Capítulo
XXVI
Sawaba comenzó a
trabajar al segundo mes de estancia en Farhana, en un hotel propiedad
de Mohamed, amigo de Rachid, en la población de Beni Enzar. Rachid
le prestó una bicicleta con la que cubrir los siete kilómetros que
le separaban de su trabajo. Sawaba compaginaba su trabajo diario con
la ayuda a Fátima en los quehaceres de la casa. Entre tanto, Sissé,
se ocupaba del cultivo de toda clase de hortalizas, que parecían
algo descuidadas. El trabajo de Sissé satisfacía plenamente a
Rashid y pronto dejó de supervisar los trabajos de éste. Le propuso
que se hiciera cargo de la supervisión y control de todos los
cultivos de la finca, lo que Sissé aceptó encantado. La convivencia
en la casa era magnífica, salvo pequeños problemas puntuales, fruto
de las diferencias de pensamientos y el concepto de sociedad que unos
y otros tenían, pero se diluían inmediatamente.
La vida en la
hacienda de Farhana era muy placentera tanto para Sissé como para
Sawaba. Gozaban de plena libertad de movimiento gracias a los
visados, que por la mediación de Rachid, obtuvieron con suma
rapidez. El trabajo que realizaba cada cual satisfacía plenamente a
sus patrones lo que les permitía vivir con máxima tranquilidad. Se
habían integrado sin dificultad en la comunidad de Farhana.
Era viernes y por
tanto fiesta, por lo que no se trabajaba. Estaban reunidos Rachid y
Sissé en el patio interior de la casa, después de haber arreglado a
los animales y guardados los aperos. En breve marcharían a la
Mezquita para la oración de los viernes.
––Sissé ¿te
atreves a cortarme el pelo?
––Sí, claro. Si
tú te atreves a ponerte en mis manos...
––¡Sissé!
––Seguramente
las orejas las seguirás manteniendo, después del corte de pelo.
––Bueno eso ya
me tranquiliza.
Entraron en la casa
y Rachid pidió a Fátima unas tijeras y un peine, anunciando que
Sissé le iba a cortar el pelo. Rostros de incredulidad e
incertidumbre se precipitaron en sus semblantes y se miraron las dos
mujeres.
––Sólo le voy a
cortar el pelo–– casi protestó Sissé.
Unas risas irónicas
siguieron a aquellas palabras. Sissé les demostró su destreza con
la tijera y el peine, dejando constancia de que no era el primer pelo
que cortaba. Rachid quedó muy satisfecho.
Después de haber
recogido el segundo salario, Sissé, compró un teléfono móvil y
llamó a Aicha. Se encontraba muy emocionado. Después de varios
intentos sin conseguir hablar con ella. Al poco de caer la noche lo
intentó de nuevo.
––Hola Aicha––,
un grito de ella le hizo retirar el teléfono del oído. Un momento
de silencio continuó, mientras escuchaban los sollozos, el uno del
otro. ––¿Cómo estás?–– Apenas pudo pronunciar Sissé.
––Bien y Tú.
––Yo estoy
bien–– no alcanzaban a decir más de tres palabras sin
interrupción.
-¿Por
qué has tardado tanto en llamar?
––Porque me
quitaron el teléfono, el dinero...
––¿Pero tú
estas bien?
––Ahora estoy
muy bien Aicha. Estoy trabajando en una hacienda en una población
pequeña de Marruecos.
––¿No crees que
te puedan engañar?
––No. Son unas
personas muy amables. Me acogieron y vivo con ellos, En cuanto he
podido he comprado un nuevo teléfono para llamarte.
––¿No estabas
en Melilla?
––Conseguí
entrar en Melilla. Pero nos devolvieron a Marruecos y..., bueno que
te llamé desde allí.
––¿Qué has
estado haciendo todo ese tiempo?
––Esperando otra
oportunidad. Pero que no se ha dado. Y se me ha presentado esta
ocasión y voy a aprovecharla. Trabajaré unos meses aquí y después
volveré a intentarlo.
––Lleva mucho
cuidado.
––No te
preocupes. Si no lo consiguiera en esta ocasión me vuelvo contigo.
––No te
precipites, yo estoy bien.
––¿Qué diste a
luz?
—Un niño
precioso.
—¿Un niño? Debe
estar ya muy grande ¿no?
—Sí.
—¡Cómo me
gustaría tenerlo en mis brazos!
—Ya lo imagino,
Sissé.
—¿Sekou te ha
vuelto a molestar?
—No… Nunca me
llegó a molestar…
—¿Aicha me
ocultas alguna cosa?
—No, ¿Por qué
piensas eso?
¾No
sé tengo mis dudas sobre Sekou…
¾Sekou
es un buen chico.
—¿Cómo se llama
el niño?
—Sissé
—¡Sissé! Estoy
muy emocionado, Aicha. ¿Cómo es? Dime como es.
—Es muy guapo,
alto y ya corretea.
—Ya corretea…
Cómo pasa el tiempo— dijo Sissé con la voz entrecortada.
Y Leopold y los
demás ¿cómo están?
––Bien. Están
todos bien. Se acuerdan mucho de ti.
––Yo, también
me acuerdo mucho de ellos. De los días que pasé junto a todos
vosotros. Fueron inolvidables. Les he tenido muchas veces en mis
pensamientos, en mi soledad, y eso ha mantenido vivo mis
sentimientos, Aicha... Dales muchos recuerdos y espero poder veros a
todos pronto.
¾No
tengas demasiada prisa, ve con calma.
—Dame el teléfono
de Lepold. Me gustaría hablar con él.
—No soy capaz de
sacar su número de teléfono al tiempo que hablo.
—Bien, pues dale a
tu primo mi número de teléfono y dile que yo no tengo su número.
Sissé le contó a
Aicha cómo le había ido, entre medias verdades y pequeñas mentiras
para que no se inquietara. No quiso entrar en detalles de las
detenciones, las deportaciones, la depresión sufrida y su vida con
Sawaba, que sabía que no aprobaría. Ella, por su parte, ya no hizo
hincapié en que volviera, la había notado como algo escurridiza.
«No ha hablado constantemente» se dijo. Sawaba llegó en ese
momento y escuchó cómo se despedía de Aicha.
¾¿Con
quién hablabas?¾
le preguntó Sawaba a pesar de saberlo.
¾Con
la familia¾
le mintió Sissé.
Pasaron los meses y
cada cual seguía con sus actividades. Fátima encantada con la ayuda
de Sawaba y en algunos casos de Sissé; y Rachid igualmente
satisfecho con la decisión que tomó en su momento de darles
trabajo, obteniendo unos resultados extraordinarios. Sissé seguía
manteniendo el mismo proyecto en vigor. En su pensamiento no estaba
más que en pasar la frontera, y en Aicha, con quien había hablado
en muy escasas ocasiones. Siempre evitaba que Sawaba estuviese
presente.
De cuando en cuando
hablaba con Sawaba de intentar pasar la frontera y ella, que no
sentía la misma ansiedad que Sissé por cambiar su vida actual, le
iba dando largas. Le recordaba, cada vez que Sissé lo planteaba, lo
mal que lo habían llegado a pasar, aduciendo a la situación estable
que disfrutaban en la actualidad. Sawaba sabía que Aicha no había
desaparecido del pensamiento ni del corazón de Sissé. Sabía que él
la llamaba cuando ella no estaba delante. Ya hacía algún tiempo que
era conocedora que no tenía posibilidades de permanecer junto a
Sissé indefinidamente. Había oído a Sissé en alguna conversación
telefónica con Aicha. Aquella llama que prendió en su día había
rebrotado con fuerza en el corazón de Sissé. Sawaba jamás le
ocultó su amor y Sissé parecía corresponderla, a su manera, eso
sí. Llegó a creer que le había embaucado, que Sissé también se
había enamorado como ella, hasta que le escuchó hablar con Aicha
después de tanto tiempo. La relación entre ambos no era la misma
que habían mantenido hasta entonces. Aunque continuaban viviendo en
la misma casa y durmiendo en la misma cama. Sawaba se resignó y se
había impuesto el no interponerse entre ambos, «Sissé debe
sentirse libre de adoptar la decisión que su conciencia le dicte»
se repetía constantemente.
Sawaba se encontraba
a gusto con su trabajo y su estancia en aquella casa que le hacía
muy feliz, con aquella familia que tan extraordinariamente la había
acogido. Su aspecto físico había mejorado ostensiblemente, había
ganado unos kilos, abandonando el aspecto esquelético de cuando
llegaron a Farhana. Su cara se le había rellenado un tanto mejorando
sus facciones, que eran de una belleza extraordinaria, su cuerpo se
había proporcionado y resultaba espléndido. No obstante, su
carácter había experimentado un cambio demasiado elocuente, ya no
reía ni bromeaba como cuando llegaron. Su gesto se tornó huraño.
––Sawaba, ¿estás
molesta por algo o por alguien de esta casa?–– Le preguntó
Fátima.
––No. No.––
Y se le abrazó a ella con lágrimas en los ojos. ––No estoy
molesta con vosotros, para nada. No, no es una cuestión relacionada
con vosotros...–– un nudo en la garganta le impidió continuar.
Ambas mujeres se
sentían muy a gusto juntas, cambiando impresiones habitualmente. Se
habían encariñado la una con la otra hasta tal punto de que se
contaban intimidades que sólo la una o la otra conocían. Llegaron a
convertirse en cómplices perfectas y artífices de la bonanza y el
bienestar de la hacienda de Rachid.
––Es un problema
con Sissé...–– comenzó a contarle, cuando le oyeron que llegaba
hablando sobresaltado.
––¡No! ¡No!
¿Qué me estás diciendo?–– Sissé lloraba sin poder contener
las lágrimas, desconsolado. ––¿Cómo ha ocurrido?
––...
––¿Por qué no
me habéis dicho nada en las anteriores conversaciones que hemos
tenido?
––...
––Lo siento,
madre. Yo estoy, aún, en Marruecos, trabajo en un pueblo llamado
Farhana, con una buena familia. Rachid y Fátima me acogieron hace
algunos meses y estoy muy bien con ellos. Pero, ha llegado la hora de
intentarlo de nuevo.
––...
––Sí, madre. He
estado en Melilla, pero me devolvieron a Marruecos. Y lo he intentado
en varias ocasiones pero no lo he conseguido. Pero te prometo que
esta vez lo conseguiré–– le dijo a su madre con la voz
entrecortada y las lágrimas deslizándose por su rostro.
––...
––¿Por qué no
me habéis dicho la verdad de cómo estabais viviendo? Os hubiera
enviado dinero y posiblemente...
––...
––Adiós, madre.
Cuida de todos.
Sissé estaba solo,
sentado en una de las sillas del porche, tapándose la cara con ambas
manos, sollozando. Había dejado caer el teléfono a su lado. Era la
primera vez que comentaba a los suyos que después de haber
conseguido entrar en España le habían devuelto a Marrruecos, nunca
antes quiso inquietarles con su infortunio. El anuncio de su madre de
que, Be, su hermana más pequeña, había muerto de malaria hacía
tan sólo un mes, le había conmocionado. «Mi pequeña Be» se
repetía.
––¿Qué te pasa
Sissé?–– Le preguntó Fátima.
Sissé se levantó
de la silla y se abrazó a las dos mujeres que estaban juntas, entre
sollozos.
––Mi hermana Be.
Mi hermana pequeña, ha muerto hace un mes de malaria–– les dijo
barbotando las palabras.
––Lo siento,
Sissé–– dijo Sawaba que irrumpió, también, en un llanto.
––Lo siento––,
pronunció igualmente Fátima, muy afectada.
No tardó en llegar
Rachid, de Nador. Había pasado el día en la ciudad realizando unas
gestiones administrativas, y fue informado puntualmente por su esposa
de lo sucedido a Sissé.
––Siento mucho
lo de tu hermana, Sissé–– le dijo a penas le encontró en el
patio, sentado en el suelo con la espalda apoyada sobre la pared y un
polluelo entre las manos.
––Gracias,
Rachid–– se limitó a decir Sissé.
Sissé apenas tomó
bocado, y se retiró a su habitación. No tardó en llegar Sawaba que
hizo una cena frugal. Se echó a su lado y se abrazó a él. Sissé
le contó lo mucho que quería a aquella niña, a la que cuidó
durante el primer mes de vida, hasta que se marchó. Sawaba trataba
de consolarlo. Aquella noche durmió con dificultad, no acabó de
conciliar el sueño y se despertó varias veces, despertando a Sawaba
en alguna ocasión. No hacía más que pensar en su casa y su
familia, la desolación se instaló en Sissé.
La mañana fue
bastante movida en la hacienda, yendo de aquí para allá, atendiendo
a las necesidades de los trabajadores que le requerían
constantemente. En un momento de respiro llamó a su madre y le pidió
el numero de cuenta. A lo que su madre le dijo que según había
dicho su padre no hacía falta que enviara dinero, de momento estaban
bien. Por otra parte le dijo que lo sucedido a Be, no se hubiera
evitado aunque él hubiera mandado dinero, que dejara de
martirizarse. Le aseguró que este año estaba siendo mucho mejor que
el pasado.
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