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miércoles, 23 de julio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capitulo XXV



Después de nueve meses, desde que cayera en la depresión, en los que habían cambiado el campamento otras tantas veces a distintos lugares en los pinares de Rostrogordo, Sissé se encontraba algo mejorado, aunque todavía parco en palabras. Su semblante era bien distinto a pesar de mantener un rictus serio. Sus ojos ya no estaban hundidos, como antes. Ya no arrastraba los pies al caminar, aunque no gozaba de la energía de meses atrás. Su mirada iba recuperando poco a poco su viveza y ya era capaz de mantener una conversación coherente, aunque con frases muy cortas y muy de largo en largo. Los cuidados de Sawaba estaban dando su fruto. Ella se quedó muchas veces sin comer para que comiera él. Pasó muchas noches enteras sin dormir. No se apartó un solo instante de aquel hombre al que quería con toda su alma y complacía en todo lo que podía.
En uno de los paseos vespertinos que seguían realizando a diario, Sissé, recordó lo que le comentara Ibrahim, sobre el tiempo que pasó trabajando en la aldea de Farhana y tal idea comenzó a girar en su cabeza. Sissé no cesaba de agradecerle a aquella mujer su dedicación y su esfuerzo, y sobre todo su compañía.
––Sawaba, necesitamos recoger dinero para subsistir–– le dijo un día cuando ya caía la tarde. ––En una ocasión, Ibrahim, un compañero de campamento me dijo que él había trabajado en la aldea de Farhana. ¿Qué habrá sido de él?... Podríamos hacer lo mismo nosotros. Al menos intentarlo.
––Sissé, me parece fenomenal. Si tú lo quieres así yo también. Nos vamos cuando tú quieras, y si no conseguimos trabajar nos volvemos aquí, o vamos a cualquier otra parte.
Apenas despuntó el día, salieron ambos del campamento en dirección Sureste, buscando el camino que les llevara a Farhana. Era casi mediodía cuando llegaron al Monte Gurugú divisaron en lo alto el Castillo de Basbel. Más adelante a la altura del barranco de El Lobo y el de Las Agujas, observaron una manada de jabalíes, a Sawaba le llamaron la atención los jabatos y sobre todo los rayones, que la enternecieron.
––Mira, Sissé. Qué vista tan bonita–– se detuvo a la salida de una curva que hacía el sendero por el que caminaban.
––Si es cierto. Es una vista espectacular de la Bahía de la Mar Chica y Nador desde la altura.
Al poco vieron el Castillo Hundido y el camping. Llegaron, después de salir de una fosca de pinos, a una zona en la que había un extenso cultivo de habas, de las que se proveyeron sobradamente. Sentados al borde del habar, dieron buena cuenta de las viandas que tenían delante. Aprovecharon para descansar, pues la temperatura era agradable. Se echaron de bruces, uno junto al otro y al momento Sawaba se incorporó y besó a Sissé en los labios. Sawaba no perdía la ocasión de demostrar a Sissé el cariño que sentía por él y volvía a sonreír después de tantos meses de desazón.
Después de descansar un par de horas tomaron, de nuevo, el camino y poco más adelante en un manantial natural bebieron agua y aprovecharon para lavarse. Comenzaba a declinar el sol cuando llegaron a los aledaños de Farhana, desde donde se veían sus casas y una alquería desde la ladera del monte. Decidieron pasar la noche en el monte y acercarse una vez despuntado el día.
Los cánticos del muecín a las oraciones del fayr les despertó. Aún permanecieron un buen rato echados, Sawaba se pegaba con ahínco a Sissé para mitigar el frescor de la mañana, éste la tenía abrazada y cobijada en su enorme cuerpo. Salieron de entre los árboles y se aproximaron a la hacienda que tenían delante. La tarde anterior observaron que, una considerable extensión de terreno a su alrededor estaba dedicada a cultivos. Frente a la casa, había un tractor, una muela y aperos de labranza. Un intenso olor a jazmín de dos plantas que secundaban la entrada principal les recibió.
––¡Señor! ¡Señor!— Llamó Sissé, desde la puerta que se encontraba abierta.
––¿Quién es?— Contestó desde el interior una mujer.
––Señora. ¿Nos podría dar un poco de agua?— Solicitó Sissé alzando todavía más la voz.
––Naturalmente— le contestó la mujer, al tiempo que aparecía por el porche de la casa secándose las manos con un paño de cocina. ––Ah. Un momento que les saco el agua—.
Llevaba una jarra de agua y dos vasos, y les dijo solícita: ––pasad, pasad. Tomad el agua—. Se volvió, de nuevo, hacia el interior de la casa, por donde había venido, y sacó un plato con frutas: dátiles, naranjas, plátanos y un racimo de uvas. ––Comed, tendréis hambre— les invitó.
––Gracias, señora— se apresuró a decir Sawaba, al tiempo que cogía una naranja. Sissé también se apresuró a coger un poco de uva.
––Señora, no queremos molestarla— dijo Sissé.
––No os preocupéis, no molestáis. Comed cuanto os apetezca. Os vendrá bien— se aprestó a responder. ––Mi nombre es Fátima. Y ¿el vuestro?
––Él se llama Sissé y yo soy Sawaba.
––Gracias, de nuevo. Esta noche pasada hemos podido saciar el apetito en un habar que hay en la ladera del monte. Nosotros queríamos saber si tendrían trabajo para darnos— le preguntó Sissé.
––Bueno, eso debe ser mi marido quien te habría de contestar, él, hasta pasado el mediodía no llegará. Si deseáis esperarle, podéis hacerlo aquí— les invitó la mujer conmovida ante la presencia de aquella pareja de jóvenes recién llegados.
––Si no le molestamos, nos gustaría esperarle y hablar con su esposo— aceptó Sissé.
––Estoy preparando “tajine” de cordero y verduras, a mi marido le gusta mucho. Nos gustaría que comierais con nosotros, sólo que habrá que esperar.
––Aceptaremos con gusto, si cuando llegue a su marido no le importa— comentó Sawaba adelantándose a Sissé.
––No le molestará, estad seguros.
––Fátima, ¿le importaría que nos aseáramos un poco?— Consultó Sawaba.
––No. Claro que no. Venid.
Fátima les proporcionó ropa limpia de ella y su marido de unos cuantos años atrás. Sawaba pretendía lavar la que ellos portaban. Pero Fátima se negó y les obligó a desprenderse de sus ropajes para quemarlos a continuación.
Fátima era una mujer de mediana edad, no llegaría a los cuarenta y cinco años y llevaba un velo sobre la cabeza. Estaba entrada en carnes. Su cara era redonda y morena, como tantas otras en aquel país, su voz dulce y melodiosa irradiaba paz a raudales. Tenía grandes ojos sesgados y negros de dócil mirada.
Una vez aseados permanecieron conversando con la mujer de la casa. Se interesó por todo cuanto habían pasado hasta llegar allí. Le indicaron sus lugares de procedencia, así como los motivos de cada uno para realizar ese viaje. Se compadeció de ellos y de tantos otros que habían muerto en sus intentos de mejorar sus vidas o en ocasiones de salvarlas.
––Nosotros estamos pendientes de cuanto comentan en televisión, que no es mucho, sobre la situación de los emigrantes. Al menos os ayudan de vez en cuando proporcionando agua y asistencia sanitaria.
––¿Cómo? No, Fátima. No nos dan agua, y la asistencia sanitaria a la que se refieren es la que proporcionan a los heridos que los gendarmes provocan con sus redadas o cuando se intenta pasar la valla–– puntualizó Sawaba.
––Pero incluso han llegado a decir que os han proporcionado mantas...
––Señora Fátima, no sólo no nos han dado mantas, si no que, cuando hemos sido apresados nos han tenido un par de días o tres amontonados a hombres, mujeres y niños en celdas sin darnos agua siquiera. Quitándonos, antes, las pocas pertenencias que pudiéramos tener, ya fueran teléfonos móviles, ropa, amuletos y por supuesto dinero–– le aclaró Sissé con ternura ante el azoramiento que presentaba la mujer.
¾Nosotros no creímos a personas que como vosotros nos lo dijeron antes. No tenía nada que ver con los comentarios de televisión y pensamos que exageraba intencionadamente¾ dijo Fátima algo azorada.
Sawaba se brindó a ayudar a Fátima en la preparación del tajine, con el fin de aliviarla en su desazón. Entre tanto Sissé le pidió autorización para dar una vuelta por los cultivos próximos a la casa.
Las dos mujeres se dirigieron hacia la cocina y Sissé observó que en el porche donde se encontraba había cuatro sillas dispuestas unas frente a las otras, cada dos pegadas a la pared. Colgados sobre las sillas había aperos antiguos, en desuso, que adornaban las paredes blancas encaladas y desconchadas. Hacia el interior un patio dividía las dos alas de la casa. A una parte se advertían las cuadras para los animales y a la otra, seguramente, almacenes donde guardar las cosechas, cerrados por dos grandes portones de madera. Desde lo alto del techo, en el que estaban a la vista unas vigas de troncos de madera desiguales, colgaba un cable de luz del que pendía una bombilla más grande de lo habitual. Por la izquierda un vano daba acceso a una sala en la que había dos mesas sobre dos grandes alfombras, una mayor que la otra, rodeadas de sendos almohadones. A la derecha había una puerta pequeña, cerrada. Pegado a la fachada de la casa, un almacén con un gran portón de madera, entreabierto, por el que se asomó y vio que era utilizado para guardar los vehículos de la hacienda. El sol calentaba algo el ambiente, reconfortaba. Volvió a oler aquel intenso olor a Jazmín y poco más adelante a eucalipto. A uno de los lados del ensanche que había delante de la casa, tenían un pequeño jardín en el que cultivaban rosas, margaritas, claveles... Algo más adelante había una gran extensión de terreno plantado de tomates, que estuvo observando con detenimiento. Le sorprendió verlos enramados en altura. Aunque había oído hablar de este tipo de plantaciones, jamás las había visto. Tomó uno y lo mordió, comprobó que tenía un sabor excelente. Recorrió las plantaciones más próximas a la casa. Tenían naranjos, olivos, manzanos y una buena extensión plantada de remolacha azucarera. Después del paseo Sissé regresó a la casa.
Alrededor de la una de la tarde llegó el marido de Fátima.
––Rachid, estos son Sawaba y Sissé. Han llegado esta misma mañana y te esperan para hablar contigo. Éste es mi marido, Rachid— dijo, dirigiéndose a la pareja.
––Perdonad que me presente así, pero vengo de trabajar en el campo— se excusó. ––Vosotros me diréis.
––No se debe preocupar— respondieron al unísono, tendiéndole, ambos, la mano.
––Rachid, les he invitado a comer con nosotros— intervino Fátima.
––No podía esperar menos. Serán nuestros invitados— le respondió. Y añadió ––en ese caso, me vais a permitir que me asee y después de comer hablamos, consideraos en vuestra casa.
––Muchas gracias, señor Rachid–– respondieron ambos con entusiasmo.
Rachid cojeaba ligeramente, por un accidente con el tractor, que le rompió el tobillo, pero no le mermaba su actividad. Tenía una buena altura, sin llegar a la de Sissé, un cuerpo musculoso y una prominente barriga. Su cabello moreno y rizado comenzaba a pintar canas. Su semblante era un tanto serio pero detrás había un aspecto bonachón. Fátima les comunicó a sus invitados que iba a hablar con su marido, quería anticiparle el objeto de su visita, ––para que recapacite antes de contestaros–– dijo, haciendo una mueca de complicidad.
La comida fue distendida y los comensales felicitaron a la cocinera por el menú presentado.
––Fátima es muy buena cocinera— aseguró Rachid.
––Lo ha demostrado–– dijeron a un tiempo Sawaba y Sissé. ––La comida ha sido muy buena, y no vea cómo nos ha sentado— intervino Sawaba.
Pasaron a la mesa más pequeña donde tomarían el té a indicación de Rachid.
––Lleváis muchos días sin comer, ¿no?— Se interesó Rachid, al tiempo que les servía el té desde la I' barrade.
––Bastantes— le confirmó Sissé. ––Yo, ya no recuerdo cuando comimos algo caliente, pócimas que preparábamos en el campamento con raíces y tubérculos que encontrábamos por el monte.
––Hace casi dos semanas que comimos un khboz cada uno que nos dio una señora que habita en una casa cercana a los Pinares de Rostrogordo, por cierto estaban deliciosos. Últimamente vivimos de la mendicidad— intervino Sawaba.
––No lo parece, aunque estáis muy delgados.
––Porque nos ve ahora recién lavados y aseados. Su señora nos ha permitido utilizar el baño y nos ha proporcionado ropa limpia. Si nos hubiera visto al llegar...–– dijo Sawaba.
––Ya me había parecido a mí reconocer esas prendas. Mi mujer ha hecho lo que debía. Y bien ¿de qué queréis hablarme? Aunque creo que ya me ha adelantado algo Fátima.
––Verá Rachid— dijo Sissé, ––estamos buscando trabajo para poder comer primero y costearnos el viaje a España después.
––Y ¿qué es lo que sabéis hacer?
––Yo en mi País he trabajado en el campo: el mijo; las hortalizas; las frutas, como el mango y el plátano; el algodón. También sé cuidar del ganado y cortar el pelo— le indicó Sissé.
––¿Cortar el pelo… del ganado?
––No. No. De las personas, de los hombres en concreto— le respondió Sissé entre risas de todos.
––Bueno, no está mal— aceptó Rachid. ––Lo que vosotros pretendéis es trabajo para los dos, imagino, ¿no?
––Sí. Naturalmente— intervino Sawaba, ––yo podría ayudar a su esposa en los quehaceres de la casa, o cuidar de los niños, ¿si los tienen? Yo del campo no sé nada, soy periodista y me he pasado toda mi vida estudiando— añadió a modo de excusa.
––¿Periodista? Y no tenías oportunidades en tu País. Para dar el paso que has dado…— Y continuó, ––sí, tenemos un hijo, pero ya quisiera él que le cuidaras, está en l'Université Mohamed V Souissi, en la Faculté de Medécine et Pharmacie, estudiando Farmacia, en Rabat, será más o menos de vuestra edad.
––Podrías intentar ayudarles, Sissé te puede aliviar a ti y podrías hablar con Mohamed, para ver si le da trabajo a Sawaba en algún hotel en Beni Enzar— le dijo Fátima a su esposo.
––Veamos. Sissé yo me comprometo a darte trabajo durante tres meses, después no sé si podrás continuar con nosotros, siempre y cuando antes no tenga que despedirte si no haces las cosas como yo quiero. Y en cuanto a ti, Sawaba, hablaré como dice Fátima con mi amigo Mohamed, pero no te garantizo nada.
––No se preocupe Rachid, que no tendrá queja de mí— le respondió Sissé, entusiasmado.
––Tendréis la comida y una cama… Y un sueldo. Si te pudiera conseguir trabajo Sawaba, sería lo mejor. Pero si no lo consigo, ayudarás a Fátima en los trabajos de la casa y en lo que ella te indique. ¿De acuerdo?
––Sí, sí, señor. De acuerdo— aceptaron ambos.
––Y tomaos el té, que se está enfriando.
Fátima se abrazó a Sawaba, que no ocultaba su alegría. Al menos de momento no les faltaría la comida y podrían vivir decentemente. Entre tanto Rachid y Sissé cerraron el trato con un apretón de manos. Rachid volvió a servir el té verde con menta en los cuatro vasos y charlaron distendidos durante buen rato, interesándose por las vicisitudes que habían vivido en sus carnes los dos. Quedaron muy impactados por la narración de las atrocidades sufridas por ambos, especialmente por Sawaba.
––Os conseguiré un visado de tres meses para que podáis trabajar aquí sin ningún problema.
––Gracias–– dijeron los dos a un tiempo.
––Necesitaré vuestros pasaportes.
––Sissé lo tiene en la mochila que hemos dejado en la cocina. Ami me lo quitaron la primera vez que me prendieron–– dijo Sawaba.
––Bien, ahora no es necesario que me lo des, Sissé. Lo preparas y mañana por la mañana me lo llevo y hago las gestiones, tú pasarás por su esposa––, dijo dirigiéndose a Sawaba.
––Muchas gracias, señor Rachid–– dijeron Sawaba y Sissé, que se abrazaron sin ocultar su alegría.
Fátima les miraba complacida, y ellos estaban radiantes. Rachid les conminaba a tomar el té antes de que se enfriara definitivamente. Después de un buen rato de tertulia, Rachid, conminó a Sissé a acompañarle a conocer la finca, regresando bien pasada la tarde, empezaba a oscurecer. Después de la cena, se sentaron cómodamente alrededor de la mesa pequeña y Fátima posó en ella una bandeja con cuatro vasos y la tetera echando humo.
¡Vamos a tomar el té! ¿Cómo es qué habéis venido hasta Farhana para trabajar?
––Un tal Ibrahim, me dijo, cuando estaba en mi primer campamento del monte Gurugú, que estuvo trabajando aquí en Farhana y lo recordé y eso fue lo que nos hizo encaminarnos hasta aquí— dijo Sissé.
––Ibrahim..., ¿el zaireño?— Se interesó Rachid.
––Sí, era de Zaire.
––Sííí, el bueno de Ibrahim. Trabajó para nosotros. Espero que si te has de portar mal lo hagas como él. Dejó un grato recuerdo en mi casa. Él y mi hijo se entendían a la perfección. Era un tanto extraño, parco en palabras y muy escurridizo, aparecía y desaparecía casi sin enterarnos. Pero siempre fue muy solícito. Muy atento, espero que el Profeta le haya ayudado.
––Lo que sé de él es que consiguió entrar en Melilla y perderse por sus calles.
––Eso lo creo. Era especialmente hábil en desaparecer.
––No me habló en ningún momento de su buena relación con su hijo, señor Rachid, aunque es verdad que estuvimos juntos poco tiempo. A pesar de eso nos hicimos muy amigos. Siempre andábamos juntos a todas partes.
––Es muy buena persona. Y aquí en mi casa se portó muy bien. No tenía mucha idea de los quehaceres del campo, pero fue muy servicial. Y ya te he dicho que se llevaba muy bien con mi hijo. La verdad es que lo sentimos cuando se marchó.
––Es que nosotros, supongo que Ibrahim no sería una excepción, tenemos en la cabeza un objetivo y por él nos movemos.
––Sí. Eso está claro. Pero en Ibrahim coincidió con la marcha de mi hijo a la Universidad y, supongo, que él pensó que ya no sería lo mismo. Bueno, creo que sería prudente irnos a descansar, mañana amanece muy temprano. Ahora Fátima os dará la habitación.
––No se preocupe, señor Rachid. No seremos ningún problema para ustedes.
––Ah, por cierto. ¿No tendréis antecedentes policiales? Si los tenéis será mejor que me lo digáis.
––No, señor Rachid. No tenemos ningún antecedente penal, ni él ni yo–– se anticipó Sawaba.
––Bien, mejor así. Buenas noches. Ah Sissé, a las seis estamos en pie.
––Muy bien de acuerdo— dijo Sissé. —Buenas noches–– le respondieron ambos.




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