tendrás que enseñarme el culo de nuevo—
rompiendo a reír sonoramente, ante el gesto compungido de Sissé.
––Ya está bien.
Nos vas a delatar— le rogó Sissé, que contagiado de la risa de
Sawaba, rompió a reír también. ––Como si nunca hubieras visto
un culo.
––Sí, he visto
muchos y de todos los tamaños, pero nunca uno de cajero— apenas si
pudo terminar la frase, siguiendo ambos con las carcajadas.
––Tuve que
salvar el dinero en una ocasión y no se me ocurrió mejor lugar. En
algún momento te lo contaré.
Se encontraban casi
en las afueras de la población y una gran rotonda dividía los
caminos hacia Nador y hacia la parte norte del municipio. Vieron un
supermercado en el que estaban colocando canastas de frutas en el
exterior y Sawaba se acercó mientras Sissé permanecía en la
rotonda. Cuando llegó ella a su altura, le mostró la compra
realizada: dos botellas de agua, dos botellas de leche, una bolsa de
dátiles, unas aceitunas enormes y dos piezas de “khboz”;
en una segunda bolsa: dos “sfenzh” calientes que los
marroquíes tomaban en el desayuno, le había indicado el vendedor.
Los engulleron con avidez. Sissé le hizo volver a Sawaba al
supermercado para comprar dos piezas más de sfenzh. A pesar
de llevar toda la noche andando, se encontraban con ánimo de seguir
durante algunos kilómetros más, por lo que una vez rendida cuenta
de los sfenzh, una botella de leche y unos cuantos dátiles,
sentados bajo unos árboles, re-emprendieron el camino, siguieron al
lado de la carretera, por el margen derecho.
––Cuéntame lo
del dinero en el culo, Sissé— casi le rogó Sawaba.
––¿Tienes ganas
de reírte de nuevo? Es una larga historia— se excusó él.
––Como si nos
faltara tiempo.
––Te ha gustado
mi culo, eh.
––Sí. Aunque
más que gustarme me ha fascinado. Sobre todo su utilidad— le dijo
socarrona.
––¿Vas a seguir
haciendo las gracias sobre mi culo?
––No. No— se
apresuró a contestar Sawaba.
––Pues aunque te
haya causado risa, mi culo me ha salvado dos veces de que me
saquearan todo el dinero, y era bastante, te lo aseguro.
––Bien, empieza
a contármelo— le dijo, al tiempo que le cogió la mano a Sissé.
––Cuando yo
viajaba desde Kidal hasta Tlemcen, lo hice con un convoy de tres
camiones que llevaban mercancías diferentes, uno de ellos debía ir
a Tlemcen y era en el que yo viajaba, el chófer, que era un cabrón,
debe serlo todavía––, añadió, —cuando hicimos una parada en
Bèchar, a la hora de retomar el viaje planearon atracarme antes de
llegar al final del viaje. Cuando me di cuenta de la treta, le dije a
Mohamed ––el chófer—, que debía hacer mis necesidades que
volvía rápidamente y fue entonces cuando me introduje el dinero,
habiendo hecho, previamente, un cilindro en papel. No encontré mejor
sitio para esconderlo.
––Que asco, cómo
saldría— ironizó Sawaba.
––Bien, pero
continuó conmigo, aunque algo perfumado, he de admitirlo—
respondió Sissé. ––Cuando llegamos a Beni Ounif, es un
pueblo pegado a la frontera con Marruecos por el sur de Oujda,
pararon los camiones antes de entrar a la aldea, me robaron la
cantidad que yo tenía establecida pagarle al chófer que me llevó,
porque así lo había preparado previamente. Me pegaron, me echaron
al suelo y gracias a que los otros camioneros se interpusieron y le
obligaron a marcharse. Uno de ellos, llamado Missha “El Egipcio”,
me indicó por donde entrar a Fighig, en Marruecos, que está a unos
diez kilómetros de Beni Ounif, y me dijo que me pusiera en contacto
con la agencia de Transporte Le Champion, por cierto, Mussahid, su
dueño, está hospitalizado en Oujda, me dijeron unos ancianos,
porque había sufrido un accidente en la carretera. Fue quien me
llevó hasta Oujda. Un buen hombre. Desde entonces siempre he llevado
el dinero en semejante sitio.
¾Fuiste
bastante ocurrente.
¾Días
más tarde fui atracado, de nuevo, en Beni Enzar.
––Y te tocaron
el culo.
––Lo tomas a
risa, pero yo todavía tengo algo de dinero por llevarlo oculto en el
ano. Aunque en Beni Enzar me quitaron dos mil euros.
––¿Qué dices?
¡Dos mil euros!
––Sí, por mi
mala cabeza. No escuché a dos amigos que me ayudaron en el monte
Gurugú y bajé a Beni Enzar para contratar a un taxista que me
pasara a Melilla, me llevaron cuatro jóvenes que conocí en un bar y
le mostré el dinero al taxista para incitarle a aceptar la cantidad
que estaba dispuesto a darle por el servicio, en presencia de
aquellos cuatro energúmenos y me lo quitaron, éstos si me
propinaron una buena paliza, pero al menos el resto del dinero,
seiscientos euros continuaron conmigo, porque ninguno de ellos me
tocó el culo.
––Pero con esa
cantidad de dinero ¿no hiciste el viaje en avión? No lo entiendo
Sissé, te hubieras ahorrado todas esas penurias.
––Me hubieran
devuelto enseguida a mi país de origen. Además cuando yo salí de
Sikassó no tenía más que doscientos francos africanos. En Francia
les devuelven a los que llegan sin contrato de trabajo o sin lugar de
residencia, y en el aeropuerto te entregas tú a la policía.
––Tú podías
haber entrado perfectamente como turista en algún país europeo y
después desaparecer, lo hace mucha gente, sobre todo sudamericanos y
personas de Europa del Este.
––Bueno, mi
inteligencia es bastante corta. Y lo cierto es que tampoco he pedido
consejo a nadie—. Añadiendo: ––cuando me entregaron a los
gendarmes me dejaron sin nada, pero tampoco me quitaron el dinero. Me
quitaron un amuleto Tuareg con una piedra preciosa, cornarina, creo
que se llama.
––Cornalina––
le rectificó Sawaba. Es una piedra semipreciosa.
––Ah, no es
preciosa. Pues a mí me gustaba mucho, y a los cabrones de los
gendarmes también–– comentó Sissé con maliciosa ironía.
––Ja. Ja. Ja.––
Rió Sawaba el sarcasmo de Sissé. ––Yo estoy un poco cansada de
todo esto. Cuando tomé la decisión de ir a Europa no pensé que
pasaría por las calamidades que he tenido que sufrir. De haberlo
sabido no lo hubiera intentado, hubiera permanecido en mi País.
Había subsistido veintidós años, podía haber sobrevivido otros
tantos más. Es cierto que teníamos que hacernos oír, pero
posiblemente desde dentro también podíamos haber hecho ruido
enfrentándonos a los dirigentes, a la corrupción y a las
desigualdades sociales, que son muchas.
––¿Por qué
saliste de Nigeria? Qué pregunta más tonta... Pienso que no
diferirá mucho de mis motivos.
––No creo que
fueran muy diferentes de tus motivos, efectivamente. La corrupción,
la inseguridad, las violaciones. Todo un conjunto de cosas que
perturbaban mis pensamientos y mis posibilidades de vida.
––Sí difieren
tus motivos de los míos. Yo salí por hambre, por miseria, por
necesidad…
––Sí son
diferentes, pues. Yo pertenezco al pueblo Ogoni, en la región
del delta del Río Níger, nacida en Port Harcourt. La compañía
Shell, junto a otras tantas, explota los pozos petrolíferos de la
zona y han hecho verdaderas masacres con los lugareños y el entorno.
El periodista nigeriano Kenule “Ken” Beeson Saro-Wiwa, también
ogoni, nacido en la población de Bory, denunció tales barbaridades
y fue ejecutado en la horca después de ocho de sus compañeros
activistas: Sabado Dobee, Nordu Eawo, Daniel Gbooko, Pablo Levera,
Félix Nuate, Baribor Bera, Barinem Kiobel y Kpuine John, enumeró
con cierta solemnidad. Estas nueve personas fueron condenadas a
muerte en la época del dictador Ibrahim Babangida. Ken formaba parte
del gobierno de Babangida y dimitió al poco tiempo porque se dio
cuenta que no tenía intención de restaurar la democracia. Cuando
acabé mi carrera ––yo soy periodista–– tuve la posibilidad
de trabajar en un periódico de la ciudad de Kano, al norte del país.
––¡Qué
casualidad! Joseph también es periodista–– la interrumpió.
––No podía
ejercer mi profesión si no me dejaba seducir. Encima tenía que
aparentar que yo quería ser seducida— comentaba con la vista
obnubilada. ––Me asignaron el seguimiento de un ministro que
debía recorrer varias regiones del país, anunciando unas mejoras
que, lógicamente, no iban a cumplir. “Indiscutiblemente”
––arrastró la palabra–– me asignaron a un compañero, al
adjunto de dirección que era quien debía cubrir la información y
yo aprender de él. Bien, ya el primer día de viaje intentó abusar
de mí, como no lo consiguió, me dejó tirada en aquella población.
Cuando regresé al periódico y dije lo que había sucedido, me
echaron a patadas. Después tuve la posibilidad de trabajar en un
semanario y quise cubrir una investigación del caso del periodista
Ken Saro-Wiwa. Apenas le presenté el proyecto a la dirección tuve
el mismo resultado que en el anterior periódico, fui despedida sin
más explicaciones. Tomé la determinación de venir a Europa.
Durante el viaje, en Argelia, pararon los militares el camión en el
que viajábamos, a mí me violaron junto a otras tres mujeres más,
cinco soldados, uno tras otro, para después dejarme tirada, eso sí,
a escasos metros de la ciudad de Tamanrasset. Lógicamente no
denuncié— comentó con desesperante resignación.
––Tampoco me
sorprende tanto, porque con todos los africanos que pretendían pasar
la frontera y he hablado, todos, absolutamente todos, cuentan
verdaderas vejaciones, escarnios y sufrimientos impensables. Pero aún
así, no me hago a tanto sufrimiento. Y yo me lamentaba porque nos
llevaron esposados en autobús hasta los confines de Marruecos...
––Te agradezco
tu comprensión, Sissé. Pero si los hombres estáis pasando
calamidades, no tienen punto de comparación con las que sufrimos las
mujeres: nos violan tanto militares, como policías e incluso los
propios compañeros de viaje, sin el menor pudor. Yo fui violada por
tres compatriotas en el desierto y abandonada junto a otras cuatro
mujeres más, de ahí mi renuncia a estar con mis compañeros en el
campus. Muchas de las mujeres han desaparecido sin dejar rastro,
algunas de ellas con bebés, seguramente secuestradas por mafias o
grupos de delincuentes para obligarlas a prostituirse, o quién sabe
si devoradas por las alimañas, ¡que más da! Tras una pausa
añadió: —a nadie le importamos. ¿Sabes como nos consideran? Como
nada, basura. No somos nada para ellos. No sólo para los gendarmes y
militares, también para el pueblo llano somos lo mismo, ¡nada!
––¿Qué edad
tienes, pues, veinticuatro?— Le preguntó Sissé.
––Veinticuatro
años— respondió. ––He tomado la determinación de que esta
será mi última tentativa. Si no consigo pasar y quedarme en España,
me vuelvo a Nigeria y ya veremos… Yo creo que las autoridades
europeas no se han planteado el considerar el resultado de estas
expulsiones de sus territorios. Nosotros, los expulsados, volvemos a
intentarlo una y otra vez, en un lugar u otro, en una frontera u
otra, a nosotros no nos importa el país, lo que nos importa es ser
aceptados en cualquiera de ellos. Sólo unos pocos consiguen su
objetivo, la mayoría nos vemos una y otra vez abocados al fracaso,
en el mejor de los casos. Estas devoluciones a las fronteras de
origen son estériles, no benefician más que a los grupos de
delincuentes organizados que nos saquean lo poco que hayamos podido
esconder a los gendarmes, o nos violan tanto a mujeres como a algún
joven.
––¿Cómo dices?
¿A los hombres también les violan?— Preguntó, Sissé, alarmado.
––Naturalmente.
Lo que sucede es que proporcionalmente es un porcentaje bajísimo con
relación a las mujeres. Pero, por supuesto que también hay
violaciones de hombres— le aseguró Sawaba. ––No creas que son
sólo salteadores o delincuentes comunes quienes cometen estos
crímenes, igualmente perpetran estos delitos los mismos policías y
militares, tanto de Argelia como de Marruecos..., no hay gran
diferencia de unos a otros. Lo cierto es que no se entiende muy bien
la actitud de Marruecos, por un lado te facilita un visado de corta
estancia y por la otra te lo requisa si te detienen en alguna redada,
junto a todo aquello que te pillan de algún valor, sobre todo dinero
y teléfonos móviles. Salvo para justificarse ante la Unión
Europea, no se puede comprender esa forma de actuar. Es cierto que
Europa ejerce una fuerte presión, sobre todo a Marruecos, para que
impermeabilice sus fronteras, a cambio de un estatus privilegiado y
conseguir mejoras económicas y financieras. Les han aprobado el
envío de cuarenta millones de euros para que expulsen de su
territorio a todos los subsaharianos que actualmente nos encontramos
aquí. ¿Has visto mayor cinismo? Pero no creas, nosotros, los
subsaharianos, somos la escusa perfecta para esconder el escarnio y
el drama que sufren los propios magrebíes, que nos doblan o
triplican en número de emigrantes y apenas si se habla de ello.
––¿Tienes en
Nigeria alguien que te espere?— Le preguntó con cierta desazón.
––No. Salvo mis
padres y hermanos. ¿Tú sí?
––Sí. Yo sí he
dejado a una mujer que deseo me espere–– enfatizó. ––Se
llama Aicha, hace una semana que no hablo con ella. La última vez
que hablé con ella fue desde Melilla.
––Qué quieres
que te diga, que tienes suerte o que no. En nuestra situación es un
problema añadido, tener a alguien que te pueda condicionar— le
dijo Sawaba al tiempo que le soltó la mano.
––No tiene por
qué condicionarte. Yo creo que puede ser un aliciente para conseguir
tu objetivo.
––Yo no lo creo
así. En momentos críticos te puede hacer dudar algún comentario
que te hiciera antes de partir, o incluso después de emprender el
viaje. Algo por lo que tú te puedas considerar en deuda con ella.
––Lo único que
le prometí fue que si llegaba a tener mi vida en peligro desistiría
y volvería con ella, bueno, aparte de ir a buscarla una vez
instalado en Francia. Hace casi un año que nos separamos¾
dijo Sissé. Además, ¿sabes?, está esperando un hijo.
¾¿Tuyo?
¾Sí,
bueno…, eso creo.
¾¿Cómo
que eso creo? O es tuyo o no lo es.
¾Bien,
tengo dudas.
––Y dices que no
crees que te condicione esa promesa¾
hizo una pausa. ¾A
caso no has tenido riesgo de perder la vida cuando has saltado la
valla. Te recuerdo, que ya van varios muertos por disparos de los
gendarmes, o muchos muertos en los que intentan cruzar el Estrecho
desde Ceuta y Melilla. Qué te dice que no podías haber sido tú uno
de ellos. O bien esos veintitantos autobuses que salieron de Oujda y
fueron llevados esposados unos con otros hasta los confines de
Marruecos por el sur y varios días después reconducidos hasta la
frontera con Mauritania donde fueron abandonados en el desierto, sin
medios.
––Yo fui en uno
de esos autobuses, fui esposado junto a Joseph y nos llevaron hasta
la aldea de Aouina-Souatar, justo poco antes de Figuig, el oasis de
la frontera con Argelia, que ya te comenté. Visto así, puede que si
tengas razón, pero hablemos de otras cosas, por favor.
––Quieres hablar
de ella, ¿eh? Por eso me has preguntado si tenía alguien quién me
esperara.
––No. No es eso.
Ha sido sólo por cambiar de conversación. Los sucesos, casi todos
terribles, me angustian bastante y...
––No te creo.
Mientes muy mal–– le interrumpió. ––Aunque no creo que sirva
de mucho te daré un consejo, no olvides que soy mayor que tú: vive
el día a día, no te atormentes por no conseguir tus objetivos a
corto plazo. Disfruta del día que ves amanecer y de aquello que
tengas a tu alcance, si has de conseguir tu propósito lo conseguirás
pero no porque tú decidas cuándo.
––Por favor
cambiemos de tema. Mi ánimo no está para hablar de esas cosas.
¾¿Por
qué no vuelves con ella, si está esperando un hijo tuyo…?
¾Ya
te he dicho que tengo dudas de si será mío. Sawaba me gustaría no
hablar de esto.
––¿Esta
carretera nos lleva hasta Berkane?— Le preguntó Sawaba, esbozando
una sonrisa maléfica.
––No, ésta nos
lleva hasta Saidïa, la que lleva hasta Berkane es la N-2 que vimos
anoche cuando tomamos la circunvalación.
––Pues demos la
vuelta. Por Berkane se llega muy bien al Monte Gurugú y sin ver
prácticamente policía. Yo conozco el camino— aseguró.
––Pero cómo
vamos a dar la vuelta ahora, ya llevamos muchos kilómetros
recorridos— protestó Sissé.
––Es igual,
Sissé, el camino es más corto por Berkane. Hazme caso, nos lo
indicaron unos lugareños de una aldea muy próxima a Ahfir.
Sissé aceptó, no
de muy buena gana, la sugerencia de Sawaba y volvieron por donde
habían venido. Tomaron la N-2, un cartel anunciaba la ciudad de
Berkane a veinte kilómetros, ella le explicó que desde Berkane
había sesenta y tres kilómetros hasta Nador. Esa seguridad de
Sawaba dejó a Sissé algo más tranquilo, que recordó el viaje
anterior en el que recorrería alrededor de los cien kilómetros
desde Ahfir. El agotamiento empezaba a hacer mella en ambos y
decidieron buscar un lugar donde cobijarse y descansar. Se adentraron
unos kilómetros en la N-2 y a la altura del cruce de Aichoun, una
gran pinada junto a la carretera les pareció un buen lugar donde
descansar. Durmieron profundamente y sobre media tarde despertaron
sin que nadie les hubiera molestado. Se sentían radiantes, estaban
sentados, muy juntos, apoyados sobre un gran tronco de un cedro
enorme, Sawaba dio un beso a Sissé en la mejilla, ante la sorpresa
de éste.
Y ¿eso?— Le
preguntó Sissé.
––El beso es
simplemente por haberme hecho caso y tomar esta carretera— le dijo
Sawaba con cierta picardía. ––Pero si no lo quieres me lo
devuelves–– le sugirió con gesto desafiante. ¾Ahora
podremos viajar de día sin tanto peligro.
––Bien. Ya
veremos, si es como dices–– comentó algo escurridizo. ––Oye.
¿Cómo sabes tú que los de los autobuses abandonados en
Aouina-Souatar fueron reconducidos a la frontera con Mauritania?
––Se comentó en
el campus. Muchos de ellos vieron partir a los autobuses de Oujda y
algunos de los estudiantes comentaron la operación, dijeron que se
unirían a los de Aouina-Souatar para llevarles hasta Guelmine en la
frontera de Mauritanía. Además ha habido mucho revuelo con las ONGs
que lo han denunciado, asegurando que fueron abandonados en el
desierto del Sahara. Por otra parte, recuerda que soy periodista y
cuando veo un periódico lo leo.
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