Capítulo
XXVII
Había pasado casi
un año desde que Sissé y Sawaba, se presentaran en casa de Rachid.
Sissé llevaba unos días muy inquieto, irascible, algo impropio en
él, sobre todo desde que supo de la muerte de Be. Fátima les
anunció a Sawaba y Sissé que en breves días sería la Fiesta del
Cordero, sobre mediados de diciembre, por lo que todos deberían
estar contentos, les dijo, con la intención de calmar el ánimo de
Sissé. El anuncio de Fátima le dio pie a Sissé para concretar la
fecha de partida, que sería inminente. Antes quería comentarlo con
Sawaba a pesar del distanciamiento ostensible entre ambos. Esa misma
noche estando en la cama con ella le cogió sus manos con ternura y
le contó sus planes.
––Sawaba, he
pensado en que ha llegado el momento de marchar e intentar pasar la
frontera por Ceuta— le dijo. ––Y creo que la fecha más idónea
para hacerlo es en Febrero, una vez hecha la siembra. Tú ¿qué
dices?
––Sissé, le
estás dando demasiadas vueltas a tu partida.
––¿Cómo? ¿Tú
no tienes intenciones de partir?— La interrumpió.
––No. Yo no me
voy. Estoy muy bien aquí. Tengo trabajo, me respetan y posiblemente
empiece pronto a trabajar en el periódico de Nador. Yo no voy a
arriesgar más mi vida, por conseguir qué...— le dijo Sawaba.
––Sawaba, no me
esperaba tu decisión. Creía que buscábamos lo mismo.
––Buscábamos,
tú lo has dicho. Pero creo que yo sería un estorbo para ti en estos
momentos… Tú tienes tu corazón y tu cabeza en otra mujer y yo no
voy a ser un impedimento para que puedas ser feliz, Sissé— le dijo
con lágrimas en los ojos. Y añadió: ––lo que te pido es que se
lo comuniques a Rachid cuanto antes, ellos se merecen saberlo con
tiempo para poder preparar la nueva situación en la hacienda.
––¿Qué hay de
aquello que me dijiste cuando me cuidabas: “Estás pasando un mal
momento. Nada más. Mañana volverás a tener la misma ilusión de
siempre por llegar a Francia y pasaremos, un día pasaremos, no lo
dudes”.
––Nada. No queda
nada, Sissé––. Sissé comprendió que Sawaba había tomado su
decisión y tenía las ideas muy claras.
––Había pensado
comunicárselo en la Fiesta del Cordero.
––Sissé, díselo
después de la fiesta. No estropees ese momento de alegría, sabes
que eres muy querido en esta casa y tu marcha les va a afectar— le
reprochó Sawaba.
––Quizá tengas
razón. Se lo diré después de haber pasado la fiesta––. Y tras
una pausa añadió. ––Aunque he decidido intentarlo por otra
mujer: mi madre. No te voy a negar que hay otra chica, tú ya lo
sabías¾.
Después de una pausa dijo: Mi hermana Be, mi pequeña Be... Ella era
una luz en mi vida y ahora se ha convertido en una piedra en mi
corazón; y he de reiniciar el viaje, no me perdonaría otra muerte
más mientras yo estoy aquí–– se reprochó.
––Lo siento
Sissé.
Sissé no quiso
rogarle a Sawaba que pensara en reconsiderar su postura. Su sitio
estaba junto a Aicha y no estaba dispuesto a soportar una situación
diferente. Permanecieron, ambos, largo tiempo en silencio antes de
dormirse, cada uno vuelto a un lado dándose la espalda. Aunque se
había acostumbrado a la convivencia con Sawaba, Sissé nunca había
estado conforme en el modo de irrumpir de esta mujer en su vida. A
pesar de no atreverse a dejarla, tuvo muchos momentos en los que
pensó que no debía haber continuado con ella, debería haberla
dejado que viviera su propia vida. Era cierto que se había apoyado
en Sawaba muchas veces, que le había sacado adelante en sus peores
momentos, que tenía una personalidad arrolladora, pero no era la
mujer de su vida. Alguna que otra vez se lamentó por no habérselo
comunicado en Nador, tras la redada y haber permitido que se hubiera
ilusionado inútilmente. Estaba quejumbroso por su falta de decisión.
«Una mujer sola en
aquellos parajes, aquellas situaciones, y lo que Sawaba había
sufrido...» se repetía así mismo, para justificar que no era por
falta de personalidad o por debilidad, sino simplemente era una
cuestión de humanidad, que después se convirtió en algo muy
distinto.
Sissé no había
sentido por Sawaba lo mismo que por Aicha en ningún momento. Pensaba
que podía haber actuado de forma egoísta, pero a ella también la
ayudó a sobrevivir con una relativa tranquilidad. Creía que a
partir de ahora sería más llevadero porque tendría que preocuparse
sólo de sí mismo. La negativa de Sawaba a partir con él, a pesar
de que le turbó en un principio, estaba comenzado a considerar que
era lo mejor que le podía pasar, evitando el penoso deber de decirle
un día que todo se había acabado.
En su insomnio,
pensó en la actitud de Aicha, parca en palabras y evasiva, con la
que hacía tiempo que no hablaba. No acababa de entender qué era lo
que estaba sucediendo. Su pensamiento se dirigía hacia Sekou, que
posiblemente la estuviera acosando. Leopold no le había llamado ni
una sola vez. En cada momento que Sissé había pretendido hablar del
pequeño enseguida había desviado la conversación.
No era capaz de
conciliar el sueño y recordaba el año que había pasado en la Villa
de Farhana. Lo agradecido que estaría de por vida tanto a Rachid
como a Fátima, «no sé que hubiera sido de mí si en aquellos
momentos no nos hubieran cobijado» se preguntó. En ese año, en el
que había trabajado a las órdenes de Rachid, se adaptó a sus
gentes y sus costumbres perfectamente, había establecido amistades
que nunca iba a olvidar. Se consideraba integrado perfectamente en la
comunidad magrebí «hasta he asistido en varias ocasiones a la
Mezquita» se dijo.
El inicio de los
cánticos del almuédano desde el minarete de la mezquita al fayr,
le indicó que era hora de abandonar el lecho. No había dormido. Era
hora de reincorporarse y empezar el nuevo día. Su cuerpo se
encontraba entumecido, sus párpados pesados, pero su espíritu
reconfortado por la parte de Sawaba, aunque herido y convulso por la
muerte de la pequeña Be. Se había quitado un gran peso de encima
con la negativa de Sawaba a acompañarle. Sawaba se levantó y vistió
en silencio, saliendo antes que Sissé del dormitorio.
La Fiesta del
Cordero era un gran día para la comunidad musulmana. Ayudó en todo
a Rachid y a su hijo que había llegado de Rabat para pasar la
festividad en familia, como era costumbre. Rachid era feliz de
hacerles participar en todo, tanto a su hijo como a Sissé. Fátima,
por otra parte, también estaba radiante con la participación de
Sawaba en los preparativos. Además porque la veía contenta, había
vuelto a ser ella: dicharachera y bromista como antes.
Rachid, en la
víspera de la fiesta, obsequió a los empleados que no residían en
la hacienda con un cordero a cada uno. Todos los residentes acudieron
juntos a la Mezquita a honrar la figura de “Ibrahim” por medio de
los rezos y los cánticos de los congregados, ataviados todos con sus
mejores vestimentas. Tras la ablución y terminar la ceremonia se
dirigieron a la hacienda de Rachid.
Mediada la tarde
llegaron varios invitados que fueron recibidos con grandes agasajos.
Rachid realizó el sacrificio del cordero en presencia de su hijo y
de Sissé, así como de los invitados varones. Las mujeres
rápidamente limpiaron la sangre y las vísceras concienzudamente
para a continuación, una parte, ser asadas en las brasas y otra
dispuesta para ser cocinada. Mientras tanto, el cordero se colgó por
las patas para que se enfriara para ser comido en los días
siguientes. Tras una comida copiosa, que consistió en Tajín
de cordero, guisado a fuego muy lento con parte de las vísceras y
trozos de cordero y membrillo caramelizado. Se combinaba la carne
salada con el dulce de los membrillos, servido en el recipiente que
daba nombre al plato. Era un recipiente de gran diámetro de barro de
poco fondo y con una tapa de forma cónica, utilizada para mantener
la comida caliente después de la cocción. Tras unos postres
variados de frutas naturales, acompañadas de dátiles y limones
caramelizados, y posteriores dulces diversos, llegó el momento del
té, que en esa ocasión fue preparado por Sissé a requerimiento de
él mismo, al puro estilo Tuareg, haciendo el ritual de las tres
tomas. Los comensales se obsequiaron con regalos, entre cánticos,
bromas y bailes, a medida que aparecían los distintos tés que
preparaba Sissé.
Transcurridos cinco
días desde la Fiesta Grande, y vuelta la normalidad en la casa,
mientras tomaban el té, Sissé anunció a Rachid su intención de
marchar.
––Rachid, quiero
decirte que en el mes de febrero, tras la siembra me marcharé para
intentar pasar a España.
Las caras joviales
de ese momento, se tornaron en rictus compungidos, ni la propia
Sawaba sabía que era el momento elegido por Sissé para anunciar su
marcha. Nadie quería que llegase ese momento, tras un año, poco más
o menos, de convivencia extraordinaria y resultados magníficos en
cuanto al trabajo realizado.
––Os marcháis
en febrero— Rachid meditaba en voz alta.
––No. Yo no me
voy— se apresuró a decir Sawaba, mirando a Fátima, esperando su
complacencia. ––Se va él sólo.
––Ah. ¿No
marchas tú?— Le preguntó Rachid a Sawaba, algo desconcertado.
––No, no. Yo,
no.
––Supongo que lo
has pensado muy bien–– dijo dirigiéndose a Sissé. Y sin dejarle
responder, continuó. ––Cuando dices que te marchas para Febrero
es por que lo has pensado. Es cuando menos perjuicio me puedes crear.
Te agradezco el detalle, Sissé—. Y le preguntó ––¿Es
definitivo? O todavía cabe la posibilidad de reconsiderar la
decisión.
––Es definitivo
Rachid. Debo intentarlo, al menos una última vez. Si no lo consigo
me vuelvo a Malí, con los míos.
––Eso me parece
razonable. Sin embargo si hay algo que yo pueda hacer con el fin de
que cambies de opinión no tienes más que decirlo. Muy gustosamente
te escucharé— le propuso Rachid. Y añadió, —porque no creo que
sea porque te encuentras a disgusto.
––No. No. Ni
mucho menos, yo estoy muy a gusto con vosotros. Desde que me
acogisteis aquí tanto tu mujer como tú os habéis portado
excelentemente conmigo y yo he tratado de corresponderos, pero mi
vida está en Francia o en mi País. Debo…, tratar de conseguir el
objetivo que me ha traído hasta aquí— comentó emocionado.
––Te entiendo
Sissé y respeto tu decisión, pero permíteme que haga lo posible
para que permanezcas con nosotros. Te subiré el sueldo un cincuenta
por ciento más de lo que ganas ahora. Eso no lo he hecho yo en mi
vida con nadie.
––No es una
cuestión de dinero. Por dinero, sabéis tanto tu mujer como tú que
no me movería de tu casa nunca. Yo te agradezco tu interés. Jamás
podré olvidaros, os habéis portado conmigo como unos padres. Os
aprecio sinceramente, Rachid, pero comprende que mi sitio no está
aquí.
––Me creas un
problema, Sissé, aunque tengamos dos meses para resolverlo. Pero no
será lo mismo, seguro. La confianza que he depositado en ti ni en
mis paisanos la podré depositar. Pero creo que tienes razón. Un
hombre debe echar raíces allá donde su corazón le indique. Siempre
me tendrás a tu disposición. Si necesitaras alguna cosa no dudes en
decírmelo. Y si en algún momento quisieras permanecer con nosotros
ya sabes la oferta que te he hecho, que te la mantengo firme— le
ratificó Rachid.
––Gracias
Rachid. De momento no cabe esa posibilidad, pero si en algún momento
surgiese con mucho gusto te lo haría saber.
––Ah. ¿Qué
sucede que tú no vas con él?— Preguntó Rachid a Sawaba, con
semblante estupefacto. ––¡Yo no me entero de nada!––
protestó.
––Nada. No
sucede nada. Sólo que hay una mujer que estaba algo olvidada por
motivos de miseria— le respondió Sawaba.
––Disculpa no
entiendo lo que dices.
––Tampoco es
necesario que entiendas mucho más— intervino Fátima para
desembarazar un tanto la situación.
Rachid se encogió
de hombros y anunció su propósito de irse a la cama, conminando a
los demás a hacer lo mismo. Fátima se acercó a Sissé y le colocó
una mano en el hombro al tiempo que le miró a los ojos con
complacencia, marchando a continuación en pos de su marido. Sawaba y
Sissé se miraron con cierta ternura durante un instante, sin mediar
palabra, ella se giró para ir a la habitación. Sissé permanecía
de pie, no se había movido del lugar que ocupara mientras hablaba
con Rachid. Pensaba en la situación tensa que se había establecido
al final de la noche y las palabras con cierto retintín de Sawaba.
No se sentía bien, porque no quería bajo ningún concepto crear
desazón a esa familia. Recogió la I’barrade y los vasos y los
acercó a la pileta con excesiva parsimonia.
Meditaba sobre el
tiempo que llevaba conviviendo con Sawaba, los momentos felices que
había pasado con ella. Las situaciones comprometidas, incluso de
cierto riesgo, que habían vivido juntos como consecuencia de su
condición de emigrantes.
Cuando llegó Sissé
a la habitación Sawaba se encontraba acostada, vuelta de espaldas a
la puerta de entrada. Se echó él a su lado y le dio la espalda
también, no se atrevió a tocarla siquiera, sabía que estaba
despierta, pero pensó que era mejor no decir una palabra. Fue ella
quien tomó la iniciativa y se giró sobre sí, se abrazó a Sissé,
que le correspondió con entusiasmo. Estaba completamente desnuda y
pidió a Sissé que hiciera lo mismo, la complació al instante.
Pasaron una noche de una intensidad casi apocalíptica, quizá
esperando algo que no se iba a producir, por ninguno de los dos.
––Te recordaré
siempre. Quiero que sepas que no te guardo ningún rencor, más bien,
todo lo contrario. Nunca he querido a un hombre como te quiero a ti,
Sissé.
––Gracias
Sawaba. Yo también te he querido mucho, quizá no lo suficiente. Te
pido perdón por ello. Porque si te hice concebir alguna esperanza,
nunca en mí existió el ánimo de hacerte daño.
––Ya lo sé,
Sissé. Pero a veces las mujeres nos creemos unas cosas, quizá
infundadas, pero que nuestra ceguera por un hombre no nos permite
ver.
––Sawaba, yo
nunca te prometí nada...
––No te reprocho
a ti mi desazón, Sissé. Sé que sólo es un problema mío, por ir
por delante de los acontecimientos.
––De todas
formas quiero que sepas que te estoy muy agradecido, y te lo estaré
mientras viva por tus desvelos en mis peores momentos en Rostrogordo.
Soy consciente de que de no haber sido por ti, yo ahora no estaría
aquí.
––Hice lo que
tenía que hacer. Lo mismo que hubieras hecho tú.
––No sé si yo
hubiera hecho por ti lo que tú has hecho por mí. Me duele
reconocerlo, pero te aseguro que no lo sé.
––Yo, sí lo sé.
Eres muy buena persona, Sissé. Y lo habrías hecho, no tengo la
menor duda.
––Sawaba te
agradezco la estima en que me tienes. Seguramente no lo merezca, pero
te lo agradezco de corazón.
––Te mereces eso
y mucho más, Sissé. Y quiero que sepas que te deseo lo mejor. Que
tengas mucha suerte en la vida y consigas aquello que te propongas––
le dijo al tiempo que le besaba los labios con ternura.
—Sawaba quiero
decirte algo.
—Dime lo que sea.
—Tengo un hijo…—,
tras la cara de estupefacción de Sawaba, Sissé continuó, —no sé
por qué Aicha no quiere que hablemos de él. Se llama como yo. Y ya
corretea.
—Pero eso es
extraordinario. Seguro que es tan guapo como tú. ¿Cuándo lo tuvo?
¾Ya
hace casi un año.
¾Sissé
ahora comprendo tu ansiedad por continuar el viaje…
—Por una parte sí.
Pero tengo muchas dudas, Sawaba. Hay un chico por medio que la
pretendía y con el que tuve un altercado, que no sé si la estará
acosando. Ella me dice que no, pero le dije que le diera mi número
de teléfono a su primo Leopold para que me llamara y no lo ha hecho
después de tanto tiempo. Pero me preocupa el no poder hablar de mi
hijo con ella.
—Bueno, no creo
que debas preocuparte— dijo poco convencida, —lo importante es
que esté bien…
—Sí, eso sí. Al
menos es lo que me dice Aicha.
—Pues eso es lo
verdaderamente importante, Sissé.
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