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miércoles, 4 de junio de 2014

SUBSAHARIANO..., a las puertas del paraíso.


Capítulo XI

El Sumare continuaba con su navegar mortecino sobre el río Níger. Sissé estaba contemplando un nuevo atardecer espectacular, lo que iba quedando de él, porque se diluía con rapidez, «algo diferente a los de Sikasso», pensaba. Un contraste de colores entre rojizos y ocres cautivaban las pupilas de sus ojos. Se entremezclaban claro-oscuros caprichosos entre el cielo y el agua, moteados por distantes y pequeñas nubes altas que todavía se podían contemplar y que parecían decorar un lienzo de algún genial pintor del medievo. Oscureció totalmente en un santiamén y Sissé se pasó a una hamaca que estaba a continuación del banco de madera. Seguía contemplando el firmamento atestado de estrellas, sólo alguna nube alteraba la visión de algunas de ellas. Acariciaba con sumo cuidado la pulsera que le regalara Aicha, en un momento en que con su vista obnubilada se perdió entre recuerdos. Pensativo, meditaba sobre lo que le había sucedido desde que salió de Sikasso. Contemplaba con ternura la pulsera de piel trenzada, que la volvió a acariciar como si acariciara la propia piel de Aicha. Una tenue luz de un aplique vulgar y mugriento colgado encima de un gran portón de puertas correderas por las que se accedía al interior del barco, le permitía ver con relativa nitidez aquella pulsera. A Aicha la recordó bellísima, ceñida en su pantalón vaquero resaltando el contorno de su silueta, que tanto le gustaba a Sissé. Aquella mirada penetrante y, tantas veces dulce al mismo tiempo. Una sonrisa placentera se dibujó en su rostro. Se había dejado ir en sus sentimientos. De nuevo surcaron aquellas dudas por su mente, pensó, otra vez en la posibilidad de renunciar a todo y quedarse con Aicha. Se convenció de que lo mejor seguía siendo continuar con su cometido, ya tendría tiempo de volver a por ella. Se amontonaban sus recuerdos. De pronto asaltó sus pensamientos Maharafa, como si no quisiera perder protagonismo. Recordó con cierta perversidad cómo quedó impactado por su belleza desde el mismo momento en que la vio en Ségou, en el momento del concierto, mientras esperaban a Aicha. Cómo le sedujo su altanería, su caminar firme y decidido, desafiante..., su personalidad. Intuitivamente echó la mano al “bàgan” y se regocijó con la Cruz Tuareg entre sus dedos. El viaje con ella en el Sumare. La noche anterior, en su casa. Volvió a contemplar su cuerpo desnudo del que había disfrutado extraordinariamente. Se estiró un tanto su rostro. Continuaba acariciando suavemente con la mano el “bàgan” que esa excepcional mujer le regaló. Una lucecilla que aparecía y desaparecía le sacó de su ensimismamiento.
«Maharafa es una gran mujer», se repetía así mismo una y otra vez. «Es culta, su trabajo de ayuda a los demás le hace más interesante. Siempre viajando. Defendiendo la salud de niñas y mujeres con el énfasis que lo hace», se recreaba en sus pensamientos. Recordó la conversación que tuvieron hacía unos días en el campamento después de descender del barco y el decidido apoyo de todo el resto de mujeres..., le hizo sonreír con malicia la obstinación de Maharafa.
Se recompuso en la hamaca y se prometió que no volvería a proponerse la duda sobre Maharafa, «ha sido una experiencia más, bonita, sí; pero nada más y nunca más. Se convenció de que él no había sido más que un capricho para esa mujer del que se habría desprovisto con la misma facilidad que le introdujo en su vida», se dijo finalmente.
Le acercaron unas frutas y leche que agradeció repetidas veces al camarero que se las suministró para cenar y le sacó de su particular duelo de conciencias. Comía pausadamente. Le había servido para desviar su atención y dejar de pensar en Maharafa. Pasó varias horas contemplando el firmamento para quedar dormido en la hamaca, bajo el techado de la cornisa del barco.
Se desperezó Sissé. Se incorporó de la hamaca y estiró todo su cuerpo entumecido. El sol ya estaba alto y se dejaba sentir. Había dormido más de lo que tenía por costumbre. Un hombre de mediana estatura, bien vestido, aunque parecía de aspecto algo descuidado, se había sentado en el banco, junto a su dugutaampalan. Desconocía cuanto tiempo llevaría aquel señor haciéndole compañía. Se acercó Sissé la mochila, la sujetó por la correa, al tiempo que saludó:
–“I ni sogoma”.
–“I ni sogoma” le respondió el otro.
Sacó del dugutaampalan unos bananos, al tiempo que se sentaba al lado del señor que ocupó el banco. Le ofreció uno y lo cogió, agradeciéndole repetidas veces su invitación. Tras las presentaciones, iniciaron una distendida conversación. Comentaron de dónde venía cada uno y a dónde se dirigían, haciendo un chasquido con la comisura de los labios cuando Sissé anunció sus propósitos. Aquel señor dijo llamarse Pierre y pertenecer a los dogón, tribu que habitaba en País Dogón, que abarcaba desde la Falla de Bandiagara hasta el sudoeste de la Gran Curva del río Níger. En su disertación le explicó a Sissé cómo era la vida de dura en País Dogón.
Es tal la temperatura que tenemos allí que no podemos más que caminar al amanecer y durante un periodo de unas dos horas. Las distancias entre poblados son cortas, aunque la mayoría de ellos se encuentran diseminados por los pies de la falla. También los hay colgados de los precipicios de Bandiagara y Doeuntza, lo que hace más penoso el desplazamiento de un lugar a otro.
¿Por qué vivís en esas condiciones?
Acabamos allí protegiéndonos de los musulmanes que nos acechaban. De aquellas tierras expulsamos al pueblo “Tellem”, antiguos habitantes. Eran pigmeos y construían sus casas, los graneros y tumbas en las paredes de la falla para evitar las grandes inundaciones. Las nuestras, las de mi poblado, las tenemos agrupadas entorno a las fuentes de agua, formando un cantón, que a su vez corresponde a una gran familia, todos descendientes de un mismo antepasado– le explicaba.
Nosotros nos agrupamos de forma parecida– le interrumpió Sissé.
En la Guinna –es el poblado en que habitamos– las mujeres se han de casar con hombres de otra Guinna y ellas no pueden vivir en casa del marido hasta que no dan a luz al primer hijo. Somos polígamos, generalmente sólo tenemos tres mujer…– insinuó irónicamente. Lo que rieron ambos, mientras degustaban unos dátiles que le ofreció Pierre. Aquel comentario le trajo al pensamiento de Sissé la posibilidad de compartir a las dos mujeres. –El varón de más edad descendiente de un ancestro común perteneciente al linaje local es quien ejerce como cabeza visible de ese linaje y se le conoce como Guinna Bana. Y el de mayor edad y descendiente directo del fundador de la Guinna es el Hogon, que ejerce como jefe del cantón y como líder espiritual del culto “lebe”; se le considera el hombre más puro de los hombres puros y su campo es sagrado– dijo Pierre.
Los velos blancos que pendían desde el dintel del gran ventanal que daba acceso al interior del buque y servían de mosquiteras apenas si ejercían su función, era tal la escasez de viento que sólo se balanceaban levemente por la inercia del barco. Ambos permanecían sentados en el banco de madera protegidos por la sombra que desprendía el piso superior de la nave. Desde hacía unas horas, aquel calor extenuante se dejaba sentir con mayor intensidad ante la falta de ese hálito de aire que lo mitigara. «Otros no tienen tanta suerte», se reconfortó Sissé que debería haber viajado en el piso superior entre animales y mercancías, bajo un toldo de plástico. Un recuerdo fugaz de Maharafa surgió en ese mismo instante, le agradeció en silencio su intercesión para viajar en aquella zona privilegiada del buque, que él no habría visto siquiera, de no ser por aquella encantadora mujer. «La hamaca es grande y relativamente confortable, y la sombra...» se dijo Sissé.
Hacía unas horas que habían pasado la población de Kona y se adentraron en el lago Dèbo, extenso, no se alcanzaba a ver la orilla. Era un lago formado por las zonas inundables en las riberas del río. Tenía de lado a lado alrededor de unos treinta kilómetros. Parecía un mar en algunos puntos y tenía un oleaje que a veces empeoraba por la fuerza del viento. Comentaban que aquí había hipopótamos, aunque no se distinguía ninguno. Sólo se veían garzas, ibis y bastantes pájaros, sobre todo el martín pescador.
Al cabo de un tiempo de navegación observaron una isla dentro del mismo lago, en la que existía una exigua vegetación, varias acacias y otras tantas casas de barro pertenecientes a los bozos, que estaban habitadas, comenzaba a preocupar el escaso caudal del Níger. Estaba atardeciendo cuando llegaron a Niafounkè, poblado a orillas del Níger donde iban a pasar la noche. De nuevo toda la parafernalia de montar el campamento a la orilla del río. Después de la cena, Sissé y Pierre, mantuvieron una conversación sobre la agricultura y los cultivos que realizaban en sus poblaciones respectivas. Pierre le comentó a Sissé, a razón de haberles servido en la cena cebolla trinchada, que las cebollas de País Dogón eran excelentes.

Es el cultivo más importante ya que se exportan por toda la zona y países limítrofes, con lo que se alivia un tanto nuestra maltrecha economía. También se cultiva mijo y sorgo pero para nuestro consumo interno.
A continuación se enzarzaron en una tertulia en la que Sissé le dio detalles agrícolas a Pierre de cómo cultivar la tierra para obtener mayor beneficio de ella, en el cultivo de mijo y sorgo, que también se cultivaban en Sikasso.
Quedó Pierre sorprendido por los conocimientos sobre agricultura que poseía Sissé a pesar de su juventud, augurándole un buen futuro dondequiera que se encontrara. Ya hacía un rato que se había hecho noche cerrada y tras la cena continuaron charlando sobre los pormenores del menú, sobre el que bromeaba Sissé, concluyendo que era siempre lo mismo. Pierre continuó detallándole la forma de vida de su pueblo.
En País Dogón las casas son totalmente de barro y los graneros tienen los tejados de paja, de forma cónica. Están construidos de forma que vistos desde la altura tienen formas de figuras humanas– le comentó. –Allí habitaba el pueblo Tellem que fueron expulsados, como ya te he dicho. Sus casas las tenían colgadas en los acantilados de la Falla, ¿también te lo he dicho?– Asintió Sissé con un gesto con la cabeza. –En las paredes escarpadas se alojan a los difuntos y en muchas de las cavidades se pueden encontrar lugares tabú, bien sea porque habitan espíritus malignos o porque en ellas se celebran sacrificios ceremoniales, rituales de furasi y las viviendas de los Hogones.
¿Qué tipo de circuncisión practicáis?
Tanto la masculina como la femenina– le aclaró Pierre.
Comenzaron una discusión, cada uno en defensa de sus propios convencimientos, no tan opuestos los unos de los otros.
La Mutilación Genital Femenina debe ser abolida— sentenció Sissé, –por motivos de salud, de moral y éticos– parafraseando las palabras de Maharafa.
¡Cómo dices semejante barbaridad!— Le replicó Pierre, –la mujer debe ser circuncidada para que sólo pueda quedar embarazada de su esposo, para que no sienta placer y evitar su promiscuidad, para que la mujer llegue virgen al matrimonio¾ aludió con cierta vehemencia.
La mujer debe ser libre de decidir qué hacer con su cuerpo. Nadie. Nadie, debe decidir por ella. Nadie tiene derecho a imponer su voluntad a otra persona— le dijo Sissé. Lo que escandalizó a Pierre, que se echaba las manos a la cabeza, respondiendo airadamente.
No debes pensar así. La D'araya así nos lo indica: La mujer es y debe ser protegida por el hombre y consecuentemente debe ser sumisa y obedecer y cumplir con la Sharia—. Le increpó Pierre.
Sissé hizo un gesto de desesperación y renunció a seguir hablando del tema
Lo más conocido de mi pueblo y a la vez más controvertido, es el conocimiento del cosmos que poseemos. Tenemos datos precisos y detallados del sistema solar: La luna es seca y estéril. El planeta “Dana tolo” con sus cuatro satélites. Los anillos del planeta Saturno... Las órbitas elípticas de los planetas alrededor del Sol. Todo esto lo conocemos desde hace más de mil años. La Vía Láctea formada por millones de estrellas. Sirio, “Sigu tolo”, es una estrella muy brillante, de primera magnitud en la constelación de Can Mayor. “Po tolo”, o Sirio B que acompaña a “Sigu tolo”, es una estrella blanca, muy pequeña y compuesta de “sagala”, un metal muy denso y extremadamente pesado, más brillante que el hierro. La ciencia la descubrió hacia el año 1862, mientras nosotros la conocíamos desde el año 1300.
Sissé estaba sorprendido por los relatos de Pierre, mientras éste reía observándolo. Sissé había oído algún comentario al respecto aunque no con los detalles de que hizo gala Pierre. Conocía de los Dogón sus poderes esotéricos. Sissé prestaba una inusitada atención a todo aquello nuevo para él. Todo lo desconocido le interesaba, pero los datos facilitados por Pierre le habían seducido de tal manera que trataba de memorizarlos.
Las personas nos relacionamos como las estrellas en sus constelaciones, nos agrupamos con las más avenidas. Por fuera todas son iguales pero a penas las conoces ves sus diferencias– añadió Pierre, irónico.
Sissé había quedado fascinado y de cuando en cuando elevaba su mirada hacia la bóveda plateada, como pretendiendo situar los planetas y las estrellas que Pierre había mencionado con tanto énfasis. «Este hombre no habla como el profesor de Sègou ni como Maharafa», concluyó, ante la imposibilidad de memorizar lo escuchado.
Cada cincuenta años celebramos la ceremonia de renovación del mundo: “Sigui”. Es una fiesta asociada a “Po tolo”, coincidiendo con la finalización de su órbita. Cada jefe Dogon prepara para cada fiesta un recipiente impermeable en el que hace fermentar la primera cerveza ceremonial a consumir en los festejos, que una vez finalizada la fiesta es colocado en la viga principal de la vivienda del jefe Dogon, o “Ginna bana”, en donde se une a los de celebraciones precedentes.
¿De dónde te viene, pues, la relación de la Shari’a, si tu religión es tan animista como la mía?— le interrogó Sissé, extrañado. Mientras les observaban sus compañeros de viaje. Con cierto recelo los dos árabes, a pesar de que el más joven no disimulaba una sonrisa de satisfacción por la pregunta espontánea de Sissé.
Después de varias aclaraciones de Pierre que, a Sissé, no le convencieron, se acomodaron en la tienda sobre sus esteras correspondientes.
Sissé, hay un proverbio Dogón que dice: “Cuando viajas tu viaje te pertenece; pero tu vuelta no”. Ten mucho cuidado y presta mucha atención a todas las cosas. No te fíes porque te digan cosas agradables o te adulen. Si observas los pequeños detalles de las personas te definirán como son. Y, tú, a pesar de terco, eres buena persona— apostilló Pierre.

«Vaya una diferencia de acompañante que me ha tocado. No me pedirá, también, que le caliente la espalda», pensó ironicamente Sissé.
Antes de amanecer ya había cierto movimiento en el campamento. Se despertó Sissé y salió a la intemperie en el momento en que moría el “fitiri” y comenzaba a despuntar el alba. Una brisa agradable se dejaba sentir sobre su rostro que le reconfortaba, no pudiendo evitar el recuerdo del calor extremo que sufrieran el día anterior. Se aproximó a la orilla del río y se aseó con el agua algo fresca a esas horas de la mañana. Al cabo de dos horas, una vez servido el desayuno, partió el Sumare hacia Tombouctou, última etapa hasta llegar a esa mítica ciudad. El buque atracó sobre media mañana en el puerto de Koroumé, el puerto más próximo de Tombouctou, desde donde restaban unos doce kilómetros hacia el interior para llegar a la mítica ciudad. Después de un horrible viaje en autobús, pinchó sus desgastadas ruedas dos veces, llegaron a la población.
Su situación geográfica hacía de la población un punto de encuentro entre África occidental y las poblaciones nómadas bereberes y los árabes del norte. Tenía una larga y rica historia como puesto avanzado de comercio e intersección de la ruta comercial transahariana de norte a sur. Al finalizar la Route de Koroumé llegaron a la Place de L’Indenpendance, inmediatamente después contempló una gran edificación: La mezquita de Djinguereber, construida en el año 1327, por el arquitecto granadino Abu Hac (Ishaq) Es Sáheli. El conjunto era un monumento impresionante de formas suavizadas y ondulantes, de muros grisáceos y agrietados, de los que sobresalían innumerables estacas o contrafuertes para sostén de esos mismos muros, como en el resto de las construcciones. Entre la mezquita de Sankore o Madraza de Sankore (construida alrededor del año 1300, y reconstruida en el 1581) y la de Sidi Yahya (construida en el año 1441), formaban la Universidad de Tombouctou. Fue la capital intelectual y espiritual, así como centro de la propagación del Islam en África, durante los siglos XV y XVI.
Tombouctou como ciudad multiétnica, estaba poblada por las etnias Songhay, Tuareg, Fulani, Peull, Mandé. En su deambular por la ciudad después de abandonar la mezquita de Djinguereber, por su izquierda, alcanzó el Boulevard Askia Mohamed, avenida principal. Como el resto de calles era de arena, más recubiertas que las de otras poblaciones debido a la arena desértica por las muchas tormentas procedentes del desierto que empezaba donde acababa la ciudad de Tombouctou. Se recreó en las construcciones de sus casas y edificios, hechas con ladrillos de barro, contrastando las casas bajas con algunas de dos plantas, así como el estilo sudanés y colonial tan presentes en Malí. Muchas casas tenían puertas y ventanas espléndidamente labradas a la manera árabe: la madera torneada con grabados, relieves y hierro forjado, dejando constancia de la riqueza que antaño poseía la ciudad.
En el interior de las casas se entreveían patios y estancias donde se observaba a hombres conversando recostados sobre esteras y niños jugando, mientras las mujeres molían el grano o cocinaban para preparar la cena. Las calles de Tombouctou se llenaron de grupos de hombres sentados o tendidos sobre el suelo de arena. Conversaban o jugaban a las cartas, otros al “awalé” (juego que se componía de un cilindro alargado de madera autóctona de iroko con dos campos de seis agujeros cada uno y cuarenta y ocho espigas que se habían de capturar) o a las damas, sobre tableros dibujados en la arena, con piedrecillas como fichas. De dos en dos o de tres en tres algunas mujeres paseaban lentamente luciendo sus “bou-bous” y sofisticados tocados, todo ello en una rica gama de colorido. Muchos niños jugaban y correteaban medio desnudos, entre un constante griterío, otros acarreaban cubos de agua sobre sus cabezas. Unos cuantos más atrevidos se acercaron a un grupo de extranjeros y les saludaron: –“Ça va, toubabou?”– preguntaron entre risas, para irse corriendo una vez habían conseguido un obsequio o una moneda, satisfechos de su osadía.
En su deambular por la ciudad, desembocó en el mercado artesanal, donde predominaban los puestos Tuareg con sus ofertas orfebres, peleteras, etc. Desde un puesto que se encontraba al pie de la mezquita Sankore, regentado por un señor de mediana edad, ataviado con un turbante enorme de color blanco y añil, le gritó:
Llevas un bonito “shirawt”.
Sí, lo es–, admitió Sissé.
¿Dónde lo has comprado?
En Moptí. Me lo regalaron–, respondió Sissé al tiempo que se acercó al puesto.
Buen regalo. Muy buen regalo.
Cierto, es muy buen regalo–, admitió Sissé, orgulloso.
Si quieres venderlo te lo compro.
No. No está en venta. Tú tienes amuletos muy bonitos también.
Sí, pero no como el tuyo. No se venden tan fácil– apuntilló.
Sois un pueblo impresionante...
¿Conoces nuestras costumbres?
Algo me han contado de las caravanas y la ceremonia del té.
¡Ah, Las caravanas! Dijo con añoranza. –Las caravanas compuestas por millares de camellos que venían desde Marrakech pasando por Mekinez, Fez y Tlemecen, por Tafilal o el valle del Draa y desde Trípoli y El Cairo, pasando por Gadames y Gatt, en Libia, convergían todas en Tombouctou. Aquello la convirtió en una ciudad floreciente y rica. ¡Qué buenos tiempos!
Yo no veo a la ciudad tan rica como dices.
Hoy no es lo mismo. Es una gran ciudad, pero no es lo mismo. ¿Has tomado el té las tres veces?
Sí. En el viaje. Donde paramos a pasar la noche, había un campamento de varias jaimas y la mujer a la que acompañaba hablaba vuestra lengua y nos invitaron a tomar el té, y entre la conversación se refirieron algunas de vuestras hazañas y costumbres.
Siempre hemos sido un pueblo aguerrido, difícil de doblegar. ¿Te contaron como se hacía el comercio en aquella época de las caravanas?
No– respondió Sissé, dubitativo.
En aquella época, junto a la orilla del río en Koroume, dejaban sus mercancías los mercaderes que llegaban por el Níger desde los pueblos más remotos de África, encendían hogueras y se retiraban. Cuando los nativos veían el humo se acercaban y dejaban junto a la hoguera el oro que creían que valía la mercancía depositada, si los comerciantes consideraban suficiente el oro que los nativos habían dejado lo cogían y se marchaban, si no, no lo tocaban y se volvían a retirar después de haber encendido nuevas hogueras, con lo que los nativos volvían a depositar más oro hasta quedar conforme los comerciantes con el pago.
Es curioso. Eso no lo conocía. Era un buen sistema para evitar las discusiones, aunque ya existía el regateo.
Eran otros tiempos... ¿Vas a permanecer aquí o continúas viaje?
No, continúo. Voy a Tessalit.
Pocas cosas irás a hacer allí.
He de visitar a unos familiares. Me alegra haberte conocido. He de irme.
Buen viaje.
Gracias. Adiós.
El mercado se extendía a izquierda y derecha de la puerta de acceso al patio de la mezquita. Aquel patio tenía exactamente la medida de la “Kaaba”, de la Meca, en la que se encuentra la Piedra Negra “al-Hayar-ul-Aswad” con su marco de plata, sobre la que giran los miles de peregrinos. Había puestos con los más diversos artilugios Tuareg, tanto de marroquinería como de orfebrería, tallas de todo tipo. Un grupo de Tuareg con sus dromedarios echados sobre la arena hablaban distendidos entre ellos y se giraron al ver pasar a Sissé. Había uno junto a ellos, anciano, sentado sobre un fardo de pieles curtidas que fumaba una pipa más alargada de lo habitual, parecía ser de otra etnia o condición social. Tanto el color de su piel como la vestimenta que llevaba, le diferenciaban del resto del grupo. A un movimiento de su mano todos callaron y escucharon las observaciones del anciano, para continuar, seguidamente, como si nadie hubiera interrumpido aquella conversación.
La noche cayó muy deprisa y en el ambiente se advertía una inevitable conflagración entre hogueras y humo. Los niños seguían jugando, gritando y corriendo, tan pronto se veían iluminados por el fuego, como desaparecidos en una oscuridad espectral. Los hombres seguían hablando a oscuras. La ciudad comenzaba a tomar un aspecto casi fantasmagórico debido a las sombras que se proyectaban, alargándose o acortándose, por las hogueras, tanto de casas como de personas.
Volvió al barco en el mismo viejo “kaare” que le trajo anteriormente a la ciudad.




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