—¡Vamos,
Sandra! Llegaremos tarde— le urgía Noemí.
—¡Mamá,
por favor! Nos sobra tiempo para llegar a la universidad y esperar
una hora al menos, ya verás.
—La
graduación empieza a las diez y media...
—Mamá. A
las diez y media comienza el protocolo de recepción de estudiantes y
después se hará la imposición de becas. A continuación se hace el
ensayo de cómo transcurrirá el acto, y será a las doce cuando
abran las puertas para la entrada de familiares y acompañantes.
—¿Tú
cómo sabes todo eso si todavía no has llegado?
—¡Mamá!
Lo sé porque todos los años se gradúan y es siempre igual. De modo
que relájate y no me pongas nerviosa.
—¿Entonces
por qué se ha marchado Nacho tan temprano?
—Porque
mi hermano ha venido a dormir a casa, si no lo hubiera hecho no
habría madrugado tanto, al menos no te hubieras enterado.
Noemí se
marchó gruñendo entre dientes y dejó sola a Sandra que continuaba
arreglándose. Era una joven algo entrada en carnes, la cara redonda
y una melena algo rizada de color castaño. Sus ojos grandes y
sesgados refulgían resplandecientes con el tono azulado que se había
dado, haciendo juego con su vestido en tonos azulones. Un poco de
maquillaje y los labios pintados de un rosa suave resaltaba su
belleza. Se colocó unos zapatos negros de tacón alto, y un bolso a
juego completaban su imagen. Estudiaba segundo de arquitectura y era
una excelente estudiante.
—Mamá,
¿Qué haces, llegaremos tarde?
—No te
rías de mí— le regaño estando ya detrás de ella.
—No me
río de ti. Pero debes tranquilizarte. No se puede ir por ahí
estresando a todo el mundo. Ya veremos si corres tanto cuando sea yo
quien se gradúa.
—Sabes
que si tengo salud estaré allí contigo sin que se me haga tarde. Me
duele que me digas eso.
—Va,
mamá, que no es más que una broma. Estas muy guapa. Me das envidia.
—Tú
también estás muy guapa. No me vengas ahora con adulaciones.
Sandra puso
en marcha su renault Clio y la madre le dijo que se iban con su
coche, a lo que Sandra le insistió que se iban con el Clio, que en
la universidad había mucho gamberro. Noemí accedió, se recogió el
vestido y subió al coche. Noemí era una mujer esbelta, de rasgos
morenos, ojos grandes y negros como el azabache, y una melena larga
de color castaño con mechas más claras. Sus pómulos eran marcados
y su pequeña nariz hacía juego con su boca pequeña de labios algo
carnosos.
Una vez en
la universidad Sandra comenzó a saludar a compañeras y compañeros
de aula, profesores..., era muy conocida porque pertenecía al
Sindicato de Estudiantes. Se distinguía más por su capacidad
conciliadora que agitadora, aunque cuando ella consideraba que eran
víctimas de algún abuso no daba su brazo a torcer. Poco antes de
entrar al paraninfo llegó Irene, novia de Nacho y amiga de Sandra
desde niñas, tras los saludos se sentó junto a ellas.
El acto de
graduación Noemí se lo pasó llorando a lágrima viva. Su hija le
pasaba los pañuelos con retintín, provocando la risa disimulada de
Irene que le tocaba en el brazo a Sandra para que no ridiculizara a
su madre. Al acabar el acto de la graduación unos pocos graduados
lanzaron al aire los birretes que se habían confeccionado para la
ocasión.
—Hola
Irene— dijo Nacho cuando llegó hasta ellas. —¡Por fin!— Dijo
a su madre abrazándola y besándola en las mejillas. Hola pequeña—
le dedicó a su hermana.
—¡Tú si
eres pequeño!— Respondió Sandra que era algo más alta que Nacho,
colgándose de su cuello besándolo.
—Mamá,
esto se merece una invitación a comer, ¿no?
—Por
supuesto. Esta ocasión es única... De momento— miró a Sandra.
—Vamos donde queráis. Cómo me hubiera gustado que el abuelo
estuviera aquí.
—Para que
pagara él...
—¡No!
Anda. Porque se hubiera sentido muy orgulloso de ti.
—El
abuelo no deja el trabajo ni si te casaras tú otra vez— dijo
Sandra.
Comieron
muy bien y tras los cafés, Nacho pidió unas copas. Los cuatro las
tomaron y el tono comenzaba a subir. Las bromas se repetían.
Repitieron las copas y sólo Noemí la rechazó. Nacho anunció que
esa noche no le esperaran en pie, se iba de fiesta con compañeros de
graduación y no sabía dónde acabaría. Después de advertirle a su
hijo varias veces que tuviera mucho cuidado, Noemí y Sandra, se
despidieron y la pareja de novios se marcharon por su lado.
Noemí
andaba desesperada, después de tres días desde la graduación,
Nacho no había dado señales de vida, Sandra trataba de calmar a su
madre excusando a su hermano aunque ella misma sentía cierta
inquietud. Una llamada de teléfono altero aún más el estado de
ánimo de madre e hija. Nacho llamaba de la comisaría de policía en
donde estaba detenido. La policía les comunicó que estaba detenido
por camello, junto a otro más mayor que decía ser su padre. Ambos
estaban pasando drogas en un instituto. Noemí casi se desmayó, tuvo
un desvanecimiento, pero pronto se rehízo y pidió ver a su hijo.
—Nacho—
casi gritó la madre cogiéndose a su cuello. —¿Qué has hecho,
hijo?
—Nada. Se
empeñan en que yo estaba pasando droga a unos chavales del
instituto, pero no es cierto, mamá.
—¿Seguro
que no mientes?— Dijo su hermana.
—Tú
cállate— respondió Nacho fuera de sí, señalando a su hermana
con el dedo índice.
—Nacho,
no hables así a tu hermana.
—Pues que
me deje en paz. Debía haberse quedado en casa.
—Explícanos,
pues, tu versión— intervino de nuevo Sandra.
—Yo no
tengo que darte explicaciones, niñata.
—¡Nacho!—
Le increpó su madre. —Pero a mí sí.
—Tú lo
que tienes que hacer es hablar con el abuelo y decirle que me saque
de aquí.
—Por
supuesto que hablaré con el abuelo— le dijo su madre en tono
condescendiente. —Pero he de saber lo sucedido, porque tu abuelo me
preguntará y no aceptará una escusa por mi parte.
—Cuando
estábamos de fiesta apareció mi padre. No sé como me reconoció,
pero lo hizo y estuvimos bebiendo mucho más y en la noche del día
siguiente de la graduación estuve durmiendo con él en un cuarto que
tiene alquilado por algún lugar. Al día siguiente cogió una bolsa
de un armario, la echó a una mochila y salimos a la calle, en un
instituto que hay a dos manzanas de su casa tiene un contacto y le
pasó unas bolsas. En eso se detuvo un coche detrás de nosotros y
bajaron tres policías y nos detuvieron, y eso es todo.
—Nacho,
pero..., ¿cómo pudiste ir con tu padre?
—Es mi
padre. Y me alegré cuando lo vi.
—¿Pretendes
que nos creamos eso?— Se dirigió Sandra a su hermano con descaro.
¿Sabe Irene algo de esto?
—No te
metas, Sandra— le amenazó su hermano. —Y, ni se te ocurra
decirle nada a Irene de esto o te arrepentirás.
—¡Nacho!
No te permito que le hables así a tu hermana. El que has obrado mal
has sido tú y, a mí tampoco me convence tu versión.
—Haz lo
que te he dicho ¡maldita sea! Habla con el abuelo y que me saque de
aquí— dijo acercándose a su madre y su hermana amenazante.
Noemí y
Sandra dieron un paso atrás, y un guardia tomó a Nacho por el brazo
y lo retiró hasta llevárselo del cuarto. Madre e hija,
permanecieron abrazadas durante unos instantes. De regreso a su casa
Noemí no dijo una palabra, fue Sandra quien estuvo informando a su
madre de que Nacho en muchas ocasiones había fumado porros y
consumido coca.
—Mamá,
¿cómo es que mi padre vive aquí y yo no le conozco?— Sandra
retomó de nuevo la conversación con su madre una vez en su casa.
—Yo no
sabía que estuviera viviendo aquí, Sandra. Y, por otra parte, no
podías conocerlo porque él se fue a los dieciocho meses de nacer
tú.
—¿Entonces
ya traficaba con drogas?
—Supongo
que no. Aunque tampoco podría asegurarlo. Tu padre siempre vivió su
vida y yo estuve al margen. De hecho tu viniste tras una
reconciliación después de una separación de dos años.
—¿Por
qué se fue de nuevo?
—La
explicación que me dio fue que no aguantaba tus llantos.
Noemí fue
a ver a su padre a la mañana siguiente y le explicó lo sucedido. El
abuelo movía la cabeza en un signo claro de desaprobación. Le hizo
hincapié a su hija en lo que le había venido diciendo sobre Nacho a
lo largo de todos estos años. "Que era igual que su padre y que
le traería muchos problemas”; "que se le había ido de las
manos por haber sido tan condescendiente”. Al mismo tiempo el
abuelo le prometió a Noemí que sí Nacho estaba realmente
arrepentido y prometía abandonar ese mundo, dedicándose sólo a
trabajar, él se haría cargo.
Noemí
contó a su hija lo hablado con el abuelo y fueron a visitar a Nacho
en la primera oportunidad que tuvieron. Le dijeron a Nacho lo que el
abuelo estaba dispuesto a hacer, lo que recibió éste con gran
alegría. Aseguró a su madre y su hermana qué era lo que iba a
hacer.
A los pocos
días Nacho estaba en la calle bajo fianza. Su madre le obligó a ir
a visitar a su abuelo y agradecerle lo que había hecho. Nacho se
había dejado una barba incipiente que llevaba sin arreglar, sus
cabellos lacios le dejaban caer un mechón casi hasta la altura de
los ojos. Su mirada penetrante y un gran carácter le proporcionaban
una fuerte personalidad.
—Hola,
abuelo— saludó Nacho.
—Hola,
Nacho— correspondió el abuelo con semblante serio.
—Gracias,
por haberme ayudado.
—Será la
última vez que lo haga, si te ves envuelto en otro asunto similar—
le dijo a su nieto.
—Puedes
estar tranquilo, no habrá otra ocasión como esta.
—Eso
espero, Nacho. Eso espero. ¿Cómo te pusiste en contacto con tu
padre?
—No fui
yo. Fue él quien vino hasta donde yo estaba y seguí bebiendo con
él. Pasé dos días en su casa, hasta que nos detuvo la policía.
Abuelo te aseguro que no tenía ni idea de que mi padre pasara
mierda, ni si quiera que viviera aquí.
—Ya ves
lo que ese mundo te puede traer. Y, también, lo que ese..., hombre
puede hacer de ti. Tú verás qué es lo que te conviene.
—Abuelo,
yo lo tengo claro. Quiero trabajar y vivir. No he estado metido en
ese mundo y no quiero estarlo. Aunque es verdad que me he fumado
algún porro, pero nada más. Si tú me lo permites me gustaría
venir a trabajar contigo y poder desarrollar lo que he estudiado.
—Por
supuesto que quiero que vengas a trabajar conmigo, pero, harás media
jornada en el taller, hasta que hayas conocido todas las secciones de
la fabrica. La otra media jornada la harás en la oficina a las
órdenes de Jacinto, el contable...
—Gracias,
abuelo. Me parece bien. No te arrepentirás.
—El que
espero que no se arrepienta eres tú. Trata de recopilar todo lo que
hagas porque un día a la semana nos reuniremos y cambiaremos
impresiones.
—Fenomenal.
¿Cuando empiezo?
—Mañana
mismo. ¿Cómo está Irene?
—Muy
bien, abuelo. Tan guapa como siempre.
—Podías
traerla a casa, tu abuela se alegrará mucho al veros. Y necesita
saber de ti.
—Este fin
de semana iremos a verla.
Nacho
después de catorce meses de trabajo en la fabrica del abuelo
elaborando mármoles y granitos, ya se había instalado
definitivamente en las oficinas,
justo al lado del despacho del abuelo, quien cada vez declinaba más
responsabilidades en su nieto, que estaba demostrando día tras día
su capacidad para dirigir el negocio con más eficacia de la que
había demostrado él mismo a lo largo de los años, y eso a pesar de
los momentos difíciles que atravesaba el sector.
Nacho
acababa de llegar a la oficina, no eran más de las ocho treinta de
la mañana, cuando se personaron tres policías preguntando por él.
Estaban hablando en su despacho cuando llegó su abuelo.
—¿Qué
pasa aquí?— Preguntó
el abuelo al entrar.
—Abuelo.
Estos policías han venido para llevarme. Me acusan de estar pasando
droga con mi padre.
—¿Qué
hay de cierto en eso, Nacho?
—Abuelo,
nada. No es cierto. Yo me equivoqué aquella vez, pero ya nunca más
he visto a mi padre. Me están diciendo que está en prisión en
tercer grado, desde hace un mes, y que le han visto pasar drogas
junto a un muchacho como yo.
—Señor.
Soy el capitán Miravides. Y estamos en la certeza de que es su nieto
a quien han visto junto a ese presidiario y...
—¿En
que basan esa certeza, capitán?
—En
que dos de nuestros hombres han atestiguado qué le han visto.
—Capitán
Miravides. Diga usted a sus hombres que se aseguren de lo que dicen,
porque de haber sido mi nieto, tendría que ser en domingo y que yo
sepa los domingos no hay instituto.
—Yo
no he dicho que haya sido en un instituto—
replicó el capitán.
—De
todas formas, capitán, mi nieto está todo el día en la fábrica y
eso lo pueden atestiguar los obreros.
—Nacho,
esté usted controlable. Seguramente lo necesitaremos en algún otro
momento. Señor, creo que volveremos a vernos—
se dirigió el capitán al abuelo de Nacho.
—Capitán
siempre estaremos aquí, y a su disposición, tanto mi nieto como yo
mismo.
Se
marcharon los policías y el abuelo se dirigió a su nieto.
—Nacho,
qué has de decirme.
—Que
yo no tengo nada que ver con lo que pueda estar haciendo mi padre.
—Nacho
no me mientas, por favor—
le dijo el abuelo bastante crispado.
—Abuelo,
no te miento. Si es verdad que me he visto con mi padre. El viernes
pasado. Me presionó para que le ayudara y le dije que no sólo no le
iba a ayudar sino que se olvidara de mí para siempre. Que si yo
volvía a la cárcel sería por haberle matado a él.
—¿Por
qué no se lo has dicho a la policía?
—Para
qué. En el momento que yo hubiera reconocido haberme visto con él
me hubieran llevado detenido.
—Posiblemente.
Pero se hubiera aclarado todo, Nacho.
—Si
volvieran otra vez se lo diré, abuelo. No temas.
A los pocos
días, Nacho después de acabar la jornada de trabajo, se despidió
de su abuelo y se dirigió a su casa. Noemí ya tenía la cena lista
y su hermana Sandra estaba duchándose. No había hecho más que
sacar una cerveza del frigorífico y sentarse a la mesa, mientras
esperaba a su hermana cuando sonó la señal de haber recibido un
mensaje en su teléfono móvil. Lo abrió y sin mediar palabra fue
hasta un armario en el que tenía la caja de herramientas, cogió un
martillo de carpintero y se fue directamente a la calle, haciendo
caso omiso a las llamadas insistentes de su madre. Nacho abrió la
puerta de la cancela y lanzó el martillo a un coche rojo que había
parado junto a la acera. El impacto fue tremendo, el cristal de la
ventanilla se hizo añicos y se oyó poner el coche en marcha,
derrapar las ruedas y desaparecer el coche.
—¿Quien
era, Nacho?— Le preguntó su madre asustada.
—Mi
padre— respondió con sequedad.
—Nacho,
¿estás bien?— se interesó Sandra envuelta todavía en el
albornoz.
—Sí. No
te preocupes— le dijo con la misma sequedad de antes.
Nacho
volvió a la mesa donde había dejado el teléfono móvil y llamó a
su abuelo.
—¿Abuelo?
—Sí,
dime Nacho.
—Mi padre
ha venido a buscarme a casa. Le he arrojado un martillo y se ha
marchado a toda prisa.
—¿Le has
dado a él?
—No creo.
Por la forma en que ha salido yo creo que no le ha dado, pero el
cristal se ha hecho añicos.
—Ese
cabrón nos va a amargar la vida...
—No
abuelo. Ese cabrón no nos va a amargar nada. Voy a llamar a la
policía.
—Creo que
será lo mejor. Ahora mismo voy.
—No hace
falta que vengas. Descansa y mañana hablamos.
—De
ninguna manera.
La policía
no tardó en llegar, el mismo capitán Miravides y otro guardia que
no estuvo en la fábrica del abuelo.
—Mi padre
ha estado aquí, frente a mi casa. Me ha enviado un mensaje para que
saliera a hablar con él.
—¿Has
salido?
—No. Salí
hasta la puerta y le arroje un martillo, le rompí el cristal de la
ventanilla.
—¿Cómo
era el coche?
—Era rojo
y pequeño, pero no sé que marca podría ser.
—¿Sabe
si iba solo o le acompañaba alguien?
—Creo que
solo. Al menos yo no vi a nadie más dentro del coche.
Entre tanto
llegó al abuelo a casa de su hija. Tras besar a su hija y su nieta,
saludó al capitán, que le puso al corriente sin esperar a que fuera
Nacho quien lo hiciera.
—Bien. Si
lleva el coche a algún taller lo sabremos enseguida. Mientras tanto,
ten cuidado y no te hagas el valiente— le dijo el capitán
Miravides a Nacho.
—Capitán.
—Sí.
—El otro
día, cuando estuvo en la fábrica, no le dije que me había visto
con mi padre, porque no lo creí importante.
—¿No lo
creyó importante?— Preguntó el capitán sarcásticamente.
—Bueno,
el caso es que me vi con él. Me llamó estando en el trabajo e
intentó presionarme para que le ayudara con una mercancía, le dije
que se olvidara de mí para siempre. Él se envalentonó y le dije
que si yo volvía a la cárcel sería por haberlo matado.
—Claro; y
ahora te viene a buscar, quiere comprobar si ibas en serio. Escucha
no intentes arreglar este asunto tú solo. Él tiene más experiencia
que tú y mucho menos que perder. Toma esta tarjeta y ante cualquier
cosa que te llame la atención no dudes en llamarme. No te metas en
jaleos.
—Descuide
capitán que no se meterá en jaleos— dijo el abuelo con los ojos
clavados en los del capitán Miravides.
Después de
unos días, Nacho, salió del trabajo a media tarde, cogió el coche
y se fue para su casa. A medio camino le adelantó un vehículo y se
le cruzó delante, Nacho frenó bruscamente para evitar la colisión.
De momento bajaron tres hombres de aquel vehículo y le sacaron a
tirones de su coche. Nacho vio a su padre que le miraba con una
sonrisa burlona, mientras los otros dos le sujetaban con fuerza por
los brazos. Su padre se situó frente a él y tras recriminarle el
lanzamiento del martillo, le propinó un puñetazo en el estómago
que le hizo doblar las rodillas. A continuación siguieron una
lluvia de golpes dejándole el rostro ensangrentado y las rodillas
clavadas en el suelo. El rugir del motor acelerado de un coche de
gran cilindrada se escuchó en un instante y a renglón seguido se
oyó el golpe sobre las dos puertas laterales del vehículo que había
cerrado el paso a Nacho, que salieron despedidas junto a los cuerpos
de dos de los hombres que pretendían subirse a él. El tercero quedó
paralizado al borde de la cuneta y ante el giro que el Q5 hizo para
encarar de nuevo al vehículo siniestrado, sacó una pistola y
disparó mientras pudo al Q5 que se le vino encima. Ambos vehículos
y el hombre que disparó cayeron terraplén abajo. No habían más
que cinco metros de altura, pero fueron suficientes para quedar los
coches empotrados y el delincuente aplastado.
Nacho se
incorporó rápidamente y descendió al terraplén gritando:
¡Abuelo!
¡Abuelo! ¡Abuelo! Al llegar a la altura del Q5 vio a su abuelo con
la cara ensangrentada, la camisa blanca y la corbata de color azul
igualmente llenas de sangre.
—Abuelo—
le llamó Nacho con tono lastimoso.
—Espero
que no te vuelvan a molestar— balbuceó el abuelo que le brotaba la
sangre por la boca.
—¡Abuelo!
¡Abuelo!— Gritó Nacho sin conseguir una respuesta más de su
abuelo.
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