UN NUEVO RELATO PARA UN NUEVO AÑO
EL CAMINO MÁS LARGO
Había amanecido una mañana
fría y Javi se sumergía entre las sábanas ante las insistentes llamadas de Penélope,
su madre, que andaba de un lado para otro. Alba, hermana de Javi, se
desperezaba al tiempo que salía de su habitación para entrar en la de su
hermano. Alba siempre le hacía levantarse retirándole la ropa de la cama. Javi se
dirigió hacia la ventana que tenía los cristales empañados y con la mano limpió
un hueco por donde pudo observar el exterior; Alba que le había seguido le
imitó y también observó a través del cristal.
Javi era un
niño de ocho años, moreno y llevaba el pelo algo largo.
Alba, contaba cinco años, de melena clara y siempre andaba pegada a su hermano.
Vivían a las afueras de la pequeña población, en una urbanización de adosados,
a los pies de una gran montaña y rodeados de una espesa arboleda.
Javier, el padre
de Javi, tenía un pequeño negocio de electricidad que les permitía vivir holgadamente. Penélope ayudaba a su esposo
en el negocio desde que Alba entró al colegio. Tenía un pequeño tic que le
hacía cerrar ambos ojos intermitentemente, lo que se agudizaba si estaba
nerviosa.
Ambos hermanos vestían muy bien.
Lo
que más le gustaba a Javi eran los pantalones vaqueros
y las camisas que
llevaba con los
faldones por fuera. Alba
era presumida y su madre siempre la llevaba con las prendas haciendo juego.
Aquella mañana, Javier y Penélope llevaron al colegio a sus dos hijos como de costumbre. Estaba lloviznando. Javi tomó a su hermana de la mano y entraron al colegio sin detenerse a decir adiós a sus padres desde
el patio, como siempre hacían. Sus padres, tras observar
a sus hijos que entraban al colegio, se fueron para el trabajo que estaba a la otra parte del pueblo. Poco
antes de llegar al taller, un camión patinó a
la
entrada de una curva
y fue a estrellarse con el
coche de Javier que cayó por
un puente hasta el río que iba
paralelo a
la
carretera. Los bomberos sacaron el coche del agua que había quedado boca abajo, en el que se encontraba el cadáver de Javier. El cuerpo de Penélope no estaba en
el interior del vehículo.
Esa tarde fue
su tía Cande a recogerlos al colegio, hermana de
su mamá, a la que los pequeños estaban muy unidos. Se sorprendieron al ver a su tía a
la puerta del colegio, aunque en ocasiones acudía ella a recogerlos si Penélope
tenía algo por hacer. Alba que corrió para echarse a los brazos de su tía, le
preguntó por qué estaba ella esperándoles, a lo que Cande se excusó con que su
mamá todavía tenía cosas que hacer. Cuando Javi llegó a la altura de su tía,
tras saludarla con un beso, también se interesó por su madre. Fue Alba la que
contestó a su hermano con idéntica respuesta que le había dado a ella su tía. Javi quedó
un momento observando
a su tía fijamente. Cande trató
de restar
importancia al asunto y
con una amplia sonrisa intentó borrar la inquietud del rostro de Javi.
Se interesó por cómo les había
ido el día en
el cole a ambos, respondiendo
los dos hermanos con la misma palabra.
Cande se
esforzaba por dar una imagen que tranquilizara a Javi, que no había dejado de
observar a su tía. Ésta les dijo de llevarlos a su casa y esperar allí a su
madre, a lo que aceptó Alba inmediatamente. Javi también accedió. Tía Cande les
propuso una merienda en el centro comercial, o bien en el Burguer o si
preferían un bocata, dirigiendo su mirada a la pequeña Alba, a Javi trataba de
evitarlo. Alba fue la primera en contestar que quería en el Burguer y Javi, que
también aceptó, sugirió a Cande comprar la merienda y comerla en casa.
Se dirigían a casa de tía Cande y pasaron por el punto en donde cayó al río
el coche de los padres de
los niños. Vieron el
quitamiedos
hecho de troncos de madera parcialmente roto y los tres se quedaron mirando casi embobados. Un sonido de claxon hizo reaccionar a Cande que se iba desviando hacia el carril de la izquierda, sin percatarse de ello. Después de un suspiro y rectificar la marcha se disculpó con un gesto de
la
mano con el conductor que
le
había avisado y
con el que se cruzaba en aquel
mismo instante.
A medida que avanzaban con el coche se veía el curso del río que serpenteaba paralelo a la carretera. A
ambos lados se elevaban majestuosas laderas de
la
montaña repletas de exuberante vegetación y un frondoso bosque de abetos, encinas, abedules, carrascas..., que dejaban sentir sus aromas a lo
largo del trayecto. A veces se podía
ver a algún zorro, jabalíes, o ciervos que bajaban al río para beber. No
tardaron en llegar al
valle
repleto de arboleda, tachonado por gran cantidad de
casas unifamiliares con sus jardines de un llamativo verdor que
contrastaban, la mayoría de ellos, con
el multicolor de todo tipo de flores. El río corría más recto que un poco más arriba. A lo
lejos se podía
distinguir un movimiento
inusual de vehículos con luces amarillas y
azules a ambas
riveras del río, que llamó la
atención de los niños. Ante las preguntas insistentes
de los dos hermanos —Javi comentó que parecía que estaban buscando algo— su tía
respondió que quizá estaban limpiando el cauce del río de maleza.
No tardaron en detenerse a
comprar las hamburguesas, que se las sirvieron en una bolsa de papel junto a varios sobres de salsas y unas bolsitas
con patatas fritas. Aquello alivió el desasosiego que angustiaba a
Cande, que se preguntaba hasta cuándo podría aguantar sin derrumbarse. Se
sentía incapaz de soportar mucho más tiempo tratando de dar una imagen de
tranquilidad, sobre todo ante la observación inquisidora, casi continua, de
Javi. A Cande le parecía que su sobrino le estaba reclamando una aclaración de
lo que estaba sucediendo, ahogándola todavía más. Reanudaron
la marcha y al poco se
volvió a detener el vehículo ante un portón de doble hoja de hierro forjado.
Cande descendió y abrió las puertas, se
montó de nuevo al coche y entraron por una
calle de adoquines negros, demarcada a ambos lados por setos de más de medio metro de altura, de plantas de hojas perennes,
que llegaba hasta el porche
de la casa. El jardín se veía exuberante, el césped servía de manto a las
flores,
que estaban en pleno esplendor
y su aroma invadía el ambiente. Ya hacía unas semanas que la primavera
había llegado. Los dos hermanos estaban entusiasmados con la piscina, el clima benigno de la zona desde la primavera hasta bien entrado el otoño hacía que le dieran un largo uso,
aunque esa mañana había hecho frío. Alba apenas descendió del
coche corrió hasta unos columpios que estaban justo al lado de la
piscina.
Cande y Javi ascendieron los tres escalones que había de
desnivel hasta la marquesina, que
cruzaron antes de llegar a la puerta de entrada, Cande abrió al tiempo que llamaba a Alba; la pequeña
llegó rápidamente a
la
altura de ellos. La casa constaba de
un gran salón, con enormes ventanales y cómodos sofás. El suelo de
parqué le daba un tono cálido al ambiente, que
era caldeado por una gran chimenea en la que ardía lentamente un tronco. Javi y Alba se quitaron los
chubasqueros y fueron directos
a sentarse en el sofá que
estaba más próximo a
la chimenea.
Tía Cande
les invitó a lavarse las manos antes de merendar. Javi fue el primero en levantarse y se dirigió al cuarto de baño.
Al poco de salir, Alba, hizo lo
mismo y
corrió hasta el lavabo.
Desde la puerta le pidió a su tía que no le diera la “burguer” a Javi que
siempre le ganaba. Cande respondió que Javi había ido a lavarse antes que ella,
por lo tanto era justo que empezara a merendar antes. Alba corrió hasta el sofá
sin haberse secado las manos, que las pasaba por encima del vestido, lo que
hizo que la reprendiera su tía cariñosamente.
La niña
apenas acabó la merienda salió de la casa para dirigirse a los columpios. Javi
estuvo jugando en una canasta de baloncesto.
A las nueve de la noche, Alba, se había quedado dormida en el sofá, su tía le había
echado una manta por encima. Javi comenzaba a inquietarse por
la tardanza de sus padres. A pesar del esfuerzo
que había hecho tía Cande por hablar con el chico desde que les había
recogido
del colegio, no había tenido el valor suficiente para hacerlo y, un silencio incómodo se había establecido en la casa. Javi miraba de cuando en
cuando a su tía que
en algún momento se dejaba ir por la desesperación de lo
ocurrido y la incertidumbre
de no saber nada de su hermana. Una mirada hacía
su sobrino, que la observaba detenidamente, la hizo
reaccionar.
Tía Cande pidió solícita a Javi que le ayudara a
subir a Alba a la habitación y acostarla en la cama. Javi, que accedió,
preguntó a su tía si iban a dormir en su casa.
A lo que ella con gran congoja y tras un ligero carraspeo le contestó
con una evasiva, diciendo que no lo sabía, pero como Alba se había dormido era
mejor acostarla en la cama. Javi subió las escaleras corriendo y entró en una habitación que se
encontraba a mitad
del pasillo. Las habitaciones daban todas
al
exterior y en su parte interior daban al mismo
salón que estaba en el
piso de abajo; una baranda de madera delimitaba el pasillo que corría
volado a lo largo del
salón. Javi retiró la ropa de la cama a requerimiento de su tía que llevaba a
la niña en brazos. Tía Cande conminó a Javi a volver al salón, pasándole
el brazo por encima de los hombros, lo atrajo para sí, el chico la correspondió
pasándole el brazo por la cintura. Volvieron a sentarse
en el sofá después de que Javi azuzara el fuego de la chimenea moviendo el tronco con la pala. El crepitar del fuego era el único sonido de aquel instante en el salón de la casa. Javi se
acurrucó en su tía que le volvió
a echar el brazo por encima de
los hombros. Tía Cande dijo
a su sobrino que debía decirle algo y a continuación se echó a llorar,
aumentando la inquietud del niño, que preguntó que le pasaba, al tiempo de
abrazarse a ella.
Un nudo en la
garganta impedía continuar a
su tía que lloraba desconsoladamente. Javi se incorporó en el sofá e insistió
por lo que sucedía a su tía. Cande volvió a coger a su sobrino por los hombros,
le relató entre sollozos cómo había sucedido aquel terrible accidente. Le contó que aquella misma mañana, después de
dejarlos en el colegio y cuando sus padres se dirigían al trabajo, un camión
patinó en una curva y colisionó frontalmente con ellos, produciendo que el
coche de sus padres se precipitara hasta el río, después de romper los
quitamiedos del puente. El rostro de Javi se había desencajado, mientras su tía lloraba e intentaba recuperar la calma. Le explicó cómo los bomberos
recuperaron el coche del río, que se encontraba boca abajo, con el cuerpo de su
padre en su interior, pero el de su madre había desaparecido. Javi preguntó
insistentemente por su madre, entre sollozos, a lo que su tía se limitaba a
contestarle que no lo sabía, mientras lo abrazaba con fuerza. <<Esos coches de
policía y bomberos,
que vimos cuando veníamos, estaban buscándola por el río, piensan que haya sido arrastrada por la
corriente, río
abajo>>, le dijo. <<Pero
si ha sido arrastrada por el agua, mi mamá también está muerta>>,
insistía Javi. Cande no quería reconocer, ni siquiera pensar en la posibilidad
de que su hermana hubiera muerto, se aferraba a la posibilidad más nimia para
mantener la esperanza de que Penélope seguía viva. Trataba de justificarle, con
voz trémula, que el que no se supiera nada de ella no significaba que hubiera
muerto, argumentándole que su mamá era muy buena nadadora y posiblemente habría
logrado salir del río y se encontrara en alguna parte.
En aquel mismo instante, una llamada
de teléfono le dio a Cande
la
tregua que necesitaba ante la imposibilidad de poder seguir
hablando sin
desanimar más a su sobrino, que
continuaba con el gesto sombrío.
Cande, tapando con la mano el micrófono, aclaró a Javi quién era el que llamaba:
su marido, el tío Fernando.
El chico
intentaba comprender el contenido de la conversación a partir de los
comentarios de su tía, sin conseguirlo del todo. Finalmente fue Cande quien le
desveló lo hablado con su esposo. Tía Cande le relataba a su sobrino lo que su
esposo le había dicho, que no habían encontrado aún a su mamá, pero mantenían
la esperanza porque podría ser una buena señal el que no hubiese aparecido nada
de las pertenencias de ella. Podría significar que hubiese conseguido salir del
río por su propio pie, o que alguien la hubiese ayudado a salir. El tío me ha
dicho que le parecía bien que te haya informado de lo sucedido, añadió.
Javi siguió insistiendo a su tía en cómo iban a vivir él
y su hermana a partir de ahora, a lo que Cande miró con decisión al chico y se apresuró
a tranquilizarlo asegurándole que vivirían con ella y tío Fernando, hasta que
su madre apareciera y luego volverían a ser las cosas como antes. <<Sin
papá>> dijo Javi. Tía Cande, entre titubeos, no pudo más que añadir
<<bueno…Sí. Perdóname>> balbuciendo las palabras.
Cande, apenas
hubo logrado recomponerse un poco, dijo a Javi que podía irse a la cama cuando
quisiera. El muchacho quedó en silencio un momento y a continuación preguntó a
su tía cuándo se lo dirían a su hermana. Respondiendo Cande que a la mañana siguiente.
Pasaron los años y el cuerpo de
Penélope no había aparecido. Las autoridades dijeron
que su cuerpo seguramente
arrastrado por las aguas hubiera podido llegar al mar, que
no distaba mucho. Javi y
Alba habían vivido con tía Cande y tío Fernando que les habían adoptado como hijos propios. Después
de doce años Javi era un hombretón, alto, medía uno noventa, y una espalda que parecía un armario. Estudiaba
Biología Marina en la universidad
y practicaba natación, compitiendo en los campeonatos nacionales. Alba con diecisiete años,
era una belleza, alta, también de cabellos oscuros,
de media melena y pelo lacio. Era su último año de instituto y preparaba la selectividad, ella quería estudiar medicina; todos
decían
que tenía excelentes
cualidades y capacidad para
ello.
El verano estaba al llegar y Javi
tenía una semana
de descanso en el
equipo de natación, antes de
concentrarse. Se encontraba en casa de sus tíos, al igual que Alba, que a pesar de tener su casa
habilitada no se hacía el ánimo de vivir sola. Javi se estaba acicalando para salir en
busca de los amigos. Alba le reprendía que saliera tan pronto de casa y no pasara más tiempo con
ellas, a lo que Javi
correspondía con carantoñas y pellizcos en las mejillas.
De pronto un ir y venir
de ambulancias y coches de policías
alteró
la
paz de la casa de tía Cande.
Por un momento a Javi le vino el recuerdo
de aquel fatídico día del accidente de sus padres.
Salieron
hasta la marquesina y todavía vieron
a dos coches patrulla y una ambulancia
que pasaron como una exhalación. A lo lejos vieron que se habían detenido en una casa que decían que
estaba maldita. Allí vivía un anacoreta.
Javi fue
sarcástico con aquella situación: <<seguro que ha salido ya el
espíritu>> al tiempo que volvía para el interior de la casa. Tía Cande le
reprochó que hablara con tanta frivolidad, a ella no le gustaba hablar de temas
esotéricos. <<Pues a mí me da miedo>> dijo Alba, que sintió un
escalofrío.
Cande y Alba entraban en la casa cogidas por la cintura poco después de
Javi que se perfumaba para
salir de inmediato,
cuando sonó el teléfono.
<<Diga>>,
fue lo único que pudo pronunciar Cande tras contestar la llamada. Sólo un
grito que resonó por toda la casa
siguió a aquella respuesta. Alba se
estremeció azorada de ver el aspaviento
de su tía a la que parecía que le faltaba la respiración
y se ahogaría en cualquier momento. Su cara se tornó
roja como las rosas del jardín. Javi
bajó
la escalera de dos en dos
peldaños y se quedó petrificado al ver a su hermana pálida
y su tía que
seguía sin poder hablar y con un ataque de ansiedad. Cande colgó el teléfono
como pudo y Javi se abalanzó sobre ella.
—¡Tía! ¡Tía! ¿Qué
te pasa?
—Tu..., madre— apenas pudo pronunciar entre espasmos.
Javi insistió
a su tía que la tenía sujeta por los hombros
mientras Alba se cubría con las manos la boca, entre sollozos.
Tía Cande acertó a decirles que su madre había sido encontrada en la casa
maldita.
Alba, que lloraba sin
consuelo, repetía insistentemente: ¡Mamá!,
¡mamá!
Javi, con
evidente nerviosismo, trataba de que tía Cande le confirmara
lo que acababa de decir, que podía resultar
una broma muy pesada.
Cande cogió las manos de Alba, al tiempo que
insistía: <<No. No, lo
es. Quien ha llamado
era el tío Fernando que había
sido requerido por la policía para
reconocerla y se le ha abrazado al cuello.
¡Es ella! ¡Es
ella!, repetía con voz casi
ininteligible.
Javi se fue directamente al coche de su tía y cuando
ellas salían de la casa él ya lo tenía
en marcha. Tomó dirección
izquierda hacía la casa
maldita.
Tía Cande le dijo a Javi que fueran al hospital, en la casa maldita la habían
encontrado, pero que fue llevada al hospital donde reconoció al tío Fernando.
Javi giró bruscamente en un ensanche que tenía a su derecha e invirtió el
sentido. El corto trayecto hasta el hospital se hizo eterno, ninguno de los tres fue capaz de esgrimir una
palabra. A la puerta del hospital esperaba
el tío Fernando. Se abrazaron los cuatro entre sollozos. Fernando, al tiempo que entraban en el
hospital, les anunció al
cabo de unos momentos que Penélope estaba algo delgada, pero
estaba bien y que la tenían en una sala de urgencias donde la estaban
explorando. Le había reconocido enseguida y se le abrazó con fuerza, añadió.
En aquel instante apareció un médico
acompañado de dos
doctoras.
Saludaron a Fernando que presentó a
su familia.
El doctor les informó de que su madre estaba bien, dentro de lo que cabía.
Tenía algún hematoma por el cuerpo, un
brazo que se rompió hace mucho tiempo había quedado algo atrofiado.
Y en su
interior la
doctora había encontrado algún desgarro
cicatrizado. Por lo que respectaba a su estado anímico la siquiatra afirmaba que se encontraba muy fuerte. A continuación el doctor les comunicó que
habían hecho una analítica por puro formalismo.
Alba y Javi
se abrazaron y Fernando y Cande les contemplaban ilusionados. Una
enfermera surgió en el
pasillo y les hizo una
indicación, acudiendo los cuatro a la llamada.
Les
guió el camino hasta una
sala apartada de Urgencias, abrió la puerta y la mujer que había
dentro, vestida con una bata
del hospital, se levantó como un resorte del sillón en
donde se encontraba sentada y se abalanzó sobre los hermanos. Los llantos se escuchaban desde afuera y enseguida se fundieron los cinco en un abrazo. Una vez recuperada la calma,
Penélope volvió a
sentarse en el sillón sin
soltar las manos de
sus hijos, cerraba los
ojos insistentemente
y no conseguía detener las lágrimas que surcaban, veloces, su rostro.
—¿Cómo es
que estabas en aquella casa, mamá?— Preguntó Javi.
Penélope miró a su hijo con condescendencia, paso la
mano por su cara, acariciándolo, como hacía tantos años que no había hecho, y
respondió:
—Después de dejaros en el colegio, cuando llegábamos a la altura del puente
del río, yo me
solté el cinturón para
recoger el bolso que había dejado en los asientos de atrás del coche cuando bajó Alba, en
aquel mismo instante
tu
padre gritó y un golpe
terrible hizo
que cayéramos al
río. Yo me golpeé
todo mi cuerpo varias veces, pero cuando caímos al
agua yo ya no estaba dentro del
coche, la corriente me
arrastró y perdí la orientación. En un momento en el que yo luchaba por salir a flote, algo me golpeó fuertemente en la cabeza y ya no recuerdo nada más hasta que me vi en aquella casa,
que no es que sea
maldita, el maldito es el dueño—
hizo una pausa para tragar saliva.
—Parece ser que estuve un día inconsciente.
Cuando desperté estaba echada en un camastro, no podía mover el brazo y me dolía todo el
cuerpo, sobre todo la cabeza. La habitación era tétrica, con muebles viejos casi destrozados, amontonados por todas partes. Sólo
tenía
un ventanuco con un saco de pita que
hacía las veces de cortina. Llamé varias veces pero no acudió nadie. Hasta
que anocheció que vino el
anacoreta con un candil y me dijo que en el accidente del río había
muerto un
hombre. Yo le repliqué que aquel
hombre era mi marido y que yo viajaba con él cuando caímos al río, le dije que me estarían buscando, a lo que
me
respondió: “que va,
ya dejaron de
hacerlo”. Mi desolación fue tremenda, no sabía cuántos días realmente podían haber pasado, pero todavía me sentí peor cuando me di cuenta de
que jamás me dejaría salir de allí. Cuando el salvaje aquel
se marchaba me dejaba atada al camastro para que no pudiera huir.
Con el tiempo me explicó que me
había recogido del río casi
ahogada, él pensaba que estaba muerta,
me
dijo. Pero el calvario fue mucho
mayor a
medida que pasaban los años— relataba
Penélope con la vista clavada en un punto
indefinido de la pared que tenía enfrente.
De momento las lágrimas volvieron
a surcar su rostro desdibujado. —Me violó las veces que quiso y di a luz en dos ocasiones en todos
estos años, pero yo a los
bebés no los vi jamás...
—Alba se arrodilló y apoyó su cabeza en el regazo de su madre. Todos se enjugaban las lágrimas. —Jamás cometió un
error que me permitiera tener una
oportunidad de escapar, o siquiera de poder alertar a alguien de mi estancia en aquella casa. Para moverme
de un lado a otro iba
atada por los tobillos con una
soga y siempre cuando él estaba
allí. Hasta hoy. Anoche
llegó a la casa de madrugada y borracho hasta el extremo de caer en un par de ocasiones, quiso violarme una
vez más, y me ató como siempre hacía, pero en
esta ocasión no acabó de hacer el nudo como las otras veces, se quedó
dormido profundamente. Pasaría casi
una hora echado junto a mí cuando decidí levantarme y ante su sueño
profundo lo até yo a él
con una cadena y le coloqué un candado. De la cocina cogí un gran cuchillo y estuve a punto de matarlo…, pero me faltó valor. Fue entonces cuando salí a la calle y corrí hasta la carretera. El señor Anselmo, el frutero, que volvía de la lonja, se detuvo y cuando me reconoció llamó a la
policía y
se quedó conmigo hasta
que llegaron.
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