Mientras esperamos la presentación de "SUBSAHARIANO A LAS PUERTAS DEL PARAÍSO", el próximo día 20, os presento otro cuento. A ver si os gusta.
TUCANDEIRA
―Buenos
días, Don Ezequiel.
―Buenos
días, Raúl. Aunque hoy no parece un buen día.
―Es
cierto. Hemos tenido un amanecer extraño. ¿A qué se puede deber
una cosa así?
―Francamente
no lo sé. Mis cortos conocimientos no dan para tanto.
―Pues
si usted no lo sabe, imagínese yo.
―Bueno,
pero de todos modos, esperemos que sea un día normal.
―Esperemos.
Le deseo un feliz día, Don Ezequiel. Adiós.
―Igualmente,
Raúl. Adiós.
Don
Ezequiel se despidió de Raúl, como casi todas las mañanas. Don
Ezequiel se dirigía al ambulatorio donde pasaba consulta como médico
de familia. Era un hombre alto, con una calvicie casi total, el poco
cabello que le quedaba lo llevaba siempre rasurado. Era de piel muy
blanca, ojos azules, de párpados caídos, y aspecto cansado. Una
barba abundante le corría recta desde las patillas a la barbilla. Su
caminar comenzaba a ser algo cansino. Al mismo tiempo era un médico
muy servicial, querido de todo el pueblo.
El
despuntar del día había sido verdaderamente extraño. Raúl se
preguntaba si ese amanecer se habría producido en alguna otra
ocasión. El cielo se encontraba con una neblina densa que todo lo
ocultaba. Parecía un día de fuerte calima que, él, sólo por
televisión había visto. Raúl era un joven moreno, cercano a la
treintena de años, ni muy alto ni muy bajo, pero de constitución
fuerte, anchas espaldas y fornidos brazos y piernas. Era amigo de
Jeremías, el hijo de don Ezequiel, que también tenía una robusta
constitución y mayor altura que Raúl. Todo lo compartían ambos
amigos.
En
su camino al trabajo, lo hacía en las oficinas de un centro
comercial de la población vecina, no dejaba de observar la bóveda
opaca que se cernía sobre su cabeza: <<parece como si hubiera
alguien que se estuviera moviendo de un lado a otro por entre la
niebla>> se decía. No quería reconocerlo pero la inquietud
comenzaba a angustiarle, le tenía muy preocupado aquella situación
desconocida para él. Al llegar al trabajo, se encontró conque era
el comentario de todos los compañeros, que miraban al cielo.
Desde
que saliera de su casa el aspecto de la calima había empeorado
ostensiblemente, detenido junto a sus compañeros de trabajo, también
observaba el firmamento: de momento se iluminaba su interior como si
tuviera lugar una guerra de rayos de una parte a la otra y entre
tanto el continuaba viendo algo que, ahora, corría de un lado al
otro del firmamento: <<Si son animales deben ser enormes>>
se dijo, para mayor azoramiento.
Los
Llanos, que así se llamaba el pueblo, estaba bordeado de montañas
en su parte nordeste, no excesivamente altas y muy pobladas de pinos
y arbustos. Era algo de lo que todos los convecinos se sentían
orgullosos. Después se abría a una planicie como si fuera un
abanico, de un color verde debido a su exuberante vegetación y
grandes parques municipales. Dos manantiales proveían el agua al
municipio, siendo muy visitados los fines de semana, incluso por
personas de otras poblaciones. Raúl desde que se detuvo en la misma
puerta de entrada al trabajo, así como sus compañeros no se habían
movido, y observó, de nuevo, la tétrica estampa en que se había
convertido Los Llanos.
Apenas
habían iniciado la jornada de trabajo, se escuchó un rumor como si
fuera a tronar. Raúl se sentía cada vez más inquieto, intentaba
estar atento a su trabajo sin preocuparse de nada más, pero no lo
conseguía. De pronto un gran estruendo y un apagón de luz
sobrecogió los corazones de todos los trabajadores. Raúl se dirigió
inmediatamente a una de las ventanas y observó el cielo, parecía
que se iba a resquebrajar por mil sitios a la vez. Al instante volvió
la luz, aunque se seguía escuchando aquel rumor. Todos los
compañeros habían quedado impactados y a pesar de las bromas, se
apreciaba en sus rostros el estupor sufrido.
Aquel
trueno inmenso se repitió varias veces, con la reiteración de los
apagones y el aumento del pánico en los obreros. De esa forma
pasaron la jornada de trabajo, entre truenos y apagones. De momento
otro gran estruendo heló la sangre de los habitantes del pueblo; una
gran oscuridad se echó sobre Los Llanos. Salieron de las oficinas y
se vieron envueltos en la más absoluta oscuridad. Raúl volvió a
mirar hacia el cielo y no vio más que una negror escalofriante casi
pegada a su cabeza. El nerviosismo no le desaparecía.
De
pronto alguien lo sujetó por el hombro y Raúl dio un respingo.
―¡Qué
susto me has dado, Jeremías! Podías haberme llamado.
―Lo
siento. No era mi intención.
―¿Has
visto a mi hermana?
―No.
Yo acabo de salir de la oficina. ¿Que ha pasado?
―No
lo sé. Mi madre vino a buscarme a la biblioteca y me dijo que poco
antes del primer trueno salió de casa y ya no ha vuelto.
―Ella
es muy fuerte e inteligente, no tardará en aparecer.
―Pero
es muy intrépida y la curiosidad le puede.
―Como
cualquier mujer, Jeremías. Pero si me estás proponiendo que la
busquemos, vamos.
Los
dos amigos se adentraron en el pueblo y caminaron por todas las
calles sin ver absolutamente a nadie. Lo Llanos era un espectro.
Jeremías no cesaba de cerrar y abrir los ojos, cuando estaba
nervioso se le acentuaba el tic. Por el camino fueron hablando de la
situación tan extraña que se estaba viviendo durante todo el día
en Los Llanos, demostrando que Jeremías se hallaba tan inquieto como
su amigo. Llegaron a su casa y preguntaron a la madre si Nadia había
llegado, negando ésta. Raúl intentó llamarla por teléfono.
―No
te molestes, no funcionan― le dijo Jeremías.
―¿Sabe
usted qué se ha llevado Nadia en la mochila?― Preguntó Raúl a la
madre.
―No.
No lo sé― respondió la mujer sorprendida.
―Ni
¿cómo se ha vestido o calzado? Por ir descartando lugares...
―No.
Esperad, veré en su armario porque cuando se marchó me dio la
impresión de que llevaba las botas de montaña.
―¿De
montaña, mamá?
―Sí.
Efectivamente, lleva las botas de montaña― dijo la madre al poco
de mirar en el armario.
―Jeremías
vamos al pantano; a Nadia es lo que más le gusta― dijo Raúl.
Salieron
a toda prisa los dos amigos y se encaminaron hacia la montaña.
Apenas abandonado el pueblo siguieron el curso del arroyo que bajaba
desde el pantano.
―En
esta ocasión lleva algo más de caudal del de costumbre― le
advirtió Jeremías.
―Sí
― aceptó Raúl. ―Y resulta muy extraño.
No
llevaban más de doscientos metros andados cuando Nadia surgió de la
penumbra, caminaba con precipitación y al verlos se echó en los
brazos de Raúl primero y de su hermano a continuación.
―¿Dónde
te has metido, insensata? Nos tenías a todos preocupados― dijo
Jeremías.
―Lo
siento. Cuando salí de casa no estaba el tiempo tan mal. Después
intenté llamaros por teléfono y no funcionaba― le dijo a su
hermano apenas recobrado el resuello.
―De
todas formas no tenías que haber subido a la montaña, el tiempo ya
presagiaba alguna cosa.
―Lo
siento Raúl. Quizá no debería haber subido. Pero si no lo hubiera
hecho no podría advertir al pueblo de que la pared de la presa se ha
agrietado.
―¿Qué
dices?
―Debemos
avisar a la policía y ellos sabrán qué hacer― dijo Jeremías
alterado.
―¿Cómo
estás tan segura? ¿Lo has visto tú? ― preguntó Raúl.
―Naturalmente
que lo he visto― respondió Nadia, molesta. Cuando dio el segundo
trueno tan brutal y tan largo, yo estaba encima de la presa. Venía
descendiendo porque no me gustaba el cariz que había tomado el
temporal y observé que de momento el riachuelo subió de caudal y el
rumor que hacia el agua me hizo llegar hasta la pared para
cerciorarme de que estaba en lo cierto. Y vi una grieta considerable
en la parte de la izquierda de la pared por la que manaba el agua
abundantemente. ¡Esa pared se puede romper!
―¡Vamos
rápido! Hay que prevenir a la población― dijo Raúl, al tiempo
que cogiendo de la mano a Nadia tiró de ella. Ésta lo frenó. Y
ante la cara de sorpresa de los muchachos, continuó diciendo Nadia.
―Eso
no es todo― tras aquellas palabras la cara de Nadia se había
transformado.
―Nadia
¿Qué sucede? ― Se atrevió a preguntar Jeremías.
―He
visto una hormiga del tamaño de una persona...
―¿Cómo?―
Preguntaron a un tiempo los dos.
―Sé
que es difícil de creer. Hasta yo misma me froté los ojos porque no
podía dar crédito a lo que estaba viendo. Pareció que había
salido con el agua del pantano y trepaba por la ladera del monte. Era
descomunal.
―¡Vamos
Nadia! ¿Cómo ibas a ver nada con la oscuridad que hay?― Dudó
Jeremías.
―Te
juro que la vi. Yo estaba prácticamente encima de ella. Cuando
observé que estaba subiendo sentí un miedo enorme y me puse a
correr curso abajo. Hasta que os he encontrado― relató Nadia con
voz trémula.
―No
perdamos tiempo. Vamos a avisar a las autoridades― apremió
Jeremías, sabedor de la capacidad visual de su hermana.
Los
tres bajaron corriendo mientras Nadia aguantó, se dirigieron al
retén policial y Nadia relató lo sucedido. Inmediatamente se
pusieron en marcha varias patrullas, unas para inspeccionar la presa
y otras en busca de varias cuadrillas de albañiles que pudieran
taponar la fuga del pantano. Sobre la hormiga no hicieron demasiado
caso, le restaron importancia pensando en que la chica había
confundido a algún arruí del monte.
Los
tres jóvenes se encaminaron a casa de Nadia y Jeremías,
lamentándose de que los teléfonos no funcionaban todavía. La
joven, en el trayecto, les juraba que había visto a aquella hormiga
enorme. Cuando llegaron a su casa, la madre estaba rezando con un
rosario en la mano.
―Madre
― le dijo Jeremías, tus santos te han escuchado, aquí tienes a tu
hija.
La
madre dejó el rosario sobre la mesa camilla y abrazó efusivamente a
su hija, que también le correspondió el abrazo, sin hacer caso del
sarcasmo de su hijo. Entre tanto, Jeremías sacó dos cervezas y
salió con Raul a la calle. La oscuridad no se correspondía con la
hora de la tarde. Raúl miró el reloj y todavía no eran la siete
<<y por aquella negrura podrían parecer las 3 de la
madrugada>> pensó. Los dos amigos se sentaron en el suelo y
bebieron las cervezas, que al menos estaban frías.
―¿Qué
te parece lo que ha contado Nadia?― Preguntó Raúl.
―¿Sobre
la hormiga? Debe haberse confundido..., quizá como ha dicho el
policía se trastornó con la fuga del agua y...
―Jeremías,
Nadia tiene muy buena vista. Y, además, sabes que es muy perspicaz y
observa todo con detenimiento, y es muy meticulosa.
―¿Vas
a dar crédito a eso? Lo que hace el amor. ¡Anda bebe!
―Yo
sí la creo. Me cuesta admitir que fuera una hormiga, pero algún
cuerpo extraño sí era. Nadia es incapaz de inventarse una historia
semejante.
―Bueno
lo que sea ya aparecerá. De momento vamos a disfrutar de la cerveza.
Si quieres te saco otra― dijo Jeremías tratando de quitar
dramatismo a la conversación.
―No.
No, gracias.
―Y
bien, ¿cuándo vamos a ser cuñados?
―Cuando
tu hermana quiera.
―Cómo,
te ha dicho que no.
―No.
No se lo he pedido todavía.
―Y,
¿a qué esperas?
En
ese momento apareció Nadia por el umbral de la puerta y Jeremías le
cogió la cerveza de la mano a Raúl, e incorporándose dijo:
―Bueno,
voy dentro, supongo que tendréis que hablar.
―¿Tienes
que decirme algo?― Le preguntó Nadia. ―¿Tú tampoco me crees,
eh?
―No
se trata de eso. Yo si te creo, aunque me cuesta admitir que fuera
una hormiga, pero sé que algo extraño viste.
―Ya.
Era una hormiga― enfatizó.
―Está
bien. Ya aparecerá. Pero es muy raro que sólo vieras una. Las
hormigas siempre van en grupo.
―Raúl,
era una hormiga gigante, del tamaño de una persona― le ratificó
con evidente malhumor.
―Muy
bien, de acuerdo. ¿Emitía algún sonido por el que se le pudiera
distinguir?
―No
lo sé. Además aunque emitiera algún sonido no podía escucharlo
con el rumor del agua cayendo desde aquella altura.
Nadia
y Raúl estuvieron un buen rato hablando y ante la propuesta de Raúl,
Nadia aceptó el salir juntos. La pareja se había sentado en un
banco que quedaba justo enfrente de la casa, pegado a un parque que
corría paralelo al curso del arroyo, cuando oyeron sirenas y unas
luces intermitentes iluminar aquella penumbra, no tardaron en pasar
un coche patrulla de la policía local abriendo camino a una
ambulancia. No habría pasado media hora cuando de nuevo se repitió
el paso de otra patrulla seguida de otra ambulancia. Al momento otro
vehículo policial anunciaba por megafonía que permanecieran en sus
casa y no abrieran la puerta, estaban siendo invadidos por hormigas
gigantes que atacaban a las personas.
―¿Te
convences ahora?
―Nadia
yo no puse en duda tus palabras, sólo que me costaba creer que fuera
una hormiga, pensé que podría ser cualquier otro animal. ¡Vamos
entra en tu casa y no abrid la puerta!
Raúl
se despidió de Nadia, rechazando la invitación de ésta a
permanecer en su casa, y se dirigió a toda prisa a la suya. Un
sonido monótono, a modo de silbido, se dejaba oír con claridad.
Raúl estaba a una calle de su casa cuando vio avanzar hacia él a
un grupo de hormigas del tamaño de un carnero. Se le apoderó el
pánico, jadeaba, el corazón parecía que le iba a salir por la
boca. No sabía qué hacer, finalmente, decidió volver a casa de
Nadia desandando lo que había andado, con la sorpresa de que al
encarar la calle que transcurría paralela al río, otro grupo de
hormigas se movían por delante de él. Vio como las hormigas
tropezaban con los coches que habían aparcados y cómo dos de ellas
atacaron a dos perros que les salieron al paso.
Una
vez dentro de casa de Nadia, les contaba lo que había presenciado,
fuertemente alterado.
―Jeremías,
lo he visto con mis propios ojos, Nadia no exageró, son del tamaño
de un carnero. Las patas las tienen finas con relación al volumen
del cuerpo y en la parte de atrás les sale a modo de un aguijón,
que es con lo que han matado a los perros.
―Bien,
tranquilízate. Ahora ya estás a salvo.
―Dices
que tropezaban con los coches aparcados, y sin embargo han atacado a
dos perros― Jeremías hizo una pausa. ―Eso podría significar que
se orientan por fuentes de calor. Es decir que no ven, pero les atrae
un cuerpo que desprenda calor.
―Vamos,
hay que decírselo a las autoridades.
―Jeremías,
¿Estás loco?― Le dijo Nadia. ―No vais a salir ninguno de aquí.
―¿Y
don Ezequiel?
―No
ha llegado. Supongo que estará en el ambulatorio protegiéndose―
respondió Jeremías.
―Es
de suponer― dijo Raúl. ―Pero no nos vamos a quedar aquí
esperando. Jeremías vamos a buscarlo.
Los
dos amigos salieron en busca de don Ezequiel, sin hacer caso a las
recomendaciones de Nadia. Pronto se tropezaron con un ejército de
hormigas que parecían patrullar la ciudad. Dieron un rodeo para
llegar hasta el ambulatorio, tocaron insistentemente al timbre. En
esos momentos una hormiga se acercaba amenazante a la puerta del
ambulatorio.
―Corre
Jeremías ponte a salvo― le gritó Raul al tiempo que se sacaba el
cinturón para utilizarlo como látigo.
―¿Qué
haces, Raúl? ¡Vamos corre!
Entre
tanto Raúl se encontraba enzarzado en dar bandazos con el cinturón
tratando de contener a la hormiga que no parecía intimidarse.
Jeremías rodeó el ambulatorio que estaba de reformas y tomó un
puntal de hierro. Cuando llegó a la puerta de entrada pudo ver como
Raúl caído en el suelo era aguijoneado por la hormiga. Jeremías
descargó toda su furia sobre el lomo de la hormiga a la que partió
por la mitad de un certero golpe con el puntal.
―¿Jeremías,
ha sucedido algo en tu casa? ― Le preguntó el conserje con cara de
preocupación, al abrir la puerta.
―No.
No. Veníamos en busca de mi padre, pero ahora le ha picado una
hormiga a Raúl.
―Ah.
Está en su consulta. Espera te saco un silla de ruedas.
―Gracias.
Se
dirigieron a la consulta y habían dos personas esperando para ser
atendidas. Al poco salió don Ezequiel y al ver allí a su hijo y a
Raúl en la silla de ruedas, se alarmó.
―¿Que
ha pasado?― Preguntó don Ezequiel.
―Nada
papá. Veníamos a por ti y aquí en la misma puerta una hormiga ha
picado a Raúl.
―Yo
estoy bien. Cansado, pero estoy bien― dijo mientras preparaba una
inyección.
―Aunque
suponíamos que estarías aquí, no sabíamos nada..., y tantas
horas― le dijo Jeremías.
―No
he podido irme del ambulatorio. Han traído a tanta gente que ha sido
picada por las dichosas hormigas..., que no he podido moverme. Y
después los teléfonos que no funcionan, ni los fijos, así que no
he podido avisaros. Espero que se recupere con rapisdez al haberle
atendido inmediatamente después de haber sido picado― dijo don
Ezequiel al tiempo que pinchaba a Raúl.
―¿Alguien
ha dado alguna explicación de qué es lo que ha sucedido?― Le
preguntó su hijo.
―No.
Las autoridades están tan confundidas como nosotros. Sólo sabemos
que nos han invadido las hormigas Tucandeira, que por otra parte,
tampoco estamos tan seguros de que sea ésta misma, primero por su
comportamiento: pican sólo una vez y abandonan a la presa, ni un
solo caso de doble picadura se ha producido hasta ahora, que podría
haber sido mortal. Y, segundo por su tamaño.
―¿Tucandeira,
has dicho?
―Sí.
Es una hormiga procedente de Brasil, bueno, de las selvas tropicales
de Centro y Suramérica, y de Australia. En Brasil es donde la
llaman Tucandeira. Lo peligroso en sí es su aguijón, que es como
una aguja hipodérmica. Pero su tamaño no pasa de una pulgada, por
lo que no se entiende cómo han transmutado ni de dónde han salido
estas hormigas.
―Entonces
¿no sabemos qué están haciendo, ni si están haciendo algo para
acabar con ellas?
―No.
No lo sabemos. Pero algo están haciendo, no pueden estar cruzados de
brazos.
―¿No
han habido víctimas mortales? Preguntó de nuevo Raúl que empezaba
a encontrarse bastante mal.
―En
este ambulatorio un hombre mayor que ya presentaba un cuadro clínico
severo. El resto sólo han sido afectados por picaduras que responden
a los tratamientos convencionales, con adrenalina subcutánea y
antihistamínicos o corticoides; aunque tienen fiebres elevadas que a
las pocas horas remiten. Se les forman unas zonas de necrosis en
torno a la picadura, muy dolorosa y que no cicatriza tan rápido como
la fiebre desaparece. La zona en donde pica, toma un color pardo
rojizo amarillento con un punto negro en la picadura, al poco tiempo
queda como paralizada, pero por fortuna no pican más que una vez,
porque la segunda podría ser fatal. Todo apunta a que es la hormiga
Tucandeira, pero no se corresponden ni su tamaño ni el
comportamiento.
―La
verdad es que son enormes― admitió Raúl.
―Papá,
¿has sabido algo de la presa?
―¿Qué
se supone que debo saber?―Respondió tajante.
―¿No
sabes que se ha resquebrajado la pared?
―No
tengo ni idea. Aquí nadie ha comentado nada al respecto.
―Nadia
estuvo esta mañana en la presa y nos dijo que había visto una
hormiga del tamaño de una persona y la pared resquebrajada por donde
salía el agua abundantemente—
añadió Raul.
―La
policía local ha enviado varias cuadrillas de albañiles para
taponarla― apuntó su hijo.
―Sería
un milagro que pudieran cerrar la grieta, si estaba manado
abundantemente― dijo don Ezequiel con gesto preocupado.
Los
relojes marcaban las 22:00 horas y don Ezequiel no sabía cuando
podría volver a su casa, por lo que convenció a su hijo para que lo
hiciera él, ayudando así a proteger su casa ante una posible
avenida de agua, accediendo éste a regañadientes. Entretanto Raul
permaneció en el ambulatorio, echado en una camilla suministrándole
la medicación.
Al
momento de estar en su casa, en el pueblo, se escuchaba un fuerte
rumor procedente del arroyo, que se había desbordado, corriendo el
agua por las calles del pueblo con más de un metro de altura y
arrastrando árboles, enseres, vehículos y animales.
Al
día siguiente amaneció como de costumbre, el sol iniciaba su
andadura por encima de los montes y las hormigas gigantes de la misma
forma que aparecieron, desaparecieron. Raúl se desperezó en la
cama, y se notó que estaba empapado de sudor. Abrió la ventana y
vio como el sol remarcaba su Áurea sobre la montaña, sacó medio
cuerpo y miró en todas direcciones y no había ni rastro de agua ni
de hormigas gigantes.
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