Capitulo
XXV
Después de nueve
meses, desde que cayera en la depresión, en los que habían cambiado
el campamento otras tantas veces a distintos lugares en los pinares
de Rostrogordo, Sissé se encontraba algo mejorado, aunque todavía
parco en palabras. Su semblante era bien distinto a pesar de mantener
un rictus serio. Sus ojos ya no estaban hundidos, como antes. Ya no
arrastraba los pies al caminar, aunque no gozaba de la energía de
meses atrás. Su mirada iba recuperando poco a poco su viveza y ya
era capaz de mantener una conversación coherente, aunque con frases
muy cortas y muy de largo en largo. Los cuidados de Sawaba estaban
dando su fruto. Ella se quedó muchas veces sin comer para que
comiera él. Pasó muchas noches enteras sin dormir. No se apartó un
solo instante de aquel hombre al que quería con toda su alma y
complacía en todo lo que podía.
En uno de los paseos
vespertinos que seguían realizando a diario, Sissé, recordó lo que
le comentara Ibrahim, sobre el tiempo que pasó trabajando en la
aldea de Farhana y tal idea comenzó a girar en su cabeza. Sissé no
cesaba de agradecerle a aquella mujer su dedicación y su esfuerzo, y
sobre todo su compañía.
––Sawaba,
necesitamos recoger dinero para subsistir–– le dijo un día
cuando ya caía la tarde. ––En una ocasión, Ibrahim, un
compañero de campamento me dijo que él había trabajado en la aldea
de Farhana. ¿Qué habrá sido de él?... Podríamos hacer lo mismo
nosotros. Al menos intentarlo.
––Sissé, me
parece fenomenal. Si tú lo quieres así yo también. Nos vamos
cuando tú quieras, y si no conseguimos trabajar nos volvemos aquí,
o vamos a cualquier otra parte.
Apenas despuntó el
día, salieron ambos del campamento en dirección Sureste, buscando
el camino que les llevara a Farhana. Era casi mediodía cuando
llegaron al Monte Gurugú divisaron en lo alto el Castillo de Basbel.
Más adelante a la altura del barranco de El Lobo y el de Las Agujas,
observaron una manada de jabalíes, a Sawaba le llamaron la atención
los jabatos y sobre todo los rayones, que la enternecieron.
––Mira, Sissé.
Qué vista tan bonita–– se detuvo a la salida de una curva que
hacía el sendero por el que caminaban.
––Si es cierto.
Es una vista espectacular de la Bahía de la Mar Chica y Nador desde
la altura.
Al poco vieron el
Castillo Hundido y el camping. Llegaron, después de salir de una
fosca de pinos, a una zona en la que había un extenso cultivo de
habas, de las que se proveyeron sobradamente. Sentados al borde del
habar, dieron buena cuenta de las viandas que tenían delante.
Aprovecharon para descansar, pues la temperatura era agradable. Se
echaron de bruces, uno junto al otro y al momento Sawaba se incorporó
y besó a Sissé en los labios. Sawaba no perdía la ocasión de
demostrar a Sissé el cariño que sentía por él y volvía a sonreír
después de tantos meses de desazón.
Después de
descansar un par de horas tomaron, de nuevo, el camino y poco más
adelante en un manantial natural bebieron agua y aprovecharon para
lavarse. Comenzaba a declinar el sol cuando llegaron a los aledaños
de Farhana, desde donde se veían sus casas y una alquería desde la
ladera del monte. Decidieron pasar la noche en el monte y acercarse
una vez despuntado el día.
Los cánticos del
muecín a las oraciones del fayr les despertó. Aún
permanecieron un buen rato echados, Sawaba se pegaba con ahínco a
Sissé para mitigar el frescor de la mañana, éste la tenía
abrazada y cobijada en su enorme cuerpo. Salieron de entre los
árboles y se aproximaron a la hacienda que tenían delante. La tarde
anterior observaron que, una considerable extensión de terreno a su
alrededor estaba dedicada a cultivos. Frente a la casa, había un
tractor, una muela y aperos de labranza. Un intenso olor a jazmín de
dos plantas que secundaban la entrada principal les recibió.
––¡Señor!
¡Señor!— Llamó Sissé, desde la puerta que se encontraba
abierta.
––¿Quién es?—
Contestó desde el interior una mujer.
––Señora. ¿Nos
podría dar un poco de agua?— Solicitó Sissé alzando todavía más
la voz.
––Naturalmente—
le contestó la mujer, al tiempo que aparecía por el porche de la
casa secándose las manos con un paño de cocina. ––Ah. Un
momento que les saco el agua—.
Llevaba una jarra de
agua y dos vasos, y les dijo solícita: ––pasad, pasad. Tomad el
agua—. Se volvió, de nuevo, hacia el interior de la casa, por
donde había venido, y sacó un plato con frutas: dátiles, naranjas,
plátanos y un racimo de uvas. ––Comed, tendréis hambre— les
invitó.
––Gracias,
señora— se apresuró a decir Sawaba, al tiempo que cogía una
naranja. Sissé también se apresuró a coger un poco de uva.
––Señora, no
queremos molestarla— dijo Sissé.
––No os
preocupéis, no molestáis. Comed cuanto os apetezca. Os vendrá
bien— se aprestó a responder. ––Mi nombre es Fátima. Y ¿el
vuestro?
––Él se llama
Sissé y yo soy Sawaba.
––Gracias, de
nuevo. Esta noche pasada hemos podido saciar el apetito en un habar
que hay en la ladera del monte. Nosotros queríamos saber si tendrían
trabajo para darnos— le preguntó Sissé.
––Bueno, eso
debe ser mi marido quien te habría de contestar, él, hasta pasado
el mediodía no llegará. Si deseáis esperarle, podéis hacerlo
aquí— les invitó la mujer conmovida ante la presencia de aquella
pareja de jóvenes recién llegados.
––Si no le
molestamos, nos gustaría esperarle y hablar con su esposo— aceptó
Sissé.
––Estoy
preparando “tajine” de cordero y verduras, a mi marido le
gusta mucho. Nos gustaría que comierais con nosotros, sólo que
habrá que esperar.
––Aceptaremos
con gusto, si cuando llegue a su marido no le importa— comentó
Sawaba adelantándose a Sissé.
––No le
molestará, estad seguros.
––Fátima, ¿le
importaría que nos aseáramos un poco?— Consultó Sawaba.
––No. Claro que
no. Venid.
Fátima les
proporcionó ropa limpia de ella y su marido de unos cuantos años
atrás. Sawaba pretendía lavar la que ellos portaban. Pero Fátima
se negó y les obligó a desprenderse de sus ropajes para quemarlos a
continuación.
Fátima era una
mujer de mediana edad, no llegaría a los cuarenta y cinco años y
llevaba un velo sobre la cabeza. Estaba entrada en carnes. Su cara
era redonda y morena, como tantas otras en aquel país, su voz dulce
y melodiosa irradiaba paz a raudales. Tenía grandes ojos sesgados y
negros de dócil mirada.
Una vez aseados
permanecieron conversando con la mujer de la casa. Se interesó por
todo cuanto habían pasado hasta llegar allí. Le indicaron sus
lugares de procedencia, así como los motivos de cada uno para
realizar ese viaje. Se compadeció de ellos y de tantos otros que
habían muerto en sus intentos de mejorar sus vidas o en ocasiones de
salvarlas.
––Nosotros
estamos pendientes de cuanto comentan en televisión, que no es
mucho, sobre la situación de los emigrantes. Al menos os ayudan de
vez en cuando proporcionando agua y asistencia sanitaria.
––¿Cómo? No,
Fátima. No nos dan agua, y la asistencia sanitaria a la que se
refieren es la que proporcionan a los heridos que los gendarmes
provocan con sus redadas o cuando se intenta pasar la valla––
puntualizó Sawaba.
––Pero incluso
han llegado a decir que os han proporcionado mantas...
––Señora
Fátima, no sólo no nos han dado mantas, si no que, cuando hemos
sido apresados nos han tenido un par de días o tres amontonados a
hombres, mujeres y niños en celdas sin darnos agua siquiera.
Quitándonos, antes, las pocas pertenencias que pudiéramos tener, ya
fueran teléfonos móviles, ropa, amuletos y por supuesto dinero––
le aclaró Sissé con ternura ante el azoramiento que presentaba la
mujer.
¾Nosotros
no creímos a personas que como vosotros nos lo dijeron antes. No
tenía nada que ver con los comentarios de televisión y pensamos que
exageraba intencionadamente¾
dijo Fátima algo azorada.
Sawaba se brindó a
ayudar a Fátima en la preparación del tajine, con el fin de
aliviarla en su desazón. Entre tanto Sissé le pidió autorización
para dar una vuelta por los cultivos próximos a la casa.
Las dos mujeres se
dirigieron hacia la cocina y Sissé observó que en el porche donde
se encontraba había cuatro sillas dispuestas unas frente a las
otras, cada dos pegadas a la pared. Colgados sobre las sillas había
aperos antiguos, en desuso, que adornaban las paredes blancas
encaladas y desconchadas. Hacia el interior un patio dividía las dos
alas de la casa. A una parte se advertían las cuadras para los
animales y a la otra, seguramente, almacenes donde guardar las
cosechas, cerrados por dos grandes portones de madera. Desde lo alto
del techo, en el que estaban a la vista unas vigas de troncos de
madera desiguales, colgaba un cable de luz del que pendía una
bombilla más grande de lo habitual. Por la izquierda un vano daba
acceso a una sala en la que había dos mesas sobre dos grandes
alfombras, una mayor que la otra, rodeadas de sendos almohadones. A
la derecha había una puerta pequeña, cerrada. Pegado a la fachada
de la casa, un almacén con un gran portón de madera, entreabierto,
por el que se asomó y vio que era utilizado para guardar los
vehículos de la hacienda. El sol calentaba algo el ambiente,
reconfortaba. Volvió a oler aquel intenso olor a Jazmín y poco más
adelante a eucalipto. A uno de los lados del ensanche que había
delante de la casa, tenían un pequeño jardín en el que cultivaban
rosas, margaritas, claveles... Algo más adelante había una gran
extensión de terreno plantado de tomates, que estuvo observando con
detenimiento. Le sorprendió verlos enramados en altura. Aunque había
oído hablar de este tipo de plantaciones, jamás las había visto.
Tomó uno y lo mordió, comprobó que tenía un sabor excelente.
Recorrió las plantaciones más próximas a la casa. Tenían
naranjos, olivos, manzanos y una buena extensión plantada de
remolacha azucarera. Después del paseo Sissé regresó a la casa.
Alrededor de la una
de la tarde llegó el marido de Fátima.
––Rachid, estos
son Sawaba y Sissé. Han llegado esta misma mañana y te esperan para
hablar contigo. Éste es mi marido, Rachid— dijo, dirigiéndose a
la pareja.
––Perdonad que
me presente así, pero vengo de trabajar en el campo— se excusó.
––Vosotros me diréis.
––No se debe
preocupar— respondieron al unísono, tendiéndole, ambos, la mano.
––Rachid, les he
invitado a comer con nosotros— intervino Fátima.
––No podía
esperar menos. Serán nuestros invitados— le respondió. Y añadió
––en ese caso, me vais a permitir que me asee y después de comer
hablamos, consideraos en vuestra casa.
––Muchas
gracias, señor Rachid–– respondieron ambos con entusiasmo.
Rachid cojeaba
ligeramente, por un accidente con el tractor, que le rompió el
tobillo, pero no le mermaba su actividad. Tenía una buena altura,
sin llegar a la de Sissé, un cuerpo musculoso y una prominente
barriga. Su cabello moreno y rizado comenzaba a pintar canas. Su
semblante era un tanto serio pero detrás había un aspecto bonachón.
Fátima les comunicó a sus invitados que iba a hablar con su marido,
quería anticiparle el objeto de su visita, ––para que recapacite
antes de contestaros–– dijo, haciendo una mueca de complicidad.
La comida fue
distendida y los comensales felicitaron a la cocinera por el menú
presentado.
––Fátima es muy
buena cocinera— aseguró Rachid.
––Lo ha
demostrado–– dijeron a un tiempo Sawaba y Sissé. ––La comida
ha sido muy buena, y no vea cómo nos ha sentado— intervino Sawaba.
Pasaron a la mesa
más pequeña donde tomarían el té a indicación de Rachid.
––Lleváis
muchos días sin comer, ¿no?— Se interesó Rachid, al tiempo que
les servía el té desde la I' barrade.
––Bastantes—
le confirmó Sissé. ––Yo, ya no recuerdo cuando comimos algo
caliente, pócimas que preparábamos en el campamento con raíces y
tubérculos que encontrábamos por el monte.
––Hace casi dos
semanas que comimos un khboz cada uno que nos dio una señora
que habita en una casa cercana a los Pinares de Rostrogordo, por
cierto estaban deliciosos. Últimamente vivimos de la mendicidad—
intervino Sawaba.
––No lo parece,
aunque estáis muy delgados.
––Porque nos ve
ahora recién lavados y aseados. Su señora nos ha permitido utilizar
el baño y nos ha proporcionado ropa limpia. Si nos hubiera visto al
llegar...–– dijo Sawaba.
––Ya me había
parecido a mí reconocer esas prendas. Mi mujer ha hecho lo que
debía. Y bien ¿de qué queréis hablarme? Aunque creo que ya me ha
adelantado algo Fátima.
––Verá Rachid—
dijo Sissé, ––estamos buscando trabajo para poder comer primero
y costearnos el viaje a España después.
––Y ¿qué es lo
que sabéis hacer?
––Yo en mi País
he trabajado en el campo: el mijo; las hortalizas; las frutas, como
el mango y el plátano; el algodón. También sé cuidar del ganado y
cortar el pelo— le indicó Sissé.
––¿Cortar el
pelo… del ganado?
––No. No. De las
personas, de los hombres en concreto— le respondió Sissé entre
risas de todos.
––Bueno, no está
mal— aceptó Rachid. ––Lo que vosotros pretendéis es trabajo
para los dos, imagino, ¿no?
––Sí.
Naturalmente— intervino Sawaba, ––yo podría ayudar a su esposa
en los quehaceres de la casa, o cuidar de los niños, ¿si los
tienen? Yo del campo no sé nada, soy periodista y me he pasado toda
mi vida estudiando— añadió a modo de excusa.
––¿Periodista?
Y no tenías oportunidades en tu País. Para dar el paso que has
dado…— Y continuó, ––sí, tenemos un hijo, pero ya quisiera
él que le cuidaras, está en l'Université Mohamed V Souissi, en la
Faculté de Medécine et Pharmacie, estudiando Farmacia, en Rabat,
será más o menos de vuestra edad.
––Podrías
intentar ayudarles, Sissé te puede aliviar a ti y podrías hablar
con Mohamed, para ver si le da trabajo a Sawaba en algún hotel en
Beni Enzar— le dijo Fátima a su esposo.
––Veamos. Sissé
yo me comprometo a darte trabajo durante tres meses, después no sé
si podrás continuar con nosotros, siempre y cuando antes no tenga
que despedirte si no haces las cosas como yo quiero. Y en cuanto a
ti, Sawaba, hablaré como dice Fátima con mi amigo Mohamed, pero no
te garantizo nada.
––No se preocupe
Rachid, que no tendrá queja de mí— le respondió Sissé,
entusiasmado.
––Tendréis la
comida y una cama… Y un sueldo. Si te pudiera conseguir trabajo
Sawaba, sería lo mejor. Pero si no lo consigo, ayudarás a Fátima
en los trabajos de la casa y en lo que ella te indique. ¿De acuerdo?
––Sí, sí,
señor. De acuerdo— aceptaron ambos.
––Y tomaos el
té, que se está enfriando.
Fátima se abrazó a
Sawaba, que no ocultaba su alegría. Al menos de momento no les
faltaría la comida y podrían vivir decentemente. Entre tanto Rachid
y Sissé cerraron el trato con un apretón de manos. Rachid volvió
a servir el té verde con menta en los cuatro vasos y charlaron
distendidos durante buen rato, interesándose por las vicisitudes que
habían vivido en sus carnes los dos. Quedaron muy impactados por la
narración de las atrocidades sufridas por ambos, especialmente por
Sawaba.
––Os conseguiré
un visado de tres meses para que podáis trabajar aquí sin ningún
problema.
––Gracias––
dijeron los dos a un tiempo.
––Necesitaré
vuestros pasaportes.
––Sissé lo
tiene en la mochila que hemos dejado en la cocina. Ami me lo quitaron
la primera vez que me prendieron–– dijo Sawaba.
––Bien, ahora no
es necesario que me lo des, Sissé. Lo preparas y mañana por la
mañana me lo llevo y hago las gestiones, tú pasarás por su
esposa––, dijo dirigiéndose a Sawaba.
––Muchas
gracias, señor Rachid–– dijeron Sawaba y Sissé, que se
abrazaron sin ocultar su alegría.
Fátima les miraba
complacida, y ellos estaban radiantes. Rachid les conminaba a tomar
el té antes de que se enfriara definitivamente. Después de un buen
rato de tertulia, Rachid, conminó a Sissé a acompañarle a conocer
la finca, regresando bien pasada la tarde, empezaba a oscurecer.
Después de la cena, se sentaron cómodamente alrededor de la mesa
pequeña y Fátima posó en ella una bandeja con cuatro vasos y la
tetera echando humo.
—¡Vamos a tomar
el té! ¿Cómo es qué habéis venido hasta Farhana para trabajar?
––Un tal
Ibrahim, me dijo, cuando estaba en mi primer campamento del monte
Gurugú, que estuvo trabajando aquí en Farhana y lo recordé y eso
fue lo que nos hizo encaminarnos hasta aquí— dijo Sissé.
––Ibrahim...,
¿el zaireño?— Se interesó Rachid.
––Sí, era de
Zaire.
––Sííí, el
bueno de Ibrahim. Trabajó para nosotros. Espero que si te has de
portar mal lo hagas como él. Dejó un grato recuerdo en mi casa. Él
y mi hijo se entendían a la perfección. Era un tanto extraño,
parco en palabras y muy escurridizo, aparecía y desaparecía casi
sin enterarnos. Pero siempre fue muy solícito. Muy atento, espero
que el Profeta le haya ayudado.
––Lo que sé de
él es que consiguió entrar en Melilla y perderse por sus calles.
––Eso lo creo.
Era especialmente hábil en desaparecer.
––No me habló
en ningún momento de su buena relación con su hijo, señor Rachid,
aunque es verdad que estuvimos juntos poco tiempo. A pesar de eso nos
hicimos muy amigos. Siempre andábamos juntos a todas partes.
––Es muy buena
persona. Y aquí en mi casa se portó muy bien. No tenía mucha idea
de los quehaceres del campo, pero fue muy servicial. Y ya te he dicho
que se llevaba muy bien con mi hijo. La verdad es que lo sentimos
cuando se marchó.
––Es que
nosotros, supongo que Ibrahim no sería una excepción, tenemos en la
cabeza un objetivo y por él nos movemos.
––Sí. Eso está
claro. Pero en Ibrahim coincidió con la marcha de mi hijo a la
Universidad y, supongo, que él pensó que ya no sería lo mismo.
Bueno, creo que sería prudente irnos a descansar, mañana amanece
muy temprano. Ahora Fátima os dará la habitación.
––No se
preocupe, señor Rachid. No seremos ningún problema para ustedes.
––Ah, por
cierto. ¿No tendréis antecedentes policiales? Si los tenéis será
mejor que me lo digáis.
––No, señor
Rachid. No tenemos ningún antecedente penal, ni él ni yo–– se
anticipó Sawaba.
––Bien, mejor
así. Buenas noches. Ah Sissé, a las seis estamos en pie.
––Muy bien de
acuerdo— dijo Sissé. —Buenas noches–– le respondieron ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario