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jueves, 7 de enero de 2016

EL CAMINO MÁS LARGO



    UN NUEVO RELATO PARA UN NUEVO AÑO

                          EL CAMINO MÁS LARGO





               Había amanecido una mañana fría y Javi se sumergía entre las sábanas ante las insistentes llamadas de Penélope, su madre, que andaba de un lado para otro. Alba, hermana de Javi, se desperezaba al tiempo que salía de su habitación para entrar en la de su hermano. Alba siempre le hacía levantarse retirándole la ropa de la cama. Javi se dirigió hacia la ventana que tenía los cristales empañados y con la mano limpió un hueco por donde pudo observar el exterior; Alba que le había seguido le imitó y también observó a través del cristal.
Javi era un niño de ocho años, moreno y llevaba el pelo algo largo. Alba, contaba cinco años, de melena clara y siempre andaba pegada a su hermano. Vivían a las afueras de la pequeña población, en una urbanización de adosados, a los pies de una gran montaña y rodeados de una espesa arboleda.
Javier, el padre de Javi, tenía un pequeño negocio de electricidad que les permitía vivir holgadamente. Penélope ayudaba a su esposo en el negocio desde que Alba entró al colegio. Tenía un pequeño tic que le hacía cerrar ambos ojos intermitentemente, lo que se agudizaba si estaba nerviosa.   
          Ambos hermanos vestían muy bien. Lo que más le gustaba a Javi eran los pantalones vaqueros y las camisas que llevaba con los faldones por fuera. Alba era presumida y su madre siempre la llevaba con las prendas haciendo juego.
Aquella mañana, Javier y Penélope llevaron al colegio a sus dos hijos como de costumbre. Estaba lloviznando. Javi tomó a su hermana de la mano y entraron al colegio sin detenerse a decir adiós a sus padres desde el patio, como siempre hacían. Sus padres, tras observar a sus hijos que entraban al colegio, se fueron para el trabajo que estaba a la otra parte del pueblo. Poco antes de llegar al taller, un camión pati a la entrada de una curva y fue a estrellarse con el coche de Javier que cayó por un puente hasta el río que iba paralelo a la carretera. Los bomberos sacaron el coche del agua que había quedado boca abajo, en el que se encontraba el cadáver de Javier. El cuerpo de Penélope no estaba en el interior del vehículo.
Esa tarde fue su tía Cande a recogerlos al colegio, hermana de su mamá, a la que los pequeños estaban muy unidos. Se sorprendieron al ver a su tía a la puerta del colegio, aunque en ocasiones acudía ella a recogerlos si Penélope tenía algo por hacer. Alba que corrió para echarse a los brazos de su tía, le preguntó por qué estaba ella esperándoles, a lo que Cande se excusó con que su mamá todavía tenía cosas que hacer. Cuando Javi llegó a la altura de su tía, tras saludarla con un beso, también se interesó por su madre. Fue Alba la que contestó a su hermano con idéntica respuesta que le había dado a ella su tía. Javi  quedó  un  momento  observando  a  su  a  fijamente.  Cande  trató  de  restar importancia al asunto y con una amplia sonrisa intentó borrar la inquietud del rostro de Javi. Se interesó por cómo les había ido el día en el cole a ambos, respondiendo los dos hermanos con la misma palabra.
Cande se esforzaba por dar una imagen que tranquilizara a Javi, que no había dejado de observar a su tía. Ésta les dijo de llevarlos a su casa y esperar allí a su madre, a lo que aceptó Alba inmediatamente. Javi también accedió. Tía Cande les propuso una merienda en el centro comercial, o bien en el Burguer o si preferían un bocata, dirigiendo su mirada a la pequeña Alba, a Javi trataba de evitarlo. Alba fue la primera en contestar que quería en el Burguer y Javi, que también aceptó, sugirió a Cande comprar la merienda y comerla en casa.
          Se dirigían a casa de a Cande y pasaron por el punto en donde cayó al río el coche de los padres de los niños. Vieron el quitamiedos hecho de troncos de madera parcialmente roto y los tres se quedaron mirando casi embobados. Un sonido de claxon hizo reaccionar a Cande que se iba desviando hacia el carril de la izquierda, sin percatarse de ello. Después de un suspiro y rectificar la marcha se discul con un gesto de la mano con el conductor que le había avisado y con el que se cruzaba en aquel mismo instante.
A medida que avanzaban con el coche se veía el curso del río que serpenteaba paralelo a la carretera. A ambos lados se elevaban majestuosas laderas de la montaña repletas de exuberante vegetación y un frondoso bosque de abetos, encinas, abedules, carrascas..., que dejaban sentir sus aromas a lo largo del trayecto. A veces se podía ver a algún zorro, jabalíes, o ciervos que bajaban al río para beber. No tardaron en llegar al valle repleto de arboleda, tachonado por gran cantidad de casas unifamiliares con sus jardines de un llamativo verdor que contrastaban, la mayoría de ellos, con el multicolor de todo tipo de flores. El río corría  más recto que un poco más arriba. A lo lejos se podía distinguir un movimiento inusual de vehículos con luces amarillas y azules a ambas riveras del río, que llamó la atención de los niños. Ante las preguntas insistentes de los dos hermanos —Javi comentó que parecía que estaban buscando algo— su tía respondió que quizá estaban limpiando el cauce del río de maleza.
No tardaron en detenerse a comprar las hamburguesas, que se las sirvieron en una bolsa de papel junto a varios sobres de salsas y unas bolsitas con patatas fritas. Aquello alivió el desasosiego que angustiaba a Cande, que se preguntaba hasta cuándo podría aguantar sin derrumbarse. Se sentía incapaz de soportar mucho más tiempo tratando de dar una imagen de tranquilidad, sobre todo ante la observación inquisidora, casi continua, de Javi. A Cande le parecía que su sobrino le estaba reclamando una aclaración de lo que estaba sucediendo, ahogándola todavía más. Reanudaron la marcha y al poco se volvió a detener el vehículo ante un portón de doble hoja de hierro forjado. Cande descendió y abrió las puertas, se montó de nuevo al coche y entraron por una calle de adoquines negros, demarcada a ambos lados por setos de más de medio metro de altura, de plantas de hojas perennes, que llegaba hasta el porche de la casa. El jardín se veía exuberante, el césped servía de manto a las flores, que estaban en pleno esplendor y su aroma invadía el ambiente. Ya hacía unas semanas que la primavera había llegado. Los dos hermanos estaban entusiasmados con la piscina, el clima benigno de la zona desde la primavera hasta bien entrado el otoño hacía que le dieran un largo uso, aunque esa mañana había hecho frío. Alba apenas descendió del coche corrió hasta unos columpios que estaban justo al lado de la piscina.
Cande y Javi ascendieron los tres escalones que había de desnivel hasta la marquesina, que cruzaron antes de llegar a la puerta de entrada, Cande abrió al tiempo que llamaba a Alba; la pequeña llegó rápidamente a la altura de ellos. La casa constaba de un gran salón, con enormes ventanales y cómodos sofás. El suelo de parqué le daba un tono lido al ambiente, que era caldeado por una gran chimenea en la que ardía lentamente un tronco. Javi y Alba se quitaron los chubasqueros y fueron directos a sentarse en el sofá que estaba más próximo a la chimenea.
Tía Cande les invitó a lavarse las manos antes de merendar. Javi fue el primero en levantarse y se dirigió al cuarto de baño. Al poco de salir, Alba, hizo lo mismo y corrió hasta el lavabo. Desde la puerta le pidió a su tía que no le diera la “burguer” a Javi que siempre le ganaba. Cande respondió que Javi había ido a lavarse antes que ella, por lo tanto era justo que empezara a merendar antes. Alba corrió hasta el sofá sin haberse secado las manos, que las pasaba por encima del vestido, lo que hizo que la reprendiera su tía cariñosamente.
La niña apenas acabó la merienda salió de la casa para dirigirse a los columpios. Javi estuvo jugando en una canasta de baloncesto.
A las nueve de la noche, Alba, se había quedado dormida en el sofá, su a le había echado una manta por encima. Javi comenzaba a inquietarse por la tardanza de sus padres. A pesar del esfuerzo que había hecho a Cande por hablar con el chico desde que les había recogido del colegio, no había tenido el valor suficiente para hacerlo y, un silencio incómodo se había establecido en la casa. Javi miraba de cuando en cuando a su tía que en algún momento se dejaba ir por la desesperación de lo ocurrido y la incertidumbre de no saber nada de su  hermana. Una mirada hacía su sobrino, que la observaba detenidamente, la hizo reaccionar.
Tía Cande pidió solícita a Javi que le ayudara a subir a Alba a la habitación y acostarla en la cama. Javi, que accedió, preguntó a su tía si iban a dormir en su casa.  A lo que ella con gran congoja y tras un ligero carraspeo le contestó con una evasiva, diciendo que no lo sabía, pero como Alba se había dormido era mejor acostarla en la cama. Javi subió las escaleras corriendo y ent en una habitación que se encontraba a mitad del pasillo. Las habitaciones daban todas al exterior y en su parte interior daban al mismo salón que estaba en el piso de abajo; una baranda de madera delimitaba el pasillo que corría volado a lo largo del salón. Javi retiró la ropa de la cama a requerimiento de su tía que llevaba a la niña en brazos. Tía Cande conminó a Javi a volver al salón, pasándole el brazo por encima de los hombros, lo atrajo para sí, el chico la correspondió pasándole el brazo por la cintura. Volvieron a sentarse en el sofá después de que Javi azuzara el fuego de la chimenea moviendo el tronco con la pala. El crepitar del fuego era el único sonido de aquel instante en el salón de la casa. Javi se acurrucó en su a que le volvió a echar el brazo por encima de los hombros. Tía Cande dijo a su sobrino que debía decirle algo y a continuación se echó a llorar, aumentando la inquietud del niño, que preguntó que le pasaba, al tiempo de abrazarse a ella.
Un nudo en la garganta impedía continuar a su a que lloraba desconsoladamente. Javi se incorporó en el sofá e insistió por lo que sucedía a su tía. Cande volvió a coger a su sobrino por los hombros, le relató entre sollozos cómo había sucedido aquel terrible accidente.  Le contó que aquella misma mañana, después de dejarlos en el colegio y cuando sus padres se dirigían al trabajo, un camión patinó en una curva y colisionó frontalmente con ellos, produciendo que el coche de sus padres se precipitara hasta el río, después de romper los quitamiedos del puente. El rostro de Javi se había desencajado, mientras su tía lloraba e intentaba recuperar la calma. Le explicó cómo los bomberos recuperaron el coche del río, que se encontraba boca abajo, con el cuerpo de su padre en su interior, pero el de su madre había desaparecido. Javi preguntó insistentemente por su madre, entre sollozos, a lo que su tía se limitaba a contestarle que no lo sabía, mientras lo abrazaba con fuerza. <<Esos coches de policía y bomberos, que vimos cuando veníamos, estaban buscándola por el río, piensan que haya sido arrastrada por la corriente, río abajo>>, le dijo. <<Pero si ha sido arrastrada por el agua, mi mamá también está muerta>>, insistía Javi. Cande no quería reconocer, ni siquiera pensar en la posibilidad de que su hermana hubiera muerto, se aferraba a la posibilidad más nimia para mantener la esperanza de que Penélope seguía viva. Trataba de justificarle, con voz trémula, que el que no se supiera nada de ella no significaba que hubiera muerto, argumentándole que su mamá era muy buena nadadora y posiblemente habría logrado salir del río y se encontrara en alguna parte.
 En aquel mismo instante, una llamada de teléfono le dio a Cande la tregua que necesitaba ante la imposibilidad de poder seguir hablando sin desanimar más a su sobrino, que continuaba con el gesto sombrío. Cande, tapando con la mano el micrófono, aclaró a Javi quién era el que llamaba: su marido, el tío Fernando.  
El chico intentaba comprender el contenido de la conversación a partir de los comentarios de su tía, sin conseguirlo del todo. Finalmente fue Cande quien le desveló lo hablado con su esposo. Tía Cande le relataba a su sobrino lo que su esposo le había dicho, que no habían encontrado aún a su mamá, pero mantenían la esperanza porque podría ser una buena señal el que no hubiese aparecido nada de las pertenencias de ella. Podría significar que hubiese conseguido salir del río por su propio pie, o que alguien la hubiese ayudado a salir. El tío me ha dicho que le parecía bien que te haya informado de lo sucedido, añadió.
Javi siguió insistiendo a su tía en cómo iban a vivir él y su hermana a partir de ahora, a lo que Cande miró con decisión al chico y se apresuró a tranquilizarlo asegurándole que vivirían con ella y tío Fernando, hasta que su madre apareciera y luego volverían a ser las cosas como antes. <<Sin papá>> dijo Javi. Tía Cande, entre titubeos, no pudo más que añadir <<bueno…Sí. Perdóname>> balbuciendo las palabras.  
Cande, apenas hubo logrado recomponerse un poco, dijo a Javi que podía irse a la cama cuando quisiera. El muchacho quedó en silencio un momento y a continuación preguntó a su tía cuándo se lo dirían a su hermana. Respondiendo Cande que a la mañana siguiente.

Pasaron los años y el cuerpo de Penélope no había aparecido. Las autoridades dijeron que su cuerpo seguramente arrastrado por las aguas hubiera podido llegar al mar, que no distaba mucho. Javi y Alba habían vivido con tía Cande y o Fernando que les habían adoptado como hijos propios. Después de doce años Javi era un hombretón, alto, medía uno noventa, y una espalda que parecía un armario. Estudiaba Biología Marina en la universidad y practicaba natación, compitiendo en los campeonatos nacionales. Alba con diecisiete años, era una belleza, alta, también de cabellos oscuros, de media melena y pelo lacio. Era su último año de instituto y preparaba la selectividad, ella quería estudiar medicina; todos decían que tenía excelentes cualidades y capacidad para ello.
El verano estaba al llegar y Javi tenía una semana de descanso en el equipo de natación, antes de concentrarse. Se encontraba en casa de sus os, al igual que Alba, que a pesar de tener su casa habilitada no se hacía el ánimo de vivir sola. Javi se estaba acicalando para salir en busca de los amigos. Alba le reprendía que saliera tan pronto de casa y no pasara más tiempo con ellas, a lo que Javi correspondía con carantoñas y pellizcos en las mejillas.
De pronto un ir y venir de ambulancias y coches de policías alteró la paz de la casa de a Cande. Por un momento a Javi le vino el recuerdo de aquel fadico día del accidente de sus padres. Salieron hasta la marquesina y todavía vieron a dos coches patrulla y una ambulancia que pasaron como una exhalación. A lo lejos vieron que se habían detenido en una casa que decían que estaba maldita. Allí vivía un anacoreta.
Javi fue sarcástico con aquella situación: <<seguro que ha salido ya el espíritu>> al tiempo que volvía para el interior de la casa. Tía Cande le reprochó que hablara con tanta frivolidad, a ella no le gustaba hablar de temas esotéricos. <<Pues a mí me da miedo>> dijo Alba, que sintió un escalofrío.
Cande y Alba entraban en la casa cogidas por la cintura poco después de Javi que se perfumaba para salir de inmediato, cuando sonó el teléfono.
<<Diga>>, fue lo único que pudo pronunciar Cande tras contestar la llamada. Sólo un grito que resonó por toda la casa siguió a aquella respuesta. Alba se estremeció azorada de ver el aspaviento de su a a la que parecía que le faltaba la respiración y se ahogaría en cualquier momento. Su cara se tornó roja como las rosas del jardín. Javi bajó la escalera de dos en dos peldaños y se quedó petrificado al ver a su hermana pálida y su tía que seguía sin poder hablar y con un ataque de ansiedad. Cande colgó el teléfono como pudo y Javi se abalanzó sobre ella.
—¡a! ¡a! ¿Qué te pasa?
Tu..., madre— apenas pudo pronunciar entre espasmos.
Javi insistió a su tía que la tenía sujeta por los hombros mientras Alba se cubría con las manos la boca, entre sollozos. Tía Cande acertó a decirles que su madre había sido encontrada en la casa maldita.
Alba, que lloraba sin consuelo, repetía insistentemente: ¡Mamá!, ¡mamá!
Javi, con evidente nerviosismo, trataba de que tía Cande le confirmara lo que acababa de decir, que podía resultar una broma muy pesada.
Cande cogió las manos de Alba, al tiempo que insistía: <<No. No, lo es. Quien ha llamado era el tío Fernando que había sido requerido por la policía para reconocerla y se le ha abrazado al cuello. ¡Es ella! ¡Es ella!, repetía con voz casi ininteligible.
Javi se fue directamente al coche de su a y cuando ellas salían de la casa él ya lo tenía en marcha. Tomó dirección izquierda hacía la casa maldita. Tía Cande le dijo a Javi que fueran al hospital, en la casa maldita la habían encontrado, pero que fue llevada al hospital donde reconoció al tío Fernando. Javi gi bruscamente en un ensanche que tenía a su derecha e invirtió el sentido. El corto trayecto hasta el hospital se hizo eterno, ninguno de los tres fue capaz de esgrimir una palabra. A la puerta del hospital esperaba el o Fernando. Se abrazaron los cuatro entre sollozos. Fernando, al tiempo que entraban en el hospital, les anunció al cabo de unos momentos que Penélope estaba algo delgada, pero estaba bien y que la tenían en una sala de urgencias donde la estaban explorando. Le había reconocido enseguida y se le abrazó con fuerza, añadió.
En aquel  instante  apareció  un  médico  acompañado  de  dos  doctoras.  Saludaron  a Fernando que presentó a su familia. El doctor les informó de que su madre estaba bien, dentro de lo que cabía. Tenía algún hematoma por el cuerpo, un brazo que se rompió hace mucho tiempo había quedado algo atrofiado. Y en su interior la doctora había encontrado algún desgarro cicatrizado. Por lo que respectaba a su estado anímico la siquiatra afirmaba que se encontraba muy fuerte. A continuación el doctor les comunicó que habían hecho una analítica por puro formalismo.  
Alba y Javi se abrazaron y Fernando y Cande les contemplaban ilusionados. Una enfermera surgió en el pasillo y les hizo una indicación, acudiendo los cuatro a la llamada. Les guió el camino hasta una sala apartada de Urgencias, abrió la puerta y la mujer que había dentro, vestida con una bata del hospital, se levantó como un resorte del sillón en donde se encontraba sentada y se abalanzó sobre los hermanos. Los llantos se escuchaban desde afuera y enseguida se fundieron los cinco en un abrazo. Una vez recuperada la calma, Penélope volvió a sentarse en el sillón sin soltar las manos de sus hijos, cerraba los ojos insistentemente y no conseguía detener las lágrimas que surcaban, veloces, su rostro.
—¿Cómo es que estabas en aquella casa, mamá?— Preguntó Javi.
Penélope miró a su hijo con condescendencia, paso la mano por su cara, acariciándolo, como hacía tantos años que no había hecho, y respondió:
—Después de dejaros en el colegio, cuando llegábamos a la altura del puente del río, yo me solté el cinturón para recoger el bolso que había dejado en los asientos de atrás del coche cuando bajó Alba, en aquel mismo instante tu padre gritó y un golpe terrible hizo que cayéramos al río. Yo me golptodo mi cuerpo varias veces, pero cuando caímos al agua yo ya no estaba dentro del coche, la corriente me arrast y perdí la orientación. En un momento en el que yo luchaba por salir a flote, algo me golpeó fuertemente en la cabeza y ya no recuerdo nada más hasta que me vi en aquella casa, que no es que sea maldita, el maldito es el dueño— hizo una pausa para tragar saliva.
—Parece ser que estuve un día inconsciente. Cuando desperté estaba echada en un camastro, no podía mover el brazo y me dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. La habitación era tétrica, con muebles viejos casi destrozados, amontonados por todas partes. Sólo tenía un ventanuco con un saco de pita que hacía las veces de cortina. Llamé varias veces pero no acudió nadie. Hasta que anocheció que vino el anacoreta con un candil y me dijo que en el accidente del río había muerto un hombre. Yo le repliqué que aquel hombre era mi marido y que yo viajaba con él cuando caímos al río, le dije que me estarían buscando, a lo que me respondió: que va, ya dejaron de hacerlo”. Mi desolación fue tremenda, no sabía cuántos días realmente podían haber pasado, pero todavía me sentí peor cuando me di cuenta de que jamás me dejaría salir de allí. Cuando el salvaje aquel se marchaba me dejaba atada al camastro para que no pudiera huir. Con el tiempo me explicó que me había recogido del río casi ahogada, él pensaba que estaba muerta, me dijo. Pero el calvario fue mucho mayor a medida que pasaban los años— relataba Penélope con la vista clavada en un punto indefinido de la pared que tenía enfrente.

De momento las lágrimas volvieron a surcar su rostro desdibujado.Me violó las veces que quiso y di a luz en dos ocasiones en todos estos años, pero yo a los bebés no los vi jamás... —Alba se arrodilló y apoyó su cabeza en el regazo de su madre. Todos se enjugaban las lágrimas. —Jamás cometió un error que me permitiera tener una oportunidad de escapar, o siquiera de poder alertar a alguien de mi estancia en aquella casa. Para moverme de un lado a otro iba atada por los tobillos con una soga y siempre cuando él estaba allí. Hasta hoy. Anoche llegó a la casa de madrugada y borracho hasta el extremo de caer en un par de ocasiones, quiso violarme una vez más, y me ató como siempre hacía, pero en esta ocasión no acabó de hacer el nudo como las otras veces, se quedó dormido profundamente. Pasaría casi una hora echado junto a mí cuando decidí levantarme y ante su sueño profundo lo até yo a él con una cadena y le coloqué un candado. De la cocina cogí un gran cuchillo y estuve a punto de matarlo…, pero me faltó valor. Fue entonces cuando salí a la calle y corrí hasta la carretera. El señor Anselmo, el frutero, que volvía de la lonja, se detuvo y cuando me reconoció llamó a la policía y se quedó conmigo hasta que llegaron.