Capítulo
XV
Hacía sobre un mes
del regreso de Agadez y llegaron los temporales de viento y arena, y
con posterioridad las lluvias. La vida en Tessalit se volvió
anodina. Salvo el cuidado de los animales y las reparaciones
ocasionales que, Sissé, hizo en la pared del ajelman, poco
más se podía hacer. Sólo el trabajo en el almacén del señor
Madaye, que también se redujo ostensiblemente, le había mantenido
un tanto activo. Tanto el ajelman natural como el artificial
estaban rebosando agua, aunque éste último bastante maltrecho. De
la acequia de riego no quedó ni rastro y el afarag había
desaparecido literalmente. Sólo el alpende se mantuvo intacto. Con
ese tiempo sólo Asshiá permanecía ocupada de forma continua: el
tiempo libre lo ocupaba confeccionando todo tipo de objetos
elaborados en piel. Recordaba, así, sus años jóvenes en los que
pertenecía al grupo de “tenad”, gozando de prestigio en
su poblado por la habilidad que demostraba en la elaboración de todo
tipo de artículos. Asshiá llevaba entre manos varias pieles finas
de cabra, de color marrón, muy abatanadas, que cortaba y manipulaba
con gran destreza. Eran piezas para confeccionar una “tekamist”,
que cubriría hasta la cintura, de hombreras caídas y sin mangas. Un
bordado generoso de motivos Tuareg completaba el peto delantero.
Conrad y Sissé se
sentaron sobre las tullidas almohadas en torno a la mesa, en la que
había colocado Asshiá una rama de “teyne”, dando buena
cuenta del ––“suculento manjar”–– ironizó Conrad.
––Pues no te
quejes, por lo menos puedes comer dátiles, cosa que en otras
ocasiones siquiera eso has tenido para comer–– protestó Asshiá.
––Yo no me
quejo, es cierto que son un suculento manjar.
––Te estás
volviendo gruñón-.
Y dirigiéndose a Sissé, añadió ––¡está haciéndose Viejo!
Había dejado de
llover hacía casi dos semanas y los terrenos volvían a tomar su
estado natural, la arena se veía reseca, eso sí, en su interior
quedaba una humedad que había que aprovechar. La preparación que le
hizo Sissé al terreno, después de la recolección, ahondando con la
azada en la arena, hizo que absorbiera mayor cantidad de agua a pesar
de haber destruido el afarag y haberse empapado.
Hablaron sobre el
tiempo que llevaba Sissé en Tessalit, aunque éste acababa con
rapidez las conversaciones, Conrad tenía que tirar de él para que
siguiera hablando. Conrad evitaba decirlo, pero se sentía incómodo
ante la que adivinaba próxima marcha de Sissé. Le estaba viendo
taciturno desde hacía unos días, cuando él nunca se había
mostrado así. Conrad estaba complacido por todo lo que Sissé había
hecho en su casa, mejorando, ostensiblemente, sus vidas. Había
impermeabilizado con ramas de palmera y hojas de banano el alpende,
en el que cerró, con la colaboración de Asshiá, un lateral con
pieles de cebú, y reforzó sus pilares y traviesas, hasta el punto
de haber resistido incólume las embestidas de los distintos
temporales de viento y arena, antes y después de las incesantes
lluvias desde hacía dos meses. Lo habían podido utilizar como
despensa y almacén de los piensos y forrajes para los animales.
––¿En qué
punto se encuentra tu proyecto?— Preguntó Conrad.
––Está en el
mismo estado que hasta ahora, no hay ninguna novedad todavía. He de
permanecer durante algún tiempo aquí, con vuestro permiso, claro.
––Por nuestra
parte puedes quedarte con nosotros el tiempo que tu quieras— se
apresuró a responder Asshiá, que había mirado de soslayo a su
marido.
––Mujer yo
también podría haber respondido lo mismo— comentó Conrad con un
gesto de asentimiento.
––¡Ah!, pero
como tú no lo dices nunca…
––Bueno, está
bien. Deja que hable Sissé, si continúas hablando tú no sabremos
que planes tiene él.
––Quería
preguntarte sobre aquello que me dijiste cuando llegué–– un
gesto de duda apareció en el rostro de Conrad, que no era capaz de
saber a qué se refería Sissé, ––¿qué cantidad de dinero
crees tú que necesitaré para afrontar con garantías la travesía
del desierto? Ya sé lo que hablamos en Agadez con Hussein, pero, me
tiene algo preocupado ¿Qué cantidad considerarías si fuera para
ti?
––¡Ah! Era eso.
Sissé no podría decirte una cantidad determinada, porque en función
de lo que lleves estarás dispuesto a pagar en un momento dado.
Recuerda la conversación que tuvimos al respecto en casa de
Hussein...
—Sí. Sí. Ya lo
sé. Es que estoy bastante confuso— dijo Sissé.
—Esa confusión no
es más que el ansia que sientes por emprender la marcha— añadió
Conrad. —Por cierto, está habiendo, últimamente, un movimiento
cada vez más intenso de musulmanes asiáticos por la zona—, dijo
Conrad cambiando el tema de conversación. Se adentran en Argelia.
Comentan que les han visto en movimiento en el Tanezrouft, cerca de
la población de Ouallene Borjd. Siempre con buenos vehículos que se
adaptan bien al desierto, y bien vestidos.
––Yo viajé en
el barco con dos árabes— le interrumpió Sissé, ––supongo que
de la península Arábiga, por sus vestimentas. Iban provistos de
atuendos de calidad, con un “zobe” de algodón de un
blanco inmaculado, y su “shayla” con el “igaal”
como tocado en la cabeza. El más joven portaba una carpeta de cuero
marrón, con guadamecíes de un marrón más oscuro que llamó mi
atención.
––Posiblemente
sean de la península Arábiga, como dices, o bien de Irak o
Afganistán. No se sabe exactamente de donde vienen, pero el caso es
que están llegando y tratando de conseguir adeptos. Se rumorea que
están negociando con el Grupo argelino Salafista para la predicación
y el Combate, (GSPC)...–– Conrad hizo una pausa sabiendo que se
había extralimitado en sus palabras ante Asshiá, ––o que ya
forman parte el grupo de la célula de Al Qaeda del Magreb Islámico
(AQMI)–– continuó diciendo en voz lastimosa.
––Ah. Pues yo no
les vi ninguna actitud extraña, Sólo les vi rezar. ¿Crees que
estará Al Qaeda por estos parajes?–– Preguntó Sissé, que no se
percató de la actitud de Conrad.
––Sí. Yo creo
que sí— titubeó Conrad, que bajó el tono de voz. —Los
salafistas se habían debilitado bastante desde hace ya unos años y
ahora irrumpen de nuevo, tanto en Argelia como en Marruecos, estos
rumores cada vez tienen más sentido. Hay que tener cuidado. Están
aumentando los atentados terroristas, Sissé; últimamente ha habido
un atentado en Argelia, en la provincia de Batna. Hace un mes otro
atentado, en él murieron cinco personas asesinadas en una emboscada.
Anteriormente en Enero dieciocho policías de las fuerzas de
seguridad argelinas fueron asesinados en la región de Boskra, en
otra emboscada. Sí, es cierto que están atentando sobre el este,
posiblemente porque tienen la huida más fácil hacia Libia que hacia
Marruecos o Mauritania. Hay que estar atentos porque también
atentaron en Marruecos, o quizá sea otra célula yihadista, ¿quién
sabe?
––Podríais
hablar de otras cosas— intervino Asshiá azorada. ––Habláis de
muertes como lo más natural del mundo, sin perturbaros siquiera.
Resulta indigno ver como a fuerza de hablar de atentados, le damos
una importancia insignificante a la muerte de personas inocentes.
––Es lógico que
hablemos de todas estas cosas que están sucediendo, no debemos
ignorarlas, porque no por ello van a dejar de suceder y es mejor que
Sissé esté prevenido en todo momento, mujer.
Sissé se incorporó
y le puso la mano en el hombro a Asshiá.
––Tiene razón
Conrad. Por no hablar de esto no va a dejar de suceder y es mejor que
esté prevenido. Si me ha de tocar…, pues me tocará...
––No digas eso—
le cortó ella.
Asshiá molesta por
el cariz que tomó la conversación, no se preocupó de ocultar su
desazón, dejó con energía las pieles que estaba elaborando sobre
un taburete y anunció que en breve se iba a cenar, de forma un tanto
airada.
––Y dejad ya de
comer “teyne”— protestó.
Después de haber
desaparecido la mujer Conrad abordó con Sissé el tema que le estaba
preocupando.
––Estás dándole
vueltas a tu marcha, ¿no es así?
––Sí, es
cierto. Llevo unos días pensando en ello.
—¿Tienes previsto
cuando marcharás?–– Le insistió.
––No. No he
decidido nada, todavía. Pero algo he de ir viendo, más que nada por
tener en cuenta cuando sale algún convoy.
—Habla con Madaye,
el te ayudará a encontrar un convoy con el que cruzar el desierto.
—Así lo haré.
—¿Sabes que vas
ha dejar un vacio importante en esta casa?
—¡Uf! Conrad. He
de marcharme.
—Lo sé. Lo sé.
Pero te hemos tomado cariño. Asshiá te va a echar mucho de menos.
—Ya lo sé. Aunque
cuando llegué no lo vio con muy buenos ojos…
—Sí. Era normal,
pero apenas vio tu comportamiento se volcó contigo— lo interrumpió
Conrad.
Después de acabada
la cena, Sissé se tumbó de espaldas sobre el jergón, con los ojos
cerrados, recordó a Aicha, con la que hacía tiempo que no había
hablado, prometiéndose que al día siguiente la llamaría. Le
explicaría sus próximos planes que pasaban por la inminente
partida, apenas se hubiera constituido un primer convoy que saliera
hacia Argel o Túnez, incluso si fuera a Trípoli. Se propuso hablar
esa misma mañana con el señor Madaye para expresarle sus
intenciones de partir en la primera posibilidad que tuviera. Al mismo
tiempo le pediría ayuda para localizar un convoy de garantías. Se
propuso rehacer el afarag y reforzar el ajelman antes
de marcharse. «Lo dejaré preparado en favor de Asshiá, para que la
mujer, llegada la época, siembre aquello que quiera», se dijo. Una
llamada al teléfono le devolvió a la realidad del momento. Una gran
alegría le corrió por su cuerpo.
—Aicha, ¡por fin!
Cuánto tiempo sin hablar contigo… Te he llamado varias veces y al
no responderme pensé que ya no querías nada conmigo.
—Sissé yo sigo
sintiendo lo mismo que cuando estabas aquí. Sólo que me quedé sin
móvil, se me cayó al río y ya no funcionó.
—¿Cómo estáis
todos?
—Muy bien, Sissé.
Muy bien.
—¿Te ha molestado
Sekou?
—No, Sissé.
Aunque si hemos hablado en varias ocasiones y quiere que salgamos…
—Y ¿tú qué le
has dicho? La interrumpió Sissé.
—Qué no, por
supuesto.
—Me parece que
estás contenta, ¿no?
—Sí, sí, lo
estoy.
—¿Puedo saber el
motivo?
—No es nada
especial— respondió en tono más serio. —Bueno. Sissé si es muy
especial: estoy embarazada— añadió Aicha.
Un silencio absoluto
siguió al anuncio de Aicha, sólo las respiración de ambos era
audible.
—¿Sissé? ¿Sissé?
—Estoy, estoy
aquí— respondió con la voz entrecortada, al cabo de unos
segundos.
—Pensé que te
alegraría, por eso te lo he dicho.
—Aicha no es que
no me alegre. Pero no es el mejor momento…
—¿Cuándo sería
para ti el mejor momento? Esto es una consecuencia lógica de nuestro
amor— dijo Aicha con evidente mal humor.
—Aicha no te
enfades, pero es lo que menos esperaba que me dijeras, me ha
sorprendido tanto…
—Ya me lo advirtió
Sekou: veremos si ahora Sissé se hace cargo— cortó airada la
conversación.
Después de varias
llamadas, Sissé desistió de seguir intentándolo. Echado como
estaba boca arriba no hacía más que pensar en lo que llevaba Aicha
en su vientre. Seguía buscando qué le había dicho a Aicha que la
molestara tanto. Se excusaba diciéndose para sí que la sorpresa era
mayúscula, que Aicha no le había dejado asimilarlo. Estuvo toda la
noche haciendo cábalas de cuanto tiempo estaría: «de ser mío en
un par de meses máximo estará el bebé en el mundo» se dijo.
Aquella noche Sissé fue incapaz de conciliar el sueño, pensó tanto
en Aicha, como en su embarazo, como en Sekou.
Hacía ya casi ocho
meses que no veía a su familia, y a pesar de que de cuando en cuando
hablaba con ellos y le tranquilizaban, a veces, le surgían dudas
sobre su forma de vida. Desistió de llamarles de momento, hasta que
no aclarase la situación de Aicha y la suya propia.
Esa misma tarde una
vez acabada la jornada en el almacén del señor Madaye, de vuelta en
su casa, les anunció que en quince días partía un grupo de tres
camiones hacia el norte de Argelia.
––El señor
Madaye me ha comunicado que ha hablado con uno de los camioneros y
está de acuerdo en llevarme— les dijo, taciturno.
Asshiá que estaba
sentada junto al vado de la puerta, en la sombra, quedó paralizada y
Conrad en un intento de pronunciar una palabra produjo un sonido
gutural tan inverosímil como incomprensible. Después de carraspear
acertó a decir con cierta desazón:
––Te marchas,
pues.
––Conrad he de
marchar— dijo Sissé.
Asshiá estaba
expectante observó con detenimiento a Sissé, la mujer estaba
irreconocible, esperando que no se produjera la respuesta que acababa
de oír. Dejó, airada, las pieles que tenía entre manos, se
incorporó y dando media vuelta se introdujo en la casa. Un
desasosiego la ahogaba. Había tomado un cariño desmesurado a Sissé,
a sabiendas de que este momento, inexorablemente, tenía que llegar;
más temprano que tarde se iba a producir. Pero ese sentimiento era
más fuerte que ella, no había sido capaz de controlarlo y eso la
incomodó. Se había dejado llevar por su egoísmo, y se lo reprochó.
Apenas si se tomó
bocado esa noche y los comentarios habían sido más bien escuetos.
Sólo una taza de té puso broche a la cena, en un intento de Conrad
por suavizar la situación, sin que hubiera un simple comentario.
Todas las noches aprovechaban ese momento para discutir los
pormenores del día. Todos eran conscientes de que a la mañana
siguiente la situación volvería a ser perfectamente jovial. El
matrimonio conocía el por qué de la aparición de Sissé en sus
vidas e igualmente el por qué de su desaparición, aunque les
costaba aceptar la situación. Pero de lo que todos ellos estaban
convencidos era que su relación, la convivencia de esos casi ocho
meses iba a quedar grabada en sus corazones indefectiblemente.
No había hecho más
que amanecer y ya se encontraban los tres en el zaguán de la casa,
Asshiá no pudo conciliar el sueño esa noche y llevaba un buen rato
levantada, había preparado unos cuencos con leche de camella recién
ordeñada y una bandeja de frutas, sobre todo de mangos y dátiles.
Los rostros del matrimonio más distendidos revelaban su buen estado
de ánimo, tras el mal trago que supuso el anuncio de Sissé, la
noche anterior. Éste continuaba con su gesto apagado, apenas si
había dado varias cabezadas en toda la noche. El matrimonio se
esforzó en aceptar la nueva situación que se presentaba, aunque
Asshiá debía hacer un esfuerzo muy superior por disimular su
desazón al ver a Sissé tan lacónico.
––A partir de
hoy tanto Sissé, como Asshiá, e incluso yo mismo, trabajaremos para
recomponer el “afarag” que resultó destruido. Se sembrará
aquello que queráis, cebollas, tomates, pimientos, patatas; lo que
vosotros decidáis. Recompondremos la acequia de riego. En esta
ocasión profundizaremos un tanto más en la arena y rellenaremos
después para darle más consistencia— anunció Conrad.
Asshiá observaba
con detenimiento a Sissé, mientras Conrad le hablaba, asintiendo con
movimientos suaves de cabeza a todas las propuestas de su esposo.
––No es
necesario que lo hagáis vosotros, yo ya me lo he planteado, y
restauraré los desperfectos— dijo Sissé.
––Aquí estamos
todos por lo mismo. Lo reconstruiremos entre los tres— añadio
Conrad.
Ante la negativa
tanto de Conrad como de Asshiá, Sissé, aceptó las sugerencias de
éste. Sissé repasó mentalmente el estado de lo que había
realizado: «El “ajelman” se encuentra lleno de agua de
las recientes lluvias», lo que le satisfacía: «así no bajará
Asshiá hasta el “ajelman” natural cargada con las odres
para acarrear el agua», se dijo. «El “afarag” en el que
podrá plantar legumbres y hortalizas de distintas clases con las que
mitigarán sus necesidades. El alpende reforzado e impermeabilizado
le ha supuesto, a Conrad, su utilización como granero una vez pasado
la temporada de lluvias», pensó con regocijo. Ante ese balance
quedó más tranquilo.
Sissé tomó el
cuenco de leche y comió un par de dátiles. Se despidió hasta la
tarde y se encaminó hacia el almacén del señor Madaye. Iba
pensando en sembrar legumbres, al tiempo que las hortalizas, lo que
rápidamente descartó porque provocaría una sobrecarga de trabajo
para Asshiá. Pensó en proponer a Conrad hacer una majada para tener
recogido el ganado.
Sissé intentó
varias veces hablar con Aicha, sin conseguirlo, lo que le produjo un
malestar que trató de disimular una vez en su casa. Se dispuso a
hacer un surco suficientemente profundo para construir la acequia de
riego con ciertas garantías. Asshiá ya estaba algunas horas
sembrando hortalizas y Conrad estaba acabando de arreglar a los
animales. Habían trabajado hasta la caída de la noche. Sentados
alrededor de la mesa, Asshía dispuso una “bastila” para
la cena —a Sissé era el plato que más le gustaba—, unos dátiles
y unos cuencos de leche recién ordeñada. Tras la cena y mientras
esperaban que el té estuviera en su punto, comentó Conrad:
––Sissé, el
surco que has hecho en la arena lo vamos a recubrir con ladrillo, que
haremos a partir de mañana, con ello evitaremos que cuando lleguen
las lluvias lo destruya de nuevo.
––¿Como haremos
los ladrillos?— Consultó Sissé.
––Tengo
dispuestas varias tablas de madera largas y otras que iremos cortando
para utilizarlas de traviesas y con ellas haremos los ladrillos a las
medidas que nos interesen.
––Me parece
perfecto.
––Vamos a tratar
de asegurar el afarag para que no lo destruyan las próximas
lluvias y el ajelman veremos de reforzarlo algo más. Pero eso
son cosas que deberá mantener Asshiá. Aunque en algún momento yo
le eche una mano— añadió, a continuación, entre dientes.
—Creo que es una
gran decisión, Conrad— dijo Sissé.
—¿Sissé te ha
sucedido algo con Madaye? — Preguntó Conrad, sobresaltando a
Sissé.
—No. No. En
absoluto.
—Estás muy
extraño desde hace un par de días— añadió Conrad.
—Ya. No ha sido
con Madaye. La otra noche me llamó Aicha, la chica con la que estuve
en Ségou…, y me dijo que estaba embarazada—, carraspeó.
—Seguramente no estuve muy correcto cuando recibí la noticia, la
sorpresa fue tan grande… He intentado hablar con ella varias veces
pero no me contesta a las llamadas.
El matrimonio cruzó
sus miradas, condescendiente.
—Sissé deja pasar
unos días, seguramente, ella, también tendrá que asimilar su
situación ahora que ya te lo ha dicho.
—Lo que me
preocupa es que no sé de cuanto tiempo está embarazada, y hay un
tal Sekou que la pretende y después de marcharme ha intentado
convencerla para que esté con él.
A la mañana
siguiente cuando se despertó Sissé, oyó que estaba el matrimonio
fuera de la casa. Habían preparado una estructura en la arena con
tablas. Al lado habían hecho un pequeño montículo de la misma
arena con forma de volcán, en su interior habían vertido agua y
Asshiá estaba haciendo una masa de una relativa densidad para
verterla posteriormente sobre la estructura de madera y aprovechar
las horas de sol para que secara. Sissé se dirigió con presteza
hasta donde se encontraba la mujer y tomó la azada con la que estaba
haciendo la mezcla y le dijo que descansara para continuar él
haciéndola. Al poco tiempo vertió la argamasa resultante sobre los
moldes de la estructura de tablas de madera que había preparado
Conrad, para la fabricación de los ladrillos. Los últimos días
estaban resultando intensos en cuanto al trabajo de reconstrucción
de las infraestructuras y la siembra de hortalizas. El afarag
había retomado su estado anterior a las lluvias. El ajelman
estaba rebosante de agua y sus paredes se habían reforzado con los
ladrillos que fabricaron, La acequia había quedado perfectamente
sentada en el suelo de arena, una vez recubierta con los ladrillos,
del que sobresalía unos diez centímetros, quedando dentro sobre los
veinte centímetros, sin la más mínima fuga de agua. Todos ellos se
sentían enormemente orgullosos de las infraestructuras
reconstruidas, que les facilitaría la vida y les serviría como
recuerdo permanente del paso de Sissé por su casa y sus vidas.
La vegetación de
alrededor se veía esplendorosa, los bananos que se entremezclaban en
la “zeriba”, los mangos, cuya producción se adivinaba
abundante; las distintas clases de plantas y flores silvestres
embellecían, aún más, un vergel que ya de por sí resultaba
hermoso.
En unos cuantos días
llegó el momento de la partida de Sissé. Era una mañana de
ambiente tenso y rostros compungidos, hacía ya más de una hora que
había amanecido y el sol empezaba a dejarse notar. Era un día en el
que el matrimonio permanecía expectante, al mismo tiempo se movían
nerviosos de un lado para otro. Un silencio embarazoso cubría el
ambiente en el interior de la casa, mientras, Sissé, estaba
ultimando los preparativos con cierta parsimonia, a pesar de que
había de ir a Kidal, punto de partida del convoy. Iniciaría viaje
por la tarde con la caída del sol, por lo que debía salir esa
mañana con un camión que descargaba en el almacén del señor
Madaye y se volvía seguidamente a Kidal. Sissé impartió ánimo al
matrimonio, sobre todo a Asshiá que no podía contener su emoción.
Se abrazó a él, entre sollozos, rogándole que llevara mucho
cuidado y siguiera los consejos que le habían dado.
––Aquí tienes
tu casa para cuando tú quieras. En la medida de lo posible haznos
saber de ti–– le pidió Conrad.
Asshiá le llenó su
dugutaampalan con toda clase de frutas para el viaje. Había
sacado la tekamist que confeccionara en piel de cabra y se la
entregó con cierto protocolo, quedando Sissé gratamente
sorprendido. A continuación le dio un chaquetón de piel de cebú
forrado con lana de oveja, resistiéndose Sissé al principio, para
aceptarlo después, ante la insistencia de la mujer. Le habían
regalado, también, un “abayogh” para ser llenado de agua
antes de partir con el camión y un “ebawen” de piel donde
llevar los útiles recomendados por los Tuareg: un “elmoshi”;
una manta gruesa de un color anaranjado que sirviera para ser
avistado en caso de extraviarse; unos “adgag” que
igualmente había confeccionado Asshiá; unas botas de lona
con suela de tacos de caucho; un gorro de lana, una linterna y un
“abalbod” en el que colocó el dinero. Iba vestido como un
Targui, unos calzones anchos, acabados en una empuñadura a la altura
del tobillo que se introducían en la caña de la bota; una camiseta
de manga larga, la tekamist sujetada con una mano y tocado con
el chèché y el litham, perfectamente colocados.
Conrad llevaba en las manos una caja de cuero: de ella extrajo un
shirawt de plata, tallado, de forma de rombo con tres puntas
acabadas por sendos rombos más pequeños y en su extremo superior
coronado con un círculo en el que se sujetaba un cordón retorcido
igualmente de plata y se lo entregó a Sissé.
––Te privará de
grandes males y podrás hacer un viaje feliz. Es un amuleto que
guardo celosamente desde hace muchos años, hoy creo que te será más
necesario a ti. Toma en este papel va escrita el nombre y la
dirección de mi hermano en Lyón— dijo Conrad.
Los ojos se les
habían cristalizado a ambos, que se fundieron en un prolongado
abrazo. Una congoja les impedía mediar palabra. Habían sido unos
meses extraordinarios de convivencia, en los que Sissé había dejado
una profunda huella en esa familia. Tanto como la que ellos dejaron
en él. Su carácter desenfadado, jovial, extrovertido, y su
disposición siempre atenta, caló hondo en el matrimonio. Su
espontaneidad le había granjeado un cariño enorme. Ambos le
trataron como a un hijo, pero él también les correspondió con
respeto, generosidad y cariño, como a unos verdaderos padres. Sissé
se dirigió a Asshiá y le entregó un tasghalt antiguo, de
plata, que conmovió a la mujer, se le cogió al cuello y le besaba
frenéticamente en ambas mejillas, Sissé le abrochó el collar. Una
vez se había zafado de los brazos de ella se encaró con Conrad, se
desabrochó una pulsera de cuero y se la dio, se la colocó en su
muñeca con cierta solemnidad, para fundirse nuevamente en un fuerte
abrazo. Todo este protocolo se desarrolló sin pronunciar una sola
palabra. Sus gargantas se encontraban incapacitadas para emitir algo
más que un gemido. Un silencio de lo más elocuente, testificado por
unas lágrimas mudas que surcaban sus rostros sin remisión,
comprometían a todos ellos a aferrarse a los obsequios para expresar
el agradecimiento que eran incapaces de demostrar de otra manera.
Conrad tomó el
ebawen y se lo echó al hombro, conminó a Sissé a marchar, a
lo que éste asintió con un gesto de cabeza. Se cargó con el resto
de bultos. Asshiá observaba desde el vado de la puerta como se
alejaban ambos sin poder reprimir las lágrimas.
No tardaron en
llegar al almacén en el que trabajó Sissé. El camionero estaba
ultimando los detalles con el señor Madaye de la entrega que le
había realizado y estaría presto para iniciar el viaje de vuelta a
Kidal, que compartiría con Sissé. Cuando llegó al camión, Sissé
se percató de que era Michel, el camionero que le trajo hasta
Tessalit y ambos se saludaron con satisfacción.
––Echa los
bultos en la caja del camión y sujétalos con las cuerdas, después
le echas la lona por encima.
––De acuerdo––
dijo Sissé.
Subió al camión,
sujetó y cubrió los bultos como le había dicho Michel. Se despidió
Sissé de su compañero Mossa, que le deseó mucha suerte.
––Te deseo lo
mejor Sissé, espero que consigas tu objetivo— y añadió,
––¡ojala!, yo tuviera el mismo valor que tú…, pero soy muy
cobarde— le dijo Mossa.
––No es que seas
un cobarde, Mossa, es simplemente que no te lo has planteado
seriamente. Además, si tu situación aquí es satisfactoria para qué
te vas a mover— convino Sissé, dándole un abrazo.
Se fundió, también,
en un fuerte abrazo con el señor Madaye, al que agradeció
reiteradamente que le diera el trabajo.
––Cuida mucho de
Asshiá, Conrad, es una mujer maravillosa. Dile que la recordaré
siempre, como a una madre, siempre estará en mi corazón..., igual
que tú.
––Tú eres quien
debe cuidarse mucho, Sissé. Presta atención a todos los detalles,
no olvides los consejos y las enseñanzas de todos nosotros, te
podrían servir de mucho en cualquier momento. Sissé no te olvides
de informarnos de cómo te va, en la medida de tus posibilidades.
––Así lo haré.
En el momento que me sea posible trataré de haceros llegar noticias
mías, por medio del señor Madaye. Adiós Conrad.
––Adiós. ¡Hasta
siempre! Y buen viaje, Sissé.
Michel ya se
encontraba encima del camión y Sissé, emocionado, subió a su lado.
Antes de girar la calle les saludó sacando el brazo fuera de la
ventanilla.
––Has calado
hondo en estas tierras...
––Sí. Así es.
Conrad..., bueno él y su mujer Asshiá, me acogieron como a un hijo
desde el primer día que llegué aquí y se me ha hecho especialmente
dura la despedida. Y con el señor Madaye y Mossa, también, me he
entendido a la perfección...
A las cinco de la
tarde se encontraban en la zona del mercado de Kidal, desde donde
partía el convoy de tres camiones hacia Túnez. Le indicaron que
saldrían a las siete de la tarde, por lo que aún podía dar una
vuelta por la ciudad. No se alejó de los camiones, poco había para
ver en Kidal que no hubiera visto en su visita anterior. Tomó el
abayogh y lo llenó de agua en un grifo que se erguía próximo
a los camiones, del que ya habían llenado treinta bidones para el
viaje. Los camiones se encontraban dispuestos para partir,
exageradamente cargados. A los costados colgaban los distintos
bidones y el abayogh que Sissé colocó al lado de los otros.
Estaba todo dispuesto para el viaje, sólo faltaban los chóferes que
estaban refrescándose en el bar. Cuando llegó el chófer del camión
en el que viajaría Sissé, un hombre de mediana estatura y barba
poblada, observó el abayogh, lo descolgó del costado del
camión donde lo había colocado Sissé y lo introdujo en el interior
de la cabina.
––Viajaremos por
la ruta del Tilemsi, no es la pista principal, pero salvo en época
de lluvias se puede transitar bien por ella–– le informó.
––Ya la conozco.
He pasado varias veces por ella.
––Así beberemos
cuando nos apetezca sin necesidad de parar— se justificó el
camionero, señalando el abayogh, al tiempo que comenzaba a
mover el camión. ––Me llamo Mohamed, espero que nos divirtamos
en el viaje— se presentó.
––Yo soy Sissé—
le tendió la mano.
––¿A caso eres
Tuareg? ¿Te han dicho que tienes que pagarme treinta mil dinares
para hacer el viaje conmigo?
––Sí me han
dicho que tengo que pagarte, pero la cantidad de veinte mil dinares
no treinta mil.
––Bueno habrá
habido un mal entendido. Son treinta mil.
––Pues yo no te
voy a dar más de veinte mil.
––Entonces no
podrás viajar en mi camión.
––Bien, pues
para y me acercaré a la oficina. Comentaré lo que me estás
diciendo y lo averiguaremos.
––Bueno, no hace
falta. Te llevaré por veinte mil. Pero tu pagarás la comida del día
que lleguemos en un buen restaurante que yo te llevaré— al tiempo
que le tendió la mano.
Sissé sacó el
dinero del bolsillo del pantalón y se lo dio.
––Te doy diez
mil dinares ahora, el resto lo tendrás al finalizar el viaje.
––Eso no es así.
Quiero todo, los veinte mil.
––Muy bien. Para
el camión— le sugirió Sissé. ––¡Ah!, por cierto, no soy
targui, pero no me importaría serlo— enfatizó Sissé.
––No es muy
normal que un targui viaje a Europa—. Y continuó, ––vistes
como ellos, ¿por qué?
––Y ¿por qué,
no?
––No es que me
importe. Yo soy targui, también. Por eso me ha extrañado verte
vestido de esta manera, que no se corresponde con tu forma de hablar.
––¡Ya!––
Sissé aceptó sabiendo que le estaba mintiendo. ––Soy de
Sikassó y viajo a Francia…
––¡Perdona!
Vamos a girar a la derecha, observa si viene algún camión— le
interrumpió. Continúa, Sissé.
––Te decía que
soy de Sikasso y…
––Sí, viajas a
Francia, eso ya lo has dicho— le volvió a interrumpir.
Sissé quedó un
momento en silencio, observando al compañero de viaje que le había
tocado: lamentó que no se pareciera a ninguno de los otros
camioneros que había conocido.
––El viaje me ha
traído hasta Tessalit, donde vive un familiar–– no quiso darle
más explicaciones, —y ahora, contigo, retomo el viaje.
––Bien,
confiemos en que no nos pase nada.
––Eso espero
Mohamed. Eso espero. Conmigo no tendrás ningún problema—, le
indicó con desconfianza. Para añadir ––No me gustan las
mentiras…
––Yo no te he
mentido. Es una forma de negociar.
––No me refería
a eso. Tú no perteneces a los Tuareg. Eres argelino, del norte, y
espero que te comportes adecuadamente.
––Eres
aguerrido, ¿eh?
––No me pongas a
prueba. Mohamed…, quiero hacer un viaje sin contratiempos, pero no
los voy a rehuir.
Mohamed le miró
malcarado.
Ya habían perdido
de vista Kidal y el camión andaba a buen ritmo. Mohamed miraba de
soslayo a Sissé de cuando en cuando. Éste iba tenso, desconfiaba
del camionero que le había tocado en suerte. Apenas si quedaba luz
diurna y viajaban camino de Aguelhok.
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