HUYENDO
DE LA RUTINA
Camelia era directora de banco, contaba con cuarenta y cinco años. Un
porte altivo y su vestimenta elegante le dotaban de una gran personalidad; y dos hijas gemelas que estudiaban en Londres.
Su esposo, industrial del calzado, viajaba constantemente por el mundo
vendiendo sus zapatos. Sus vidas se habían tornado anodinas. Pocas cosas hacían
juntos; cuando él se encontraba en casa no había quién le sacara de ella.
Camelia agobiada del trabajo diario, estresante donde los hubiera, de vez en
cuando hacía alguna escapada para evadirse.
Aquella mañana de viernes estaba resultando fastidiosa, no más que
cualquier otro viernes, pero quizá ella
estaba más susceptible. El fin de semana estaría sola en casa y no le apetecía
en absoluto. Abrió una página de viajes en internet y compró un billete de ida
y vuelta a París, con hotel incluido.
En la capital francesa se hospedó en el hotel Eiffel Seine. Era media
tarde y dejó el equipaje en la
habitación, echó una mirada al baño y aunque era todo algo reducido, la
habitación le resultó agradable. Inmediatamente bajó al bar. Se sentó en uno de
los sofás del salón, era mullido y confortable, tenía dos almohadones grandes
de color rojo a cada uno de los lados; pegado a una de los ventanales que daban
a la calle. Comenzaba a anochecer y el ocaso se mezclaba con la iluminación
tenue de la calle dando una imagen seductora, como ella había soñado alguna vez
y que no había experimentado en los viajes anteriores con su esposo. Una
sensación de embriaguez le sacudió su interior, se apretaba inconscientemente
el almohadón contra su pecho mientras su imaginación volaba incontrolada. La
melodía de un acordeón se dejaba oír lejano. Un joven camarero rompió aquel
embrujo que envolvía a Camelia, haciendo que regresara a la tierra y dejara
apoyado el cojín en el asiento del sofá. Pidió un Martini.
Pasó al comedor para cenar en el mismo hotel, tomó asiento en una mesa
redonda con un quinqué en el centro, en el que una mecha encendida titilaba una
luz pobre. Acababan de servirle una botella de vino: Vosne Romanée, de Borgoña,
se acercó la copa a la boca y no se resistió a olerlo ligeramente, daba un
primer sorbo cuando se acercó un hombre maduro, de cabello cano, excelentemente
vestido y refinado en sus gestos. Camelia le miró con tanto descaro como aquel
caballero se había colocado ante ella. ―Ha
elegido un buen vino―, fue el comentario que hizo de presentación en un
perfecto francés. A lo que ella correspondió con un no menos preciso: ―Merci, monsieur―.
La cena fue
amena y ambos salieron a pasear por la orilla del Sena. A su derecha se podía
ver majestuosa la Torre Eiffel, unas barcazas bajaban el río entre dulces
melodías, cargadas de gentes que a Camelia le parecieron enamorados. Tras un
largo paseo culminaron la noche entregándose sin reservas y sin dar muestras
del más cínico amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario