RAÍCES
Almudena acababa de llegar al aeropuerto de Barajas, en Madrid. Una
maleta y mucha ilusión era todo su equipaje. Se detuvo un momento observando
como muchos familiares se abrazaban con recién llegados, mostrando efusivas
muestras de cariño; algunas lágrimas se adivinaban en muchos de los rostros observados.
Tomó un taxi y le pidió le llevara a una pensión del centro de la
capital. Durante el trayecto de su billetero extrajo una fotografía de una
pareja de niños que observó durante gran tramo del recorrido. El taxista la contemplaba
por el espejo retrovisor del interior del vehículo. Almudena era una mujer
mulata, de un moreno no muy intenso, tenía buena altura, ojos de color verde
claro, delgada y una melena que le quedaba sobre los hombros. Vestía elegantemente,
sin llegar a ser llamativa y con su fuerte personalidad llamaba la atención.
Su vida en Nicaragua fue treméndamente dura. Muerta su madre cuando
aún era una niña, su padre cogió a su hermano Fernando y se volvió hacia
España, dejándola abandonada a su suerte. Trabajó desde niña en un estercolero,
más tarde de niñera con una familia de terratenientes y por último como
prostituta para poder viajar a España.
A la mañana siguiente se fue a
la comisaría de policía más próxima y preguntó por el paradero de su padre y su
hermano. El policía que le atendió le dijo que apenas supiera alguna cosa él
mismo iría a la pensión a comunicárselo. Después de una semana que dedicó a
conocer Madrid y tratar de averiguar algo por su cuenta, sin conseguir nada, el
policía que la atendiera se personó en recepción y le dio una nota con la
dirección del que pudiera haber sido su padre, que faltaba hacía muchos años. Le
advirtió que era una barriada del extrarradio de Madrid, bastante conflictiva,
aconsejándole que no fuera sola, si esperaba a la tarde él mismo la
acompañaría. Almudena después de tomar un café con el policía y agradecerle su
interés se despidió y fue en busca de la dirección que acababa de proporcionarle.
Después de media hora llegó a la dirección indicada. El taxi se detuvo
en una plazoleta casi desierta, el taxista le advirtió que llevara cuidado que
no era un buen lugar para una señorita como ella. Solo unos cuantos jóvenes
desarrapados estaban sentados en el suelo vociferando hasta que vieron descender
a Almudena y dirigirse hacia ellos. Almudena llevaba la fotografía de los niños
en la mano, cuando llegó a la altura de los jóvenes, éstos, estaban de pie. Le
tendió la fotografía al que se encontraba más adelantado del grupo, después de
observarla le preguntó quién era y que buscaba por allí. Almudena respondió que
buscaba a su hermano Raúl. El joven observando la fotografía de nuevo le dijo
que quizá podrían ayudarle, le animó a que les acompañara. Almudena camino tras
del grupo recelosa, no confiaba demasiado en aquel muchacho. Se introdujo el
grupo en una nave abandonada y se echaron sobre la muchacha a la que fueron a
desnudar y ella les pidió que no le hicieran daño, que no se iba a oponer a sus
deseos. Una vez acabó el primero le tendió la fotografía al segundo que ya se
encontraba desnudo, éste dio un respingo y se cubrió, para al momento lanzarse
contra el muchacho que ya había copulado tirándole al suelo y golpeándole
repetidamente. El resto de chicos le cogieron y le apartaron del agredido. Almudena se había vestido a
medias y se fue decidida hacia el muchacho ¡Raúl! ¡Raúl! Abrazándose ambos
entre lágrimas.
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