Capítulo
XXII
A la mañana
siguiente fueron a la plaza de la Mezquita a esperar el autobús que
les llevara hasta Oujda. Eran las nueve de la noche del día diez de
octubre cuando llegaron a la estación de Autobuses de Oujda, les
recibió una noche cerrada y oscura. Un amplio despliegue de
gendarmes se encontraba en los aledaños, en el interior del edificio
y los andenes lo que alarmó a Sissé, que no lo vio la vez anterior,
observó a Joseph de soslayo y advirtió también su inquietud.
Viajaban sin equipaje y pasaron tratando de aparentar naturalidad
delante de los gendarmes, que les observaban detenidamente, pero no
les pidieron la documentación.
––Quizá hayan
pensado que ya somos residentes–– comentaron entre ellos.
Una vez fuera del
edificio observaron que seguía habiendo un gran despliegue de
vehículos militares y de policía, custodiados por un puñado de
guardias. No llegaba a ser un número tan elevado como en el
interior, pero de todas formas era algo inusual, que no había visto
Sissé, hasta ese momento. Joseph hablaba con Sissé como si tal
cosa, bromeando incluso, ante los ojos de los gendarmes, a lo que
correspondía Sissé de igual manera. Rodearon la Estación de
Autobuses para tomar dirección Oeste, era lo que recordaba Sissé de
la vez anterior, cuando tomó el autobús que le llevó a Nador. Un
poco más adelante girarían a la derecha, porque la N-6 estaba más
al norte de donde en esos momentos se encontraban, pero debían
seguir esquivando a los gendarmes. Pasaron ante un restaurante en el
que estaban de celebración, era una boda árabe y un grupo de
músicos ataviados de época hacían sonar sus instrumentos y
cantaban el “gharnati”. Se destacaba una voz sobre las del
grupo, acompañada de un violín, un laúd, una cítara, un rabel,
una pandereta y una darbuca. Se detuvieron un momento a la puerta y
observaron la fiesta de la que parecían disfrutar los comensales.
Unas calles más allá ya no había policía por ninguna parte.
––Ahora es el
momento––, dijo Sissé, ––de buscar la N-6––, y tomaron a
la derecha. ––No tardaremos en ver la Mezquita Al Khoulafae
Arrachidine, y tras una gran rotonda estaremos fuera de la ciudad.
Allí tomaremos hacia el Norte para buscar la N-2 que es la que nos
llevará hacia Nador— anunció a Joseph.
––Oye, creo que
cometemos un gran error si vamos a buscar la salida de la población.
En el Campus Universitario viven muchos compañeros nuestros, creo
que sería más conveniente ir allí y que nos informen de lo que
está pasando, tanta presencia policial no es normal— le sugirió
Joseph.
––Posiblemente
tengas razón, no es normal tanto gendarme. Pero ¿estás seguro que
en el Campus viven compatriotas nuestros?
––Sí, por
supuesto, en mi último viaje de vuelta pasé quince días con ellos.
Estábamos alrededor de trescientas personas viviendo en el Campus,
nos confundíamos con los estudiantes de color y me socorrieron muy
bien, hasta que decidí marcharme.
––Y no conoces
la ciudad, eh. ¿Pues no has venido hasta aquí en siete ocasiones?
––Hasta aquí…
¡Claro! Nos traían a hacer una turné. Ni una sola vez nos
detuvimos en población alguna, siempre en lugares apartados de las
urbes. Nos llevaban hasta la frontera física y nos dejaban allí,
otras veces los camiones se internaban en los confines de Argelia
cuarenta, cincuenta o sesenta kilómetros, en medio del desierto y
allí éramos abandonados sin agua ni comida— dijo Joseph.
Añadiendo: ––en esos quince días no salí ni una sola vez del
campus, no me atreví. Bueno, salvo un día que tuvimos que salir
corriendo por que llegaron los gendarmes en una redada. Y de la
ciudad pateé dos calles, hasta llegar al Campus.
––¡Ya! Ya me
parecías muy valiente…— ironizó Sissé.
––¿Qué
insinúas?
––Nada. Nada.
Sólo…
––Los
cementerios están llenos de valientes— sentenció Joseph, mientras
desandaban lo andado para tomar hacia el Sur y llegar de nuevo a la
Estación de Autobuses. ––La verdad es que allí con los
universitarios tampoco se vive seguro. Cuando entra la policía hace
estragos. Se vive en la más absoluta miseria, soportando unas
condiciones de vida precarias, durmiendo a la intemperie y, en muchas
ocasiones comiendo de la basura que dejan los estudiantes o
mendigando entre ellos. Aquel día la policía vino de noche, arrestó
a los que no les dio tiempo de escapar: les pegaron con palos,
quemaron las mantas y lo poco que allí encontraron. Se llevaron a
varios heridos. Ya verás Sissé, entre los emigrantes del campus hay
intelectuales, artistas, médicos, ingenieros… En el campus viven,
bailan, cocinan, rezan… Hay un lugar señalado en el suelo con
piedras que hace las veces de mezquita y otro que representa a la
iglesia. Cada mañana se reúnen en grupo para rezar. La humanidad
que se respira en todo el perímetro es emocionante—. Y prosiguió,
––no pienses que todos los que quieren llegar a Melilla, viven en
el Campus, hay muchos más que viven hacinados en pisos que alquilan
o en estructuras abandonadas que les sirven de refugio, posiblemente
entre unos y otros haya más de setecientas personas aquí en Oujda.
En el campus se organizan, generalmente, por nacionalidades, tribus o
grupos étnicos de una misma lengua. Se imponen sus propias normas
que todos respetan–– concluyó.
––Bien. Eso
significa que una vez allí estaremos separados, cada cual con sus
compatriotas, ¿no?
––Casi con toda
seguridad— le ratificó Joseph. ––Pero no te preocupes
estaremos en contacto permanente, si eso sucede. No temas…—
Ironizó. Ambos rieron.
Una vez en el
campus, Joseph y Sissé se adentraron en le Jardin des Etúdiants,
entre la ciudad universitaria y la mezquita Al Noor. Sissé a pesar
de la oscuridad, sólo alumbraban los accesos unas farolas de luz
mortecina, buscaba con la vista las posibilidades que ofrecía el
terreno, frondoso, de arboleda tupida en muchas zonas. Pronto vieron
unas chabolas hechas con plásticos y ramas de pinos, que no diferían
en nada de las abandonadas en el Monte Gurugú. De una de ellas salió
un joven negro a su paso.
––¿Qué andáis
buscando por aquí?
––Venimos
buscando a Bene— le contestó Joseph.
––¿El zaireño?
––Sí, ese
mismo. Somos compatriotas suyos.
––Bene, ya no se
encuentra en el campus. Fue detenido en una redada hace seis meses.
Ya no hemos sabido nada de él.
––Podrías
indicarnos dónde se encuentran mis compatriotas— le preguntó
Joseph.
––Aquí mismo.
Estamos juntos zaireños y nigerinos— le respondió mientras iban
saliendo de sus chabolas varios hombres y unas cuantas mujeres, que
Sissé observaba con recelo.
––¿Podemos
quedarnos con vosotros?
––Por esta noche
sí. Mañana ya hablaremos. ¿Queréis un té? Hoy os lo podemos
ofrecer, estamos de suerte
––Sí muchas
gracias, nos vendrá bien, eh, Sissé—. Sissé asintió.
––¿No lleváis
equipaje?
––No. Venimos de
la frontera de Argelia por el sur. Fuimos expulsados de Melilla el
pasado día dos de octubre, con lo puesto, claro— le explicó
Sissé.
––Tú no eres
zaireño ni nigerino— le reprochó.
––No. Soy
maliense— le confirmó Sissé, arrogante.
––Oye, vamos
juntos, y es buena persona. Yo respondo de él— intervino Joseph.
––De acuerdo.
¡Que más da! Por hoy, mañana veremos.
Quien les interceptó
les invitó a meterse bajo un techado de plásticos a modo de
marquesina que daba acceso a una chabola en la que habían tres
personas sentadas en el suelo. Joseph se sentó junto a ellos y les
saludó, para dar cuenta del té que les habían ofrecido, Sissé
hizo lo propio y tomó el vaso que le ofrecía quien les recibiera,
que le miraba con fijeza. Una vez saboreado el mejunje «al menos
está caliente» pensó Sissé, se puso en pie, salió de aquel
chamizo y apartándose unos pasos volvió a observarlo todo; al
momento le dijo a Joseph que iba a dar un paseo por el jardín, ya
que quería conocer el entorno. La luna en cuarto creciente alumbraba
con timidez entre la hojarasca, acompañando a Sissé que caminaba
con cierta parsimonia por entre la arboleda observando cuanto le
rodeaba, Sissé andaba calculando las posibilidades de huida ante
una redada de la gendarmería y se convenció de que podría
conseguirlo en ese caso hipotético, siempre que entraran por la
entrada principal. Se encontró ante un muro no muy elevado que
separaba el campus de la población. Vio el minarete de una mezquita
proyectar su sombra sobre Le Jardin, lo que aumentaba sus
posibilidades en caso de huida. Detectó que alguien le seguía y dio
un pequeño rodeo sobre unos matorrales para averiguar quien era. Se
encaminó hacia una zona más oscura en la que la noche casi sin
luna, la espesura de la pinada y un poco de matorral hacían difícil
la visión a unos cuantos metros. Al momento surgió de detrás de
uno de los árboles, haciendo gala de su capacidad nictálope y cogió
del brazo a quien le seguía. Era una mujer que se asustó y emitió
un sonido gutural, mezcla de sobresalto y de miedo.
––¿Qué
quieres? ¿Por qué me has seguido? Le increpó Sissé.
––¡Que susto me
has dado! No quiero nada. No sé por qué te he seguido. Has hablado
con arrogancia y me ha sorprendido…, sólo eso— trató de
justificarse.
––No me gusta
que vayan tras de mí— le dijo, mientras la miraba con fijeza a los
ojos que no denotaban miedo.
––¿De dónde
eres? Ha dicho Thomas que no eres zaireño ni nigerino.
––Yo soy de
Malí. Se lo he dicho a ese tal Thomas, ¿no me has oído?
––No. No te oí.
De haberte escuchado no te lo preguntaría— le respondió con
cierta osadía.
––Pronto se te
ha quitado el miedo.
––Yo no he
tenido miedo. He visto en ti algo bondadoso, tu mirada no irradia
odio ni maldad ni nada por el estilo.
––Ah, no. ¿Y
que irradia mi mirada?, de noche y a oscuras.
––Bondad. Ya te
lo he dicho. A pesar de la noche. ¿Cómo te llamas?
––Sissé. Mi
nombre es Sissé.
––¿Me sueltas
el brazo…? Sissé.
––Disculpa. Me
había olvidado de que te tenía cogida.
––Ya.
––¿Qué
insinúas?
––Yo nada. Pero
me pregunto ¿y tú?
––Escucha, yo no
insinúo nada, no pretendo nada. Te recuerdo que quien ha venido tras
de mí has sido tú.
––Ah. Y por eso
ya crees que yo pretendo algo contigo ¿no?
––Vamos a ver.
Yo no creo nada… ¡Vale! Vamos a dejarlo. ¿Cómo te llamas tú?—
Le preguntó como evasiva.
––Mi nombre es
Sawaba y soy de Nigeria—. Y añadió––: Te has puesto nervioso.
––No. Yo no me
he puesto nervioso. Pero extrañado sí. No acabo de entender cuales
son tus pretensiones.
––¿Por qué
debo pretender algo? Podría, únicamente, querer hablar contigo.
––Podría. Pero
no creo que sea eso sólo— aseveró Sissé.
––Quizá eres un
poco…, presuntuoso.
––De todas
formas, ¿qué hacías tú en el grupo de zaireños y nigerinos si no
perteneces a ninguno de los grupos?
––Les mentí
porque no me atrevo a estar entre mis compatriotas–– se excusó.
––¿Mientes
ahora o has mentido antes? Lo haces muy mal.
––No te miento––
protestó Sawaba. ––Es cierto que les mentí a ellos, pero sólo
por desconfianza hacia mis compatriotas.
¾¿Por
qué no confías en tus compatriotas y sí en otros grupos que no
conoces?
¾Porque
hay un grupo muy peligroso, son delincuentes y violadores…¾
Sawaba respondió con desazón.
––Sawaba,
¿Llevas mucho tiempo en el campus? ¿cómo es la vida aquí?—
Desvió la conversación Sissé, al tiempo que intentaba ocultar su
desconfianza.
––La vida en el
campus no difiere mucho de la de los montes Gurugú o Rostrogordo. Es
exageradamente monótona, aburrida, desesperante y al mismo tiempo,
temerosa por si vienen los gendarmes, ¡esos salvajes! Aquí llevo
más o menos cuatro meses.
––¿No te has
planteado volver a intentarlo?
––Yo no te he
dicho que haya intentado pasar la valla.
––Es cierto.
Entonces, ¿como sabes de que forma se vive en los montes de Gurugú
y Rostrogordo?
––Vale, de
acuerdo. Claro que me lo planteo. Todos los días. Pero yo sola no
vuelvo a hacer un viaje semejante. Desde que salí de mi casa, hace
aproximadamente dos años, he vivido y visto situaciones terribles.
––Ves. Ya ha
salido lo que pretendías cuando has venido tras de mí–– dijo
Sissé con seguridad.
––Pues sí. He
de confesar que he visto en ti la oportunidad que estoy esperando.
––Y, ¿has
conseguido pasar a Melilla?— Le preguntó algo aturdido.
––Sí. Dos
veces. Y las dos veces me han devuelto a la frontera con Argelia. La
primera de ellas con un hijo de meses, abandonados en la nada y sin
nada, por supuesto. Mi hijo fue víctima de una picadura de
escorpión, que no pudimos curar…— dijo con la voz entrecortada y
lagrimas en los ojos. Y limpiándose con el dorso de la mano añadió:
––la segunda vez de igual manera fui expulsada, esta vez sin
niño.
––Lo siento
Sawaba, no pretendía herirte.
––Ya lo sé,
Sissé.
Continuaron hablando
más distendidos, paseaban entre la arboleda, sobrecogidos por las
calamidades que sufrían. Un ligero viento y el relente les calaba
los huesos: Sawaba se estremeció.
¾Yo
no voy a estar mucho tiempo aquí. Quiero volver a intentar entrar en
Melilla¾
dijo Sissé. ¾¿si
quieres acompañarnos?
¾Sí,
me iré con vosotros¾
respondió Sawaba
¾Espero
que Joseph no se oponga.
Casi habían llegado
donde se encontraban las chabolas cuando un rumor de vehículos en
circulación se oía cada vez con más intensidad. Sawaba se detuvo
un momento prestando atención y obligó a Sissé a hacer lo mismo
sujetándolo del brazo.
––¡Sirenas!—
Anunció Sissé.
––¡Corre,
corre!— Le azuzó Sawaba, que tiró de Sissé, cogiéndole la
mano.
Ambos corrieron en
sentido inverso al que llevaban, esquivando los árboles que se les
interponían en su camino. Sissé giró la cabeza mientras corría y
vio como los acampados salían a la desesperada en todas direcciones.
Las luces de las sirenas iluminaban intermitentemente el campus. Se
comenzó a escuchar el griterío de los infortunados que eran
apresados, algunas detonaciones de disparos de pelotas de goma y,
como los vehículos policiales se abrían en todas direcciones para
acorralar a los acampados. Sissé se dirigió hacia el muro que
vieran anteriormente tirando de Sawaba que apenas si podía seguirle;
cuando llegaron a la altura del muro, Sissé, de un salto, se
encaramó en él, se sentó a horcajadas y apremió a Sawaba a que
hiciera lo mismo. Ésta dio un salto y ayudada por Sissé, se sentó,
igualmente, sobre el muro. Descendieron con rapidez por el otro lado,
tan rápido como habían subido. Corrieron en dirección a la
Mezquita Al Noor, y allí rodeándola se perdieron entre las
callejuelas que la circundaban. No había indicios de presencia
policial. Las calles estaban desiertas y escasamente iluminadas.
Caminaban presurosos, cogidos de la mano, en dirección incierta.
––Vamos hacia el
Este, Sissé. Más adelante, en cuanto se acaban las edificaciones,
hay un bosque, generalmente está desierto.
––¿No crees que
se hayan dirigido hacia allí los acampados? No sería más
conveniente encaminarnos a la ciudad y pasar desapercibidos entre la
gente.
––Es imposible
que los acampados hayan podido llegar hasta allí. Además, si nos
ven los gendarmes o las fuerzas auxiliares, te aseguro que no vamos a
pasar desapercibidos. Nos arrestarán sin más, sin pedir la
documentación ni dar explicaciones.
Entonces busquemos
un lugar dónde escondernos y dejar que pase el tiempo. Vamos hacia
allí–– Sissé señaló con el dedo el final de la calle.
Al acabarse la
calle, pegaron sus cuerpos a la pared, vieron un gran movimiento de
luces girando por entre los pinos, se oían algunas sirenas que se
mezclaban con lo gritos de muchos que habían huido hacia el bosque.
––Si han llegado
al bosque–– dijo Sissé.
De inmediato
desandaron lo andado, con premura, pero intentando no llamar la
atención. Pasaron de nuevo ante la Mezquita, en sentido opuesto, y
enfilaron una carretera, que no era más que la continuación de la
misma calle, que les llevaba hasta una barriada más al sur de la
ciudad, desde donde se observaba el Centre Hospitalier Universitaire
y la Mezquita Al Chari’a, dirigiéndose hacia allí. Frente a la
Mezquita estaba el Centre Dadsi de Kinesitherapie, que dejaron a su
derecha adentrándose en la población. Sus corazones pulsaban ahora
más ralentizados, caminaban más sosegados, la respiración agitada
empezó a desvanecerse. No se oían sirenas ni gritos ni nada que
delatara la redada del campus universitario. Bordearon el recinto de
la Casérne Miltaire y tomaron hacia el Norte por Le Boulevard de
Sidi Yahia, hasta la confluencia con Le Boulevard Mohamed Ben
Lakhdar, que la tomaron a la izquierda. Sawaba explicó a Sissé, que
esa avenida les llevaría hasta la Estación de Autobuses, como
previamente le había sugerido Sissé, para abandonar cuanto antes
Oujda. Una vez en Le Boulevard Youssef Ben Tachfine, a la altura del
Oued Isly, se percataron de la presencia policial y no se atrevieron
a llegar hasta la estación de Autobuses. Volvieron sobre sus pasos
para girar a la derecha por Le Boulevard Hassan el Oukili. Una
indicación les advirtió que estaban en la N-2, Sissé le dijo a
Sawaba que esa avenida les conducía a la salida de Oujda hacia
Nador. Ya no se veían gendarmes por ninguna parte y eso les relajó,
aunque caminaban con paso enérgico siguiendo la N-2.
––¿Vas a soltar
mi mano?— Preguntó Sawaba a Sissé.
––¡Oh! Por
supuesto.
––No sé si
tengo la mano sudada por el acaloramiento de lo sucedido o por el
tiempo que me la llevas cogida— ironizó Sawaba.
––Pues tú
también podías haber soltado la mía y no lo has hecho.
––Ha sido por el
miedo. No pienses en otras cosas.
––Yo no pienso
en nada. Sólo en que tú no has querido soltar mi mano— le repitió
sonriendo.
¾Nos
hemos librado¾
dijo Sawaba.
¾Todavía
no estamos libres de que nos cojan.
Pasaron ante la
estación de Ferrocarril, con cierta precaución por si había
gendarmes que les pudieran detener, sin encontrarse a ninguno. Era
casi media noche cuando llegaron a la altura del Campo de Golf y el
Liceo Albadil II, atrás había quedado la ciudad de Oujda. Ya
respiraban tranquilos y se permitían seguir bromeando. Se
propusieron llegar hasta la próxima población para tomar el autobús
que les llevara hasta Nador. Caminaban junto a la carretera. Dejaron
a su derecha el Aeropuerto de Oujda––Angad. Eran casi las cinco
de la mañana cuando llegaron a la pequeña población de Beni Drar,
que parecía desierta. Caminaban contemplando las edificaciones y
pronto se vieron fuera de la población. Un oued cruzaba por debajo
de la carretera. A la parte derecha había algo de arboleda y Sissé
le propuso a Sawaba descansar y esperar a que pasara el autobús. Se
echaron bajo un gran árbol, la tierra estaba húmeda y sintieron que
hacía algo de frío. Sawaba se acurrucó sobre Sissé que la recogió
con sus brazos, de manera que la espalda de ella quedó apoyada sobre
el torso de él. Se trasmitían calor mutuamente. Hablaron de lo
sucedido esa noche y estudiaron los planes a seguir. Tomaron la
determinación de viajar de noche y a pie, para evitar a los
gendarmes. Desecharon la idea de viajar en autobús, al menos durante
unos días por temor a ser descubiertos y apresados.
––Me gustaría
saber qué suerte habrá corrido Joseph–– dijo Sissé.
––Qué más
dará. Si se ha librado de ser apresado, te aseguro que no será en
ti en quien esté pensando. Mientras estamos juntos nos ayudamos unos
a otros pero una vez ha desaparecido alguien no es un problema que
preocupe al resto. Cada cual se salva su culo.
No tardaron en
quedar dormidos. Permanecieron todo el día bajo los árboles que les
cobijaron durante la noche, para ponerse en camino apenas oscureció,
y después de comprobar que no había ni rastro de gendarmes a la
vista.
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