Capítulo
XXIV
Sissé permaneció
bastante tiempo en silencio mientras caminaban a la luz del día.
Pronto llegaron a la pequeña población de Ain Reggada. Sissé
compró una mochila para llevar a la espalda y dejar las bolsas de
mano que eran incómodas para caminar. Tras reponer algo de comida
retomaron el camino hacia Berkane, que alcanzaron sobre media noche.
Dejaron la urbanización de Bab Al Madina a su derecha y siguiendo
por la N-2, que en la ciudad estaba reseñada como Boulevard Mohamed
V, se adentraron hasta el mismo corazón de la población. Quedó
atrás la Biblioteca Laymoun y el Hotel Zaki, el Estadio Municipal de
Berkane, la Mezquita, la Plaza de Mohamed V y el gran Parque de las
Cigüeñas Blancas. Salieron de la ciudad por el barrio de Sidi
Slimane Charaá, sin haberse cruzado con un solo gendarme.
Tras cuatro días de
viaje sin sobresaltos, llegaron al pueblo de Selouane, a diez
kilómetros de Nador, más al norte, en el interior. El día
diecinueve de octubre alcanzaron el Monte Gurugú por su cara sur,
desde la población de Segangan, evitando así entrar a Nador y Beni
Enzar. Una vez en Beni Chiker tomaron dirección Noreste ascendiendo
y descendiendo barrancos, hasta que avistaron la ciudad de Melilla,
Beni Enzar y Nador desde lo alto. Sissé no tardó en reconocer el
terreno como le explicó a Sawaba, que mostró su satisfacción. Al
poco de caminar llegaron al lugar donde estaba ubicado el campamento
en el que Sissé, junto a Ibrahim, Huffam y otros tantos se lanzaron
al asalto de la valla. Se dirigió hasta el pino en el que enterró
su documentación, rescatándola de nuevo. A medida que recorrían la
zona del monte en la que estaba asentado el campamento, Sissé, le
explicaba a Sawaba todo lo que se hizo en aquellos días y cómo se
planeó la estrategia del asalto a la verja. Le habló de la mujer y
la niña de Huffam. Pronto se presentó un hombre negro que les
sobresaltó, reconociéndose al momento, se fundieron en un abrazo,
ante la mirada de Sawaba que parecía reconfortada.
––¡Simone! Es
uno de los encargados de grupo que se reunió para diseñar la
estrategia a seguir en el asalto masivo del día veintinueve de
septiembre–– le presentó a Sawaba.
––¿Cómo es que
estás aquí?— Le preguntó Sissé.
––Yo no pude
saltar. Tropecé en la carrera y caí, mi mujer y mi niña si
pasaron.
––Sí pasaron,
yo estuve con ellas.
––¿Estaban
bien?
––Sí. Sí. La
niña estaba perfectamente, jugueteaba con Huffam. Tu mujer sólo
tenía una pequeña herida en la pierna, pero salvo eso estaba muy
bien¾ evitó
decirle la importancia de la herida de su mujer. ¾Se
lamentaba de que tú hubieras quedado atrás. Pero ya no sé cómo
quedaron ellas, porque a mí me entregaron a los marroquíes y me
llevaron hasta el sur de Marruecos y he estado vagando hasta ahora.
––Te agradezco
la información. No sabía nada de ellas–– dijo con lágrimas en
los ojos. ––A mi me molieron a golpes y quedé inconsciente en el
suelo, cuando desperté oía a lo lejos las sirenas y los gritos de
los perseguidos, no había nadie alrededor mío y emprendí la vuelta
al monte. Supongo que me darían por muerto y pensarían pasar a
recogerme más tarde, pero el caso es que no me quedé para
comprobarlo. Todavía me quedan restos de mi desdicha–– les
mostró su pie izquierdo bastante inflamado todavía. ––Entonces
tú ¿conseguiste saltar?
––Sí, lo
conseguí. En el asalto de la noche— le aclaró. ––Al día
siguiente coincidí con Huffam, su mujer y su niña, y con tu
familia que estaba junto a ellos. Huffam si tenía un herida más
profunda que le mantenía vendado y caminando con dificultad. Yo
también resulte herido con cortes y poco más— al tiempo le mostró
la cicatriz.
––Sissé, el
corte no fue pequeño.
––No, pero curó
bien. Tampoco fue excesivamente profundo. Después tuve que ir a un
hospital y me limpiaron la herida y me curaron de nuevo y ya no hizo
falta más.
––¿Sabes qué
ha sido de Ibrahim y de Huffam?
––No. Ya no he
sabido nada más. Te iba a preguntar yo por ellos, si tú habías
oído algo.
¾De
Ibrahim, me contó Huffam, que después de dejar sanas y salvas a su
mujer y a su niña, él desapareció entre las calles del Polígono
Industrial y cuando a mi me expulsaron Huffam todavía permanecía en
el C.E.T.I., junto a su familia y la tuya; pero ya no he sabido nada
más de ellos.
––Por aquí
tampoco se ha oído ningún comentario sobre ellos. Sí se ha hablado
de que varios convoyes de camiones y autobuses han salido para Oujda
en varios días distintos, pero tampoco sabemos nada más. Pero
cuéntame cómo viste a mi familia, por favor.
––Es que no te
puedo decir nada más, que lo que te he dicho. Lo cierto es que
estaban muy bien, al menos mientras yo estuve con ellas, porque a los
dos días me entregaron a los gendarmes marroquíes y me llevaron a
unas celdas en Nador. Y tú, ¿dónde estás? ¿Estás solo o
acompañado?
––Hemos montado
el campamento más hacia el Este, hacia la parte en la que yo estaba
anteriormente. Pero hemos sufrido varias redadas, incluso con perros
y helicópteros. Han detenido a muchos, Sissé. Ahora vivimos con
inquietud, aunque en varios días no nos han molestado. ¿Queréis
venir?
––Sí. Te
acompañaremos, aunque no te aseguro que nos quedemos, quiero probar
por Rostrogordo, ver qué posibilidades hay.
––Las
posibilidades son muy similares Sissé. No hay grandes diferencias.
––¿Habéis
vuelto a intentarlo?
––No. No. Ya te
he dicho que hemos tenido varias redadas. Están muy vigilantes desde
que se saltó la verja dos veces en el mismo día. Aunque siempre hay
alguien que lo intenta. Ahora están reparando la verja. Y se oyen
rumores de que la van a elevar a seis metros.
––¿Seis metros?
Se encaminaron hacia
el nuevo campamento que se hallaba situado a un kilómetro más o
menos del que ocupaban antes. Desde éste se divisaba muy bien Beni
Enzar y Nador, La bahía de la Mar Chica y la parte sur de Melilla,
donde está el puesto fronterizo de Beni Enzar. Era una zona de
cedros y encinares que colmaban el ambiente de su perfume, remarcado
por una humedad que se posaba sobre la arboleda. <<Es mucho más
pequeño que el que teníamos más arriba>> se dijo Sissé.
Como si Simone hubiera adivinado el pensamiento de Sissé, les guió
por un sendero amplió que giraba hacía la izquierda, desde donde
vieron un amplio despliegue de chabolas. Empezaba a caer la tarde y
el crepúsculo era espectacular, le recordó a Sissé las
conversaciones con Ibrahim sobre la belleza de las puestas de Sol en
Melilla. Sawaba no se separó ni un momento de Sissé, hasta el punto
de llevarlo cogido de la mano.
Caída la noche,
Sissé y Sawaba ocuparon un pino libre cerca de dos chozas, aunque
sólo contaban con unos cartones pinchados entre el ramaje que
cubrían del relente nocturno. Durmieron abrazados. Sawaba le dijo
que siempre tenía frío, aunque Sissé estaba convencido que no era
ésa toda la razón. Sawaba era una mujer menuda, de media estatura.
Sissé estaba convencido de que su delgadez se debía a la falta de
alimentación. Sus cabellos ondulados y cogidos en una pequeña cola
y negros como el azabache contrastaban con sus dientes blancos,
homogéneos y de un tamaño medio. Su nariz pequeña y sus ojos no
muy grandes le daban más un aire europeo que africano; salvo por su
tez, igualmente, de un negro de intenso brillo. Pero si algo le hacía
más atractiva era su mirada pícara y su lengua vivaz, siempre
encontraba un motivo para hacer una broma, incluso de sus propias
desgracias personales, destacando unos hoyuelos en sus mejillas
cuando reía.
A la mañana
siguiente se marcharon hacia Rostrogordo, tras despedirse del hombre
que les trajera hasta el campamento. En Rostrogordo habían montado
un nuevo campamento, después de varias redadas de los gendarmes y
fuerzas auxiliares de Marruecos. Cuando llegaron Sawaba y Sissé,
muchos de los habitantes de los Pinares, saludaron con cariño a
Sawaba, y ella les correspondió de igual forma. Se contaron entre
ellos las distintas suertes corridas por unos y por otros. Se
escucharon infinidad de historias, todas ellas horrendas. Cada día
que pasaba se sentían más inseguros porque las redadas habían
aumentado tanto en número de operaciones como en cantidad de medios
y de policía, ya bien militares o gendarmes o ambos cuerpos
coordinados. Sissé y Sawaba buscaron un lugar donde cobijarse y en
un pino bajo colocaron varios cartones atravesados por las ramas que
hicieron de dosel.
––Sawaba, este
campamento es una ratonera de la que no podremos salir si hubiera una
redada–– le advirtió Sissé, que desde que llegaron lo estaba
escudriñando.
––¿Por qué
dices eso?
––Porque está
en una hondonada sobre las faldas del monte. Para salir de aquí
tenemos que ascender. Todos los accesos están en alto, los gendarmes
no tendrían más que esperarnos sentados...
––Bien, si no te
gusta nos iremos, Sissé. Pero después de unos días, descansemos
unos días y luego nos marchamos a donde tú quieras.
Sissé ya no le dijo
nada más, quedó con su quimera.
Al día siguiente de
estar en el campamento les sorprendió una redada. Bloquearon a todos
los que vivían en él. Gendarmes con perros, militares con el apoyo
de dos helicópteros un gran número de todo-terrenos perseguían y
detenían a todo ser viviente, del que no se escapó Sissé de ser
detenido. Sawaba había bajado esa misma mañana a un caserío que
había tras el Parque Forèt Trifa, junto a los Pinares de
Rostrogordo, para pedir algo de comida y agua. A su regreso los dos
únicos ocupantes del campamento que se habían librado de la redada
la informaron de lo sucedido.
––Se los han
llevado a todos detenidos en furgones policiales y camiones del
ejército.
––¡Maldita
sea!–– Gritó. ––Sissé me lo advirtió que esto era una
ratonera de la que no podríamos escapar y yo le pedí quedarnos unos
días–– decía en medio de un llanto incontenible.
––Me voy a
buscarlo–– dijo, mientras se golpeaba en la cabeza con ambos
puños.
––¿Estás loca?
¿Dónde vas a ir? Es mejor que te quedes aquí. Él sabrá dónde
buscarte cuando pueda regresar.
Un mes tardó Sissé
en volver al punto del campamento del que fue arrancado. El encuentro
con Sawaba resultó de lo más emotivo. Se abrazaron con fuerza, él
la levantó en el aire y giró varias vueltas con ella en volandas.
Un mar de lágrimas invadió el ambiente, no sólo de ellos dos,
también de muchos de los nuevos congregados en el campamento que
sabían de su separación. Sawaba le besaba incesantemente. La cara
de Sissé, sucia, llena de polvo, surcada por las lágrimas, y
tachonada por los besos de Sawaba, le daba un aspecto siniestro. Uno
de los acampados trajo un poco de agua en una botella y se la ofreció
para lavarse. Sissé se lo agradeció, se lavó la cara con energía.
Pasó su brazo por los hombros de Sawaba que le sujetaba por la
cintura y se apartaron del resto. Ella apoyaba su cara sobre el pecho
de Sissé con una ligera presión, su rostro irradiaba alegría, y su
sonrisa volvió en aquel mismo instante que vio llegar a Sissé,
después de muchos días sumida en la pesadumbre.
––Perdóname
Sissé–– le repetía una y otra vez por haberte retenido en aquel
agujero.
––Ahora ya estoy
aquí. No te atormentes más. Tampoco nos dio tiempo a cambiar de
lugar, nos cogieron al tercer día de llegar.
A pocos metros de
allí se detuvieron entre dos pinos no muy altos, en los que Sawaba
había dispuesto unos plásticos que hacían de dosel, bajo el que se
guarecía. Habían desplazado el campamento varios centenares de
metros más al Oeste, sobre un alcor desde el que se dominaban los
caminos de acceso.
Aquellos cuerpos
demacrados eran una sombra de lo que fueron, pero al menos ahora
estaban juntos de nuevo. Sawaba besaba de forma constante a Sissé
que le correspondía de cuando en cuando. El semblante de Sissé
había cambiado al mismo tiempo que su cuerpo; lo que antes era un
rostro alegre, vivaz, ahora no reflejaba más que un rictus penoso,
desdibujado, a pesar de haber cobrado algo de ánimo al llegar de
nuevo al campamento y encontrarse con Sawaba.
––Llegaron por
sorpresa los gendarmes y las fuerzas militares¾
comenzó a relatar Sissé. ¾Llevaban
perros y habían bloqueado todos los caminos. Después de haber
iniciado la celada aparecieron todo-terrenos por todas partes––
relataba a Sawaba. ––El campamento lo tenían bien controlado
desde hacía tiempo, estoy seguro. No pudimos ni movernos¾
hizo una larga pausa.
¾Fuimos
llevados a la comisaría de Nador y de allí a unos pabellones en las
afueras, en los que estábamos hacinadas más de seiscientas
personas, llegadas de todas partes: de Beni Enzar, Nador, Tánger. No
teníamos aseos, ni comida, apenas nos daban un poco de agua, de
nuevo se repetía la historia. A los dos días nos subieron a los
autobuses y nos llevaron a Oujda y de allí, sin detenernos en el
camino, a un punto fronterizo de Argelia, por el que pasamos de noche
y nos adentramos durante más de dos horas, entre montañas. Habían
mujeres embarazadas, niños…, fue horrible. Yo sabía que tenía
que caminar hacia el Oeste, y eso hice cruzando barrancos, arroyos
––al menos agua no me faltó–– (dibujó una sonrisa macabra);
¾al
cabo de una semana me encontré en Guenfouda, y mi alegría fue
inmensa. Ya sabía dónde estaba, había pasado por allí, Oujda
estaba más al norte. Seguí caminando hacia el Oeste, con la certeza
de que algún día llegaría hasta aquí, estaba en el camino
correcto. Cuando llegué a El Aioun, me di de bruces con un cartel
que anunciaba Sidi Bouhria, por una carretera que salía por la
derecha, hacia el norte y recordé esa población que estaba
anunciada en la N-2 cuando vinimos juntos caminando y volví a hacer
la ruta que hicimos hasta aquí— finalizó Sissé, dándole un beso
en la frente a Sawaba, que no podía pronunciar palabra por la
emoción.
Se desprendieron de
la ropa raída que llevaban y sus pechos se apretaron el uno con el
otro. El roce de sus carnes hizo que subiera la excitación de los
dos. No hablaban, sólo de cuando en cuando algún gemido acompañaba
al fulgor del momento. Sawaba sentía el peso del otro cuerpo que,
oprimiéndole sus senos, le transmitía calor. De cuando en cuando
Sawaba se apretaba aún más contra el cuerpo de Sissé, como si
quisiera fundirse en el cuerpo de él. Un gozoso placer empezó a
fluir del cuerpo de Sawaba que se estremecía, abandonándose a su
ansiada suerte.
Pasaron muchos meses
desde su regreso a los Pinares de Rostrogordo, librándose de varias
redadas. Siempre que habían cambiado de ubicación, Sissé, elegía
el punto en el que situarse. Sissé se encontraba desesperado, hacía
más de diez meses que se había quedado sin dinero. Tanto él como
Sawaba habían llegado a beber agua de los charcos cuando había
llovido, incluso agua del mar cuando no tuvieron otra para beber. Una
extrema delgadez se reflejaba en sus cuerpos. Sissé tenía los ojos
hundidos, los pómulos resaltados, la suciedad se adueño de él. Su
carácter se había vuelto irascible, hasta el punto de haber tenido
un par de riñas por cosas banales. Sissé se había convertido en un
espectro de lo que fuera, Sawaba ya lo era cuando se cruzó en la
vida de Sissé.
––Sawaba, mañana
si el mar está bien intentaré pasar a nado a Melilla.
––Qué dices.
¿Tan buen nadador eres para salvar la distancia y las corrientes?
––No aguanto
más. He de intentarlo o me volveré loco, Sawaba. No quiero seguir
viviendo así. Me niego a vivir así.
––La situación
es desesperada, desde luego, pero lo que pretendes es un suicidio.
––¡Pero
moriremos aquí!
––No, Sissé. No
moriremos aquí. Sólo tenemos que tener la voluntad de vivir y
luchar para conseguirlo. Podemos intentar encontrar trabajo y llegar
hasta Ceuta, allí con mil euros podemos pasar el estrecho en una
patera. Pero no debemos desesperar. No podemos perder la cabeza.
Debemos trazarnos un plan, crear un proyecto y luchar por él, Sissé.
No desmayes tú ahora, tú no, por favor— le suplicó casi en un
sollozo, abrazándose a él con fuerza.
––Siento mucho
darte esta imagen— le dijo con lágrimas en los ojos y con su brazo
por encima de los hombros de Sawaba, —pero me encuentro muy
desanimado. No esperaba verme en esta situación al cabo de casi dos
años fuera de mi casa. En este tiempo ya daba por sentado que
estaría debidamente instalado.
––Hagamos el
amor, Sissé. Después nos encontraremos mejor. Veremos las cosas
desde otro punto de vista.
––Perdóname,
Sawaba. Mi cabeza ni mis sentimientos están en estos momentos en
disposición de nada–– se disculpó apoyando la cabeza sobre el
hombro de ella, sollozando.
––¡Eh! Sissé.
¡Ya está bien! Vamos a dar un paseo. ¡Anda! ¡Vamos!— le propuso
enérgicamente, al tiempo que tiraba de él.
––Creo que he
pretendido nadar en un mar embravecido. Sin tener en cuenta la fuerza
de las mareas-
divagaba en voz alta. Mientras frotaba sus ojos con el reverso de su
mano. ––Creo..., pero hay que ser idiota..., me pareció que
apenas llegara al monte Gurugú, un día me encontraría
tranquilamente en España y me brindarían pasar a la Península y
después proseguir viaje hasta Francia. Qué ingenuo... No he
encontrado una buena acción desde que salí de Malí, salvo de
algunos acampados como nosotros.
––No te
atormentes más, por favor. Tú eres fuerte. Siempre te has
sobrepuesto a las adversidades...
––Te parezco un
hombre fuerte... No soy más que un fracasado, Sawaba. He dejado a mi
familia a su suerte, yo podía haber perdido la vida y todavía estoy
en el mismo lugar, no he avanzado nada. Y sabes lo peor de todo esto,
que no puedo decirle a mis padres cuál es mi situación real. Todo
lo bueno que me sucedió dentro de mi País, creo que no eran más
que trampas que el destino me puso para continuar adelante, así como
el ir superando los traspiés que fui padeciendo desde que entré en
Argelia y más tarde en Marruecos. No podían ser otra cosa. Tenía
que convencerme a fuerza de sufrir en mis propias carnes toda la
infamia del ser humano...
––No debes
pensar así, Sissé. Aquí también hemos encontrado gente bondadosa,
que nos ha socorrido al darnos agua, o algo de comer.
––Estoy cansado,
muy cansado–– le decía a Sawaba, mientras lloraba con amargura.
––Estás pasando
un mal momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión
que siempre has tenido por llegar a Francia. Pasaremos, un día
pasaremos, no lo dudes. Vamos Sissé, demos ese paseo.
Sawaba volvió a
tirar de Sissé hasta hacerlo caminar.
Después de un buen
rato de paseo volvieron al campamento y Sissé se acostó en la
improvisada tienda, bajo los pinos. Se encontraba muy mal, su
respiración era descompasada, no dejaba de llorar como un niño y
temblaba. Sissé estaba irreconocible y Sawaba se sentía muy
preocupada.
––«Campos
llenos de hienas que emana la tierra vienen hacía aquí, Aicha.
Montones de hienas me rodean y me acechan y luego se sumergen en la
arena. Hay miles de hienas, vienen por todas partes–– decía con
voz trémula, casi inaudible. ––Yo clavo mis uñas en la tierra
pero no consigo excavar y esconderme. ¡Cada vez están más
cerca!»–– Deliraba entre convulsiones.
Sawaba le pasaba su
mano por la frente para enjugar aquel sudor frío, al tiempo que le
echó unos cartones por encima. El nombre de Aicha todavía le
sacudía en las sienes, pero ella no cejaría en su empeño, sabía
que era fruto de la fiebre y que pronto pasaría. Sissé consiguió
dormir y Sawaba no se apartó un momento de su lado. Un abundante
relente caía aquella noche por una densa niebla que ocultaba el
campamento y calaba hasta los huesos. Un fuerte olor a eucaliptos y
pinos se respiraba en aquella siniestra noche de Rostrogordo. Sawaba
de cuando en cuando lloraba al ver a Sissé desvalido, hundido,
perdido en su inconsciencia.
Los días se
sucedían y Sissé apenas si experimentaba mejoría, más bien al
contrario, apenas si hablaba, sólo respondía a Sawaba con
monosílabos y no a todas sus preguntas. Tenía la vista perdida, los
ojos empequeñecidos, hundidos. Los llantos se habían hecho
compañeros inseparables de aquel hombre. Sawaba estaba inquieta y
muy preocupada por Sissé, cada vez le resultaba más difícil
hacerle hablar, ni siquiera su familia ni sus recuerdos ni sus planes
eran motivos dinamizadores para sacarle dos palabras seguidas.
Aquella angustia la ahogaba.
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